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'Yo no te olvido': cartas a los desaparecidos

Familiares de víctimas de desaparición forzada escribieron cartas para recordar que no han dejado de luchar por encontrarlos. Conocer la verdad es una forma de sanar la herida que por años han tenido estas familias.

Colombia2020
30 de agosto de 2017 - 07:00 p. m.
El 30 de agosto se conmemora el Día Internacional de Victimas de Desaparición Forzada. / Cortesía Asfaddes
El 30 de agosto se conmemora el Día Internacional de Victimas de Desaparición Forzada. / Cortesía Asfaddes

Tres mujeres escribieron cartas para sus familiares desaparecidos para recordarlos en el Día Internacional de Victimas de Desaparición Forzada. La primera es una mujer que perdió a su padre cuando tenía cuatro años. La segunda, una madre que ha intentado sanar las heridas que ha dejado la desaparición de su esposo. Y la tercera, una defensora de derechos humanos que sigue luchando por encontrar la verdad de lo que le sucedió a su tío.

¡Te amo papá!

María del Pilar Murad Martinez escribió una carta a su padre William Hernando Murad, quien fue desaparecido por las Fuerzas Militares en 2001. Recuerda los días de dolor y la lucha por salir adelante en medio de la adversidad.

"Mi nombre es María del Pilar Murad Martinez, actualmente tengo 20 años y mi familia es lo más importante desde que tengo memoria. Éramos una familia unida, todo eso se notaba en los momentos de encuentro, aquellas reuniones donde había una sonrisa en nuestros rostros, donde solo importaba estar en paz y alegría. Pero no todo es color de rosa y un día todo cambió.

El 28 de julio del año 2001 yo tenía 4 años. Ese día las Fuerzas Militares aparecieron en nuestras vidas en el momento en que se llevaron a mi padre, William Hernando Murad, de nuestra casa en Cabuyaro (Meta). Esto trajo consecuencias bastante desfavorables mi familia en su tranquilidad, felicidad y paz. La familia se fue desintegrando. Me preguntaba en las fechas especiales si mi familia se reuniría de nuevo, pero eso nunca paso.

Mi madre lloraba la ausencia de mi padre mientras luchaba para sacarnos adelante. ¡Es una guerrera! La admiro demasiado.

En varias ocasiones me preguntaba si mi padre regresaría de sorpresa. Esa y muchas otras cosas pasaban por mi mente, mientras mi abuela Teresa, junto con mi tía, arriesgaban su vida enfrentando a los inhumanos que se llevaron un pedacito de nuestras vidas.

Frente a esta situación empezamos a notar la falta de oportunidades; la falta de un plato de alimento que seguramente mi padre nos hubiera podido ofrecer si no estuviera ausente; una palabra de aliento o un abrazo; la falta que nos hizo a mis hermanas y a mí en nuestro primer día de colegio; el baile que nunca tuve cuando cumplí 15 años.

Me entristece recordar mi infancia, recordar que no tengo su recuerdo, sino tan solo fotos mentales de su reflejo. Mi familia cada vez más lejos de mí y mis hermanas. Cada uno tomando su camino, llenos de dolor aprendimos varias cosas: a luchar con mucha fortaleza, a reunir todo el dolor, la melancolía y la impotencia para convertir esos sentimientos en un escudo protector contra todo lo que nos pueda hacer daño de nuevo. Tratamos de seguir adelante porque mi padre está vivo. Te extraño papá".

Recuerdos amargos

Moraima Otero escribió una carta relatando como desde la desaparición de su esposo Gustavo Ramírez su corazón está roto y su familia separada. Hoy sus hijas ya son dos profesionales y llora porque su marido no pudo cumplir su sueño de verlas graduadas. Moraima Otero sigue en la lucha por encontrar la verdad de lo sucedido.

Soy la señora Moraima Otero, esposa del señor Gustavo Arnel Ramírez Rengifo, desaparecido el 12 de agosto de 2010. La desaparición de Gustavo ha dejado huellas y sinsabores… Antes éramos una familia alegre, unidad y feliz, con dos hijas maravillosas, que tuvieron que terminar sus estudios sin poder darle a su papá ese triunfo de ser unas profesionales como el quería.

Ahora ellas hacen su vida, dejándome a mí sola. Pero con el triste recuerdo de no saber nada de su papá. Ellas dicen que, si su padre estuviera, aún estaríamos todos reunidos. Pero yo sigo en la lucha de buscar el porqué de las cosas. Claro que la vida sigue, pero ya no es lo mismo, porque tenemos un corazón roto, una familia destruida.

Somos conscientes de que Dios nunca nos desampara y que nos pone en el camino a personas de gran corazón humano, como lo es la señora Yanette Bautista de la Fundación Nydia Érika Bautista de la ciudad de Bogotá, quienes siempre están en la lucha por nuestros desaparecidos, para que el Gobierno no los tenga en el olvido.

Antes risas y baile, ahora vacíos y preguntas

Jennifer Gómez, defensora de derechos humanos, escribió una carta recordando a su tío Fernando Gómez Panquevalo, a quien desaparecieron en julio de 2003 las Autodefensas Campesinas del Casanare. 

"Desde que se llevaron a mi tío, Fernando Gómez Panqueva, el 23 de julio de 2003, cada día me pregunto por qué lo hicieron: ¿Qué cosas tan malas puede hacer un ser humano para que sea desaparecido y torturado? Para mí fue la forma más terrible de robar los sueños de toda una familia, mi familia. Mi tío Fernando fue muchas veces mi papá, el que siempre cocinaba rico, el de la fiesta, el del chiste, el mecánico, el costurero, el hermanito menor, el gordo, el chacho, el desaparecido.

No olvidaré el día de la denuncia. Lo recuerdo como si fuera hoy. Veo a mi prima, su hija mayor de tan solo 10 años, tomando sus prendas y llorando inconsolablemente. Y a mi primo, su hijo de solo 8 años, perdiendo la sonrisa y sin pronunciar palabra. Se quedó mudo. Mientras que la bebé de tan solo dos años miraba a su madre con ojos apagados. Mi tía trataba de sacar fuerzas de donde no tenía. Un mar de preguntas surgió: ¿Quién iba a traer el sustento a casa? ¿Quién haría la fiesta en la casa?

Mi madre, hermana de Fernando, desde el comienzo costa luchó a toda costa por hallar una repuesta.  Sus sueños le anunciaban que las cosas estaban mal, que su hermanito, su amigo, el que en su embarazo y nacimiento de su hija fue el único que le dio para la leche y los pañales, no volvería.  Estaba en el limbo. En las noticias no salía nada porque hay mucha gente que desaparece todos los días en este país.

Yo recuerdo cuando llegaba a Engativá y la casa de él era lo máximo. Podía jugar con mis primos, había mucha comida y, eso sí, no podía faltar la buena música, sobretodo la salsa. Qué lindos recuerdos que ahora se desvanecen en la incertidumbre.

En 2003 yo cumplía 15 años.  Mi mamá y mi tío me habían preparado una fiesta sorpresa y él era el encargado, como todos los años, de la torta y de los mariachis. Llegó el 9 de noviembre. Él no regresaba y no sabíamos nada. Mis quince finalmente los celebramos en un restaurante sin mucho ruido. La ausencia de mi tío solo provocaba silencio.

¿Paramilitares? ¿Qué es eso? ¿Quiénes son? ¿Ellos habían sido? ¿Por qué a mi tío? ¿Por ser un vendedor de tapabocas y bomboneras? La Fiscalía había hecho una llamada en la que nos informaron que habían encontrado la camioneta en un campamento paramilitar en Monterrey de las Autodefensas Campesinas del Casanare. Pero, ¿y él? ¿Dónde estaba mi tío? ¿Quiénes eran los paramilitares si en las noticias solo hablaban de la guerrilla?

Su esposa siempre se veía fuerte, pero pasaba el tiempo y mi tío no aparecía. Ella tuvo que asumir los gastos de la casa. Eran tres niños con hambre, que no podían dejar el colegio. Trabajaba en lo que le saliera, no importaba si el trabajo fuera de fuerza física, porque el gran amor a sus hijos y a su esposo nunca la dejó desfallecer. Sin embargo, la incertidumbre de no saber el paradero de mi tío se le incrustó en sus venas, en su pecho, en su cabeza y se transformó en dolor. Tuvo que ir al médico porque le programaron quimioterapias. ¡Sí!, la incertidumbre se transformó en cáncer de mama. Ella dejó este mundo sin saber que el amor de su vida había sido encontrado en una fosa común en una finca en Tauramena (Casanare), que había sido torturado con ese instrumento que usan mucho estos señores: el machete.

Se marchó dejando a sus tres hijos totalmente huérfanos. La bebé de 8 años solo mira a su alrededor. Ya no está su mamá y tampoco recuerda a su papá. Solo guarda en su memoria lo que le dicen sus hermanos. Ahora ellos, comenzando su juventud, luchan por sobrevivir en un país de pocas oportunidades.

Mi mamá oraba todas las noches por saber algo, hasta que llegó el día de ir al Instituto de Medicina Legal para reconocer a su hermano. Pero eran restos óseos, no era el gordo alegre que se había despedido ese 19 de julio de 2003.

Yo no asistí ese día. Me dolía demasiado. Ahora soy defensora de derechos humanos y convertí mi dolor y el dolor de mi familia en lucha, para que no vuelva a sucederle esto a nadie más en el país, para que los sueños se hagan realidad y para trata de construir un mundo mejor.  Sé que algún día volveré a ver tu sonrisa, a pesar de que nunca nos han pedido perdón ni tenemos respuesta de por qué lo hicieron. Te amaré siempre, tu sobrina Jennifer".

Por Colombia2020

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