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ELN: el contraste entre su decadencia en el sur de Bolívar y su exitosa inserción en Arauca

Daniel Ricardo Amaya Alba y Charles Larratt-Smith
17 de abril de 2021 - 10:40 p. m.

¿Por qué es tan difícil negociar con el ELN?

II. El contraste entre la decadencia del bastión militar del ELN en el sur de Bolívar y su exitosa inserción política y militar en Arauca

En línea con al artículo previo, de carácter introductorio, este segundo texto inicia una serie de lecturas territoriales del ELN desarrolladas bajo los acumulados investigativos que dieron luz al libro ¿Por qué es tan difícil negociar con el ELN? Las consecuencias de un federalismo insurgente, 1964-2020, contrastando las dos trayectorias opuestas del desarrollo regional de esta guerrilla, que ilustra la importancia de una lectura regionalmente situada de su presencia, que permita comprender las dificultades de este grupo para la búsqueda de una salida negociada. En ese sentido, la exploración de las condiciones que explican la decadencia de la presencia del ELN en el sur de Bolívar y su exitosa inserción en el Arauca ofrecen claves importantes para entender las relaciones de este grupo con las regiones donde se inserta.

El ELN en el sur de Bolívar: la pérdida de un bastión militar

El sur de Bolívar fue una de las primeras zonas de expansión del ELN, que logró construir en la serranía de San Lucas una retaguardia política y militar donde ubicó su Comando Central (COCE), donde estableció fuertes lazos con los colonos campesinos y mineros hasta llegar a ser, hacia los años ochenta, un actor estructurante del territorio, cuando contó con una gran capacidad de control y regulación sobre la economía regional y la dinámica política local del territorio y su población.

Sin embargo, a mediados de los noventa, el aumento de la exigencia de mayores recursos a la población, que eran necesarios para financiar la expansión del grupo, junto con sus intentos de mayor fiscalización de la vida política local, crearon un escenario favorable para la inserción del paramilitarismo y el incremento de las operaciones militares. Esto hizo que se viera diezmada su estructura y su capacidad de control, lo cual lo redujo a ser n actor secundario en las dinámicas del sur de Bolívar hasta el presente.

La inserción inicial del ELN en el sur de Bolívar se debió a su cercanía con su lugar de origen (Santander), el abandono estatal, su geografía estratégica y la posibilidad de aprovechar a tradición de lucha social y comunitaria de las poblaciones, por medio del apoyo a las luchas sociales de sus pobladores, que exigían mejores condiciones al Estado. Así, este grupo impulsó el fortalecimiento de organizaciones comunitarias campesinas y mineras y el desarrollo de jornadas de movilización, a la vez que suplió el papel del Estado en la prestación de algunos bienes y servicios, especialmente en la mediación de conflictos y la regulación de las tensiones de la explotación aurífera hasta lograr erigirse como garante de marcos normativos a nivel local.

De esta manera, sus fuertes lazos con los pobladores de la región hicieron que el ELN configurara una frontera gris entre quienes convivieron con la insurgencia y quienes la apoyaron. Esta frágil frontera dejó a las comunidades a la merced del embate paramilitar y de las fuerzas estatales, quienes no distinguieron (ni distinguen) entre combatientes y no combatientes, lo que termina causando grandes impactos humanitarios.

Tras los fuertes golpes sufridos durante la arremetida paramilitar y la incursión militar, el ELN tuvo que replegarse a las partes más altas de la Serranía de San Lucas y atravesó por un proceso de degradación de sus estructuras, por la salida del COCE de la zona y la dada de baja de reconocidos cuadros medios. Así, algunas de sus unidades quedaron bajo mandos inexpertos con poca formación política, que en varias ocasiones pasaron por encima de las comunidades, lo cual le costó el rechazo en algunas partes de la región. Desde entonces, este grupo ha venido atravesando por una constante crisis, que no ha podido ser reversada con el refuerzo de mandos políticos desde el nivel nacional, que han buscado reconectar las estructuras locales con los pobladores. Esto se ha agravado con los contundentes golpes militares dados por la fuerza pública, como son los casos de Samuelito y alias Gallero.

Esta incapacidad para recomponerse ha restringido la influencia y presencia del ELN a la regulación de los espacios mineros y el usufructo de otras actividades económicas como la coca; además, cuenta con una limitada capacidad bélica y aunque aún tiene algunos apoyos sociales, su credibilidad se ha visto diezmada por los mandos autoritarios y poco formados.

Sin embargo, a pesar de que ya no cuenta con la misma capacidad de regulación de la década de los ochenta, sigue siendo un actor importante en las dinámicas locales, en especial de las zonas donde el Estado no ejerce ningún tipo de presencia, pues aún es una autoridad armada que dirime conflictos a pesar de la poca legitimidad que tiene. Por este tipo de enraizamiento social del ELN, que cuenta con cierta legitimidad en parte de la población, los habitantes de la región son señalados de manera recurrente de ser colaboradores de la insurgencia, con graves consecuencias en materia de violaciones a los derechos humanos. Esto explica que las comunidades consideren indispensable que se retomen los diálogos con el ELN, ya que un dialogo con esta insurgencia abriría las posibilidades a una verdadera integración institucional de estos territorios históricamente olvidados por el Estado.

Esta situación contrasta con el caso de Arauca, que ha sido, a lo largo de las últimas cuatro décadas, la casa del frente Domingo Laín, la unidad más poderosa del ELN, que se ha configurado, durante la mayor parte de ese tiempo, como el actor determinante y estructurante del territorio, aunque compartiendo espacio con las FARC. Desde sus orígenes hasta la actualidad, este frente ha derivado su poder del profundo control que tiene sobre la economía regional, las instituciones políticas locales. las organizaciones de la sociedad civil, el territorio y la población que lo habita

El ELN en Arauca: el fortín guerrillero en la sombra de los Andes

Para entender el éxito de este frente en Arauca, hay que analizar el contexto histórico donde emergió el grupo armado en este departamento olvidado en el nororiente colombiano: allí se catapultó, en los años setenta, a partir de su inserción en las poderosas movilizaciones cívicas regionales de campesinos colonos (santandereanos, tolimenses y boyacenses) que protestaban por los reiterados incumplimientos del Estado colombiano, que respondió a las acciones de descontento con medidas represivas de las fuerzas militares.

Partiendo de su surgimiento en Saravena, en 1978, del frente Domingo Laín, logró, entre los años ochenta y noventa, insertarse fuertemente en los proceso sociales, económicos y políticos, al ahondar y usufructuar la gran tensión que había entre el Estado nacional y los habitantes del piedemonte. Las limitaciones e incumplimientos del Estado en el proceso de parcelación le abrieron una ventana de oportunidad para influir en los procesos organizativos que reclamaban frente al incumplimiento estatal en la política colonizadora. Esto les permitió insertarse en las comunidades y ofrecer un tipo de orden y regulación. Con los acumulados desarrollados, el ELN consolidó una base social que se potencializó con los yacimientos petrolíferos, pues esta actividad económica propició la emergencia de una élite y reforzó el proceso de formación estatal. Este proceso se dio de la mano de la influencia del ELN, al inaugurar un “modelo” de cogobierno con exacciones y de captura y control sobre las rentas públicas.

Estos elementos convirtieron al ELN en un actor estructurante del piedemonte araucano, al ser la autoridad que mediaba y regulaba todas las facetas de vida campesina, social, económica y política.

La experiencia araucana muestra que la capacidad y destreza que tuvo el frente Domingo Laín para identificar y dar respuesta a intereses específicos de algunos sectores del departamento le han permitido tener un papel estructurante y primordial en las formas y texturas que tiene el orden social y la gobernanza. Esta insurgencia es un referente e instancia en la tramitación de los conflictos que existen entre los pobladores, sobre todo en las zonas rurales: regula el porte de armas, el desplazamiento de los locales, de desconocidos y de los pasos fronterizos. Asimismo, controla los conflictos inter personales y de parejas, define linderos, e incluso temas ambientales Por eso, el Frente de Guerra Oriental es percibido como un factor de orden y tramitación de conflictos, pues soluciona los problemas de las comunidades y ofrece servicios de seguridad a los locales y las actividades económicas legales, semi ilegales e ilegales en Arauca.

Prueba del poder adquirido y el enraizamiento logrado fue el hecho de que la experiencia araucana fue la única de todas las áreas donde tenía presencia el ELN que logró sostenerse, sin retroceder nunca en términos militares y de control territorial. Y, en menos de una década libro tres guerras exitosas con tres diferentes actores: los paramilitares del Bloque Vencedores de Arauca y la fuerza pública a comienzos del milenio, y, en la segunda mitad de la década con las FARC. Su éxito se debió gracias a su fuerte control poblacional a lo largo del piedemonte y su manejo de la retaguardia estratégica por el otro lado de la frontera, en el alto Apure.

Con la desmovilización de las FARC (2017), el ELN se movió rápidamente, tanto en territorio colombiano como venezolano, para ocupar los espacios dejados por la extinta guerrilla. De esta forma, se extendió a lo largo de la cuenca del río Orinoco y penetró con mayor profundidad al interior de Venezuela. Esta consolidación en el lado venezolano, que no es nueva, pues data de los años ochenta, ha llevado a calificar a esta insurgencia como una guerrilla binacional. Con los recursos obtenidos de las actividades económicas reguladas y controladas, el ELN tiene una amplia capacidad tributaria sobre actividades legales (comercio, ganadería, etc.), semi ilegales (moto taxismo) e ilegales (control de pasos fronterizos, minería, contrabando víveres y gasolina, etc.) a lado y lado de la frontera.

Gracias a estos acumulados y la “toma del COCE por parte del frente Oriental”, dejando de lado varias décadas de auto marginación, “Pablito” integró esta instancia de comandancia nacional, que representa un reconocimiento tardío a los reales acumulados territoriales que tiene esta estructura y lo que representa al interior del ELN nacional. No en vano, en los últimos años, el poder de “Pablito” al interior del COCE parece haber crecido considerablemente: todo indica que su influencia es cada vez más notoria en los procesos expansivos de los frentes de guerra nororiental, noroccidental y suroccidental (Norte de Santander, Nariño, Cauca y Chocó). Finalmente, hay que señalar que el ascenso de “Pablito” puede tener repercusiones para retomar los diálogos de paz, ya que hay que tener en cuenta que ha sido una de las figuras más críticas respecto al tema.

Apuntes finales

Estas dos estructuras dan cuenta del heterogéneo desarrollo de esta insurgencia en razón de su forma de relacionamiento con las bases sociales, los recursos disponibles, las formas regulación y extracción de recursos, entre otras dimensiones. En el sur de Bolívar se da cuenta de un actor que logró ser hegemónico, estableció fuertes lazos sociales con los pobladores y supo aprovechar las fracturas y la desconexión entre el Estado y los territorios. Sin embargo, sus constantes choques con las elites locales y otros sectores que vieron amenazado su statu quo y bloqueado el proceso de integración de su territorio a la vida política nacional y regional, con el boicoteo a las elecciones de 1997, trajeron como respuesta el embate de los paramilitares, a cuya merced quedaron abandonadas las comunidades, junto con fuertes operaciones militares, de las cuales no se lograría recuperar hasta hoy. Por esta combinación de sus dificultades militares, la pérdida de apoyos sociales y la degradación de sus combatientes, el ELN terminó convertido, durante la última década, en un actor débil, aunque conservaba cierta capacidad de incidencia en la economía.

Por otro lado, el frente Domingo Laín en Arauca, además de jugar un papel principal en el desarrollo histórico y la administración actual del departamento, ha empezado a ejercer como un eje preponderante del nivel nacional del ELN, al que ofrece un modelo organizacional, pero también un apoyo material para que otras estructuras del ELN puedan sobrevivir en periodos de extrema adversidad. Como lo describe un comandante de alto rango del ELN, el frente Domingo Laín es “el sol en torno al que giran alrededor todos esos planetas”, que opera como la fuerza centrífuga detrás del Frente de Guerra Oriental, como una unidad regional que le ha suministrado muchos recursos humanos y materiales al resto del conjunto del ELN en el nivel nacional.

Esto nos lleva a pensar que para algunos comandantes de esta estructura cualquier negociación implicaría más perdidas que ganancias porque dejarían de ser instancias tramitadoras de los asuntos locales, dejarían de percibir tributos y fiscalizar actividades económicas y asuntos de la vida política local. Por otra parte, para que las instituciones del Estado tengan legitimidad social y logren una presencia efectiva en el territorio, necesitarían superar su aspecto represivo, que es el único que perciben los pobladores para lograr una presencia integral de su aspecto civil, en vez de las ejecuciones extrajudiciales, acuerdos de cooperación con las AUC o bombardeos y judicializaciones masivas, que no hacen más que arrojar a los brazos del ELN a los habitantes del piedemonte.

El contraste del desarrollo de la presencia del ELN en estas dos situaciones regionales señala la importancia de considerar el tema de la relación de la inserción de este grupo en las movilizaciones sociales con la inadecuada respuesta estatal frente a la protesta social, que termina convenciendo a los pobladores de que el único camino es la opción armada y su vinculación a la lucha antioligárquica y nacionalista de este grupo, al considerar que están cerradas las vías democráticas para el cambio social. En ese sentido, la criminalización de la protesta social y la estigmatización de sus dirigentes por parte de las fuerzas estatales ha terminado por arrojar a sus pobladores y organizaciones a la influencia del ELN, cuyo éxito no es definitivo como muestra la pérdida de su influencia en el sur de Bolívar, donde se deteriora su relación con la población, que contrasta con la sintonía que logra el grupo en Arauca.

Sobre los autores: Daniel Ricardo Amaya Alba es politólogo de la Universidad Javeriana, estudiante de la maestría de Ciencia Política de la Universidad de los Andes e investigador del equipo Conflicto y Paz de CINEP. Charles Larratt-Smith es PHD en Ciencia Política de la Universidad de Toronto.

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