Frontera, violencia y coca: una mirada al ELN en el Catatumbo

Henry Ortega Palacio*
20 de abril de 2021 - 01:06 a. m.

Con este artículo cerramos una serie de análisis regionales sobre el ELN, que tienen como base la publicación del libro ¿Por qué es tan difícil negociar con el ELN? Las consecuencias de un federalismo insurgente, 1964-2020. Al igual que los pasados análisis territoriales, este artículo indaga por el rol de las bases sociales para explicar el rostro territorial de esta insurgencia, la cual muestra un nuevo matiz en el Catatumbo donde el ELN es un actor determinante, más no estructurante del territorio.

No hace mucho tiempo atrás esta guerrilla tenía un rol secundario en esta subregión del país (2006-2016), pero la salida de las extintas FARC del tablero nacional de la guerra le abrió una ventana de oportunidad para reposicionarse en el Catatumbo. Este cambio se plasmó en un fortalecimiento militar que fue de la mano de una oferta y capacidad reguladora de ciertas actividades económicas (carbón, coca, contrabando, labores de policía, etc.)

Esta reconfiguración no fue nada pacífica, ya que desde marzo de 2018 el ELN se enfrascó en una confrontación armada con el EPL, de la cual salió victorioso; sin embargo, en el tiempo reciente, una nueva alianza de los Rastrojos y las AGC podrían poner en entredicho el dominio eleno de zonas de importancia estratégica y económica del Catatumbo como Tibú.

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De tal forma, este artículo apunta explicar el papel determinante del ELN en el Catatumbo siguiendo la propuesta de análisis general que plantea el libro; para eso, se requiere volver la vista atrás y escudriñar cómo el proceso de configuración regional del Catatumbo facilitó o dificultó el proceso de inserción de la insurgencia para comprender su presente y una eventual salida al conflicto.

Tres procesos cruciales: Colonización, paramilitares y coca

Para analizar la trayectoria elena en el Catatumbo es crucial tener en cuentas tres procesos: El primero, un poblamiento espontáneo del territorio y en variadas etapas, que estuvo compuesto por contingentes de colonos, que buscaban mejores tierras. Primero fueron los colonos petroleros (Concesión Barco a inicios del siglo XX); luego, el poblamiento campesino producto de La Violencia (1950); y, finalmente el desarrollado por el boom cocalero de los ochentas.

La particularidad de estas oleadas colonizadoras fue que el Estado colombiano ni las dirigió ni reguló; así cuando el ELN hizo presencia al final de los setenta (1979), encontró un terreno abonado para promover su trabajo político organizativo y articular su discurso con las demandas y reivindicaciones de los catatumberos; teniendo como punto más alto de influencia el Paro del Nororiente (1987).

Sin embargo, dada la posición estratégica del Catatumbo, el ELN no fue la única insurgencia en insertarse. Al poco tiempo, llegaron las FARC y el EPL, quienes conscientes de sus bondades estratégicas (área de frontera, fácil comunicación con el centro norte y sur del país), se internaron en el lugar para consolidar sus propios apoyos sociales y desarrollar acciones armadas. El resultado de esta confluencia de diversos proyectos armados fue la configuración de dominios y soberanías guerrilleras fragmentadas, con tensiones entre sí. Particular atención merece la introducción de los cultivos de coca, que le abrió mayor espacio a las FARC y la terminó volviendo el actor más fuerte en el Catatumbo en los años noventa, sobre todo de la zona baja.

(Le puede interesar: ELN: el contraste entre su decadencia en el sur de Bolívar y su exitosa inserción en Arauca)

El segundo proceso es la incursión paramilitar (1999). Al igual que en otros espacios del país, la insurgencia más golpeada fue el ELN, que se vio obligado a retirarse a las partes más altas y selváticas del Catatumbo.

El éxito de la estrategia paramilitar se debió a que el tipo de violencia desplegada (masacres, asesinatos selectivos, desplazamientos, etc.) fueron efectivos para afectar sus lazos sociales y su estructura armada, caracterizada por combatientes de medio tiempo. Para el 2004, año de la desmovilización del Bloque Catatumbo de las AUC, el ELN era justamente la estructura más golpeada por el tipo de violencia paramilitar -las masacres de civiles- que aprovechaba la característica, antes señalada, de su composición militar.

Desde entonces el ELN se convirtió en un actor irrelevante en el Catatumbo, que evitaba cualquier confrontación armada y buscaba recomponer sus fuerzas con las economías territoriales a su disposición, a través de la concreción de pactos de división territorial con las FARC, sobre todo una vez se dio la desmovilización de las AUC (2006).

Este último proceso abre las puertas al tercer suceso de importancia para entender la trayectoria elena en el territorio. Los acuerdos de repartición territorial y el parcial involucramiento del ELN con la economía cocalera de manos de las extintas FARC terminan por explicar su actual posición en el Catatumbo. Las FARC quedaron con el control de los cultivos y el gramaje, el ELN con la etapa de transformación (controlando la producción y distribución del pata e´ grillo) y el EPL y los Rastrojos a cargo de la comercialización

Estos tres sucesos explican por qué el ELN es un actor relevante el territorio, pero no estructurante de él. A diferencia de Arauca, no condujo ni fue el actor predominante en los procesos organizativos y reivindicativos, tampoco tuvo a disposición grandes recursos (petróleo) que le posibilitaran acompañar la construcción del Estado regional y la emergencia de unas élites políticas y económicas; salvo su reciente involucramiento con la coca. De tal forma, fue un actor que se vio en la obligación de compartir espacios y apoyos sociales, los cuales, por su naturaleza organizacional y la calidad de sus combatientes fueron duramente golpeados por la avanzada paramilitar en los años noventa.

Así, su reposicionamiento en esta parte del país debe verse como un escenario de oportunidad que encontró con la salida de las FARC, la experiencia acumulada en el negocio de la coca y el debilitamiento y criminalización del EPL, con la muerte de su máximo jefe “Megateo” (2015).

(Vea: ELN: las consecuencias de un federalismo insurgente)

No obstante, este posicionamiento del ELN le ha costado. La guerra desarrollada con el EPL dejó un grave impacto humanitario, que ha hecho que la relación con sus bases sociales haya entrado en terrenos pantanosos. El apoyo recibido desde Arauca para librar la guerra le implicó romper uno de los acuerdos tácitos de la región: dejar las familias fuera de la guerra, ya que se declararon objetivo militar a familiares del bando opuesto; a lo que se sumó, el desplazamiento masivo que no hizo más que rememorar los tiempos del embate paramilitar: para 2018 se produjeron, según cifras de la Unidad de Víctimas, 40.370 personas desplazadas. Para varios habitantes y defensores de derechos humanos, solo el caso araucano fungía de espejo sobre lo que podía llegar la confrontación entre insurgencias; algo que también puede mostrar unas huellas difíciles de borrar.

En la actualidad, la presunta alianza entre los Rastrojos y las AGC, con la supuesta anuencia de la Fuerza Pública, no auguran un futuro feliz para el Catatumbo ni el área metropolitana de Cúcuta, en particular su zona rural.

A inicios del 2021, el ELN llegó con la firme intención de controlar la entrada al Catatumbo y regular las rutas de narcotráfico, contrabando y paso de migrantes. En el proceso golpearon fuertemente a Los Rastrojos, quienes quedaron en un fuego cruzado, porque fueron atacados por la Guardia Nacional Bolivariana del otro lado de la frontera.

No obstante, la llegada de las AGC indicaría la posibilidad de que el balance de poder se pueda revertir, ya que es un actor más fuerte en términos militares, que llega con un discurso de regulación y ofertas de ascenso social; algo que ha mostrado que puede ser contraproducente para el ELN tal y como se ha visto en el Chocó. Por lo pronto, su incursión al territorio está siendo contenida por el ELN en veredas del sur de Tibú en medio de confrontaciones con alto impacto humanitario.

Claves para la paz: apoyarse en la población

A pesar de las rupturas con las bases sociales del territorio, la posición de los movimientos sociales y campesinos frente a la violencia reciente es justamente la clave principal para la construcción de una paz regional.

Las diferentes olas violentas, las capacidades generadas durante la guerra, la conciencia de las implicaciones de ser identificados con los proyectos armados, le han dado una capacidad de autonomía inédita a las organizaciones sociales en el Catatumbo. Esto se traduce en una ventana de oportunidad, muchas veces desaprovechadas, que puede encontrar un proceso de paz y el Estado colombiano para impulsar planes de desarrollo regionales. En efecto, cada vez es más común que las causas y reivindicaciones por la integración de la región, la proyección del Estado y sus reiterados incumplimientos, no sean unas banderas que alcen los actores armados, sino los mismos pobladores.

De ahí que, una de las claves para la paz en el Catatumbo pasa por abrir espacios de diálogo para atender esas demandas represadas e incumplidas históricamente. Existen ejemplos puntuales que materializan las capacidades la población, como el manual de convivencia del corregimiento de Pachelli en Tibú. Una experiencia no solo de autonomía y propia regulación, sino también de sustitución de cultivos de uso ilícito.

Otra evidencia de esta creciente automización son los llamados que hicieron las organizaciones durante la confrontación ELN-EPL. Bastante contundentes fueron las voces que clamaron por reducir y cesar el impacto humanitario que dejó esta interacción armada.

Estos llamados tuvieron la particularidad contraintuitiva de unir a la población, ante la dispersión de la violencia, unión que dio por resultado la Comisión por la Vida, la Paz y la Reconciliación del Catatumbo, un espacio de confluencia entre Cisca, Ascamcat, MCP y Asojuntas nunca antes visto. A la par se han desarrollado nuevas iniciativas como la Mesa Humanitaria del Catatumbo que busca un acuerdo humanitario regional y cuenta con el apoyo de organismos internacionales, ONG y la comisión de paz del congreso. Sus capacidades de interlocución los posicionan como agentes primordiales a la hora de pensar la anhelada salida negociada del conflicto.

*Politólogo de la Universidad Javeriana. Investigador del equipo Conflicto y Paz del CINEP.

Por Henry Ortega Palacio*

 

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