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Sara Ferrer Olivella llegó a Colombia como directora del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en septiembre del 2021; venía de Jordania y se encontró con un país que intentaba recuperarse de los efectos de la pandemia del COVID19. El primer punto en su listado de prioridades fue entender este país. En ese intento, como suele suceder en este tipo de cargos, la principal actividad es recorrerlo y hablar con mucha gente.
La conexión fue rápida. Tal vez porque es española y además del idioma encontró muchas cosas en común. En su recorrido fue descubriendo lo que ella llama “varias Colombias”. Ella lo interpreta como una gran oportunidad por la enorme riqueza cultural, natural, étnica que encontró. Sin embargo, reconoce que después de estos cuatro años “no se acaba de entender a este país”.
Por eso, uno de sus propósitos durante este cuatrienio fue dedicarse a convocar a los más variados actores de las sociedad colombiana -sobre todo a los opuestos- para apoyar la búsqueda de una visión conjunta e incluyente de desarrollo y de construcción de paz.
No fue casual que su última misión en terreno fue en los llanos del Yarí, donde PNUD apoya varios proyectos en torno a la paz y el medio ambiente. En esta entrevista justo antes de viajar a una nueva misión en Indonesia cuenta cuáles fueron sus apuestas y las lecciones que se lleva de Colombia.
¿Cuándo usted habla de que descubrió varias “Colombias”, se refiere a que encontró un país fragmentado?
Para mí eso significa la gran diversidad que tiene el país: una orografía impresionante, con tres cordilleras que la atraviesan, tiene llanos, tiene humedales, tiene bosques secos subtropicales, tiene dos mares, tiene islas y tiene culturas muy distintas, la de los indígenas, la de los afros, los raizales, los campesinos. Entender cómo se interrelacionan, cómo ellas construyen territorio, es un gran reto para el país y, por supuesto, alguien que llega de fuera quiere acompañar a este país en ese propósito.
¿Cuáles fueron los programas prioritarios?
Asegurar que PNUD ayudara a construir y facilitar espacios y conversaciones difíciles entre opuestos, entre los que piensan distinto y, sobre todo, en temas como la construcción de paz, modelos y trayectorias de desarrollo en una de las más antiguas democracias de América Latina, pero aun así una democracia en construcción en muchas partes del país.
El gran reto ha sido cómo crear estos espacios, cómo crear estas conversaciones que el país necesita. Hicimos el Informe de Desarrollo Humano, después de 11 años de publicar “Colombia Rural, Razones para la Esperanza”; lanzamos en 2024, conmemorando los 50 años del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en el país, “Colombia, territorios entre fracturas y oportunidades”, donde se plantea que el país ha tenido múltiples trayectorias de desarrollo. Vemos que esas regiones con más desarrollo humano, es decir, con más ingreso, más servicios de salud, más servicios de educación, son aquellas zonas más degradadas de todo el país. Y aquellas zonas que conservan un gran reservorio natural de ecosistemas son las zonas donde no hay esos servicios, ese desarrollo humano. Le planteamos al país esta paradoja: ¿queremos construir desarrollo humano a costa de los ecosistemas naturales de un país superprivilegiado? No hay muchos de países en el mundo que cuenten con todos los recursos que cuenta Colombia.
¿Cuáles fueron las reflexiones sobre esa paradoja?
La reflexión está en pensar nuevas trayectorias de desarrollo humano sostenible no desde el centro sino en los territorios. Estamos hablando de las diferentes visiones de desarrollo y eso significa no llevar las ideas a los territorios, sino escuchar, reconocer y valorar esas capacidades, esos saberes y esos ecosistemas. Y a partir de allí, se pueden trazar otras trayectorias. Y queremos seguir impulsando este aporte porque el país se construye con todas sus comunidades y sus gentes. Este es uno de los países con más agua del mundo y, al mismo tiempo, sufre de un estrés hídrico impresionante. Por eso, lanzamos la campaña Agua Límite, para reflexionar sobre cómo un país tan rico en agua puede tener gente que no tiene agua. Bogotá, por ejemplo, tuvo un racionamiento de agua durante un año. Esto tiene que ver con esos modelos de desarrollo y esa falta de planeamiento alrededor de los recursos naturales y cómo se deberían proteger los bosques y los humedales para asegurar ese ciclo del agua, desde el Amazonas hasta los páramos y los humedales.
¿Qué relación tiene este propósito con la búsqueda de la paz?
El desarrollo humano no es posible si no es de la mano de la construcción de paz. El PNUD, durante muchos años, incluso antes de la firma del Acuerdo de Paz, ha acompañado al país en esa voluntad de paz. Hemos acompañado a estas comunidades en ciudades, veredas, reservas, resguardos, hasta trabajar en iniciativas como “Escuchar la paz”, que es una encuesta de percepciones que consulta a 13.000 colombianas y colombianos que viven en territorios afectados por el conflicto, los territorios PDET y les preguntamos cómo sienten la paz. Esto se viene midiendo desde 2019 y ellos sí sienten mejoras, se sienten satisfechos con la implementación del Acuerdo. Visibilizar esas voces y cómo se sienten a partir del acuerdo es fundamental, porque la paz no es de uno o de otros, la paz es de todos.
¿Qué otras revelaciones encontraron en esa tercera ola de la encuesta?
No hay ningún estudio o encuesta que abarque más de 13.000 personas, pero sobre todo ninguna encuesta tiene preguntas tan robustas. Lo más importante de la encuesta no son los números absolutos, sino las tendencias y lo que muestran es que el país está avanzando en la construcción de paz. Quizás no lo suficientemente rápido como uno quisiera. Hay desafíos y yo creo que la encuesta los pone de frente. Uno es el gran deterioro de la seguridad en varias partes del país. Otro es que la mayoría de los colombianos no entiende la justicia transicional. La pregunta es por qué pasa eso. Hay una labor muy importante para que este acuerdo eche raíces y siga creciendo.
¿Cómo ha sido el trabajo de conversar con esos sectores que no están de acuerdo con el Acuerdo?
Desde el PNUD estamos convencidos de que para construir desarrollo y paz se requiere de todos los sectores, de los que piensan igual y los que piensan distinto. La voluntad ha sido siempre incluir a todos en esas conversaciones para generar espacios, ideas y posibilidades de vida distintas. No siempre es fácil convocar a los que piensan distinto. Naciones Unidas tiene una apuesta muy clara por la construcción de paz, más allá de que usted esté de acuerdo o no en la manera cómo se construyó el acuerdo, hay una apuesta de paz que hay que valorar, reconocer y apoyar.
¿Qué lecciones se lleva de su visita al Yarí, la última que hizo antes de dejar el país?
El Yarí es una tierra que tiene una historia de conflicto, de actores armados que vienen y van, pero lo más importante es que hay unas comunidades super resistentes, que le apuestan a crear un país distinto, a tener unos niños educados, que gocen de salud, a pesar de todas las dificultades. Cuando uno cruza las sabanas del Yari no ve al Estado por ninguna parte. No ve un puesto de salud. No ve un puesto de policía; para llegar a las escuelas, los niños deben caminar mucho o estar en internados y no siempre tienen profesores. Las soluciones a estos problemas se tienen que construir con ellos y desde allá, porque ellos conocen las condiciones y realidades, tienen un clima de extremos, unas sequías brutales y épocas de lluvia intensa, como la que estamos padeciendo que no dan tregua.
¿Cuál ha sido el trabajo del PNUD allá para ver esas alternativas de desarrollo sostenible?
Crear desarrollo más allá de la ganadería no es fácil. Lo que estamos haciendo es acompañar las apuestas campesinas para crear una ganadería sostenible, oportunidades para preservar esos bosques tan importantes que al final son los que garantizan el agua. El acompañamiento del PNUD es escuchar a esas comunidades y conocer esas apuestas, como la que se está discutiendo ahora sobre la creación de nuevas Zonas de Reserva Campesina. Esa es una figura que se creó en la Constitución del 91 y es clave porque reconoce esa gran diversidad y la voluntad de unas comunidades que vinieron aquí por un desplazamiento hace muchas décadas y que tienen unos modelos de crecimiento basados en la ganadería, pero que ahora se dan cuenta de que hay que ajustar sus prácticas si quieren que sus hijos y las generaciones venideras puedan tener un futuro.
¿En qué consiste el trabajo sobre el Corredor del Jaguar?
El jaguar es un animal que inspira y es un símbolo de la salud del bosque. Iniciamos en 2018, con Amazonía Sostenible para la Paz, un trabajo sobre cómo recuperar esos corredores, sabiendo que en esas sabanas viven también los campesinos. Lo que se ha hecho con las comunidades es reconocer el gran valor de este animal porque proporciona bienestar al ecosistema, pero al mismo tiempo asegurar que los medios de vida de los campesinos puedan seguir adelante. Los campesinos venían en una producción ganadera muy tradicional, que para generar pasto talaban los bosques y lo que se busca es restaurar las cañandungas, esas palmeras clásicas de la Amazonía que son fuente de agua. Por ahí se mueve el jaguar.
¿Encontraron la forma de que campesinos y jaguares puedan compartir vida en las sabanas?
La idea ha sido trabajar con los campesinos en otros modelos de ganadería y de cultivos que pueden ayudar en esa restauración del bosque por donde se mueve el jaguar y al mismo tiempo criar el ganado. Pero lo más importante de todo esto es cómo los niños, los adolescentes le han apostado a este proyecto y lo han convertido en un festival del Jaguar, en el que cada dos años celebran a este gran felino. Esa apuesta tiene un acuerdo intergeneracional entre padres e hijos para protegerlo. Tienen cámaras trampa y lo ven pasar por la noche. Están creando recorridos porque están invitando al ecoturismo para que la gente conozca este felino y su hábitat, además del avistamiento de aves. Si se recuperan los bosques por donde corre el jaguar también vuelven las aves. Y lo más bello es las comunidades sí creen en la protección de este animal porque saben que les va a generar bienestar. El felino necesita espacios grandes para moverse y cazar a su alimento. Se han trabajado modelos de cercas para que el ganado no pueda salir, en las que el jaguar tampoco entra. Eso permite que el jaguar tenga espacio para cruzar estas grandes extensiones, desde Panamá hasta Chile, y al mismo tiempo se puede proteger el ganado. Eso ha requerido hacer unas inversiones, pero sobre todo generar conciencia y la voluntad de que se puede hacer ganadería de otra manera.
¿Qué otros lugares del país le han impactado por su belleza o por el trabajo de las comunidades?
Uno de los lugares que a mí me fascina es La Mojana. Siempre me habían hablado de sus afectaciones con sequías e inundaciones prolongadas. Lo que veo es un ecosistema conformado por humedales, ciénagas y cuerpos de agua. Por ello, es importante la recuperación de los caños porque el agua tiene que pasar, no se le puede cerrar el paso, ese es el sistema natural. Pero para eso hay que valorar y recuperar esos canales. Además, la restauración es fundamental. Hemos llegado a 39.641 hectáreas con estrategias de conservación y restauración, en conjunto con las comunidades rurales.
La apuesta con el Fondo Verde del Clima y el Gobierno de Colombia, en especial, el Ministerio de Ambiente y el Fondo Adaptación, es generar soluciones basadas en la naturaleza. Acompañar a esas comunidades a convivir con esa agua y también a prepararse en épocas de sequía.
Es una apuesta de varios años que trasciende los gobiernos para organizar su producción y su vivir alrededor del agua. Por ejemplo, había un tema muy grave, y es que, en épocas de sequía, no había agua limpia y segura ni tampoco disponibilidad de alimentos para muchas familias rurales. Lo que hemos hecho es acompañar a las comunidades a cosechar el agua lluvia, fortalecer la producción de alimentos y reintroducir semillas resilientes al cambio climático. Es un proceso de trabajar en red con todas las comunidades y organizaciones, que se ha contado con el acompañamiento de las universidades de la región, para que entiendan su relación del agua, el ecosistema y esas soluciones basadas en la naturaleza. Recuperar el ecosistema es cuestión de muchos años.
¿Y cómo le fue en el Cauca?
El Cauca es un territorio de una riqueza inmensa y de unas comunidades que tienen no más de una hectárea, son pequeños productores de café o cacao. Y eso es una gran oportunidad. En esa región hay un conflicto entre las comunidades campesinas, los afros, los indígenas, pero el Consejo Interétnico del Cauca ha venido fortaleciendo sus capacidades de diálogo para resolver conflictos y ha sido un privilegio verlos crecer. Eso ha permitido generar otras oportunidades.
La gobernación del Cauca está muy atenta a colaborar con un corredor agroalimentario en el norte del Cauca, que busca conectar a esos pequeños productores, esas cadenas productivas con empresas ancla. Porque lo que sí hemos visto es que aquí no se trata de crear dependencias, asistencialismo y de hacer proyectos, aquí se trata de generar emprendimientos productivos con enfoque de demanda. Una de las cosas muy bellas que hemos promocionado es que los pequeños productores locales de panela y de café están proveyendo el PAE en el norte del Cauca. Es un modelo que tiene un potencial enorme de escalabilidad.
¿Cómo ha sido la relación con las entidades del Estado que han demostrado no ser tan eficientes en esa tarea de construir con las comunidades?
Nosotros llevamos décadas acompañando las comunidades de este país. Y lo que sí hemos visto es que esas comunidades tienen grandes capacidades y a veces no se escuchan atentamente sus necesidades. No sirve planificar desde el centro. Hay que tener otro bordaje y también las herramientas para construir ese desarrollo territorial. Yo creo que las discusiones actuales en la ley de competencias son valiosas para crear otras posibilidades de generar desarrollo en los territorios y los recursos se deben gestionar más cercanos a la gente. Las competencias también se tienen que ir construyendo, pero sí es necesario hacer ese cambio.
¿Qué otras lecciones se pueden llevar de Colombia hacia el mundo?
Colombia es un país superdiverso y tiene grandes aprendizajes y grandes lecciones en el reconocimiento de esa diversidad en sus instituciones públicas, por ejemplo, la Constitución. No todos los países del mundo tienen una Constitución que reconozca esa gran diversidad. Luego viene el tema de la implementación y por eso el Acuerdo de Paz es tan importante.
Se ha hecho una gran labor en fortalecer instituciones clave como el DANE, que tiene un repositorio importante de datos desde hace muchos años y llegan ahora a las comunidades indígenas. Eso es supervalioso porque lo que no se mide no se valora. El DANE comparte sus experiencias y, de hecho, el año pasado presidió el Foro Global de Datos. Vinieron expertos de todo el mundo a conocer cómo se hace captura de datos y cómo se usan las nuevas tecnologías.
También destaco a Colombia en gestión de riesgos. El país tiene de todo: terremotos, huracanes, incendios, inundaciones, sequías. La Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres tiene una gran labor, a pesar de sus escándalos y que estén en investigación. Aquí hay un acompañamiento de muchos años a las comunidades en grandes desastres.
En cuanto al Acuerdo de Paz, se ha hecho una gran labor con la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda. El tema es cómo seguir construyendo e implementando ese acuerdo. La gran esperanza está en la justicia restaurativa que tiene que dar sus primeros frutos, las primeras sanciones y eso debe ser ya. El acuerdo se firmó en el 2016, estamos en 2025. Necesitamos estas sanciones propias para avanzar en la construcción de paz. Sin justicia no hay paz.
Se habla mucho del fracaso de la paz total, ¿qué opinión podría dar al respecto?
La apuesta a la paz total significó reconocer que había varios conflictos en el país que necesitaban una solución y este gobierno le apostó a una política de diálogo. Si uno escucha lo que dicen casi 13.000 voces en los territorios en la encuesta “Escuchar la paz”, mayoritariamente le apuestan a una salida negociada porque ellos ya han vivido el conflicto, saben cómo es eso. La salida negociada es la preferida para las comunidades en territorios con conflicto, pero tiene que dar frutos ya.
Yo no voy a dar lecciones, pero yo he conocido muchos colombianas y colombianos de todo el país y todos anhelan la paz. Hay diferencias en cómo llegar, en cuál es el camino. Pero hay un propósito común que es vivir en paz y tener bienestar. Eso lo quieren los colombianos y todos los países que viven la guerra, porque la guerra no genera bienestar para nadie ni para las víctimas ni para los combatientes.
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