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Antes de llegar a Bogotá a posesionarse como la primera embajadora de Irlanda en Colombia, Alison Milton viajó a Belfast para conocer los intercambios de los departamentos de Policía de los dos países. También conversó largo con su paisano Eamon Gilmore, ex viceprimer ministro, exministro de asuntos exteriores y enviado especial de la Unión Europea para el proceso de paz de Colombia desde 2015. Presentó sus cartas credenciales en enero de 2019 y desde entonces se ha dedicado a conocer de cerca la implementación del Acuerdo de Paz firmado con las Farc, al que no duda de calificar como “muy completo”.
Usted llegó aquí por el interés de Irlanda en el proceso de paz de Colombia, ¿qué le interesa exactamente?
Irlanda ha pasado por un camino bastante difícil de construcción de paz; firmamos el Acuerdo de Viernes Santo en 1998, pero ese no fue el inicio ni el fin de nuestro proceso. Colombia ha tenido interés de aprender de nuestra experiencia, nosotros también queremos compartir nuestros aciertos y desaciertos y queremos aprender de Colombia. El acuerdo que se logró aquí es muy completo, no dejó nada por fuera. Por ejemplo, tiene el tema de género de manera transversal, nosotros no hicimos eso; pusieron el foco en el sistema integral de justicia transicional, nosotros no hicimos eso. Si Colombia logra la paz estable y duradera representa muchas oportunidades para Irlanda.
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¿Cuál fue su primera impresión sobre la implementación de ese Acuerdo?
Tuve la sensación de que Colombia había logrado mucho en poco tiempo: el desarme y el compromiso de los excombatientes con la paz, el proceso de reincorporación y el sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición. Siento que Colombia es muy dura consigo misma. A los colombianos les cuesta reconocer los avances. Siento que hay una visión pesimista y no se reconoce todo lo que se ha logrado: un grupo armado bastante significativo como eran las Farc ha parado el conflicto, la gran mayoría de sus integrantes sigue comprometida con la paz, han rechazado la violencia. No he conocido una sola persona en Colombia que no quiera la paz. Es un camino difícil y a veces somos un poco impacientes.
Esa impaciencia es producto del recrudecimiento del conflicto, de la falta de atención del Estado en lugares donde se permitió que otros grupos se multiplicaran; hay una situación humanitaria muy difícil con asesinatos y masacres…
Si el pueblo colombiano no siente la paz es difícil aceptar que se ha logrado mucho. El conflicto en Irlanda fue en un territorio muy pequeño; este es un país enorme, con muchas regiones y cada una con sus particularidades. Después de cincuenta años de conflicto hay zonas donde la institucionalidad no ha podido entrar, es muy difícil para el Estado restablecerse allí. Hay diversas actividades criminales como la minería ilegal y el narcotráfico; hablamos de una tormenta perfecta. Los retos no son pequeños. Creo que la fe con la que se logró el acuerdo con un grupo debe dar la confianza a Colombia y a su pueblo para hacer acuerdos con otros grupos.
Pero esos hechos de violencia resultan lejanos para un gran sector de la población.
He encontrado muchas contradicciones entre los colombianos: por un lado, quieren vivir, disfrutar, ser reconocidos como un pueblo con mucho potencial. A ti como extranjero siempre te preguntan ¿cómo te parece Colombia? Pero, al mismo tiempo, persisten en Colombia estos otros temas. Es la contradicción de un pueblo con tanta capacidad, con tanta pasión, con tanto orgullo de sí mismo que no puede reconocer ni rechazar la violencia. Trato de entender a un país que tiene un proceso de paz que aún no vive en paz.
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¿Cómo analiza los esfuerzos del Gobierno para implementar un Acuerdo de Paz que atacó durante la campaña electoral?
Hay que reconocer que este Gobierno continuó implementando el Acuerdo de Paz. No es fácil para un gobierno asumir los compromisos del anterior y este lo ha hecho en un contexto cada vez más complejo. Creo que también busca un balance entre el Acuerdo y otros temas, como atraer la inversión extranjera o el cambio climático. En Irlanda tuvimos una experiencia semejante cuando, después del Acuerdo de Viernes Santo, entró un partido unionista que no se sentía parte de él, pero logramos seguir el diálogo.
¿Qué tanta voluntad de diálogo ve en esta sociedad tan polarizada?
Se habla mucho de diálogo social, pero es un concepto un poco teórico. Las comunidades dicen que una experiencia positiva fue la elaboración de los PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial), porque sintieron que sus opiniones fueron escuchadas. Es necesario volver a esta participación en esos programas. En otros mecanismos como la CSIVI (Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación) hay algunos momentos de coincidencia, pero el diálogo es subvalorado. Un acuerdo se firma entre enemigos, no entre amigos. No es fácil escuchar a mi antiguo enemigo como un igual, eso toma su tiempo.
Resulta más fácil que dialoguen los excombatientes que fueron enemigos que los políticos contrarios. Ahora viene la campaña electoral. ¿Cómo proteger el Acuerdo?
El proceso de paz es un proceso político, pero todo se vuelve difícil cuando se abusa del lenguaje y se usan los elementos fundamentales del Acuerdo como instrumento político. Se habla “del Acuerdo de Santos”. En Irlanda pasó también, pero lo que hicimos fue reconocer que el Acuerdo de Viernes Santo era la columna vertebral de nuestro futuro y que sin respetar el Acuerdo no íbamos a tener un futuro con paz y con desarrollo.
Ese consenso del que usted habla es fundamental, pero en Colombia no existe y aún hay un sector que ataca el Acuerdo. ¿Cómo blindarlo de estos ataques?
El Acuerdo es un logro importante. Varios gobiernos trabajaron para conseguirlo, lo logran, y ahora no reconocen el logro. Una forma de proteger el diálogo es enfocarse más en los temas que nos unen y no en los temas que nos dividen. Un proceso de justicia transicional es muy difícil para cualquier país, es hablar de impunidad, de verdad. Los temas que deberían unir a la sociedad colombiana son la pobreza, la falta de educación, las desigualdades. En Irlanda dedicamos los primeros años al reconocimiento de los derechos de unionistas y nacionalistas y fue muy difícil. Cuando estábamos atrapados en este debate, la coalición de mujeres de Irlanda comenzó a luchar no solo para la comunidad católica sino por los cambios sociales que se necesitaban, ya que éramos un país muy conservador y en eso nos enfocamos.
¿Cuál es el valor de ese movimiento social?
Eran las mamás y las hermanas que decían: “Yo no quiero que mi hijo esté en cosas ilegales, quiero que estudie y se inserte en el mundo laboral”. Fue decir ¡ya no más!, queremos cambiar nuestra sociedad.
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En Colombia hay una sociedad civil fuerte. ¿Qué nos falta para lograr esos cambios?
En Colombia las organizaciones de la sociedad civil son vistas como de izquierda. Aquí se habla mucho de izquierda y derecha, en Irlanda ya no hablamos en esos términos. La sociedad civil colombiana es poderosa y fuerte. La coalición de mujeres no era algo organizado con estatutos ni nada, era un movimiento social espontáneo, pensaba en la paz como una entrada al futuro. Logramos cambios importantes, seguimos con problemas, pero hemos visto logros económicos y en derechos humanos.
Algunos sectores se quejan de que esa estigmatización viene también de funcionarios del Estado. ¿Lo ve así?
No estoy convencida de eso. He escuchado este tipo de estigmatización en muchos sectores de la sociedad, es un fenómeno que hay que enfrentar. Hay una sensación de que el Gobierno es el que debe construir la paz y que un día aparecerá la paz de la nada. No. Es un trabajo para todo el pueblo colombiano, hay que enfrentar esa estigmatización. Esto existió mucho en Irlanda, las etiquetas que pusimos a las comunidades eran feísimas.
¿Qué lugares de Colombia logró conocer antes de pandemia?
He viajado a La Guajira, Chocó, Apartadó, Bajo Atrato, algo de la costa Pacífica. He descubierto que hay muchas Colombias, muchas comunidades con una identidad específica, muy única, con una cultura muy distinta. Hay un nivel de desarrollo muy diferente entre las ciudades capitales y esos lugares. A donde he viajado he notado resiliencia muy fuerte, ánimo de buscar la paz. Yo estuve en Colombia en 1997 como mochilera, estuve un mes aquí y veo un cambio increíble. Se necesita una inversión más igualitaria. Cuando nuestras empresas están interesadas en invertir en Colombia dicen que quieren ir a Cali o Medellín y les decimos que vayan a otro lugar donde no hay tanta inversión. Falta una política del Estado para incentivar la inversión extranjera en estos lugares difíciles.
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