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El Duda: historia viva entre la llanura y el páramo

Recorrido por viejos territorios de guerra, ahora lugares de paz. Joyas naturales que los campesinos conocen en detalle y donde, posiblemente, se emprendan proyectos de ecoturismo.

Lorena Gómez Ramírez y Juan Pablo Ruiz Soto
31 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.
El páramos de Sumapaz, por donde pasó el recorrido, es el más grande del mundo. / Nereo Sáenz
El páramos de Sumapaz, por donde pasó el recorrido, es el más grande del mundo. / Nereo Sáenz

Una noche de luna llena en la ribera del Duda, sentados sobre el piso de una casa de madera cuyas paredes estaban rayadas con amenazas de muerte, nos pusimos a hablar con un excombatiente de las Farc que nos acompañaba en la travesía. Nos habló de las cosas “bonitas” que le quedaban de los tiempos de guerra: la camaradería, el compromiso y la lealtad entre compañeros. No eran situaciones que se dieran en combate, sino en los momentos de tranquilidad. Esto nos llevó a pensar que el mayor aprendizaje que deja la guerra es que el único camino que vale la pena es la paz.

La expedición por el río Duda fue organizada por la Región Administrativa y de Planificación Especial (RAPE), una entidad que incluye los departamentos de Cundinamarca, Tolima, Boyacá, Meta y el Distrito Capital. Se trataba de un ejercicio exploratorio para evaluar la introducción del ecoturismo comunitario en la zona, como actividad complementaria del desarrollo agrícola del corredor del Sumapaz y la cuenca alta del río Duda, en un territorio estrechamente ligado al origen de las guerrillas liberales y al nacimiento de las Farc. A muchos nos cuesta creer que Casa Verde, la emblemática sede del Secretariado de esta guerrilla en el año 90, estuviera a poco más de 100 kilómetros de la Plaza de Bolívar.

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Un grupo de veintitrés personas, compuesto por representantes de las entidades que conforman la RAPE, dos jóvenes excombatientes de las Farc, junto con periodistas, investigadores y pequeños empresarios del ecoturismo y el turismo comunitario, tuvimos el privilegio de ser invitados a recorrer las trochas del Duda, por donde antes de la firma del Acuerdo de Paz sólo transitaban los campesinos de la región, las Farc y algunos de sus secuestrados.

Pie de foto: foto por Lorena Gómez

Nuestro recorrido comenzó el 28 de noviembre en Icononzo (Tolima). De ahí subimos al páramo de Sumapaz, pasando por la Zona de Reserva Campesina de Cabrera, para luego iniciar el descenso por un camino de mulas paralelo al río Duda. La travesía terminó en el municipio de Uribe (Meta) ocho días más tarde.

A lo largo del camino nos preguntamos qué se imaginan y qué sienten los campesinos del Duda cuando se les propone el ecoturismo como parte de la estrategia de integración y desarrollo de su territorio. ¿Cuál es su percepción de una mejor calidad de vida? ¿Será que el ecoturismo encaja dentro de sus prioridades y, si es el caso, qué cosas buenas esperan de él? Si esa puerta se abre, ¿cómo piensan contarnos su historia a quienes vayamos de visita? El siguiente es un breve relato de lo que encontramos en el camino.

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La caminata arrancó en el puente natural de Icononzo, formado por una piedra suspendida sobre un profundo cañón labrado por las aguas del Sumapaz. Además de marcar la frontera entre Cundinamarca y el Tolima, este punto fue una frontera entre liberales y conservadores en tiempos de la Violencia. Volquetadas de cuerpos de liberales fueron lanzadas al río en este lugar. Más tarde, cuando los paramilitares se tomaron Icononzo en el 2002, destruyeron el monumento a Jorge Eliécer Gaitán que estaba en la plaza central del pueblo y también lo arrojaron al río.

Cuando llegamos a la Zona de Reserva Campesina de Cabrera (ZRC) hablamos con Javier Riveros, secretario de Cultura municipal. Mientras conversamos al lado de la estatua de Juan de la Cruz Varela, ubicada frente a donde construirán próximamente el Museo de Luchas Agrarias, Riveros nos explicó que la gente tiene vacíos y cicatrices que necesitan ser curados con algo más que el dinero de la reparación a las víctimas. Al preguntarle por el lugar del turismo en ese proceso, nos dijo que sería una buena manera de “mostrar la verdadera Cabrera, para que a las futuras generaciones no les toque tan difícil como nos tocó a nosotros”. Con lo de “difícil” no sólo se refería a la violencia, sino a la discriminación que han sentido por parte de la gente de afuera. “Queremos sentarnos con los visitantes a ver un partido de microfútbol o ir a pescar truchas al río, para que se den cuenta de que somos gente amable”. Dice que los niños y jóvenes deben poder transmitir la historia de su pueblo y explicar por qué Cabrera fue un ejemplo cuando se sobrepuso a la violencia durante los años en que fue zona de despeje (cuando no había ni policías ni soldados), pues sus habitantes se mantuvieron unidos y organizados en todo momento.

Pie de foto: foto por Nereo Sáenz

Al ascender al páramo de Sumapaz entramos al Batallón de Alta Montaña del Ejército, que actualmente ocupa a algunos de sus soldados en la reproducción de frailejones y sietecueros en un vivero instalado en el páramo. Lo más conmovedor de esta visita fue la reacción de dos soldados cuando uno de los excombatientes de las Farc que venía en nuestro grupo los felicitó por la iniciativa y en seguida se presentó. Los tres jóvenes estuvieron de acuerdo en que en el fondo todos luchaban por un mismo fin y en que para ellos era un privilegio poder concentrarse en recuperar un ecosistema que ha sido destruido por la guerra, en lugar de tener que estar alerta ante cualquier ataque del enemigo.

Al salir de Nueva Granada iniciamos el descenso: seis días de caminata con nuestras botas de caucho y las infaltables ampollas. Lo primero que nos impactó fue encontrar buldóceres y cargadores abandonados a la intemperie. Esta maquinaria llegó allí porque las Farc tenían planeado hacer una carretera que conectara los Llanos Orientales con el páramo de Sumapaz. El proyecto fue abandonado tras la operación Aniquilador II, realizada por el Ejército en el 2000, con la cual el grupo guerrillero perdió este corredor estratégico, una central de comunicaciones y un punto de acopio de víveres y municiones que abastecían a cinco frentes de la zona.

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Durante el descenso tomamos agua de las quebradas que bajan del páramo y admiramos la belleza de las montañas que forman el cañón del Duda. Si bien hay zonas intervenidas a lado y lado del río (franjas de potrerización de entre 200 y 300 metros de ancho), el bosque de niebla cubre buena parte de la montaña. Esta sería una zona ideal para implementar el pago por servicios ambientales, como compensación al campesino por su gestión de conservación.

Conocimos e incluso dormimos en lugares donde operó el secretariado de las Farc, tales como La Caucha, Casa Verde y La Herramienta. De hecho, en una parte del camino nos acompañó Guillermo Suárez, hermano del Mono Jojoy, quien nos habló del funcionamiento interno de la guerrilla a pesar de nunca haber entrado en sus filas. Nos explicó lo que ha significado para él ser hermano de uno de los comandantes más importantes de las Farc. Perdió a dos hijos que tomaron las armas, vivió el acoso del Ejército en su propia casa y un día tuvo que enterrar sus fotografías familiares en la montaña. Nos dijo que le gustaría recibir más visitas como la nuestra, porque vive y se siente muy solo.

En las noches nos reunimos con presidentes de las Juntas de Acción Comunal (JAC) de las siete veredas de la cuenca del Duda, muchos de los cuales nos acompañaban como arrieros durante el día. Uno de ellos, Edilberto Morales, nos dijo: “Espero que con este recorrido se lleven una imagen de la situación que vivimos. Esta es una región bien grande y productiva, pero no tenemos vías para sacar nuestros productos. Otra cosa grave es que muchos nos tenemos que ir de aquí porque no hay manera de educar a nuestros hijos. Y de todas maneras uno como campesino tiene que defender su territorio, ¿cierto?”.

Pie de foto: foto por Nereo Sáenz

Estas personas sobreviven en condiciones muy duras: no tienen electricidad, no cuentan con una trocha con las condiciones para transportar sus productos agrícolas, no tienen un puesto de salud a menos de tres días de distancia. Las pocas escuelas que tienen han sido construidas por ellos mismos, apenas tienen un profesor por escuela, y sólo hasta quinto de primaria.

Conocimos a Luis Salazar, una de las personas que lideran la propuesta de creación de la Zona de Reserva Campesina del Duda. Si se llega a constituir, servirá para ordenar y proteger el lugar de las amenazas por la apertura al mercado y el turismo convencional. Quieren participar de la oportunidades económicas, pero de manera organizada y coherente. Les interesa que su autonomía y procesos participativos se respeten, porque lo que más quieren es seguir siendo campesinos.

En este viaje algunos reafirmamos que la construcción de una Colombia diferente no necesita de grandes recursos con la etiqueta de “posconflicto”. De acuerdo con lo que nos dijo un arriero, es cuestión de darle un uso distinto al dinero que tanto se gastó en balas, bombas, helicópteros, aviones y soldados para perseguir a la guerrilla en las montañas del Duda. “Apenas una parte pequeña de toda esa plata podría traernos educación, salud, energía, asistencia técnica y apoyo para comerciar nuestros productos orgánicos”.

El “ecoturismo comunitario”, como ellos mismos lo definen, podría ser una oportunidad económica para los habitantes de la zona. Es un tema incipiente, al que le falta todavía mucho desarrollo. Pero estamos seguros de que en un futuro cercano la comunidad estará en condiciones de acoger a los visitantes que vengan dispuestos no sólo a las exigencias del camino, sino a entender que en nuestros territorios hay historias que no conviene seguir negando si queremos aprender a convivir.

En este lugar tan cercano y a la vez distante de Bogotá, la guerra terminó. Poder compartir una gallina con la gente del Duda, llorar y reír juntos, y caminar por sus trochas sin miedo, es un gran regalo que nos da la historia. Lo que nos queda de este viaje es lo mismo que se dijeron los soldados y el joven fariano en el páramo: “finalmente, todos somos de los mismos”.

Por Lorena Gómez Ramírez y Juan Pablo Ruiz Soto

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