En su libro Auge y reinado de los mamíferos, Steve Brusatte, un popular paleontólogo estadounidense, hoy investigador de la Universidad de Edimburgo, tiene una frase para sintetizar lo que conocemos sobre los mamuts: “son, probablemente, los animales extintos mejor conocidos. Punto”. Por un lado, dice, hemos descubierto sus figuras trazadas por neandertales en cuevas de Francia y España, lo que nos ha permitido hacernos una idea clara de cómo eran. Por otro, sus restos quedaron cubiertos por el hielo durante miles de años, tanto en Siberia como en Alaska. Esa particular condición ha permitido que quienes estudian a esos animales detecten material genético en algunas de aquellas piezas congeladas. Si obtener el ADN de una especie extinta es asombroso, para Brusatte, “uno de los logros más notables de la ciencia moderna” es que con esa información los genetistas hayan podido reconstruir el genoma completo de los mamuts lanudos.
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“Chocante, pero cierto: sabemos más acerca del ADN de los mamuts que de la mayoría de los mamíferos vivos”, sentenciaba.
Sin embargo, cuando Brusatte publicó el libro, en 2022, aún faltaban algunas piezas claves en la historia de los mamuts. En los últimos años, quienes se han dedicado a buscarlas han corrido con suerte. Por ejemplo, en julio del 2024, un equipo de científicos reveló en la revista especializada Cell, que había hallado un cadáver de un mamut de hace 52.000 años en un pueblo llamado Belaya Gora, en Rusia, con una gran particularidad: conservaba la estructura tridimensional de su ADN.
“Probablemente, es la muestra de mamut mejor conservada que he hallado”, dijo, entonces al diario El País, Love Dalén, que lleva un par de décadas en esa tarea y está al frente del grupo de investigación que estudia la evolución de esos mamíferos en el Centre for Palaeogenetics, una iniciativa de la Universidad de Estocolmo, en Suecia, y el Museo Sueco de Historia Natural.
Tener una información tan completa era otro paso para entender mejor su evolución y puso a soñar a los más entusiastas con la idea de “revivir” a un mamut en el futuro. O, para ser más precisos, con ver elefantes editados genéticamente con rasgos del mamut lanudo (Mammuthus primigenius), como promete hacer la empresa Colossal Biosciences, la misma que esta semana sorprendió al mundo con la noticia de haber “creado” “lobos terribles”, popularizados en la serie The Games of Thrones. Pero como le reiteró a la BBC el paleogenetista Nic Rawlence, de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda), no fue una “desextinción” sino “lobos grises modificados genéticamente”, gracias al ADN antiguo extraído de fósiles.
A la par de que la noticia de los lobos tomaba vuelo, el equipo de Love Dalén publicó otro estudio que aportaba una pieza más en la historia de los mamuts. Estuvo liderado por el biólogo colombiano Camilo Chacón-Duque, PhD Genética Evolutiva Humana e integrante del grupo del Centre for Palaeogenetics. Publicado en la revista Molecular, Biology and Evolution, el artículo demostró que han encontrado muestras con ADN mucho más antiguo del que solían tener en el radar.
La mayor parte de esos datos genéticos de organismos antiguos, explica ahora Chacón-Duque, “no van más allá de los 50.000 o 100.000 años porque hay un proceso de degradación y porque es el límite que permite conocer la datación por radiocarbono (muy usada entre los arqueólogos). Pero, en este caso, logramos identificar muestras que tienen, incluso, un millón de años de antigüedad”.
Abrir un poco más la ventana al pasado
La siguiente imagen es de un trozo de molar de mamut lanudo. Es tan largo como un smartphone de los que usamos todos los días y puede pesar hasta unos 2 kilogramos. Su función era triturar las hierbas que recolectaban estos mamíferos de la Edad del hielo. Fue encontrado en Yukon, el norte de Canadá, y es importante por un motivo: el ADN que lograron extraerle Chacón-Duque y sus colegas muestra que su antigüedad es de 200.000 años. Es un hallazgo que no tendría nada de peculiar si, hasta ahora, las teorías sobre la evolución del mamut lanudo indicaran que este llegó a Norte América hace 100.000 años. Es decir que ese molar es el más antiguo de mamut lanudo del que se tiene registro en Norte América (la presencia de otra especie, el Mammuthus columbi, sí se ha estimado en más de un millón de años en esa región).
Aunque desde hace más de cuatro décadas se rescató, por primera vez, ADN antiguo de un animal extinto —de la quagga (Equus quagga), una especie similar a la cebra a la cual los humanos dejamos de ver a partir de 1883—, obtenerlo no es nada fácil. Para hacerlo, cuenta Chacón-Duque, hay que hacer todo lo posible por no contaminar las muestras. Él, precisamente, es uno de los encargados de examinarlas en Estocolmo, luego de que sus colegas recorren Canadá o Siberia en búsqueda de piezas de mamuts. A veces tienen suerte, como la vez que hallaron que el 70% de una muestra de ADN pertenecía a un mamut, recuerda. Pero en muchas oportunidades es una fortuna que el 1% corresponda al ADN de mamut; el resto puede ser contaminación bacteriana.
En esta ocasión, para ser un poco más detallados, la información genética que recopilaron fue extraída de 34 mitogenomas, que es el ADN que se encuentran dentro de las mitocondrias, claves para el funcionamiento de las células. Saltándonos el meticuloso trabajo computacional y los modelos estadísticos que les permiten hacer estimaciones, el grupo, compuesto por más de veinte científicos, observó que once de los ejemplares provienen de edades comprendidas entre los 1,3 millones y los 125.000 años. Otras dos muestras, complementa Chacón-Duque, tienen más de un millón de años.
Para ellos eso es relevante por un par de razones: la primera, escriben, es porque están ofreciendo “una poderosa herramienta para futuras investigaciones sobre especies extintas”. La segunda, añade el biólogo colombiano, que ha centrado su investigación en genética de la conservación, es porque están logrando tener más certeza de cómo cambios del pasado se relacionan con la historia evolutiva de los mamuts.
“Por ejemplo, cuando había períodos fríos, como una glaciación, los mamuts se diversificaban porque era una especie adaptada a las temperaturas polares. Por el contrario, cuando había climas cálidos que no los favorecían, los linajes iban desapareciendo”, asegura. “Y saber eso es importante porque nos puede ayudar a entender mejor las especies que corren esos mismos riesgos en la actualidad”.
“Estos resultados se suman a nuestro trabajo anterior, en el que informamos por primera vez sobre genomas de millones de años”, dijo, por su parte, Love Dalén, a través de un comunicado. “Estoy muy entusiasmado de que ahora tengamos datos genéticos de muchos más especímenes de mamut muestreados durante el último millón de años, lo que nos ayuda a comprender cómo la diversidad de los mamuts ha cambiado a través del tiempo”.
A lo que se refiere Dalén es a un estudio que publicaron en Nature en febrero de 2021, en el que informaba haber secuenciado el ADN más antiguo hasta el momento. También lo habían obtenido de restos de molares de mamuts de hace más de un millón de años y les permitió descubrir que existieron dos especies de mamuts en Siberia (y no una, como se pensaba hasta entonces) y que la especie que llegó a América del Norte parecía ser un híbrido entre ambas.
El otro gran capítulo que escribió el equipo de Centre for Palaeogenetics en el rompecabezas de los mamuts ocurrió a mediados del año pasado. En la revista Cell explicaron uno de los episodios que más ha inquietado a quienes han estudiado a estos mamíferos del pasado: ¿Por qué un grupo de estos gigantes sobrevivió por unos 6.000 años en una pequeña isla llamada Wrangel, al norte de Siberia, cuando el resto de ejemplares habían desaparecido de la Tierra?
La reconstrucción de la historia genética de ese grupo les permitió comprender que una pequeña manada de unos diez mamuts quedó capturada en esa área tras una inundación y que, incluso, había individuos con vida cuando se construyeron las Pirámides de Egipto. Aunque ese grupo vivió con una muy baja diversidad genética debido al alto nivel de endogamia, nos explicaba por esos días, otro de los autores, David Díez del Molino, tuvieron la fortuna de no contar con depredadores y herbívoros que significaran mayor competencia. Hace unos 4.000 años se extinguieron por completo. La razón que produjo ese episodio aún es una pregunta que no tiene respuesta.
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