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El apasionante enigma de las cosquillas: no sabemos por qué existen

¿Por qué sentimos cosquillas? Aunque todos las hemos experimentado, la ciencia aún no logra entenderlas del todo. No sabemos por qué ciertas zonas son más sensibles, por qué no podemos hacérnoslas a nosotros mismos, ni para qué sirven realmente. Un reciente artículo en Science explora cinco grandes preguntas sin respuesta sobre este fenómeno misterioso que conecta el tacto, la emoción y la evolución.

24 de mayo de 2025 - 04:25 p. m.
Los científicos no saben por qué ciertas zonas del cuerpo son más sensibles a las cosquillas que otras y por qué a algunas personas les gusta que les hagan cosquillas.
Los científicos no saben por qué ciertas zonas del cuerpo son más sensibles a las cosquillas que otras y por qué a algunas personas les gusta que les hagan cosquillas.
Foto: Cottonbro Studio - Pexels
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Las cosquillas, o la gargalesis, como se conocen en la ciencia, es una sensación que la mayoría de las personas han experimentado al menos una vez en la vida. Ya sea al hacerle cosquillas a los bebés, familiares, amigos, parejas o mascotas, o al ser “víctimas” de un ataque de cosquillas, los humanos, sin duda, realizamos cosquillas. Sin embargo, a pesar de su trivialidad, la comprensión científica de las cosquillas es extremadamente escasa.

Los científicos no saben por qué ciertas zonas del cuerpo son más sensibles a las cosquillas que otras y por qué a algunas personas les gusta que les hagan cosquillas, mientras que a otras no les gusta, pero aun así se ríen a carcajadas. Tampoco hemos comprendido del todo por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos y por qué algunas personas son muy sensibles a las cosquillas, mientras que otras no responden en absoluto. Y como si fuera poco, la ciencia desconoce la función principal de las cosquillas en los humanos, así como en otras especies. ¿Para qué, evolutivamente hablando, sirven las cosquillas?

Estas preguntas no son nuevas. Una reseña publicada en Science argumenta por qué las cosquillas son un apasionante enigma científico con profundas implicaciones para la neurociencia del desarrollo, sensoriomotora, social, afectiva, clínica y evolutiva. Los investigadores reflexionan sobre los desafíos de definir y provocar sensaciones de cosquillas en el laboratorio y desentrañar su mecanismo neuronal, analizan cinco preguntas sin respuesta sobre las cosquillas y sugieren direcciones para futuras investigaciones.

Pero, ¿por qué es importante estudiar esto? Las cosquillas representan un modelo único para entender la compleja interacción entre cómo sentimos el tacto, cómo respondemos con movimientos y cómo procesamos emociones. Desde el punto de vista del desarrollo infantil, las cosquillas son una de las primeras maneras en que los bebés comienzan a reír. Las respuestas a las cosquillas, como movimientos corporales y risas, aparecen durante el primer año de vida y se mantienen a medida que crecen. Además, las cosquillas son una parte importante del juego social entre padres e hijos, y se ha observado que la forma en que los bebés y niños pequeños responden a las caricias varía según su etapa de desarrollo.

Las cosquillas también tienen relevancia desde la neurociencia evolutiva, ya que no solo los humanos las experimentamos. Grandes primates como chimpancés, gorilas y bonobos reaccionan de manera similar. Incluso estudios con ratas muestran que sus vocalizaciones en respuesta al tacto humano podrían ser una forma de “risa”. Esto sugiere que las cosquillas están profundamente arraigadas en la evolución de los mamíferos sociales.

Un fenómeno curioso, dicen los investigadores, es que no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos de la misma manera que lo hacen otros. Esto sucede porque nuestro cerebro puede anticipar el toque propio y lo atenúa, haciendo que la sensación sea menos intensa. Este mecanismo de predicción y supresión de las sensaciones generadas por nosotros mismos se ha observado en otras especies y sentidos, y ayuda a diferenciar lo que nos hacemos nosotros mismos de lo que nos hace el entorno. Desde la neurociencia clínica, las cosquillas también aportan información valiosa. Por ejemplo, personas con trastornos del espectro autista sienten las cosquillas con mayor intensidad que otras personas. Asimismo, quienes tienen alucinaciones o rasgos esquizotípicos pueden tener dificultades para distinguir entre toques propios y externos, percibiendo ambos como igual de cosquillosos. Esto ayuda a entender cómo funciona la percepción del “yo” en el cerebro.

Por último, las cosquillas tienen un importante componente social. Generalmente, nos hacen cosquillas solo las personas conocidas y en contextos familiares. Aunque algunos investigadores argumentan que las cosquillas son una respuesta más reflejo que social, también hay evidencia de que máquinas pueden provocar sensaciones similares. En los últimos años, este conocimiento ha impulsado el desarrollo de tecnologías hápticas, como plantillas, zapatos y dispositivos que usan vibraciones para simular cosquillas y transmitir emociones entre personas, incluso a distancia.

Pese a todo eso, los investigadores definen algunas preguntas que, a pesar de décadas de estudio, seguimos sin poder responder del todo sobre las cosquillas. Entre ellas, por ejemplo, ¿por qué algunas zonas del cuerpo reaccionan con cosquillas y otras no? Instintivamente podríamos pensar que se debe a una mayor sensibilidad táctil o incluso a la proximidad con terminaciones nerviosas vinculadas al dolor. Sin embargo, esa hipótesis fue descartada hace más de un siglo. Curiosamente, zonas como las axilas o las plantas de los pies, que suelen ser especialmente susceptibles a las cosquillas, no son las que tienen más receptores táctiles. De hecho, hay partes del cuerpo mucho más sensibles al tacto que rara vez provocan risa o esa sensación punzante característica. Entonces, ¿qué tienen de especial las partes que sí reaccionan? La ciencia aún no lo sabe con certeza.

La segunda gran pregunta se refiere a la función evolutiva de las cosquillas. ¿Por qué existen? ¿Qué propósito cumplen? Hay quienes piensan, dicen los científicos, que podrían haber evolucionado como una forma de fortalecer los lazos sociales, una especie de juego físico entre madres, padres e hijos, o entre amigos, que ayuda a construir confianza. Otros proponen que las cosquillas podrían haber servido como una forma de entrenamiento del sistema nervioso para detectar amenazas cercanas a zonas vulnerables del cuerpo. Pero ninguna de estas teorías ha logrado ser demostrada de forma concluyente.

La tercera incógnita gira en torno a por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos. Lo intentamos, pero no funciona. Nuestro cerebro parece anticipar el movimiento y, al saber exactamente qué va a pasar, la respuesta se inhibe. Esto ha sido confirmado en experimentos con escáneres cerebrales: la actividad en el cerebelo —una región involucrada en el control motor— cambia cuando uno intenta hacerse cosquillas a sí mismo. Es como si el cerebro le dijera al cuerpo: “esto no es una sorpresa, no hay de qué alarmarse”. Sin embargo, aunque esta explicación es ampliamente aceptada, los detalles sobre cómo exactamente se produce esta supresión siguen siendo materia de investigación.

A pesar de que son cuestiones sin respuesta, los investigadores creen que la ciencia va por buen camino: “Somos optimistas respecto a que se vislumbran nuevos descubrimientos en este territorio inexplorado de la investigación sobre las cosquillas y que la neurociencia moderna pronto podrá explicar lo que desconcertó a Sócrates, Aristóteles, Erasmo, Bacon, Galileo, Descartes y Darwin”.

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