Leyner Palacios Asprilla*
Cuando levantamos los escombros de la iglesia de Bellavista comprendimos eso que dijo alguna vez el papa Juan Pablo II, que el infierno es mucho más que un lugar: es la consecuencia final del pecado. El infierno puede estar aquí y ahora entre nosotros. Pero a Bojayá el infierno se le quedó chiquito después de la masacre.
Las imágenes que recuerda mi memoria son de cabezas o piernas quemadas y cuerpos completamente desintegrados por la explosión de la pipeta que lanzó un comando guerrillero, del modo más irracional e injustificable, buscando acabar con los paramilitares que se atrincheraban detrás de la iglesia usando a un centenar de personas como escudos humanos, también del modo más irracional e injustificable. La masacre dejó 79 víctimas reconocidas por el Estado colombiano, aunque la cifra es superior y alcanza las 98. El daño para nuestra comunidad fue tan grande que el poblado entero de Bellavista quedó abandonado entre las ruinas porque nadie se atrevía a retornar. Los desplazados en Vigía del Fuerte, o en Quibdó, o en Medellín, pasaban hambre y nunca pudieron rehacer sus vidas. Los días y años que siguieron ―también los días y años anteriores a la masacre― fueron de inmenso dolor para las comunidades del Chocó.
Vimos a los paramilitares picar personas a machetazos para lanzar sus despojos a las ciénagas envueltos en costales. Vimos a las guerrillas sembrar de minas y explosivos las trochas por donde salen los niños indígenas para las escuelas, las trochas por donde va el jaibaná a buscar las hierbas que alivian los males de su gente, las trochas que junto a los ríos son como las venas comunicantes del territorio, pero ya no podíamos andar ahí porque otros habían decretado toques de queda y límites que nosotros nunca pedimos. Fuimos prisioneros en nuestra propia tierra.
Vimos veredas, escuelas, ríos y pueblos completamente despoblados tras las arremetidas y bombardeos del Ejército Nacional, la más famosa de ellas fue la Operación Génesis, pero no fue la única. Después vimos nuestros territorios ancestrales llenarse de alambrados con vacas y monocultivos de palma africana, en zonas como Curvaradó y Jiguamiandó las selvas fueron arrasadas y a las comunidades se las expulsó a la brava mientras un puñado de empresarios foráneos ampliaban sus haciendas gracias a ese despojo.
Un grupo minoritario de guerrilleros ha decidido retornar a las armas y nosotros preguntamos si se acuerdan de Bojayá. Aquel infierno puede volver a ocurrir si no paramos esta espiral de violencia que, según dicen los estudiosos del tema, viene desde 1948. Afirma Iván Márquez en su nueva declaración de guerra que el Estado colombiano ha incumplido los acuerdos que suscribió en La Habana. De eso sabemos en el Chocó, de incumplimientos y olvido institucional, pero también de resistencia y construcción de paz. Que el Estado es traicionero, eso ya lo sabíamos. Pero para superar su perfidia se requiere la exigibilidad social y no la lucha armada que sólo genera más violencia.
Los guerrilleros que pretenden refundar las FARC vuelven a las armas y desconocen su palabra empeñada: se comportan igual que ese Estado al que dicen combatir, le están incumpliendo al pueblo colombiano, que esperaba de ellos firmeza en la voluntad de abandonar la violencia para siempre. Incumplen a las víctimas que depositamos nuestra confianza en ellos, que aportamos testimonios y nuestra voluntad para que en este país cuajaran las esperanzas de reconciliación. Esa falta a la palabra empeñada es inaceptable para nosotros.
Estos son momentos difíciles para las comunidades que más hemos sufrido con el conflicto armado. La zozobra y la incertidumbre se han instalado en el Chocó y el Pacífico. Son momentos difíciles para el país. No obstante, es hora de luchar con tenacidad y no aflojar hoy que la paz es atacada desde tantos frentes. Debemos rodear los acuerdos de La Habana, exigir su implementación, profundizar en las reformas estructurales que posibiliten una paz completa que además incluya a otros grupos como el ELN.
Ahora que tantos irresponsables desean el retorno a la guerra queremos pedirle al país que se acuerde de Bojayá. Nada justifica volver a las armas. No se justifica repetir tanto dolor.
@PalaciosLeyner
*Sobreviviente de la masacre de Bojayá y secretario general de la Comisión Interétnica de la Verdad del Pacífico.