La presencia de organizaciones criminales y grupos armados ilegales ha sido histórica en el bajo Cauca, norte y nordeste antioqueño. Desde hace más de un año la extorsión se había disparado y había enfrentamientos esporádicos. La población vive desde entonces en un estado de pánico permanente. Las autoridades lo negaban, decían que todo estaba normal; pero los conocedores de la región saben que lo que allí se desarrolla es una verdadera guerra.
Una guerra incubada gracias a la coincidencia de tres acontecimientos: el primero de ellos fue la dejación de armas de las Farc, situación que conllevó a que muchos territorios quedaran libres. Inmediatamente el Clan del Golfo creó una estrategia para coparlos, por medio de la venta de franquicias. Rápidamente llegaron ejércitos del narcotráfico, como los Pachelly y los Zorros.
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También el Eln puso en marcha su estrategia para copar zonas, y meses después aparecieron los grupos pos-Farc, más exactamente los disidentes del frente 36 y del frente 18 de la antigua guerrilla de las Farc.
El segundo fue la división interna del Clan del Golfo, una situación que tiene varias explicaciones, pero que se aceleró con el intento de sometimiento a la justicia de un sector de esa organización. Luego de ello, la guerra estalló entre el Clan del Golfo y los Caparrapos.
Y el tercero fue el incremento acelerado de las economías ilegales en varios municipios.
Como se aprecia en los mapas adjuntos, ahora hay un municipio de la zona que tiene hasta tres actores diferentes, en una batalla de todos contra todos.
Actualmente hay varias batallas en curso. La primera es una guerra interna en la que el Clan del Golfo se enfrenta a los Caparrapos, sus antiguos aliados, que nacieron de la mano de Cuco Vanoy.
Los municipios más afectados por esta confrontación son Caucasia, Cáceres, Tarazá y Valdivia. Lo cual ha derivado en un aumento significativo de la violencia homicida, particularmente en los primeros tres municipios. En Caucasia, por ejemplo, el homicidio se ha incrementado en zona urbana y no rural, como en el resto de municipios. Es una violencia selectiva, donde hay mucho sicariato. Si se revisa la evolución del homicidio para este municipio, es fácil constatar que el aumento es superior al 100 % entre 2017 y 2018.
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La otra batalla se libra en Ituango y sus alrededores. La disputa es entre los grupos pos-Farc, principalmente el frente 36 al mando de alias Cabuyo, contra el Clan del Golfo.
Durante el año 2018 estas dos estructuras han protagonizado múltiples combates que derivaron en un aumento radical de los homicidios en el municipio. En septiembre de 2018 este grupo armado pos-Farc habría realizado la masacre de tres geólogos (Laura Flórez, Camilo Tirado y Henry Martínez), trabajadores de la multinacional Continental Gold, hechos en los cuales resultaron gravemente heridas tres personas más y uno de ellos, José Dionisio Guerra, que había sido reportado como desaparecido, apareció después de casi dos días en zona rural de San Andrés de Cuerquia a pocas horas del lugar de la masacre. Esta tragedia tuvo lugar en el corregimiento de Ochalí, en el municipio de Yarumal.
La otra guerra se libra entre carteles del narcotráfico y, sumado a ello, los mexicanos han entrado al territorio, dólares en mano, pagando franquicias y apropiándose de la producción de coca. La violencia continúa, arrasa a su paso a las poblaciones de estos municipios, consume la vida de jóvenes que integran grupos, pandillas y combos, y enriquece a unos pocos, entre ellos, los cómplices que dentro de la legalidad ocultan y favorecen el drama de la región. Antioquia vive una espiral de violencia y no se ve solución a la vista.
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* Miembros de la Fundación Paz y Reconciliación