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Así fue el acto de reconciliación entre hijos de Carlos Lehder y Rodrigo Lara Bonilla

Mónica Lehder y Jorge Lara se encontraron en el colegio Rodrigo Lara Bonilla, en el sur de Bogotá. Les enviaron un mensaje a las nuevas generaciones: “Del narcotráfico no queda nada”.

Justicia para la Paz
01 de mayo de 2018 - 06:11 p. m.
Mónica Lehder y Jorge Lara posaron frente a la imagen de Rodrigo Lara Bonilla, asesinado el 30 de abril de 1984 por el cartel de Medellín.
Mónica Lehder y Jorge Lara posaron frente a la imagen de Rodrigo Lara Bonilla, asesinado el 30 de abril de 1984 por el cartel de Medellín.

El coliseo del colegio distrital Rodrigo Lara Bonilla, en el barrio Candelaria La Nueva de Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá, estaba abarrotado por cientos de estudiantes que se agolpaban para ver a dos personajes, herederos de las secuelas del narcoterrorismo de los ochenta, que se habían convertido en parte de su memoria colectiva y que tenían la promesa de presidir un acto de reconciliación y perdón.  

A diario, a los jóvenes les recuerdan que el nombre que está inscrito en su uniforme le perteneció a un Ministro de Justicia que fue asesinado el 30 de abril de 1984, hace 34 años, tras perseguir a los capos del cartel de Medellín, liderados por Pablo Escobar.

Vea la galería del acto de reconciliación

Por eso, el hecho de ver tanto a Jorge Lara, uno de los hijos del inmolado político, como a Mónica Lehder, hija del narcotraficante Carlos Lehder Rivas, cofundador de ese cartel y quien fue extraditado a EE.UU hace 31 años, les despertó una inexorable curiosidad.  Se acercaron profesores, padres de familia y curiosos que tenían la certidumbre de que iban a presenciar un acto que iba a marcar un hito en la historia del colegio del barrio.

Justo al frente de la tarima, tras ver las presentaciones musicales de los estudiantes, los invitados se levantaron para contar su historia. Mónica Lehder, con actitud solemne, tomó la palabra. Lucía un vestido negro, con cinco botones brillantes, mangas de encaje y una cinta de bordeaba su vientre. A su lado, Jorge Lara, más informal, vestía una camisa blanca y un jean. “Lo que les vamos a contar acá no se los dicen en los medios ni en las narco series (…) no vamos a glorificar sino a ser sinceros. Acá estamos el hijo de un ministro y la hija de un narcotraficante”, aseguró Lehder.

Mónica contó que la vida de su padre la obligó pisar una cárcel, por primera vez, a los dos años cuando su mamá fue procesada por delitos relacionados con narcotráfico; posteriormente, a los nueve, entró en un programa de protección luego de que Pablo Escobar amenazara a su familia y Lehder se convirtiera en testigo en contra del general panameño Manuel Antonio Noriega. “Esa no es vida para un niño”, recalcó Mónica Lehder.

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Lara, a su turno, aseguró que él también conoció las cárceles colombianas desde los cinco años. “Mi padre nos llevó, junto a mis hermanos, a conocerlas, a sentarnos a comer con los prisioneros ¿Para qué? Para aprender que todos somos humanos, que todos tenemos vidas. Nadie está exento de no caer ahí. Si yo hubiese seguido la lógica de las narcoseries, yo sería enemigo de Mónica porque mi papá fue asesinado por la organización que fundó el papá de Mónica junto a Pablo Escobar”.

Jorge Lara relató que desde hace diez años ha conversado con Sebastián Marroquín, hijo de Pablo Escobar. Uno de los puntos inevitables de la conversación fue cómo vivieron ese 30 de abril, cuando el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, fue acribillado dentro de su automóvil cuando transitaba por la calle 127, en el norte de Bogotá. “Él me dice que ese día también le cambió la vida como a mí. Él me dice: ‘El día en que mi papá mató al tuyo, esa noche, yo jugaba con carritos y vi que mi mamá decía que Pablo se había enloquecido, que cómo iba a matar a ese hombre’. Al otro día, cogieron a Sebastián y a su familia y los sacaron de Colombia”.

De planes de venganza y excesos

Una de las anécdotas de Jorge Lara se remontan a sus 12 años de edad, cuando él, en el exilio en Suiza, se enteró de que la familia de Pablo Escobar había llegado a ese país huyendo de la posibilidad de que a ellos también los asesinaran. “Me dijeron que a 15 minutos de la escuela estaba el hijo de Pablo Escobar”.

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Lara precisó que su objetivo consistía en ese momento en quitarle la vida a Sebastián Marroquín como una manera de vengar la muerte de su padre. “Sin pensarlo mucho, empecé a ‘cranearlo’. A mí mejor amigo le conté que quería hacerlo de la manera más fría. El país me había condicionado a tener odio por dentro, para mí eso era lógico. Esa noche preparé la maleta con un martillo, un destornillador, una cuerda, todo envuelto en una camiseta. No sabía cómo hacerlo, pero sabía a qué iba”.

Al otro día, salieron hacia la estación de tren, depositaron todas las monedas que tenían en las máquinas para poder abordar y les quedaron faltando cuatro francos suizos para el tiquete y, por eso, no pudieron lograr su cometido. “Haciendo la conversión, ese dinero equivale a unos $10.000 colombianos. Eso le salvó la vida al hijo de Pablo Escobar y me evitó entrar a una cárcel a los 12 años”. 

Mónica, a su vez, enseñó fotografías y videos de las propiedades de Carlos Lehder. “Mi papá se sentí muy orgulloso de sus proyectos, uno de ellos se llamaba La posada alemana, que queda en el Eje Cafetero; también un gran hotel, una mansión, y era tan rico que era dueño de una isla solo para el”. Pero precisó que tanto de la isla como de las demás propiedades no vio un centavo. “Del narcotráfico no queda nada. Mi papá solo “disfrutó”, por así decirlo, de esa plata unos cuatro años, pero lleva preso 31 (…) hoy puedo decirles, a mis 35 años, que no conozco el primer beneficio del narcotráfico”, aseguró Mónica, quien hoy preside una fundación para atender a habitantes de calle.

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“Nosotros podríamos ser enemigos y acá estamos”, dijeron antes de darse un abrazo y posar para cientos de fotografías que se tomaron junto a los estudiantes que al término de la charla se abalanzaron sobre ellos.

“Los jóvenes y los niños viven desinformados de la historia. Por eso, por ahí dicen que si no conocemos el pasado estamos condenados a repetirlo, y una actividad como esta, en un momento en el que nuestros líderes solo sacan lo malo y se acusan de una y otra cosa, evidencia que hay otra forma de vivir”, concluyó Jorge Benedicto Lagos, rector del colegio Rodrigo Lara Bonilla de Ciudad Bolívar.

Por Justicia para la Paz

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