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A los 14 años ya había sido reclutada, abusada y obligada a abortar

El testimonio de una mujer que hizo parte de las Farc, siendo niña, incluye múltiples violencias de género. Su relato fue escuchado por la Jurisdicción Especial de Paz (JEP).

Colombia en Transición
25 de noviembre de 2019 - 10:58 p. m.
Imagen del encuentro de la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz al que asistieron 31 personas víctimas de violencia sexual. / Cortesía UIA.
Imagen del encuentro de la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz al que asistieron 31 personas víctimas de violencia sexual. / Cortesía UIA.

"Cuando yo tenía 12 años, en 1999, llegaron tres hombres y una mujer a mi casa en un pueblo de Caldas. Ellos me dijeron: “Nos vamos para la guerrilla”. Era el noveno frente de las Farc. Nosotros éramos una familia humilde, ellos aprovechan también la situación. Yo pensé que me iban a matar, yo dije “me mataron”. Al otro día una mujer comandante me recibió y me dijo: tú eres guerrillera y te vas a quedar con nosotros. Yo no hablaba”.

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Así comienza el relato de Laura*, una mujer de 32 años que, hace 20, se vio dentro de la guerrilla de las Farc, sin entender muy bien qué estaba pasando. Su historia fue escuchada por la Unidad de Investigación y Acusación de la Jurisdicción Especial para la Paz en medio de un encuentro con hombres y mujeres que fueron víctimas de violencia sexual cuando eran niños y fueron reclutados por grupos armados. En este encuentro, al que asistieron 31 personas más, salieron a flote historias de dolor en las que, a menudo, a las mismas víctimas les costó reconocerse como tal.

Laura, por su parte, contó su historia por segunda vez. El día del reclutamiento recuerda que su madre llegó al campamento donde la llevaron, pidiendo que le devolvieran a su niña, pero la respuesta fue negativa. Luego, además, la familia se tuvo que ir desplazada.

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“A mí me sacaron al otro día con dos hombres: uno ya mayor y un chico que tenía un tiro en la rodilla. Nos sacaron para la unidad grande, para entrenar. Duramos tres días caminando. El primer día íbamos en la marcha y se anocheció cuando llegamos a un lugar, entonces el señor que llevaba el radio, que era el mayor, pidió una piecita para los tres y le puso al chico el primer turno. El primer turno es de 12 a 2, como éramos tres, ¿sí me entiendes? Cuando llega mi turno me viola.  Él ya tenía como unos 40 años y la cabeza como calva. Y yo nunca había estado con nadie, no había sido tocada ni nada.

Al otro día tocaba seguir caminando y yo no quería hacer nada. Entré como en un asco, una depresión, tanto que el chico que tenía la pierna herida me preguntó qué tenía y yo le comenté: mira, es que anoche cuando tú estabas en la guardia, este viejo me violó y yo pienso que lo va a seguir haciendo porque nos toca seguir durmiendo juntos. Entonces él dijo: ah, ¡este viejo hijueputa! Así con esas palabras”.

Laura dice que el hombre le pidió que se bañaran juntos en el río, entonces la salida que se le ocurrió fue pedirle a su compañero que simulara ser su novio. Por la noche, a la hora de dormir, el hombre mayor se quedó en el rincón del cuarto y  la violación no se repitió.

“Llegamos a la unidad grande y el comandante dice: ¿Cómo es que se traen a una niña de estas tan pequeñita? Y yo pensé: me van a dejar ir. Entonces me dijo: ¿tú puedes con este equipo y este fusil? Porque si no puedes, toca matarla. Y yo le dije: sí, yo puedo. No tenía otra opción”.

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Tres días pasaron antes de que el entrenamiento comenzara. Recuerda haber visto fusilamientos de niñas, por supuestamente ser infiltradas, y recuerda también escuchar chistes sobre cómo las violaron. Laura se recuerda pequeña, saltando de piedras altas y cayendo al río, aprendiendo a lanzar granadas y a “llegarle al enemigo”. Su entrenamiento terminó y fue asignada a “la avanzada”, que es el puesto en el que se cubre al campamento para que el Ejército no llegue.

“Pasó así un tiempo, me movieron para un lado, para otro. Yo ya había conocido a una persona que me gustaba mucho y ya con él sí quería estar. Yo le comenté mi vida, le dije que no era “virgen” y él me entendió.

Nos mandaron con ese grupo (de la avanzada) y, nena, sin mentirle… yo ya he llorado tanto. Sabiendo que yo tenía mi hombre, me mandaron al turno de guardia con ese señor (un hombre con mando), entonces ni corto ni perezoso me convidó a las malas y me penetró por detrás. Él tenía una enfermedad venérea… horrible… eso no se lo desea uno a nadie. Yo resulté con esa enfermedad venérea y eso se empezó a regar. Ardía… Yo me preguntaba cómo hacía para decirle al comandante y cómo para decirle a la pareja que yo tenía que estaba así, contarle lo que me había pasado”.

Finalmente, decidió contarle a la enfermera, que le dijo al comandante. Este mandó a comprar un ácido para cauterizarlos. Su pareja también estaba infectada, entonces ambos tuvieron que hacer el procedimiento. “Eso fue muy humillante, porque yo a él lo quería”. Sin embargo, después de eso fueron separados. Todo esto, recuerda, ocurrió durante el primer año de reclutamiento.

Laura recuerda que estuvieron separados casi un año, hasta que se enteró que él tenía otra novia. “Entonces yo empecé a mirar a un “eleno” (combatiente del Eln). Yo tuve cuento con ese eleno y quedé embarazada. Mala suerte la mía porque pensé que por ser de un eleno me iban a matar. Le pedí a un compañero que se hiciera pasar por el papá, pero no aceptó. Me llamaron, ya tenían una jeringa llena de no sé de qué para que yo abortara. El aborto fue horrible porque uno se viene en sangre. Luego me iban a llamar a prestar guardia y yo les dije que no podía, me dejaron lavar el tendido. Tenía 14 años.

La fuga

 

En 2001 ocurrieron los hechos que la hicieron decidirse a desertar de la guerrilla. “La guerrilla se tomó San Carlos (Antioquia) y ahí mataron a un niño que aún me duele… tenía solo 14 años y lo tenían que poner adelante para que el Ejército le pegara una granada de fusil, pero el niño no alcanzó a reaccionar. Yo lo recuerdo porque me hablaba con todos los niños de mi edad. De ahí dije: ¿cómo hago para escapar de acá? Yo le decía a mi pareja: volémonos. Y él me decía: no, yo aquí muero”.

Después, otro más que ya no la dejaba estar ahí. “Llega un momento en que me toca hacer un hueco porque otros compañeros nos ordenan, porque para uno una orden es una orden, que eso es lo que no entiende mucho la Fiscalía. Hacemos el hueco y unos compañeros llegan con una profesora y la desnudaron. Ella pidió auxilio, la vieron en ropa interior y dijeron: no, está muy cucha. La mataron y tocó tapar todo. Le quitaron las candongas, la cédula. Y yo dije: si yo no me escapo de acá y voy a quedar así si se llegan a enterar de mis deseos”.

Laura recuerda decirse a sí misma: yo quiero que mi familia sepa que estoy viva, aunque sea lejos. “Y así estoy ahora. Yo tenía 15 años”.

Empezó a buscar ayuda y encontró la de un señor, cuya esposa vivía cerca de la base de la Cruz Roja, cerca de Santana (Antioquia). Laura escribió una carta y se la envió a los funcionarios, pero no le entendieron porque apenas si sabía escribir. En su último día de colegio cursaba segundo de primaria.

No sabía que hacer. Intentó suicidarse y constantemente pensaba en la posibilidad de darse un tiro. Tanto que se lo contó a uno de sus compañeros. Por eso pensó que el día de su fuga, cuando estaba prestando guardia y la mandaron a relevar, su compañero la había delatado. Por el contrario, el comandante la mandó a la carretera a buscar a un señor para extorsionarlo. Laura pensó: este es el boleto a mi libertad.

Arrancó su camino, se encontró con el señor que le ayudó a hacer el contacto con la Cruz Roja y este le indicó dónde podría encontrar a los miembros del organismo. Era en un cruce donde estaba los paramilitares. Después de andar cuatro horas a pie y otras más en mula, ella, armada con su fusil, amenazó a un conductor de una chiva para que la subiera a la carretera.

Encontró a los trabajadores de la Cruz Roja y se la llevaron con ellos hacia Medellín. Allá llegó en ropa interior y sin su arma. Fue en el 2002. “Bienestar familiar me tuvo como tres años, estudié juiciosa mi primaria, con la plata que ellos me daban. Pero nunca tuve la ayuda de un psicólogo. Yo siento que nunca voy a poder sanar eso”.

En 2014 Laura fue vinculada a un proceso judicial por secuestro, homicidio y desaparición forzada por participar en el crimen de la profesora, estuvo presa y salió de la cárcel por conducirlos al lugar en el que ella hizo el hueco. Sin embargo, no encontraron el cuerpo. Ahora tiene una fábrica de piñatería, dos hijos y está casada.

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Quizás lo que más le costó de todo el proceso fue reconocerse como una víctima. Al salir de la cárcel una psicóloga la vio una vez. “Ella me dice: tú eres una víctima. Yo le digo: no, yo estuve en la guerrilla. Ella lloraba, yo lloré. La psicóloga me explicaba que un niño menor de 14 años en la guerra es una víctima y que los abusos que yo tuve allá me hacen víctima. Ahí fue cuando yo entendí. Yo me consideraba tan culpable como los adultos.

Mi esposo no lo sabe. Yo pienso que si él lo llegara a saber le produciría asco, yo siento que yo produzco asco cuando cuento mi historia. Sentí asco contra los hombres. Él sabe que yo estuve allá en la guerrilla y escucha que en la guerrilla lo violan a uno, pero nunca me lo pregunta y yo se lo agradezco”.

*Nombre cambiado por petición de la víctima.

Por Colombia en Transición

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