Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El 28 de junio de 2022, apenas unos días después de la segunda vuelta presidencial en la que resultó electo Gustavo Petro, la Comisión de la Verdad entregó su informe final y presentó 67 recomendaciones para “esclarecer el conflicto, dignificar a las víctimas, alcanzar la convivencia en los territorios y establecer caminos de no repetición”. Fue un trabajo continuo de 1.200 días para entregar un número similar de páginas en varios volúmenes. De eso hace casi tres años.
Y aunque puede ser poco tiempo para valorar en perspectiva el trabajo y el legado de la Comisión, algunas de las personas que integraron del organismo y un grupo de expertos se dieron a la tarea de revisar siete desafíos para reflexionar sobre los aprendizajes y las lecciones aprendidas: la participación y el diálogo social, los enfoques diferenciales, el arte y la cultura, los actos de reconocimiento, el trabajo psicosocial, el legado, y la verdad en el exilio. Todos estos fueron aspectos que representaron una innovación en los formatos de comisiones de la verdad en el mundo.
“Este libro quiere ser una contribución para que el legado de la Comisión de Colombia se conozca, se distribuya y llegue al mayor número de personas posibles y de sectores diversos. Se centra en los aprendizajes, las reflexiones, la experiencia de quienes formaron parte de la comisión y de quienes estuvieron acompañándola de cerca. Unas miradas, internas y externas, que son complementarias y que merece la pena poner a dialogar”, dijo a El Espectador Fernando Travesí, director del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ, por sus siglas en inglés), entidad que junto a la Fundación Humanity United (HU) hicieron realidad el texto de 370 páginas que también fue apoyado por la Embajada de Suecia en Colombia.
La aspiración de Leslie Wingender, de Humanity United, es empezar a responder algunas de las múltiples preguntas que se hacen en el exterior sobre cómo se abordaron algunos retos en Colombia, qué se hizo en algunos casos puntuales y cómo se resolvieron dilemas y problemas, como la atención psicosocial que necesitaron las víctimas y todas aquellas personas que participaron del proceso, incluidos los equipos de trabajo de la Comisión.
Uno de los valores agregados del libro es que, para abordar los siete desafíos, algunos exintegrantes de la comisión explicaron en detalle las preguntas que se hicieron al comienzo de su trabajo y cómo fueron respondiendo a esos desafíos.
Por ejemplo, cómo garantizar una participación amplia, plural y equilibrada en un país con casi 10 millones de víctimas (muchas de ellas ya habían sido convocadas antes a ejercicios similares); con un conflicto armado persistente y con una sociedad altamente polarizada.
Gerson Arias, quien fue el director de Diálogo Social explica en el primer texto del libro cómo respondieron estas preguntas y cómo enfrentaron y resolvieron el reto del confinamiento por el Covid.
La excomisionada Marta Ruíz, por su parte, detalla cómo definieron la realización de los actos de reconocimiento de responsabilidad (en los que los llamados victimarios o perpetradores reconocían y pedía perdón por el daño causado con su actuar durante el conflicto), que ella califica como los “mayor poder transformador”. Pero también habla de la “primera estrellada” cuando no lograron consolidar el primer encuentro de este tipo entre excombatientes de las FARC y las familias de los nueve concejales de Rivera, Huila, que fueron asesinados por esa guerrilla.
A partir de ese fiasco, cuenta ella, la Comisión tuvo que redefinir una ruta que les permitiera avanzar en la construcción de confianza y lograr los objetivos del reconocimiento.
Dora Lucía Lancheros, como coordinadora del equipo psicosocial de la Comisión de la Verdad hizo un repaso sobre las reflexiones éticas y políticas que se hicieron cuando comenzó el trabajo con las víctimas y debían responder a desafíos como la expectativa de validar la experiencia del dolor y la resistencia de las víctimas, así como la aceptación de la responsabilidad de quienes generaron el daño.
En el caso de uno de los capítulos más innovadores del informe de la Comisión de la Verdad, el que abordó la afectación a cerca de cinco millones de compatriotas en el exilio, el excomisionado Carlos Beristain hace un relato de cómo afrontaron los desafíos organizativos prácticos y metodológicos para recoger, analizar y procesar 2.080 testimonios de personas que estaban en diferentes lugares del mundo.
Cada capítulo es una explicación muy práctica del qué y el cómo que con seguridad será de mucha utilidad para quienes estudian los sistemas de justicia transicional, pero, sobre todo, para las nuevas generaciones en Colombia que se puedan interesar en cómo se aborda el reto de buscar la verdad, la convivencia y la reconciliación.
Y en ese sentido, Fernado Travesí, del ICTJ, se atreve a lanzar sus propias reflexiones sobre los aciertos y desafíos de la comisión colombiana. “Un acierto fue reconocer todo lo que se había hecho en el país en materia de búsqueda de la verdad, de documentación, de análisis, Colombia lleva décadas trabajando por los derechos de las víctimas, reclamando justicia, verdad y reparación e intentando transformar el país para que la violencia cese y no se repita. Tal vez por eso, la Comisión de la Verdad tuvo un mandato demasiado amplio”.
Y también resalta que esta Comisión nació de un Acuerdo de Paz, no todas tienen ese origen y eso implicó darle un marco concreto, unas limitaciones y también una gran responsabilidad. “Se le cargó de muchísimas expectativas”, admite. “Al final no se cumplieron todas porque el mandato era incompatible con los tiempos y los recursos disponibles… y además, llegó la pandemia”.
Y remata con esta frase: “la selección de los comisionados también deja lecciones en las que reflexionar. Al final, elegir poniendo demasiado énfasis en criterios de “representatividad” hace que alcanzar consensos dentro de la comisión sea difícil pues la comisión se puede convertir en un “mini-parlamento” y se espera que la Comisión, en su plenaria, alcance consensos que el país no ha logrado nunca... Esta es una tensión presente en los procesos de selección de comisionados. ¿Cuál debe ser el perfil? ¿Técnico o activista?”.
La extensión del informe es también un desafío para la difusión y apropiación de los análisis y conclusiones. La transmedia es una buena herramienta, esfuerzos e iniciativas como este libro son contribuciones a que se acceda al trabajo de la comisión y al contenido de su informe de otra manera.
¿Cree usted que en Colombia somos un poco injustos al valorar esta experiencia?
Sí, sin duda. La polarización política de todos los procesos de transición lleva a juicios sesgados, parciales y más emocionales que objetivos. Una Comisión de la Verdad de un país debe ser como un faro, moral, ético de reconocimiento de la parte más dura y terrible de un país. Puede que ahora, desde algunos sectores, se mira a la Comisión con desdén o como un esfuerzo fallido. Sin embargo, estoy seguro de que una mirada desde la perspectiva del tiempo, le ira dando, mejor dicho, consolidando el gran valor que tiene.
El padre Francisco de Roux, expresidente de la Comisión, dice que estas reflexiones llegan en un momento del país en el que es necesario insistir en el mensaje que él le entregó al entonces presidente electo, Gustavo Petro en torno a la imperiosa necesidad de lograr un gran acuerdo entre los colombianos para lograr La Paz Grande. “Le dijimos que defendiera e impulsara sus promesas de cambio conversando con todo el país, le pedimos que incorporara a la mayor parte de los colombianos en ese diálogo porque de otra manera no es posible hacer la paz en el país”, recuerda el sacerdote jesuita.
En su concepto, la imposibilidad de llegar a ese acuerdo hace que sea necesario recordar las recomendaciones, implementar con rigor lo acordado en La Habana y proteger a los que firmaron el acuerdo, además de elevar el nivel de la paz en el país, creando el Ministerio para La Paz.
El expresidente de la Comisión reconoce que en el país persisten dos narrativas: una en la que se piensa que Colombia es una sociedad incluyente, democrática y desarrollada, en la que la violencia es producida por un grupo pequeño de criminales que deben ser combatidos. Y hay otra narrativa que sostiene que Colombia ha hecho transformaciones extraordinarias en muchos aspectos, pero todo lo ha hecho en medio de una de las tragedias humanas más grandes del mundo con más de 10 millones de víctimas y que estamos obligados a hacer cambios profundos para alcanzar la paz. Esas dos narrativas no deberían ser excluyentes, recalca.
Las regalías del libro se donarán a la fundación de Pastora Mira.
Colombia+20 tendrá una charla sobre este domingo 11 de mayo en la Filbo sobre este libro. Participarán los excomisionados Carlos Berinstain y Alejandra Miller, y la periodista Gloria Castrillón. Moderará la periodista de Colombia+20, Paulina Mesa Loaiza. El encuentro será en el pabellón 16 stand 1323 a las 10:30 a.m.
✉️ Si tiene información o denuncias sobre temas relacionadas con la paz, el conflicto, las negociaciones de paz o algún otro tema que quiera compartirnos o que trabajemos, puede escribirnos a: cmorales@elespectador.com; jrios@elespectador.com; pmesa@elespectador.com o aosorio@elespectador.com