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“Nos declaramos como Comunidad de Paz de San José de Apartadó el 23 de marzo de 1997; el casco urbano de nuestro corregimiento estaba vacío. La mayoría de familias se habían marchado a raíz de las dos masacres perpetradas por los militares en septiembre de 1996 y en febrero de 1997 y en las que habían arrasado con los líderes con que contaba el corregimiento.
Todavía vivíamos en las veredas y con la declaratoria de Comunidad de Paz esperábamos ser respetados y poder seguir en nuestras tierras, pero estábamos equivocados; tropas del ejército en conjunto con los paramilitares realizaron operativos en las veredas, asesinaron gente de nuestra comunidad. A muchos de ellos les pusieron camuflados para decir que habían sido asesinados en combate. A las veredas nos dieron plazo de tres días para abandonar nuestras tierras y el que no cumpliera sería asesinado. La amenaza era real. A los tres días entraron y asesinaron a quienes se encontraron en los caminos. Los que pudimos salir nos ubicamos en el caserío de San José y desde allí comenzamos a resistir.
San José se había convertido en un pueblo fantasma. En los alrededores sólo se veía presencia del ejército en compañía de los paramilitares. En el pueblo no se encontraba nada para comer, ni tampoco dejaban subir alimentación desde Apartadó ya que los paramilitares y los militares habían ubicado un retén en la única vía que nos comunica con Apartadó. Constantemente escuchábamos combates y había mucho miedo. Era realmente una situación muy dura pero desde allí comenzamos a construir.
Al principio del proceso éramos como 500 personas. Esos fuimos los que nos lanzamos a la construcción real de la comunidad; la mayoría de los que habían firmado la declaratoria el 23 de marzo se habían ido desplazando a otros lugares. Los que nos quedamos, asumimos el proceso como la única posibilidad de mantenernos y de vivir dignamente en medio de la guerra. Nos organizamos, comenzamos a crear distintos comités. Nos tocaba cocinar en una sola olla comunitaria para todos, porque no había mucho que comer. Primero comían las mujeres y los niños y los hombres de últimos; la situación era de mucha hambre. Cuando empezó a llegar la ayuda humanitaria, distribuimos la comida por veredas; se nombró un coordinador por vereda y se cocinaba en varias partes ya que era más fácil a nivel organizativo.
Entonces la comunidad escogió un Consejo Interno como un órgano de representación y de consulta. Se eligió un comité de deportes para poder hacer partidos de fútbol. Se hacían actividades con los niños ya que al estar todos en San José, la situación era muy difícil y era necesario tener formas de distracción. En medio del conflicto se continuó con las clases en la escuela porque siempre hemos puesto todo nuestro esfuerzo en no dejarnos arrebatar la educación, la tierra, nuestra familia.
Elegimos un coordinador de trabajos que convocaba a la gente para hacerle aseo al pueblo, para proponer trabajos internos y quien a la vez trabajaría con el coordinador de salud, que estaría pendiente de la salud de la comunidad. En ese momento nadie podía salir de San José. Varios se arriesgaron a salir para ir a recoger sus cositas a la finca y muchos fueron asesinados en los caminos veredales. Al ver esto, comenzamos a pensar en la forma de enfrentar a los actores armados que nos estaban matando así de uno en uno. A pesar de las denuncias, la situación continuaba, así que decidimos organizar a las familias de las veredas para salir por grupos en la mañana y volver en la tarde. Los primeros grupos salieron acompañados por misioneros que estaban en San José permanentemente con nosotros y luego se unió a esta iniciativa la Cruz Roja Internacional.
Íbamos a las veredas, sacábamos nuestras cosas, lo poco que quedaba de las cosechas, y volvíamos. Varias veces nos tocó enfrentarnos todos en grupo a los actores armados; la guerrilla nos decía que estábamos con los paras y los paras y el ejército nos acusaban de guerrilleros. Al estar todos juntos tuvimos la fortaleza de enfrentarles para decirles que tenían que matarnos a todos porque no dejábamos que se llevaran a nadie; esta fue una de las primeras formas de resistencia. Por las noches nos reuníamos a evaluar con cada vereda el trabajo realizado y la situación para aprender de ella y pensar en las alternativas que debíamos construir.
Era triste encontrar toda esta zona sola; todo lo que habíamos construido por décadas había sido destruido. Esta experiencia de salir y trabajar juntos en grupos de 100 o 200 personas nos hizo pensar en que aún era posible volver a empezar, volver a sostenernos nosotros mismos, autónomamente. Nuestra relación con la tierra es muy estrecha; sembrar es fortalecernos en nuestra tierra, es sentirnos unidos a ella. Por ello comenzamos a pensar en trabajar sembrando cosechas, construyendo peceras, galpones, creando potreros para los animales que teníamos, limpiando los caminos de la maleza que durante el desplazamiento nos había tomado ventaja.
Con un grupo de 330 personas sacamos la primera cosecha de maíz comunitaria; lo que recogimos se repartió en la comunidad y lo que sobró se vendió para comprar alimentos y herramientas para seguir trabajando. Fue hermoso e interesante la forma como comenzamos a construir una nueva forma de vida, de sociedad, de economía. Una economía donde no sólo importaba el individuo, el egoísmo, mi necesidad, sino que se pensaba desde las necesidades de todos. Así han nacido nuestros principios: experiencias que vivimos y que luego reflexionamos para asumirlas como principios de la comunidad.
Así durante los primeros meses de la comunidad mantuvimos varios caminos de las veredas más cercanas como La Unión y Arenas Altas (a las que íbamos constantemente porque son las más cercanas a San José), la carretera, construimos cuatro peceras, cinco galpones, arreglábamos el pueblo, todo desde un trabajo comunitario organizado. Al principio del proceso, hacíamos celebraciones comunitarias cada tres meses. Casi no creíamos que esta experiencia pudiera resistir tantos golpes durante mucho tiempo. Por eso para nosotros cada nuevo día es un logro enorme y más aún cuando vemos que la comunidad avanza. En la celebración de los primeros tres meses de la comunidad habíamos hecho las primeras siembras; a los seis meses de conformada la comunidad, recogíamos las cosechas.
Sin embargo en octubre de 1997 son asesinados tres líderes de la comunidad por parte de la guerrilla, precisamente realizando un trabajo comunitario. El hecho de que el asesinato se produjera precisamente durante un trabajo comunitario nos generó mucho miedo. Era la primera vez que nos irrespetaban sin importar nuestra estrategia de ir a trabajar en grupo. El impacto fue tremendo. Ya no salimos a trabajar comunitaria ni individualmente durante varios días. Sólo existía el terror: las amenazas y los asesinatos continuaban por parte de todos los grupos: paramilitares y ejército por un lado y la guerrilla por el otro.
Hacia finales de noviembre decidimos romper el miedo y convocamos un trabajo en la carretera. Sólo salimos cinco personas a dicho trabajo. Pero ese fue el primer paso para volver a tomar decisión y nos animamos pensando en el primer retorno a las veredas de la comunidad. Pensamos un proyecto que nos dio mucha alegría: decidimos retornar a La Unión. Antes de hacer el retorno de las familias, la comunidad organizaría un trabajo conjunto en el que nos dedicaríamos a reconstruir el caserío, hacer sembrados para las familias que volverían. En realidad este es el punto de inicio de los grupos de trabajo. Para el retorno de La Unión nos repartimos por grupos. Ya no trabajaríamos en un solo grupo grande sino que nos distribuimos por grupos de 5 a 8 personas para sembrar y hacer diferentes cosas. Conformamos diez grupos de trabajo, se reconstruyeron casas, comenzamos a sembrar para poder retornar ya que la situación de sostenimiento económico era muy difícil; sembramos fríjol, yuca, maíz, fueron grandes cantidades las que sembramos, éramos más de 150 personas trabajando animadamente, con un equipo de acompañamiento de laicos y religiosas que nos apoyaban en ese proceso.
Esto lo hicimos en diciembre de 1997 y enero de 1998. Así vimos que era más fácil sembrar en grupo y generar una economía alternativa. Decidimos que el retorno se haría en marzo y que la comunidad se organizaría por grupos de trabajo con participación de los hombres y las mujeres en el retorno de La Unión.
A partir de allí comenzamos a pensar en una economía alternativa, una economía solidaria que buscara el bienestar de todos. Conformamos grupos ya no sólo en el retorno de La Unión, sino en el retorno de Arenas, La Esperanza y en San José. Cada vez éramos mayor cantidad de grupos con los que hacíamos realidad el sueño de sociedad que teníamos, alejada del capitalismo, de la exclusión.
Pensamos entonces en que era importante recoger las reflexiones y la historia del desarrollo de los grupos de trabajo, que se habían vuelto un núcleo muy importante de la comunidad. Por ello creamos un comité de seguimiento a los grupos de trabajo para hacer esto pero también para impulsar los trabajos y apoyar técnicamente a la comunidad ya que aunque no sabíamos muchas cosas, comenzamos a investigar nosotros y a conseguir personas que nos enseñaran.
Comenzamos la reactivación de cacao, los sembrados de primitivo y plátano, los frutales como alternativa para procesarlos y producir mermeladas y pulpas. Nuestra forma de trabajar tenía sentido no sólo porque necesitábamos subsistir sino porque la forma en que trabajábamos nos permitía crecer como comunidad. Para nosotros el trabajo es resistencia diaria, resistencia construida por nosotros mismos. Ya habíamos dicho que estábamos planteando una economía alternativa y solidaria. Para nosotros es importante no sólo reiterar que nuestro proceso se basa en la solidaridad y en su naturaleza pacífica sino también que en esta vivencia diaria que es la Comunidad de Paz de San José queremos vivir una lógica diferente a la del mercado, una lógica en la que lo importante es vivir dignamente sabiendo que todos en la comunidad estamos luchando juntos para lograrlo.
En esa búsqueda, comenzamos a generar proyectos comunitarios como mejoramientos de vivienda, trilladoras de arroz, de maíz, de caña, peces, marranos, además de las anteriores cosechas que ya mencionamos. Estos proyectos buscan mostrar que es posible un mundo desde lo ecológico, en armonía con lo que nos rodea.
Indudablemente este trabajo en grupos no ha sido fácil. Fue muy difícil porque estábamos acostumbrados a trabajar individualmente. Este esfuerzo nos ha costado años y seguimos en un trabajo constante ya que siempre existe el riesgo de que las posiciones individualistas quieran imponerse sobre el bienestar colectivo. No ha sido fácil que todos nos sintamos y nos pensemos como parte de una comunidad; este proceso de pertenencia y participación pasa por todos los niveles. La Comunidad de Paz es un proceso que nos pertenece a todos, somos nosotros quienes hemos pensado su estructura comunitaria, democrática y representativa.
Los grupos de trabajo han sido la realidad de la comunidad en cuanto a participación; las decisiones estructurales y de principios de la comunidad las toman los grupos, quienes reflexionan conjuntamente y luego entre todos se debate para decidir.
Pero para caminar como lo hemos hecho, ha sido necesario un trabajo de formación continuo, un trabajo de seguimiento como grupos, de reflexionar y entre todos mirar una forma económica distinta. Ha implicado días de encontrarnos todos y reflexionar, de hacer reuniones de grupos de coordinadores, han sido años y años de nuevas iniciativas, de estar en el lugar de trabajo como lugar de reflexión, como lugar de resistencia.
El centro de formación que construimos en San José, los lugares de los sembrados, el centro de salud, la bodega comunitaria, el parque, todos los lugares han sido fruto de la formación, de la reflexión y no proyectos fortuitos. Siempre hemos sabido que nuestras decisiones y nuestras obras son expresión de nuestra resistencia.
La Comunidad de Paz de San José de Apartadó es por tanto una Universidad alternativa en muchos aspectos: desde lo educativo, lo pedagógico, el mismo concepto de universidad que ha configurado el mundo capitalista. Esta concepción alternativa por lo tanto no se encuadra en los rótulos de competencia y de explotación, en cartones ni títulos, sino que se encamina desde el saber, un saber al servicio de la resistencia. El estar en la Universidad es una concepción de nueva realidad, un mundo alternativo que busca generar un nuevo Estado, una sociedad no de consumo ni de capitalismo; una sociedad basada en la solidaridad y en el derecho de los pueblos. Es por ello que, al contrario del sistema educativo oficial, que busca etiquetas y formar profesionales encajonados para su servicio, donde la ciencia y el conocimiento son mercancías que generan clase y exclusividad, surge esta universidad donde el conocimiento no es mercancía sino un saber compartido para impulsar la vida y la dignidad.
En esta nueva Universidad son las mismas comunidades las que desde sus luchas van formando su estructura. La solidaridad internacional y nacional de personas, organizaciones y comunidades comprometidas con búsquedas alternativas son las que fortalecen los lazos fraternos para compartir y crear un diálogo de saberes en favor de la resistencia”.