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“De pasos de elefante… despacio pero fuerte”, dice Sixta mientras camina por la tierra enlodada de la vereda Sanandreses, en su natal corregimiento de San Francisco del Rayo, en Montelíbano (Córdoba). Sixta lleva por segundo nombre Judith y por descendencia los apellidos de sus padres: Yánez Padilla. Nació en el año 1975, y tiene 48 “febreros de vida”, como dice. Veinticinco de ellos, los ha dedicado a cultivar su parcela: “La Platanera”, que es su sustento y su razón para luchar por sus hijos, las bendiciones que Dios le ha regalado.
La lista es larga pero con nombres cortos: Mario, Duban, Dainer, Kamet, Karoll, Valentina, Joseph, Elian y Jherad; el mayor con 28 años y la menor con 11. Nueve hijos en total, algunos de ellos asentados en otras ciudades viviendo su vida lejos de su madre y otros en Montelíbano, con su esposo, quien es docente.
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Los días de Sixta transcurren entre hojas de plátano, racimos y los viajes sufridos por las carreteras, porque apenas cae agua del cielo, se vuelven jabón, se ponen resbaladizas e incluso peligrosas a la hora de salir a llevar sus bultos de plátano hasta Planeta Rica.
“Si volviera a nacer, volvería a ser campesina. Yo soy como las aves, me gusta el campo, me gusta la libertad. A mí me gusta mi platanera, algo sí le digo, el día que mis pies y mis manos no me sirvan para trabajar en mi parcela, hasta ahí entrego el legado”, mira el cielo y repite, “el día que mis manos y mis pies no me funcionen… pero mientras tanto mi felicidad es el campo y la platanera. Como dice un amigo: yo soy planicultor”, comenta Sixta mientras sonríe.
Sixta Yánez es una de las matronas de su vereda, que no sobrepasa las 84 familias, donde habitan unas 360 personas. Ella es delegada del Grupo Motor de Montelíbano, en el Sur de Córdoba, que se formaron por primera vez a través de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) en los Sanandreses, con lo que se busca hacer seguimiento a lo acordado con las comunidades.
Sixta, junto a 16 delegados de su municipio, iniciaron el proceso de formulación de iniciativas para mejorar su calidad de vida en el campo y transformar su territorio, uno de los objetivos de la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y la extinta guerrilla de las FARC.
En la actualidad, también hace parte de varias asociaciones productoras de plátano, que le han permitido darse a conocer en la región y liderar procesos de producción rural.
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Dicen que la vida te da lo que cosechas, pero a ella la cosecha se la dan sus manos, su producción es de dos bultos cada 10 o 15 días, dependiendo como se comporten las matas al parir. Con 125 plátanos llena los costales. Los corta con machete y los va juntando de gajo en gajo a orillas de cada paso del arroyo, un cuerpo de agua que atraviesa en forma de culebra cuatro veces el territorio de Sixta, los pasa de ronda en ronda, echándose los racismos al hombro y atravesando el arroyo hasta llegar a su casa, con paso de elefante… “despacio pero con fuerza”.
“Los lunes fumigo, el miércoles limpio lo que el sueste (vendaval) se lleva, las matas que tumba, y así me voy organizando. Después debo cortar el plátano, ir y venir llevando los gajos por el arroyo, como 8 o 10 veces debo a travesar el sanandreses, luego los lavo, los envuelvo y busco el burro para que me lo saque de la vereda hasta el pueblo. De ahí toca pagar un carro que lo lleve a Planeta y poder venderlo”, cuenta la campesina.
Sixta es fuerte, contiene una fuerza que solo da el campo, pero cuando recuerda lo que paso el 31 de marzo de 2020, no puede evitar desencajar sus hombros, entrelazar sus manos nerviosas y limpiar de su rostro las lágrimas.
Ese día, su casa de tabla y zinc, se convirtió en escombro y ceniza. El fuego consumió la vivienda de seis cuartos, sala, cocina, también sus ropas y enceres. “Un corto”, me explica, mientras va perdiendo la fuerza en su voz. “Yo salí a Oscurana, donde vive mi mamá, y de regreso vi una humarada, y dije ‘¿quién está quemando?’… ahí me llamó mi hermana: era mi casa la que se había incendiado”.
Cuando Sixta Judith Yánez Padilla regresó a su parcela, se arrodilló en el pasto y llorando le dijo a Dios: “Gracias porque no te llevaste a mis hijos”. Para ella, hablar de lo sucedido es doloroso. Aunque asegura que lo material se recupera, su vida se partió luego de la pérdida de su casa. Los marranos, las gallinas y los patos que antes recorrían el lugar, ahora solo hacen parte de sus recuerdos.
“Shu, shu, ehhh”, va arreando el burro y lo pincha con una ramita en el lomo para que ande del platanal hasta el carro a sacar el producido. Son como 20 minutos de su parcela a la entrada. Hasta Arenoso, cerca de una hora, por las condiciones de la vía. De Arenoso a Planeta Rica otra hora. Así viaja del platanal a la ciudad, la mano que usted le compra al carretillero, por eso Sixta sueña con que sus vías mejoren, para que su producción sea más eficiente y rentable.
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Como ella, son cientos las mujeres campesinas que luchan y se esfuerzan en medio de la resiliencia, pese a las adversidades y desafíos de los territorios. Amando la tranquilidad de la ruralidad, la paz que da el campo, pero trabajando duro para que los alimentos que usted y yo consumimos puedan llegar frescos y de buena calidad hasta su casa.
“Adiós”, dice Sixta Yánez, con las mejillas coloradas y la sonrisa de oreja a oreja... “Y recuerde, señorita: Hasta que mis pies y mis manos me dejen”….