Colombia + 20
Haciendo País

Carlos Antonio Losada, el clandestino

Con 55 años, y 38 de pertenencia a la guerrilla, Julián Gallo encabezó la subcomisión técnica para el fin del conflicto, integrada por comandantes insurgentes y altos mandos militares

Alfredo Molano Jimeno* / @AlfredoMolanoJi
22 de junio de 2016 - 04:44 p. m.
EFE
EFE

El hombre de las Farc que le puso, literalmente, el pecho a las balas se llama Julián Gallo, más conocido como Carlos Antonio Losada. Nació en Bogotá en 1961 e ingresó a la guerrilla cuando tenía 17 años. Desde julio de 2015 asumió desde la subcomisión técnica para el fin del conflicto la tarea de conducir a la guerrilla al fin  de la rebelión armada, a dar el paso definitivo a la vida política legal. La historia de este comandante insurgente no es la clásica del combatiente de selva, es la de la faceta desconocida de la vida en la insurgencia: la del clandestino.

“Mis padres eran campesinos desplazados de la violencia de la década del 50. Venían de Gaitania, cabecera  municipal de Marquetalia, sur del Tolima. Mi papá era liberal, de izquierda, y por eso tuvo que dejar su finca. Llegamos a Bogotá a vivir en la casa de mis abuelos por parte de madre. Empezaron a buscar empleo y después de un tiempo mi papá lo encontró como vendedor ambulante. Puerta a puerta de  cosas del hogar que vendían a crédito. Y mi mamá tuvo que asar arepas para vender”.

Julián Gallo es el cuarto de seis hermanos y cuando se fue para la guerrilla cursaba su último año de bachillerato en el Colegio Distrital La Merced. Antes había estudiado en otro colegio popular bogotano, el Tomás Carrasquilla, pero tuvo que dejar de estudiar en el día para ayudar a la economía familiar. Cómo lo había hecho el padre, los hermanos Gallo salieron a la calle a vender mercancía a crédito. Una habilidad que posteriormente utilizaría como guerrillero para hacer inteligencia. Alguna vez, junto a Edison Romaña, estuvieron meses enteros en la entrada de Cantón Norte vendiéndole a los militares cobijas fiadas.

“En Bogotá mi padre se vincula al Partido Comunista. Ya en Marquetalia simpatizaba con las ideas, que se habían difundido como pólvora en esa región, pero fue tras el desplazamiento que ingresa a la militancia. Así que nosotros crecimos en un hogar comunista. En mi casa se hablaba de política, de izquierda, de socialismo, de la Unión Soviética, de Cuba.  En esas conversaciones, y las reuniones de los amigos de mi papá, me vinculé desde los 15 años al Partido Comunista. Empecé militando en mi casa, donde se reunía una célula del partido. Un sábado, día que se reunían en mi casa, me senté a escuchar y desde ese día no me he parado de la silla”.

Cuando Julián Gallo tenía 16 años, el país vivía tiempos de dura agitación política por cuenta de la crisis económica en el gobierno de Alfonso López Michelsen. Tanta era la efervescencia, que el 14 de septiembre de 1977 estalló el más grande paro cívico de la historia política contemporánea. La instauración del estado de sitio enfureció a los sindicatos y se impulsó un levantamiento popular que dejó un número incierto de muertos. Ese día Gallo salió a marchar. Como también lo hizo en el paro de mayo del 78 por el aumento en las tarifas de transporte. Pero ese día fue capturado. Lo llevaron a la Escuela de Artillería, lo apalearon y lo mandaron a la Cárcel Distrital, donde permaneció por un mes. Esa experiencia fue definitiva en su vida, y al salir estaba decidido: se iba para las Farc.

“En ese momento en la Juventud Comunista había un grupo de revolucionarios que hacen parte de la historia de las Farc. Estaban Andrés París o Alfonso Cano, que era el secretario. Como mi familia era revolucionaria yo pensé que entenderían la decisión y se las comuniqué. Y eso fue terrible. Mis padres se opusieron. Decían que un muchacho crecido en la ciudad no tenía preparación para enfrentarse a la vida guerrillera. Mi madre, que es muy religiosa, culpó a mi padre. Esa situación retrasó mi ida, pero apenas pude me fui. De Bogotá, me despacharon el 20 de septiembre de 1978, los camaradas Alfonso Cano y Pablo Catatumbo. En Cali me esperaban para llevarme al monte”.

De Cali lo mandaron a una comisión en el Sexto Frente, bajo el mando de Miguel Pascuas, uno de los fundadores de las Farc. Por esos días, la guerrilla necesitaba abrir sus horizontes y se le asignó la responsabilidad de fundar el Octavo frente, en la cordillera occidental. Su bautismo de fuego, como se dice entre guerreros, fue el 1  de mayo del año 79, en la toma a un caserío en el Tambo (Cauca). En esos primeros años en las filas insurgentes, Gallo ascendió rápidamente en la estructura militar. Su facilidad para hablar con los campesinos lo volvió importante en las labores de organización de masas. Una habilidad que luego lo llevaría a vivir la vida clandestina. Su soltura para relacionarse y el manejo del entorno urbano sería su arma. Su principal defensa.

“En el año 81 me envían a cumplir misiones logísticas en Cali y Palmira. Se trataba de buscar contactos, gente que nos apoyara para sacar a compañeros a tratamientos médicos o  lugares para  comprar logística para la guerra.  En el 83, Marulanda y Jacobo Arenas me entregaron la dirección del trabajo urbano. En esas tareas duré 19 años, hasta el año  2000 que me llamaron a hacer parte de la mesa de diálogos del Caguán.  Durante esos años de clandestinidad viví en Cali, Medellín, Bogotá, Bucaramanga o Barranquilla, pero sobre todo viví en Cali y Bogotá. En la medida en que me asignaban tareas  fui aprendiendo de vivir en la clandestinidad.  A construir otra identidad. A manejar una doble vida. A pasar por vendedor, empleado, comerciante, taxista. Aparentar una vida normal con los vecinos y tener la vida oculta de combatiente guerrillero”.

En Cali lo conocieron como Omar, Alberto o Arnulfo. Las estrictas reglas de seguridad obligan a que máximo se puede vivir una vida por seis meses. Luego toca cambiar de casa, de trabajo, de nombre. Vivir alerta a cualquier evento sospechoso. El guerrillero en la ciudad tiene que convivir con el miedo y su secreto. En esas lides, Julián Gallo conoció a su primera esposa, con quien tuvo un niño el 15 de marzo de 1989. Sin embargo, no estuvo en su nacimiento pues había sido detenido en Ecuador. Cuando su hijo tenía un año y medio fue dejado en libertad. A final de 1993, tras 10 años de convivencia,  la relación terminó, aunque Gallo nunca dejó de ver a su hijo. Y en La Habana se volvieron a ver, pero esta vez, por primera vez en la vida, sin el miedo a ser detenido en cualquier momento.

 “La vida del clandestino es muy dura. Es solitaria. El guerrillero de monte tiene a los camaradas, el día a día de la guerra. Pero en la ciudad uno sólo tiene la fuerza de la íntima convicción. Uno no puede  ni siquiera llevar a sus compañeros de militancia al lugar donde vive. El clandestino vive un cierto aislamiento, que exige una autodisciplina muy rígida. El silencio y la observación son el arma para sobrevivir. Nunca se pueden dejar  cabos sueltos. Uno vive borrando las huellas de lo que está construyendo. Uno no puede hacer una vida social amplia porque eso en algún momento termina fallando. Uno no puede permitir que se encuentren personas que lo conocen a uno con distintos nombres o profesiones. Vive uno privado de la amistad. No conseguí más de 10 amigos en los 19 años de clandestinidad”.

En esas dos décadas en que vivió en la ciudad, Julián Gallo tuvo un segundo matrimonio, del que surgió una hija que hoy tiene 17 años. Vivían en Castilla, un barrio popular al suroccidente de Bogotá. Cuando la niña iba a cumplir un año se iniciaron los diálogos de paz entre el Gobierno de Andrés Pastrana y las Farc. Gallo era el comandante de Frente Antonio Nariño, que tenía bajo su mando todas las estructuras urbanas que operaban en Bogotá y Cundinamarca. Marulanda lo llamó para que integrara la delegación  de paz de la guerrilla en el Caguán, y aunque reconoce que emocionalmente fue un tránsito difícil, él y su mujer siempre tuvieron claro que ese día podía llegar.

En la casa siempre se habló de la eventualidad de que Julián pudiera morir, o ser detenido, o trasladado a las montañas de Colombia. Durante los años que duró la zona de despeje pudo ver a su hija una vez más. Tenía poco más de tres años. Hablaba, caminaba y entendía todo. Pero la paz no se logró y la arremetida de la guerra fue violenta. En eso pasaron más de diez años hasta que viajó a La Habana, a un nuevo intento de paz. Allí volvió a ver a su hija, convertida en mujer.

“Verla tantos años después siendo una señorita me produjo  una carga emocional muy fuerte. Dura pero hermosa a la vez.  Siempre busqué la forma de mantener una comunicación con ella, y con mi hijo. Siempre les  hice llegar una nota, una carta, una razón. Y fuimos creando lazos sólidos,  a pesar de la distancia”, detalla Lozada. “Su hija es la luz de sus ojos. Cuando ella ha venido uno lo ve convertido en un niño. Feliz. Iluminado”, agrega Manuela Marín, una guerrillera que lo ha acompañado por  13 años.

“A mi hija trataron de secuéstrala en diciembre de 2008. La  mamá había tenido que salir del país por la persecución  y la había dejado con sus padres. La inteligencia se enteró que la niña era hija mía y enviaron una nota amenazándola. Un familiar, que es abogado, fue a recogerla y  en ese momento empezaron a perseguirlos. Él se dio cuenta y llegó hasta la casa del Partido Comunista, allá la dejó. Ese día hubo una escaramuza con el vigilante de la casa, y al final termina siendo que los que la estaban persiguiendo se identificaron como miembros de la XII Brigada del Ejército. Durante 20 días no supimos nada de ella.  Imagínese lo que puede sentir uno en el monte sabiendo  que su hija está desaparecida”.

Los últimos años de Julián Gallo en la vida clandestina fueron los más duros de su vida. En este periodo vivió un episodio que lo marcó, y por el cual se le escapan un par de lágrimas cuando se toma unos tragos y desanda su pasado. En septiembre de 1996 asesinaron a casi toda la comandancia del Frente Antonio Nariño. La operación es conocida como la masacre de Mondoñedo. En ella murieron seis de los siete comandantes de la estructura insurgente. Ese día, miembros de la Dijín de la Policía detuvieron un carro en el que se movilizaban cuatro de los dirigentes de dicha estructura. Los detenidos fueron llevados al botadero de Mondoñedo, donde los torturaron hasta matarlos. A los otros dos, los ultimaron al siguiente día cuando salían de sus casas. El único sobreviviente del Frente Urbano Antonio Nariño fue Julián Gallo. Cuentan los que lo conocen que ese evento lo marcó de tal manera, que siente un compromiso especial por reivindicar la memoria de sus compañeros asesinados.

“A raíz de eso la decisión de las Farc fue recoger las estructuras urbanas.  Entre el 96 y el 2000 estuve organizando la red y cuando se acaban los diálogos del Caguán sigo como comandante del Frente pero ya desde el monte. Primero me ubique entre Venecia y San Bernardo, municipios del páramo de Sumapaz.  Allí viví la etapa previa al Plan Colombia, que se denominó: Operación Libertad I y II. Fue una operación contra los diez frentes que teníamos en Cundinamarca. Nos cortaron las vías de abastecimiento, de retirada y  se nos soltó encima una operación militar muy grande que terminó con un golpe a todos los frentes. En el caso del Antonio Nariño tuvimos varias bajas y una situación muy compleja para poder salir de Cundinamarca hacia el Meta”.

Cuenta Gallo que tardaron tres meses en pasar del Sumapaz al Meta. Las condiciones climáticas y de alimentación agravaron los impactos del operativo militar. El Ejército les quitó la mayoría de equipos y les propino varias bajas y heridos, lo que hizo más tortuosa la situación. El área estaba ocupada por patrullas, lo que obligó a que se dividieran en pequeños grupos, para buscar por donde salir del cerco.  Fueron tres meses de extensas caminatas buscando cruzar el río Sumapaz, y narra Gallo que se les ocurrió que quizá el puente militar no estaba vigilado, aunque era arriesgado porque tenían que pasar por la propia base del Ejército.

Entonces se preparó todo para hacerlo en la noche. Pero el guía no llegó a tiempo y el amanecer cayó cuando estaban en plena base de Las Águilas. Decidieron desayunar mientras esperaban hasta que apareció un campesino. Le pidieron ayuda y les dio las indicaciones, eso sí con una advertencia, a menos de 300 metros había una avanzada del Ejército. Ese día, camuflados con ramas de árboles y pedazos de monte, pasaron arrastrándose uno a uno. Por Cabrera pasaron al Huila y bajaron la cordillera por el Papamene y salieron al llano. De los 25 que había en la compañía llegaron  12. Seis murieron en combate y el resto quedaron por fuera por diferentes razones.

“En el Caguán estuve desde abril del 2000 hasta febrero de 2002. A partir de ese momento quedé en el monte. Ya había puesto la cara y no podía volver a la ciudad. Desde ahí hasta octubre del 2014, que llegó a La Habana, estuve en las montañas de Colombia.  Fueron 12 años en los que transité entre La  Uribe, Mesetas, Vista Hermosa, San Vicente del Caguán, San José del Guaviare o Calamar.  Volverme a adaptar a la vida guerrillera no fue fácil. Yo ya tenía 41 años y no era lo mismo que a los 20, cuando ingresé a las Farc. Más cuando la guerra que se nos soltó encima fue brutal. En ese periodo viví el episodio más difícil que he vivido en el campo de batalla.  Fue en el 2007, en Mesetas. En un combate me dieron un tiro en la espalda. No podía caminar, pensé que no lo volvería a hacer, e incluso pensé en matarme para que no me cogieran”.

En ese episodio murió una de las personas más cercanas e importantes en la vida de Julián Gallo: Cristóbal San Roque. Dicen que lo recuerda continuamente, más desde que están en el proceso de paz, pues considera que sus aportes serían fundamentales para implementar el acuerdo agrario.  El otro episodio que dejó huella en la vida de Gallo es el bombardeo al curso de mandos, ocurrido el 26 de mayo de 2012, en el que murieron 39 comandantes guerrilleros. Él estaba al frente de las unidades en lo que en la historia de las Farc es considerado como uno de los golpes más duros que han recibido, pues no sólo ya se habían iniciado los acercamientos con el Gobierno sino que acabó de tajo con una generación de altos comandantes guerrilleros.

“En la noche empezaron los sobrevuelos. Sonaban lejos. Como a las dos de la mañana me levanté a orinar y escuché los bombarderos. En principio no pensé que era con nosotros, pero en la medida en que se acercaban me asusté. Íbamos de marcha y no teníamos trinchera. Me lancé a la caleta y abracé a mi compañera. Es con nosotros, le dije.  Y detrás sonaron las bombas. Las sentimos pasar  por encima del campamento, y reventaron al lado izquierdo nuestro. Ya en ese momento me imaginé que era con la compañía que iba con Gonzalo. Vinieron más bombas, ametrallamientos, desembarco. Recogimos todo y empezamos a retirarnos. A ubicar en la oscuridad a los compañeros. En eso se nos amaneció y empezamos a encontrar compañeros heridos. Ahí murieron 39 camaradas y 15 quedaron heridos. Ese es el bombardeó más grande que le han hecho a las Farc. Fue muy difícil. Imagínese lo que es para uno de jefe enfrentar una situación de esas, pero asumí esa responsabilidad”.

Los que mejor conocen a Julián Gallo consideran que una de sus más representativas características es su vocación  de pedagogo. Muestra de eso es que fue él quien diseñó el curso de lectoescritura que reciben los guerrilleros, en el que aprenden desde el abecedario hasta el texto argumental.  El curso dura entre 15 y 40 días y hoy es la metodología con la que las Farc se ha trazado la meta de que en un año no exista ningún guerrillero sin saber escribir o leer.  El primer libro que estudian es “El Principito”. También ven una película cada día del curso para luego analizarla. Estas dos herramientas hacen parte de las pasiones más grandes de Losada, y entre sus cintas más queridas está Estado de Sitio, dirigida por Costa Grava; Amadeus,  de Milos Forman; y Azul Profundo, de Luc Besson.

Y es que el mar es una de las inspiraciones de este comandante guerrillero, y entre sus confesiones personales ha dicho que si la paz se firma le gustaría pasar un tiempo con su familia en una playa tranquila. Donde pueda recuperar el tiempo perdido con sus hijos, vivir la tranquilidad de su amor con Milena, una joven guerrillera que lo acompaña hace algunos años, y leer sin los sobresaltos de la guerra, y escuchar su colección de boleros y salsa, su música favorita. Esta es la historia del hombre que condujo a la guerrilla más vieja del continente a silenciar los fusiles: Carlos Antonio Losada, menos conocido como Julián Gallo.

*@AlfredoMolanoJi

Por Alfredo Molano Jimeno* / @AlfredoMolanoJi

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar