La estufa encendida. La llama a fuego lento. Mientras sofríe una cebolla con el cuidado de que no se queme, Rosalba Campos Guevara siente la urgencia de advertir que no pasa un día de su vida sin que piense en su hermano.
Rosalba es de sonrisa fácil y amplia. En una cocina de unos cinco metros cuadrados al interior de una casa en el sur de Bogotá, prepara una pasta con pollo que le recuerda a Gustavo, desaparecido en 1982 a manos de agentes del F2 —antigua estructura de inteligencia de la Policía— junto a otros 12 jóvenes, en lo que pasó a la historia como el caso Colectivo 82, el primer hecho documentado de desaparición forzada colectiva en el país.
“No puedo decir que era su plato favorito”, recalca con la frecuencia de alguien que no quiere dar cabida a malentendidos. Pero eso no importa. Es el que ella escogió para el Recetario para la Memoria, un proyecto que nació en México y que llegó a Colombia de la mano de la fotógrafa Zahara Gómez Lucini, su directora, para que familiares de víctimas de desaparición forzada cocinen para ese ser que nunca volvieron a ver.
Cada vez que Rosalba necesita revisar cómo va la cocción de la cebolla, se sube a una caja negra que le sirve de escalón. Su hija Derly la acompaña. Sentada frente a una pequeña mesa en la cocina, corta un pollo en trozos, mientras habla de uno de los pocos recuerdos que tiene de su tío. “Yo estaba chiquitica, pero sí me acuerdo que una vez que escuché al grupo Miramar y me pareció tan bonito. Después supe que a mi tío le gustaba”.
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Rosalba no puede evitar unirse a la conversación. Se para justo debajo de la única bombilla de la cocina –que es suficiente para iluminarlo todo– y dice que aún guarda ese cassette. “Cuando Gustavito estaba ayudando a hacer un arreglo de la casa a mi papito, lo escuchaba”, añade enseguida.
Las anécdotas a veces se pierden entre el ruido de las máquinas industriales para hacer bolsas de polietileno que están en una especie de garaje dentro de la casa, justo al lado de la cocina. Es el negocio que Rosalba tiene con su esposo, José Enrique Castillo, hace unos 18 años.
Pero cuando ese sonido silencia lo importante –recordar a Gustavo– Rosalba no tiene reparo en repetir aquello que no se entiende. Después de pensar en la música que le gustaba a su hermano, conversan del vestido que alguna vez él le regaló a su hija y de lo mucho que le gustaba la panela.
En medio de esos recuerdos y el olor cebolla, que lo invaden todo, Rosalba y Derly terminan de organizar los ingredientes que pronto añadirán a la sartén:
- Dos tomates
- Cebolla larga
- Ajo finamente picado
- Champiñones
- Pollo
- Tocineta
- Salsa de tomate
“No pensé que existieran mentes tan retorcidas para desaparecer a una persona”
Cuando a Rosalba Campos le preguntan por qué escogió una pasta con pollo para el Recetario para la Memoria, las palabras parecen atascarse en la garganta, como si no quisieran salir, pero ella les regala el tiempo que necesitan.
“Fue por una celebración a Gustavo. Hice esa pasta, y nos pusimos a hacer fiesta, a bailar. Yo abrazaba a Gustavo con una fuerza, y él también me abrazaba. Eso fue lo que me quedó como consuelo: saber que de verdad yo lo quise mucho y que él también me quiso como hermana. Entonces, esa pasta es recordar eso”, cuenta.
Recordar a Gustavo –su Gustavito–. Ese hermano que la acompañó a tantas fiestas y con el que se bailó los años más jóvenes de su vida. Gustavo, el divertido, el poeta, el estudioso, el deportista, el trabajador, el amante de panela y de un buen vaso de leche. Ese hermano que el 23 de agosto de 1982 salió de casa y no regresó.
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Ese día, una tristeza, que llegó como un golpe seco, en las vísceras, se tomó el cuerpo de Rosalba. No sabía que ese dolor era la anticipación de aquel con el que se acostumbraría a vivir.
“Ni siquiera sabíamos qué era la desaparición forzada. Yo no pensé que existieran mentes tan retorcidas, capaces de coger a una persona y desaparecerla. Comenzamos a ir a diferentes partes: a estaciones de policía, al F2, al DAS, a los hospitales, a Medicina Legal. Me parecía tan duro ir a Medicina Legal. Pensar que de pronto sacaban una bandeja... pero hubiera sido mucho mejor, aunque me hubiera dolido mucho, porque al menos habría terminado este dolor y esta incertidumbre”.
Mientras narra ese momento, Rosalba habla con el atropello de quien necesita reponerse. Son las pausas incontables que ha tenido que hacer a lo largo de su vida. Detenerse, anudarse por dentro y continuar.
Así nació el Recetario para la Memoria
¿Cómo se habla de los desaparecidos en vida? ¿Cómo darle cuerpo e identidad a las cifras?
En la casa de la fotógrafa Zahara Gómez Lucini la desaparición forzada era un tema recurrente. “Mi familia llegó a España saliendo del contexto de las dictaduras de Argentina. Entonces, crecí en un entorno donde se hablaba mucho de la desaparición forzada, algo muy marcado en el Cono Sur durante los años setenta, en el marco de esas dictaduras cívico-militares”, cuenta.
En México, donde Zahara reside, había empezado a acompañar desde su labor como fotógrafa al colectivo Las Rastreadoras del Fuerte en la búsqueda de sus familiares desaparecidos en Sinaloa. Sabía que su trabajo fotográfico es un gran aporte al archivo de las buscadoras, pero faltaba algo más. Zahara se cuestionaba como narradora.
“La figura de una persona desaparecida en realidad empieza a existir públicamente en el momento que desaparece. Es decir, Roberto –por decir un ejemplo– no existe para nadie hasta el momento en que desaparece. ¿Y qué sabemos de Roberto? Solo sabemos que lleva una camiseta roja, que lo desaparecen en tal día y nada más. Después del trabajo con Las Rastreadoras, me di cuenta que en realidad solo sabía una historia muy cortita de cada quien”, dice la fotógrafa.
Eso que tanto la inquietaba fue lo que le dio forma al Recetario para la Memoria, un proyecto autoeditado y de resistencia que, afirma Zahara, fue posible por los años de investigación y el acompañamiento en la búsqueda de desaparecidos en Sinaloa.
La primera edición salió en 2020. “No existe sin el texto que regaló Daniela Rea, que es una belleza absoluta. Tampoco existe sin el trabajo que regaló Clarisa Moura, la diseñadora, y que es impecable. El resultado es un trabajo colectivo muy potente”.
Luego, en 2022, el proyecto tuvo un segundo capítulo en Guanajuato, que reúne las recetas de 72 familias de diez colectivos. Tres años después, el Recetario para la Memoria encontraría su tercera casa en Colombia.
El proyecto llega a Colombia con 49 recetas
Rosalba Campos fue la primera en inscribirse en el proyecto en Colombia, que llegó a través de Fundación Casa B, una iniciativa comunitaria, que busca por medio del arte, la construcción de memoria, la cocina, la lectura, la escritura, construir un plan de vida en el barrio Belén.
La coordinadora de la fundación, Liliana Gaviria, a quien de cariño llaman Chata, se encontró con un artículo del diario El País en el que se hablaba de mujeres buscadoras en México que cocinan platos a sus desaparecidos y se la mostró a Dario Sendoya, miembro fundador de Casa B –quien además fue coordinador de la Macroterritorial Bogotá, Soacha y Sumapaz de la Comisión de la Verdad–. La nota era sobre el Recetario para la Memoria. “Que bonito sería poder hacer eso en Colombia”, pensó Dario. Pero durante un año y medio esa sería solo una idea.
En 2023, con la preocupación de que ninguna de las estrategias que se hacían en Casa B había sido documentada, la fundación se alió con Agirre Lehendakaria Center, una organización en el País Vasco que trabaja justamente con la documentación de estrategias de transformación territorial.
Farah Reza, una chef colombo-española que hacía parte de ese centro, supo que Zahara y Casa B se tenían que encontrar. “Me mandó un correo diciéndome, ‘mira, te presento a la persona que hizo el Recetario para la Memoria en México’. Zahara ya llegaba a Colombia en esos días y organizamos un almuerzo en donde ella logró contarnos de qué se trataba el proyecto”.
Fue el primer encuentro de lo que sería la tercera edición de este libro, que ha tenido como aliados no solo a la Fundación Casa B, sino al Museo Casa de la Memoria en Medellín, a la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) y la Bertha Foundation, que financió una parte del proyecto. Este capítulo del proyecto verá la luz en diciembre, esta vez con las recetas de al menos 49 familias.
Cocinar para los desaparecidos, el acto de compartir lo sagrado
Los ingredientes que le dan el toque final a la receta son un poco de pimienta, de comino y de canela. “Yo le echo de todo”, explica Rosalba mientras los incorpora. Después de casi dos horas, la salsa está terminada. En una olla de barro, en la que ya está cocida la pasta, Rosalba la añade. Revuelve todo y lo deja cocinando. Un par de minutos más y está listo para emplatar.
Lo hace con delicadeza. Primero, una capa de lechuga con limón y sal que funciona como cama al fuerte del plato. Luego, sirve la pasta. La acomoda, justo en el centro, y limpia el borde de los platos. Termina con una ensalada que tiene lechuga, papaya picada en cubos y una crema de leche casera.
Rosalba llama a su hija y entre las dos suben el almuerzo al segundo piso de la casa, donde están la sala y el comedor. Es un espacio amplio, iluminado por tres ventanas. La luz entra y se extiende de frente sobre una pared convertida en galería de recuerdos familiares.
Antes de sentarse junto a su esposo y su hija a devorar el plato que acaba de preparar, Rosalba me hace un recorrido por ese espacio: hay fotos del día de su matrimonio, de Gustavo, reconocimientos que le dieron a ella por ser buscadora, y un afiche que lleva los nombres de los implicados en el del caso Colectivo 82. Aparece una imagen de Nacín Yanine Díaz, jefe del Departamento de Inteligencia de la Policía en esa época, y a su lado siluetas con nombres como los del coronel Castaño Rozo, el mayor Ernesto Condía Garzón, el mayor Jorge Alipio Vanegas y el teniente Jairo Otálora Durán.
También se lee el nombre del narcotraficante José Jader Álvarez, quien en esa época buscaba a sus tres hijos secuestrados. Para encontrarlos, se valió del grupo paramilitar MAS (Muerte a Secuestradores) y de la Fuerza Pública. Esa alianza derivó en operativos liderados por oficiales como Yanine, en medio de los que fueron detenidos y desaparecidos jóvenes del caso Colectivo 82. En 1991, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) determinó la responsabilidad del Estado en ese caso.
Después de enseñar una buena parte de todo eso que habita en la pared, Rosalba se sienta a comer con su familia. La conversación gira en torno a qué tanto ayuda en la cocina su esposo y en el recibo de internet que su hija no ha podido pagar… Ya no mencionan a Gustavo, pero sin hacerlo, en cada bocado de la pasta con pollo, Rosalba regala una parte de él, de su historia. Es el acto de compartir lo sagrado.
“Yo creo que en el cocinar y compartir está la esencia de un verbo que para mí es fundamental en esta lucha, en estos procesos sociales y de transformación: es el verbo del dar. Es poder generar una situación en donde ellas puedan volver a dar a un ser querido o a la sociedad algo. Para mí, ahí está mucha de la magia de todo esto”, dice Dario, de la Fundación Casa B.
Ese mismo acto de dar fue lo que ocurrió el 4 de mayo de 2025, cuando mujeres colombianas y mexicanas que hacen parte del proyecto hablaron por primera vez a través de una pantalla. Darío relata que el encuentro estuvo atravesado por la conmoción, empatía y sensibilidad. “Se conectaba la valentía de las mujeres mexicanas de poder emprender un proceso tan hermoso, pero al mismo tiempo tan doloroso como es el de cocinarle a un hijo desaparecido”, añade.
Una plato que se resiste al olvido de los 13 jóvenes del Colectivo 82
Antes de contar su historia frente a la cámara, Rosalba pide un momento. Necesita colgar sobre su cuello aquella imagen de Gustavo que ella mismo hizo con chaquiras de colores. Necesita que él la acompañe, pero también que todo aquel que llegue a la entrevista, lo pueda mirar a él.
Desde el 23 de agosto de 1982, cuando a Gustavo lo desaparecieron, Rosalba ha dedicado parte de su vida a eso, a mantener viva la memoria de su hermano de todas las formas posibles. Se cansa, pero se repone, cuantas veces sea necesario.
“Yo espero que conozcan a Gustavo a través de esa receta, que conozcan qué ha pasado aquí con los desaparecidos del caso Colectivo 82. Gustavo está ahí y, claro, es el que más me duele porque es mi hermano, pero es un caso colectivo en el que estamos luchando para que haya justicia por todos los desaparecidos”, dice frente a la lente.
La receta es para su hermano. Pero seguramente mientras Rosalba Campos cocine ese plato Edilbrando Joya Gómez, Hernando Ospina Rincón, Bernardo Acosta Rojas, Orlando Villamizar, Pedro Pablo Bejarano, Samuel Sanjuan Arévalo, Francisco Antonio Medina, Rafael Prado Useche, Alfredo Sanjuan Arévalo, Manuel Darío Acosta, Rodolfo Espitia Rodríguez, Edgar García Villamizar –los jóvenes desaparecidos del caso del Colectivo 82– también vivirán en él.
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