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El tatuaje ha sido parte del desarrollo del arte en la cultura humana por más de 5000 años. Los primeros registros de esta práctica cultural involucraron a pueblos de todo el mundo, desde Europa hasta Asia y Sudamérica, cubriendo diversos diseños e interpretados para tener una variedad de significados. Sin embargo, y como sigue sucediendo hoy, un desafío clave para estudiar los tatuajes es su tendencia a sangrar y desvanecerse con el tiempo. Este problema se agrava aún más por los cambios asociados con los tatuajes de antiguos restos humanos momificados. En este contexto, una pregunta arqueológica importante es cómo llegar al detalle original de este arte cultural.
Una nueva investigación publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences utiliza la fluorescencia estimulada por láser (LSF, por sus siglas en inglés) para responder esa pregunta. Se trata de una técnica que ilumina la piel preservada para hacer visible la fluorescencia natural debajo de la tinta del tatuaje. Esto crea imágenes de alto contraste que eliminan las distorsiones causadas por el deterioro.
Los investigadores y autores del estudio probaron esta tecnología para estudiar tatuajes de 1.200 años de antigüedad de individuos momificados de la cultura Chancay, que se desarrolló a lo largo de lo que ahora es la costa central de Perú entre 900 y 1533 d.C.
Los Chancay, cuentan los investigadores, eran un estado pequeño que podía producir bienes en masa y lograr relaciones comerciales con culturas regionales, que luego fueron absorbidas por el Imperio Inca. Después de aplicar la técnica, los investigadores ajustaron las imágenes (ecualizando colores, saturación y brillo) para que la piel se viera blanca y las líneas de tinta negra resaltaran claramente.
Esto permitió identificar detalles que normalmente estarían ocultos. Descubrieron, por ejemplo, que algunos tatuajes tenían líneas extremadamente finas, de solo 0,1 a 0,2 milímetros de ancho. Esto es incluso más delgado que las líneas hechas con agujas de tatuaje modernas estándar (0,35 mm).
Estos tatuajes con líneas tan precisas eran raros y solo se encontraron en unas pocas momias, entre más de 100 estudiadas. La mayoría de los tatuajes eran más simples, con formas menos definidas y bordes más difusos. “Los detalles lineales de 0,1 a 0,2 mm de ancho reflejan el hecho de que cada punto de tinta se colocó deliberadamente a mano con gran habilidad, creando una variedad de patrones geométricos y zoomórficos exquisitos”, escriben los autores del estudio. Asumen, entonces, que esta técnica involucraba un objeto puntiagudo más fino que una aguja de tatuaje moderna estándar # 12. Podrían haber usado materiales naturales como agujas de cactus o huesos afilados, disponibles en esa época. Es probable, agregan, que no necesitaran herramientas adicionales para golpear la aguja en la piel.
Se identificaron tatuajes con diseños intrincados y variaciones en calidad. Uno de estos ejemplos es un tatuaje en forma de “escamas” en el antebrazo, observado inicialmente bajo luz blanca. Otro caso notable es el de un tatuaje en forma de “vid” en la parte superior de la mano de otro individuo momificado. Bajo luz blanca, el diseño ya era evidente, pero la aplicación de LSF permitió descubrir líneas finas adicionales que resaltan la precisión del trabajo.
No todos los tatuajes presentaban el mismo nivel de detalle. Por ejemplo, un diseño amorfo de un animal en el pecho de un cuarto individuo exhibió bordes mal definidos y parches sin forma clara bajo luz blanca. La imagen LSF de este tatuaje no reveló detalles adicionales, lo que sugiere una calidad artística inferior en comparación con los tatuajes previamente mencionados.
Algunos de los tatuajes eran mucho más detallados que otras formas de arte Chancay conocidas, como cerámica, textiles o arte rupestre. Esto sugiere, dice el estudio, que los tatuajes tenían un valor cultural y estético muy alto, posiblemente comparable al de los textiles, que eran muy importantes en esta cultura.
Los análisis se realizaron en restos humanos momificados conservados en el Museo Arqueológico Arturo Ruiz Estrada de la Universidad Nacional José Faustino Sánchez Carrión de Huacho, Perú. Estos restos fueron descubiertos en 1981 durante una excavación de rescate dirigida por el Dr. Arturo Ruiz y su equipo en el cementerio de Cerro Colorado en el Valle de Huaura de Perú, una zona arqueológica ubicada entre Puerto de Huacho y Barrio de Amay, cerca de la ciudad moderna de Huacho.
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