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La no repetición del conflicto depende de la llegada de la paz y del desarrollo sostenible a los territorios apartados de Colombia. Posiblemente porque han tenido que vivir con poca presencia del Estado a su lado, las comunidades de estas regiones son extraordinariamente fuertes. Han mostrado a lo largo de los años su compromiso por la paz, su resiliencia y su voluntad de cambio.
La serie de artículos “Comunidades que transforman” es un intento de generar reflexiones y acciones sobre la territorialización de la paz. En Quibdó, Buenaventura y el Caguán, la Unión Europea y el Centro Internacional para la Justicia Transicional han apoyado a comunidades que llevan años resistiendo la presión de los grupos armados ilegales, y soñando otro futuro para su territorio.
La construcción de la paz y el desarrollo requieren adaptarse a las especificidades sociales, económicas, culturales y políticas de cada territorio. Las comunidades son las protagonistas naturales de esta transformación, pero sin un respaldo consistente, coherente y coordinado del resto del país, ellas están como una lancha sin gasolina: listas para avanzar, pero sin las condiciones necesarias para ponerse en movimiento.
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Construir paz desde los territorios implica conocer y reconocer su dura realidad, la falta de infraestructura, de seguridad y de condiciones para vivir una vida digna, y entender que la única manera de cambiar esta realidad es un esfuerzo coordinado entre múltiples actores, con las comunidades. Los experimentos de los últimos años han trazado aspiraciones y un camino en la dirección correcta. También hay mucho por aprender de lo que no ha funcionado: la necesidad de coordinación entre ministerios, agencias y otros actores estatales, la desconfianza que han generado décadas de promesas desde Bogotá que no se transforman en hechos, la dificultad de articular políticas de paz y de seguridad, y la necesidad de involucrar al sector privado.
Entre todos, la alianza entre comunidades y sector privado es posiblemente el factor que menos se ha trabajado, y que más potencial ofrece. La doble transición verde y digital abre perspectivas inéditas, como la economía circular, el turismo ecológico y comunitario, el interés de los consumidores por productos que respetan la naturaleza y las nuevas herramientas verdes de financiación: créditos de carbono, bonos verdes, azules y de biodiversidad.
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Las regiones apartadas del país pueden ser superpotencias de esta nueva economía, pero esto requiere un trabajo de reconciliación entre comunidades y sector privado, nacional e internacional. Reconstruir la confianza, dejar atrás el extractivismo, proyectar inversiones a largo plazo que sean verdaderos pactos territoriales, construidos con el Estado, los gobiernos locales y la cooperación internacional. Conocer el gran potencial de estas regiones, respetar a su gente, y reconectarlas a la economía del país y del mundo.
En estos tiempos preelectorales, esperamos que sean útiles e inspiradoras las lecciones de estos proyectos. Independientemente del color político del próximo gobierno, tendrá que enfrentar y buscar soluciones a los mismos retos: la llegada de la paz a los territorios, el cierre de las múltiples brechas que destrozan el país y la necesaria articulación entre negociaciones nacionales y locales, política de seguridad y desarrollo sostenible.
*Esta pieza periodística hace parte de la iniciativa “Comunidades que Transforman” de El Espectador, el Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ por su sigla en inglés) y la Embajada de la Unión Europea. Esta es una alianza para producir contenidos que narran los esfuerzos de las organizaciones comunitarias, las autoridades y el sector privado en la construcción de paz.
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