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Era un Viernes Santo cuando se lo llevaron a la cárcel.
Cristina Hernández no entendía qué hacía su papá ni por qué iría preso. Tenía solo 7 años. El entonces guerrillero de las FARC había llegado de la frontera con Venezuela, donde operaba, a estar con su familia. Era como cualquier papá –dice Cristina– “de esos que te peinan y te compran muñecas. Ese día de Semana Santa, él fue a comprar pescado seco con mi mamá. Cuando salió, ya le tenían el operativo montado”, recuerda la joven.
A Cristina le ocultaron durante años por qué su papá estuvo tras las rejas. Cuando llegó el plebiscito del Acuerdo de Paz, ella tenía 14 años y apenas empezaba a entender el fragor de la guerra en Colombia. No comprendía bien lo que se estaba pactando en La Habana, pero quería que se firmara. Había escuchado que si eso se lograba, volvería a tener a su padre en casa.
Las explicaciones y la verdad sobre lo que ocurrió con su papá—que cree que llegaron tarde— le permitieron entender a Cristina la complejidad del conflicto armado. “Yo entiendo de pronto el porqué de muchas cosas. Mi papá se fue muy chiquito para la guerrilla, a los 13 años. Era un niño”, cuenta sentada en un bordillo de la Confederación General del Trabajo, donde tuvo lugar el segundo encuentro del Movimiento Juvenil por la Paz. Allí, como muchos jóvenes que cargan con historias similares, encontró un espacio para hablar de su pasado y transformarlo en algo más grande, en una acción colectiva.
El Movimiento es una iniciativa que se consolidó este año con la participación de firmantes del Acuerdo de Paz de 2016, hijos de excombatientes, víctimas, jóvenes de Comunes– el partido político que nació tras la firma–, y todos aquellos que han querido unirse.
La urgencia era colectiva. En medio de las dudas sobre el futuro de la implementación del Acuerdo y de los múltiples obstáculos, detractores y retrasos en su ejecución, jóvenes de distintas regiones empezaron a preguntarse cómo involucrarse en la construcción de paz para convertirse en una generación garante del pacto que este 26 de noviembre cumple nueve años.
“Nosotros, como firmantes, nos vinculamos a este proceso: hacemos parte, nos construimos, aprendemos de los demás, pero sobre todo tratamos de aportar, generar propuestas y mover ideas”, dice Angie Cárdenas, firmante del Acuerdo de paz e impulsora del movimiento.
Alexander Gallego, uno de los coordinadores del proyecto y miembro de Comunes, explica que entre agosto y diciembre de 2024, hicieron recorridos por 18 departamentos para convocar a los Encuentros Juveniles por la Paz, espacios pensados para identificar iniciativas territoriales y hacer pedagogía sobre el Acuerdo. “Esa agenda se articuló con la Comisión de Seguimiento a la implementación del Acuerdo de Paz (CSIVI), que creó un componente juvenil precisamente para hacer esa actividad”, explica Gallego.
Durante esos primeros meses lograron reunir cerca de 1.000 jóvenes en todo el país, quienes comenzaron a organizarse en coordinaciones regionales. La red creció con rapidez. El movimiento, que celebró su primer encuentro en febrero de este año, pasó de tener presencia en 18 a 26 departamentos, y hoy —según Alexander— reúne entre 2.500 y 2.600 jóvenes que trabajan alrededor de una agenda común para defender los derechos de las juventudes y promover la paz en los territorios.
A este segundo encuentro –que se dio entre el 21 y 23 de noviembre en Bogotá– llegaron artistas, campesinos, líderes juveniles, estudiantes e indígenas de todo el país. También estuvieron presentes la CSIVI; Raúl Rosende, jefe Adjunto de la Misión de Verificación de la ONU en Colombia, y Gloria Cuartas, directora de la Unidad de Implementación del Acuerdo de Paz.
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Conversaciones que nacen en los territorios más golpeados por la violencia
Para su familia, Alexander encarnó durante años todas las contradicciones que deja la guerra.
Nació en el sur de Bolívar, un territorio históricamente golpeado por la violencia. A su abuelo lo asesinaron los paramilitares del Bloque Central Bolívar en el Magdalena Medio y a su tío lo mató el Frente 24 de las FARC. Años después, desde Bucaramanga (Santander) –donde llegó con su madre huyendo de la violencia– decidió vincularse al partido político que nació tras la firma del Acuerdo de Paz.
“Me interesé mucho en el tema y me vinculé a Comunes en función de reconocer también la importancia de sumar esfuerzos en la lucha por la paz”, dice Gallego.
Su madre sintió esa decisión como un golpe en las vísceras. “Por los mismos dolores que trae la guerra, mi mamá no estaba de acuerdo con eso. Yo la entiendo porque le mataron al papá. Entonces, esa no era una discusión abierta en mi casa. Además, en mi familia son campesinos y no tuvieron la opción que tuve de ir a la universidad, de formarme. Para mi mamá era muy difícil también comprender esto de la necesidad de la reconciliación”, cuenta el líder juvenil.
Las conversaciones entre Alexander y su familia, por un tiempo, fueron un imposible. Pero el paso de los años hizo su trabajo. Ahora, en su casa, las preguntas son otras.
“Mi mamá ya acepta que mi liderazgo en el partido me lleva a ir a diferentes escenarios en construcción de paz, a poder desarrollar todo un ejercicio pedagógico en las regiones, en los diferentes espacios. Ya no es tan problemática la situación con mi familia. Ahora me hacen preguntas como ‘oiga, ¿y usted cómo ve y usted cómo ve la paz frente a lo que está sucediendo?’”, dice el jóven de Comunes.
Ese tipo de conversaciones son las que buscan propiciar los jóvenes del movimiento: una pedagogía para la paz que atraviese todos los espacios. Son diálogos que nacen en los territorios más golpeados por la violencia y que buscan intercambiar conocimientos en un momento en el que el conflicto se configura.
María Camila Álvarez, otra de las participantes del segundo encuentro del Movimiento Juvenil, que llegó a Bogotá desde el municipio de Marinilla (Antioquia), reconoce la urgencia de esos escenarios de diálogo.
“Esto termina siendo un espacio que nos convoca a tener esas discusiones que se han gestado en los territorios de diferentes maneras y que nos permiten entender cuál es la perspectiva de la juventud a nivel nacional en pro de esa construcción de paz. No podemos hacernos aparte de lo que implica toda la realidad del país en términos históricos. Eso también requiere otras nuevas narrativas para las realidades de violencia que están afectando, en mi caso, el oriente antioqueño”, señala la joven, quien es parte del Consejo de Juventud.
Las preocupaciones de los jóvenes de cara a un nuevo Gobierno
Jasbleidy Becerra entró a las filas de las FARC en Putumayo cuando tenía 11 años. Dice que nadie le obligó. En el entorno en el que creció, los niños veían en la guerra una opción. Cuando el Gobierno de Juan Manuel Santos logró concretar las negociaciones con las FARC, era una adolescente de 17 años.
“Recuerdo que fue un momento de tensión, porque uno tiene como unas ideas establecidas y salir del monte a encontrarse con la población es muy diferente. Se siente la tensión de qué va a pasar, si el Gobierno nos va a cumplir o no. Pues ya aquí estamos dándole a la paz, sobre todo los jóvenes”, cuenta la excombatiente.
Esa incertidumbre que sintió al dejar las armas sigue siendo la que atraviesa hoy a quienes –al igual que ella– firmaron la paz siendo todavía niños: que el Acuerdo se cumpla. Es un temor que crece de cara a las próximas elecciones, cuando aún no está claro qué rumbo tomará el futuro Gobierno frente a la implementación.
Ante ese panorama, la firmante Angie Cárdenas afirma que el centro de la construcción de paz debe acogerse desde la misma implementación del Acuerdo Final. “Creemos que la herramienta base para lograr las transformaciones es el Acuerdo. Y con ello viene generar otras dinámicas, nuevas narrativas y emprender un camino diferente, como lo que estamos haciendo en este movimiento”.
A esa inquietud se suma otra que menciona Alexander Gallego. “Sentimos que el Gobierno del presidente Petro debilitó la arquitectura institucional para la paz. Si bien compartimos muchas de las iniciativas que ha impulsado, creemos que la paz total no obtuvo los resultados que se esperaban desde el comienzo. Y eso terminó afectando la estructura institucional creada para implementar el Acuerdo”.
Todos los aportes que puedan dar los jóvenes, explican desde el movimiento, son urgentes. Por eso, en el segundo encuentro de la generación garante se presentó oficialmente el Observatorio de Juventud y Construcción de Paz. La iniciativa busca consolidar dinámicas de participación juvenil y generar espacios de análisis sobre la violencia y la vulneración de derechos en los territorios, desde un enfoque académico y participativo.
El Observatorio reúne a estudiantes de Trabajo Social que realizan sus prácticas en el Centro de Pensamiento y Diálogo Político (CEPDIPO), al equipo juvenil de la CSIVI-Comunes y a los equipos impulsores del Movimiento Juvenil por la Paz.
Durante el encuentro, también se desarrolló la Escuela Nacional De y Para la Paz, un espacio de formación integral con una metodología participativa que articula reflexión, diálogo y trabajo colectivo.
El arte, otra forma de salvaguardar la paz
La violencia llegó a la familia de Emanuel Erazo desde antes de que él naciera. Su abuela tuvo que abandonar Tambo, Cauca, desplazada por la guerra. Esa historia terminó marcando el camino de Emanuel, quien creció en Palmira (Valle), en un hogar de músicos y artistas.
En el marco del Movimiento Juvenil por la Paz, Emanuel ayudó a construir programas de artes escénicas y dos capítulos de una “Escuela de y para la paz” a través de la Fundación Cóndor Khuyay, –que constituyó su familia– en la que se explicaron los seis puntos del Acuerdo.
“Nos concentramos en la tierra, en la reincorporación y en el uso del territorio. Muchas de las personas que participaban habían sido desplazadas y empezaron a entender cuál era la ruta para recuperar lo que les arrebataron. Logramos por medio de la escuela recuperar dos fincas de dos familias que estaban allí”, cuenta.
En la danza, Emanuel también encontró una forma de hacerle frente a la guerra y de proteger el proceso de paz. Ha trabajado con jóvenes que cargan estigmas profundos que les ha dejado el conflicto. Dice que en la escena, el cuerpo se vuelve memoria. A veces basta un paso folclórico para que alguien recuerde a la abuela bailando en la vereda. “Y cuando aparece ese recuerdo —explica Emanuel— la carga de lo vivido en la guerra se vuelve, por un instante, un poco menos pesada”.
Esa es otra de las formas en las que la generación garante de paz le apuesta a preservar el Acuerdo de 2016. El Movimiento Juvenil por la Paz reconoce que en las expresiones culturales también se puede hacer la paz.
Nueve años después de la firma del Acuerdo, esta generación marcada por la guerra insiste en sostener lo pactado en La Habana. Su apuesta es que la implementación avance más allá del clima político y se mantenga gracias al compromiso de quienes, como ellos, siguen siendo los guardianes de la paz desde sus territorios.
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