A Nohemí Pérez se le convirtió en una necesidad hablar sobre el Catatumbo. Quiso contar que en la frontera de Colombia con Venezuela, en el departamento de Norte de Santander, existe un puñado de pueblos que lo ha sufrido todo: la presencia de las guerrillas, la incursión paramilitar, el flagelo de los cultivos de coca, la pobreza y el abandono del Estado. No en vano en mayo de 2016 el entonces presidente Juan Manuel Santos dijo que el Catatumbo era una especie de ‘Bronx’ a nivel nacional. A Pérez se le convirtió en un desafío registrar su propia historia sobre la región que la vio nacer.
“Es una zona que está muy estigmatizada. La gente piensa que allá solo hay paramilitares, guerrillas y coca. O sea, de vaina no han bombardeado eso. Terrible una guerra con Venezuela porque dirán ‘bombardeamos de una vez el Catatumbo y salimos de ese lío”, dice.
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Antes de escribir lo que se convertiría en un diario íntimo del Catatumbo, Pérez empezó a mostrar esta región a través de lo que le ha dado reconocimiento internacional: las artes plásticas. Luego de culminar su bachillerato en Tibú, se fue a Barranquilla a iniciar sus estudios en Pintura, que terminó en la Escuela Superior de Artes de Bogota. “Catatumbo”, una exposición en la que evidenciaba los impactos de la extracción de carbón en su territorio, fue la primera instalación en la que decidió escudriñar su región y exponerla en la capital del país. A ella le siguió “Panorama”, en la que en 10 inmensas telas, cada una de cinco metros de longitud, la artista dibujó con carbón la selva que para ella representaba la región. Esa instalación fue presentada también en La Paz (Bolivia) y cuatro de esas telas llegaron hasta un salón de arte en Praga (República Checa).
Pero sentía que había más por contar. Decidió entonces coger un cuaderno y situarse un siglo atrás para empezar a narrar la historia de estos 11 municipios de Norte de Santander. Arrancó desde los primeros años del siglo XX, cuando se aprobó la llamada concesión Barco, que le otorgaba al general Virgilio Barco Martínez derechos para explotar el petróleo en esta región. El hecho marcaba un punto de quiebre en este territorio pues significaba el primer contacto con el pueblo indígena Barí, quienes para la época eran los únicos habitantes de esa selva.
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Ese contacto no fue pacífico, relata Pérez, pues el contrato de la empresa explotadora con el Gobierno establecía que las fuerzas policiales estatales le prestarían seguridad a la compañía contra “los ataques de las tribus de motilones o salvajes que moran en las regiones de que hacen parte los terrenos materia de este contrato”. Así lo cuenta la artista en su diario:
“Entre las cuadrillas de trabajadores que perforaban los pozos se organizaban equipos para la cacería de indios secundados o dirigidos por las autoridades o grupos policiales para repeler los ataques de los indios. Se internaban en la selva donde perseguían a hombres, mujeres y niños.”
Trabajadores petroleros abriendo trochas en el Catatumbo. 1938.
Pero el escrito de Nohemí Pérez, lejos de ser un mero registro de los acontecimientos que han marcado la historia de su territorio, es un cruce de eventos históricos con relatos que han quedado en la memoria popular de su comunidad y cuya veracidad nunca será comprobada. Así, a la par que cuenta los años en los que las prostitutas llegaron a su territorio para ofrecer sus servicios a los trabajadores petroleros, cuenta la historia de a quien se le conoció como ‘la cuatrocientos’.
“Recuerdo una que desde esa época se quedó en Tibú a quien llamaban ‘la cuatrocientos’ porque según cuentan, una noche llegó a atender a cuatrocientos hombres. Nunca pude ver su cara ya que vivía en una casa en medio de un lote y cuando pasábamos cerca a buscar mangos siempre decíamos “ahí vive la cuatrocientos”, nos quedábamos un rato a ver si lográbamos ver a esta leyenda, pero nunca lo logré”.
Cuenta también la artista eventos que no quedarán en los libros de historia pero que en su memoria permanecen intactos. Entre ellos, que el primer televisor que llegó a Tibú lo compró una señora para ver la llegada a Colombia del Papa Pablo VI, en 1968. “Ese día hicimos cola para entrar a ver por primera vez la televisión”, reza su diario. O que como la señal que entraba a esos primeros televisores era la venezolana, aprendió primero el himno nacional del país vecino que el colombiano.
La Gabarra.
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El reino del terror
El relato de Pérez sobre una región biodiversa, rica en recursos naturales y relativamente tranquila en materia de orden público se rompe con la llegada de “los muchachos” al territorio. Lo que recuerda es que empezaron a bajar del monte y las familias les daban comida, los auxiliaban.“Los ‘muchachos’ dejaron de ser inofensivos y empezaron a ejercer poder y control. Recuerdo que de las primeras ejecuciones que oí fue de una mujer que bajaron del bus que iba de Tibú a Cúcuta y la asesinaron por lavarle la ropa a los soldados. Después siguieron otras por ser novias de militares”.
Así se adentra Nohemí en los años que bautizó como “el reino del terror”, en los que actores armados de todas las orillas llegaron a su territorio. Reconstruyó de manera meticulosa la brutal entrada de los grupos paramilitares al Catatumbo, que situó en 1999, con una seguidilla de masacres que además de ir dejando cuerpos regados, desplazó a miles de familias.
Contó cómo ese año, por orden de Salvatore Mancuso y Carlos Castaño, salieron de Montería hacia Tibú seis camiones ‘carevaca’ llevando alrededor de 200 paramilitares fuertemente armados que empezaron la matanza el 29 de mayo con 5 víctimas que dejaron tiradas sobre la carretera para sembrar terror. Luego, el 17 de julio, cobraron la vida de otra decena de víctimas y un mes después ejecutarían la masacre de La Gabarra – el 21 de agosto de 1999 – que dejó al menos 35 muertos.
Testimonio el olor de la muerte.
“Que florezca el Catatumbo”
“Hoy esa selva ya no es tan grande. Ha sido arrasada para sembrar coca. Pero, además, en este momento el otro gran peligro que acecha al Catatumbo es la explotación de una gran reserva de carbón que quieren varias empresas”, explica la artista, con una visión no muy optimista de lo que viene para el territorio.Sin embargo, Nohemí Pérez tiene un nuevo proyecto. Después de haber hecho instalaciones y de hablar sobre el Catatumbo en otras ciudades del país e incluso por fuera de Colombia, quiere regresar al territorio para verlo florecer. Tiene en mente sembrar 20 hectáreas de girasoles, registrar todo el proceso y luego exponerlo en Bogotá. “La idea es hacerlo saliendo de La Gabarra en una zona donde de ahí pa’ allá eso es coca. Sería una imagen muy linda”.
“Mi deseo es seguir conectada y uno tiene que hacer algo desde donde está. Yo lo que puedo hacer es hablar del Catatumbo, decir que existe, y que eso sirva para algo”, concluye.