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John Ioannidis, médico de la Universidad de Stanford en California y quien comandó un estudio que revisó datos de las publicaciones de 100.000 investigadores más citados en el mundo, tiene a más de uno con los pelos de punta. Con su trabajo desnudó una verdad que muchos ya conocían: muchos de ellos se citan o son citados por sus coautores en un intento de autopromoción.
La investigación de Ioannidis, en colaboración con Richard Klavans y Kevin Boyack en la firma de análisis SciTech Strategies en Albuquerque, Nuevo México, y Jeroen Baas, director de análisis en la editorial Elsevier, demostró que al menos 250 científicos han acumulado más del 50% de sus citas de ellos mismos o de sus coautores, mientras que la tasa media de autocitación es del 12,7%. El trabajo recopiló información de las últimas dos décadas en 176 campos de la ciencia.
Dos autores de Colombia figuran en el listado. Uno de ellos es el profesor de química de la Universidad Industrial de Santander Vladimir Valentinovich Kouznetsov con una tasa de autocitación de 24% mientras en el caso de Manuel Elkin Patarroyo esa cifra asciende a 37.4%.
"Creo que las grupos (granjas) de autocitación son mucho más comunes de lo que creemos", comentó a la revista Nature Ioannidis, "aquellos con más del 25% de autocitación no necesariamente se involucran en un comportamiento poco ético, pero puede ser necesario un escrutinio más detallado".
El escrutinio y la preocupación sobre este tipo de prácticas anti académicas ha venido aumentando. Hace menos de dos meses el Comité de Ética de Publicaciones de Londres advirtió que la autocitación era una de las principales formas de manipulación. El trabajo de Loannidis incluye prestigiosos nombres de premios Nobel pero el caso más llamativo fue el de Sundarapandian Vaidyanathan, de la India, quien ha recibido el 94% de sus citas de sí mismo o de sus coautores.
Hace dos años, el biólogo Justin Flatt, de la Universidad de Zúrich en Suiza, propuso una solución para hacer contrapeso a este problema: crea un índice de autocitación. Así como existe un índice que determina la productividad de un científico (índice h), Flatt consideró que un índice alternativo (índice s) serviría para aclarar quienes se autocitan más o menos.
La autocitación en sí misma no puede considerarse una práctica antiética. En muchas ocasiones los investigadores no tienen otra alternativa que hacer mención a sus trabajos previos. Por esto tanto Flatt como Ioannidis han insistido en sus respectivas publicaciones en no estigmatizar ni trazar una línea que determine tajantemente el problema ético pero si insisten en poner atención al problema.