ELN: las consecuencias de un federalismo insurgente

Fernán E. González G.
16 de abril de 2021 - 03:56 p. m.

El título de este libro (2), resultado del trabajo colectivo de jóvenes investigadores del CINEP, con el apoyo financiero de Diakonía, agencia sueca de cooperación, significa un intento de respuesta al desconcierto que algunas acciones, aparentemente contradictorias de este grupo, despiertan en la opinión pública en general, pero también en buena parte de los analistas que se ocupan del tema.

Los ejemplos abundan. Uno de los más recientes fue el atentado contra la Escuela General Santander (2019), ejecutado inconsultamente por el frente Domingo Laín, en contravía con los negociadores oficiales del grupo, que parecía demostrar una falta de unidad de mando de esta guerrilla o un doble juego que evidenciaba falta de real voluntad política de su dirigencia.

También se puede señalar el secuestro de Odín Sánchez por parte del frente de guerra Occidental para posicionarse en la mesa de negociaciones con el Estado colombiano y al interior de esta guerrilla. Y las controversias internas de esta guerrilla frente al narcotráfico, que contrastan un prohibicionismo moral y radical de la dirigencia nacional y algunos frentes con una vinculación pragmática y codiciosa de algunos comandantes territoriales con la economía de la coca.

Frente a estos contrastes, la idea central de nuestro libro es que las dificultades de las negociaciones con el ELN se originan en la naturaleza federada de esta guerrilla, expresada en una gran autonomía de los diferentes grupos regionales que lo componen, ya que su adhesión al proyecto nacional se dio a partir de acumulados desarrollados de forma propia, que profundizaban su vinculación al sentir de las regiones donde tenían presencia en vez de la identificación con el proyecto nacional.

Esta trayectoria generó al interior del ELN serias limitaciones organizacionales que redundaron en una falta de coordinación o articulación central, pues sus instancias de comando tuvieron limitaciones para dirimir las tensiones entre los grupos, equilibrar sus desigualdades y articular sus acciones en torno a una estrategia común; y, especialmente, para representar adecuadamente la diversidad de los grupos regionales y tomar decisiones vinculantes en las que todos los frentes se sintieran identificados

Esta estructura federada representa una marcada distancia frente al estilo organizativo de las FARC, que es el modelo de análisis preponderante en la mayoría de los funcionarios de este gobierno y de buena parte de la opinión pública, y que marca tanto la estrategia contrainsurgente como el estilo de las negociaciones con este grupo. Acá la fórmula de tierras y curules no funciona, los elenos no se ven como una élite que negocia en representación de una población campesina excluida; y la estrategia de bombardeos y la eliminación de objetivos de alto valor es desacertada.

Por eso, una de las conclusiones centrales de nuestros análisis es que cualquier acercamiento al ELN con respecto a la paz debe partir del reconocimiento de las esenciales diferencias de este grupo con las FARC. No se trata de una guerrilla de campesinos colonos de la periferia del mundo centroandino que se expande hacia las zonas más integradas, a la que se puede ofrecer proyectos de desarrollo rural y curules en el Congreso para sus dirigentes, sino una confederación de distintos grupos regionales, que representan problemas específicos de sus regiones, donde la falta de adecuada respuesta estatal a sus protestas constituye un escenario propicio para la opción armada de corte jacobino de grupos radicalizados

Pero, por otra parte, el actual ELN se distancia también del caudillismo autoritario de sus etapas iniciales, bajo el mando de Vásquez Castaño, caracterizado por el fusilamiento y la eliminación de algunos de sus socios iniciales y una estrategia foquista, que no logró insertarse socialmente en los territorios. El desastre de Anorí (1973) y las críticas a ese liderazgo, llevaron al grupo, bajo el liderazgo del cura Pérez, a adoptar una organización federada con un mando compartido y una estrategia de crecimiento en las regiones mediante la articulación de grupos organizados relativamente autónomos al proyecto nacional del ELN y su concepción bipolar de la sociedad. Sin embargo, la rápida expansión así lograda representó grandes dificultades para una estrategia nacional coordinada, dadas las diferencias de los frentes y sus líderes, que respondían más a los intereses y contextos regionales que a la dirección del centro.

Por eso, los informes regionales del libro estarían apuntando a la posibilidad de un tercer momento del ELN, que resultaría de la proyección del frente Domingo Laín hacia el ámbito nacional, conseguida por dos razones: fue la estructura que mantuvo la existencia del ELN, al no retroceder como en otras áreas del país en los años noventa e inicios del milenio. Dos, en estas zonas están sus mejores logros militares, sociales y políticos, gracias a su exitosa inserción en su región y su mayor disponibilidad de recursos humanos y económicos.

Estos acumulados le han permitido reposicionarse al interior del proyecto nacional y aumentar su influencia en otros frentes y grupos de simpatizantes, que perciben al Sol de Oriente como la concreción de las ideas de poder popular y de la posibilidad de acumulación de fuerzas desde las localidades. Este reposicionamiento explica la renuencia de este grupo frente a las negociaciones, en las que tendría más que perder que ganar, pues significaría la pérdida de su posición dominante en el orden social que ayudaron a construir

Estas dificultades para una eventual negociación se ven profundizadas por el surgimiento de una nueva camada de líderes regionales y cuadros medios dentro de la estructura de mando del ELN, que se están distanciando de los dirigentes históricos y de sus referentes fundacionales como “Gabino”, “el Cura” Pérez, e incluso de la imagen mitificada de Camilo Torres. La particularidad de estos nuevos líderes son sus posturas radicalizadas, bajo la tradicional línea de la concepción bipolar de la sociedad, centrada en la contraposición Pueblo/Oligarquía, ligada a los intereses del imperialismo estadounidense, pero con un mayor pragmatismo en la elección de sus medios para conseguir sus objetivos políticos y militares.

Ahora bien, estos cambios señalados no significan tampoco la transformación de la naturaleza federada del grupo, que no solo persiste sino que hace parte de una impronta organizacional, que hace que los frentes regionales sigan respondiendo a diferentes motivaciones según los problemas de sus territorios y las diversas lógicas de sus dirigentes, que se reflejan en sus variadas relaciones con las comunidades. No obstante, también hay que señalar que esas comunidades están lejos de ser internamente homogéneas, pues sus distintos grados de cohesión interna determinan su escala de autonomía frente a los actores armados ilegales. Por eso, no pueden ser consideradas como simples apéndices de la insurgencia, ni como correas de transmisión de su dominación. Como ha mostrado reiteradamente Ana Arjona, muchas veces resisten, negocian o se adaptan al dominio del actor armado, ya que simplemente no tiene otra opción que coexistir con las estructuras de esta insurgencia, dada la precariedad de la presencia de las instituciones estatales.

Por eso, el presente libro ofrece una mirada territorialmente diferenciada de la presencia del ELN en algunas regiones, como el sur de Bolívar, que fue, en el pasado, uno de sus bastiones tradicionales en lo militar y lo político, pero que ha perdido relevancia en los últimos tiempos al irse deteriorando su relación con las comunidades. Esta situación contrasta con la importancia creciente del frente del Arauca, donde su exitosa inserción en las comunidades y la abundancia de recursos humanos y económicos lo convirtió en el modelo concreto del “poder popular” con su gobernanza “anidada” y condujo a su reposicionamiento en el conjunto de los frentes del ELN. Entre esos dos extremos se pueden destacar la situación intermedia del Catatumbo, donde el ELN mantiene cierto protagonismo militar sin lograr la hegemonía en su territorio, que se diferencia con el caso de Cauca y Nariño, cuya fuerte influencia en los procesos organizativos de las comunidades contrasta con su marginalidad militar, que enfrenta la competencia de frentes disidentes y de grupos de narcotraficantes. Y los tres casos son diferentes del Chocó, anteriormente bastante marginal, pero que ha venido cobrando mayor relevancia y presencia mediática, gracias al aumento de sus recursos, que le han permitido irse imponiendo violentamente en su región con una lógica semejante a la de un ejército de ocupación (3).

Pero, a pesar de estas diferencias, estas regiones tienen rasgos comunes, como la poca articulación con la vida económica y política del conjunto de la nación, dada su ubicación en zonas limítrofes con Venezuela, Ecuador, Panamá con salidas al Pacífico y Caribe por Urabá; o, en zonas de colonización de zonas periféricas en los bolsones de poblaciones en los límites entre el mundo Caribe y el mundo andino de Antioquia y el centro de los Santanderes, y en territorios de la Amazonía y Orinoquía, con proyección al Brasil y Venezuela, así como regiones con una compleja situación social, cultural y económica como el Cauca y el Macizo colombiano. Por este aislamiento tradicional, estas regiones se caracterizan por una importante presencia de comunidades ancestrales o de afrocolombianos, con diferentes grados de organización interna.

Por eso, el “apartheid institucional”, en términos de Mauricio García Villegas, que responde a nuestra categoría de presencia diferenciada del Estado en el espacio y el tiempo, expresa la escasa relación de pobladores con las autoridades y su poca integración a la economía del conjunto del país. Pero también evidencia la desarticulación entre los niveles local, regional y nacional del Estado, cuya presencia en regiones y localidades está siempre mediada por las redes clientelistas de los partidos políticos, que encuentran grandes dificultades para articular a las poblaciones organizadas al margen de esas redes. Y muestra la inadecuada respuesta de las instituciones estatales a las movilizaciones sociales que surgen como protesta contra esas situaciones: el fracaso del reformismo del Frente Nacional con el monopolio bipartidista de la política y la represión de las protestas sociales se combinan para reforzar la idea del agotamiento de las vías democráticas del cambio y la legitimación de su opción por la lucha armada.

Por eso, cualquier negociación con este grupo debería estar acompañada por un proceso gradual de integración de los territorios periféricos al conjunto de la nación, que aproveche la coyuntura de los conflictos regionales para repensar las relaciones entre localidades, regiones, subregiones y nación, superando la tendencia a la estigmatización de la protesta social, que constituye un llamado de las comunidades para exigir la presencia eficaz del Estado en los territorios.

* (1) Historiador de la Universidad de California en Berkeley, Politólogo de la Universidad de los Andes e investigador del CINEP durante cincuenta años

(2) ¿Por qué es tan difícil negociar con el ELN? Las consecuencias de un federalismo insurgente, 1964.2020, CINEP, Bogotá, 2021.

(3) Por eso, este artículo especial para El Espectador se verá complementado por una serie de artículos sobre estos diferentes casos regionales, que irán apareciendo en la versión digital de este diario.

Por Fernán E. González G.

 

CAMILITO(7137)17 de abril de 2021 - 01:09 a. m.
Mas allá de calificar de intransigente y dogmático al ELN, desde el regimen uribista y su terquedad obsesiva y utilitaria de que aquí no hay conflicto armado sino amenaza terrorista , la guerra será eterna en la que seguirá muriendo pueblo y los infames bien apoltronados y eructando sangre, mirando impávidos y satisfechos la carnicería que permite llenar sus bolsillos de riqueza inmunda.
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