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De la qatarsis a la hipocresía

Sarah Stillman es una periodista de la popular revista The New Yorker, cuyo prolijo trabajo en derechos humanos, migraciones y tráfico humano (entre otros) se hizo famoso en 2011, gracias a su articulo “El Ejército Invisible”. Allí Stillman denunciaba abusos y violaciones a derechos básicos de los trabajadores migrantes en Irak y Afganistán, perpetrados por firmas contratistas que proveían servicios al ejército estadounidense durante la guerra en esos países.

Camilo Cetina*
11 de diciembre de 2022 - 12:15 a. m.

Según su investigación, el personal armado representaba apenas un 16 % de la fuerza total de contratación mientras más del sesenta por ciento del total en Irak correspondía a mano de obra de servicios (desde peluquerías hasta restaurante, menaje y cafetería). Esta fuerza de trabajo (proveniente de Nepal, Uganda, India, Filipinas, Islas Fiji, entre otros países) estaba sometida a jornadas de 12 horas diarias, durante 7 días a la semana, sin derecho a vacaciones, sin seguro de salud y pernoctando en contenedores.

De esto hace 11 años. En aquel entonces Stillman afirmaba sobre los trabajadores migrantes sujetos a abusos en el mundo árabe y parte del Medio Oriente: “Para quienes están familiarizados con las economías de servicios de los estados del Golfo Pérsico, esta fuente de mano de obra es simplemente la última extensión de un sistema transnacional que durante décadas ha suministrado trabajadores de bajos salarios a Kuwait, Arabia Saudita, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos”. No mencionó a Catar (que para entonces ya había “ganado” la sede del actual mundial de futbol), también bañado con las aguas del Golfo y que limita al sur con Arabia Saudita. Pero Catar bien podría entrar en la misma categoría: según un reporte de Human Rights Watch en 2019, la fuerza de trabajo catarí contaba con más de 2 millones de personas (95% población migrante). Y de esos, 1 millón estaban en la industria de la construcción. Según el New York Times, la fuerza de trabajo ya alcanza los 3 millones (85% migrantes).

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La migración no es un asunto ajeno a los latinoamericanos puesto que nuestra región es una considerable fuente de trabajo en países de Europa y en Estados Unidos. Extraña, en ese sentido, que apenas ahora algunos medios de la región miren a Catar con ojos de censura por los presuntos abusos que se cometieron contra la población migrante durante la construcción de obras para el actual mundial de fútbol; como si esos abusos fueran exclusivos de ese país, o como si la construcción de infraestructura deportiva se manchara de modo distinto por ello frente a la construcción de infraestructura urbana, energética o comercial. Toda infraestructura lograda por medio de abuso al trabajador debería ser vigilada, no con la idea proteger el nombre o el espíritu de un deporte, sino la integridad del ser humano.

La pobre observancia (al menos por los estándares de las convenciones internacionales) de los derechos de los trabajadores en algunos países del medio oriente no es nueva ni es exclusiva de la construcción de estadios. Proviene de una figura llamada kafala, que no es más que un patrocinio que vincula los trabajadores migrantes a sus empleadores en varios países árabes. En dicho sistema los trabajadores no pueden entrar al país ni obtener una visa a menos que tengan ese patrocinio; el empleador puede en cualquier momento cancelar el permiso de residencia y dejar al trabajador como un ilegal en riesgo de ser deportado, según se describe en un reporte de 2019 de Amnistía Internacional. De este modo el trabajador, al ser sometido a los abusos no podría, por ejemplo, cambiar de trabajo ni abandonar el país puesto que requiere permiso de su empleador.

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Pero ninguno de los medios de comunicación que hoy invitan a deportistas o a celebridades del mundo de la música (con ocasión de su participación en el mundial de fútbol) a cuestionarse sobre los derechos de los trabajadores en Catar, hicieron eco de los reportes de Amnistía Internacional sobre el kafala y su aplicación en varios países del Oriente Medio que cuentan con alta proporción de migrantes en su fuerza de trabajo.

Este sistema que, según la BBC, fue creado para asegurar una oferta abundante de mano de obra barata durante una era de boom económico, viene siendo objeto de reformas en Catar. Sin embargo, la OIT denunció que si un trabajador abandona el empleo por abuso, aún puede ser acusado de huir y enfrentar un posible arresto y deportación. La misma OIT resaltó que Catar fue el primero de la región en adoptar un salario mínimo no discriminatorio.

Hoy entre los fanáticos y empresarios del fútbol se discute la posibilidad de hacer el mundial cada dos años. Curiosamente, esa propuesta proviene de un país también considerado como posible candidato para organizar el mundial del 2030: Arabia Saudita.

*Director del Fondo Colombia en Paz

Por Camilo Cetina*

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