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En un país donde la palabra “desaparecido” se repite como una herida abierta, Jacqueline Castillo ha aprendido a cargar con la ausencia y, al mismo tiempo, a transformarla en bandera. Esta mujer, de hablar sereno pero firme, se ha convertido en uno de los rostros más visibles de la lucha contra los “falsos positivos”, las ejecuciones extrajudiciales que marcaron uno de los capítulos más dolorosos del conflicto colombiano.
Este martes, Jacqueline fue reconocida como Defensora del Año en el Premio Nacional de Derechos Humanos 2025, un galardón que no solo honra su trayectoria, sino que también amplifica la voz de cientos de familias que, como ella, se niegan a que la memoria de sus seres queridos quede en el olvido.
“Este reconocimiento no es para mí sola. Es para todas las madres, hermanas y esposas que hemos cargado este dolor en silencio y lo hemos convertido en lucha. Es para Jaime, mi hermano, y para los miles que nunca debieron morir de esa manera”, dijo tras recibir el premio. Castillo hace parte de la Fundación Madres de los Falsos Positivos de Soacha y Bogotá (Mafapo).
De la pérdida a la resistencia
Su historia está atravesada por la violencia. En 2008, su hermano Jaime Castillo fue asesinado en Soacha y presentado falsamente como guerrillero muerto en combate. La explicación oficial no tenía sentido, y muy pronto Jacqueline descubrió que no se trataba de un hecho aislado: otras madres de Soacha estaban pasando por lo mismo.
“Nos dimos cuenta de que había un patrón. Nuestros muchachos eran humildes, los engañaban con falsas promesas de trabajo, y luego aparecían asesinados, vestidos con uniformes que nunca usaron. Eso fue lo que nos empujó a organizarnos”, recuerda.
De esa indignación nació Mafapo, un colectivo de mujeres que desde el dolor más íntimo se convirtió en símbolo de dignidad. Con pañuelos blancos, pancartas y una persistencia inquebrantable, empezaron a recorrer plazas públicas, oficinas estatales y escenarios internacionales, denunciando lo ocurrido y exigiendo justicia.
El camino nunca ha sido sencillo. Jacqueline ha enfrentado indiferencia institucional, amenazas y campañas de desprestigio. Aun así, no se detuvo. “Lo más difícil no ha sido solo el miedo, sino la indiferencia. Durante años mucha gente pensaba que exagerábamos o que mentíamos. Por eso este premio también significa que hoy el país empieza a escuchar”, afirma.
Su voz ha estado presente en audiencias públicas, en las salas de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y en encuentros internacionales donde ha narrado con crudeza lo que vivieron las familias. El reconocimiento llega, precisamente, cuando la JEP ha comenzado a imponer sanciones propias contra militares involucrados en ejecuciones extrajudiciales. Para Jacqueline, cada avance judicial es también un triunfo de la persistencia de las víctimas: “La justicia transicional no nos devuelve a nuestros hijos ni a nuestros hermanos, pero sí deja claro que esto fue un crimen de Estado y que no puede volver a repetirse”.
Aunque la justicia ocupa buena parte de su agenda, Jacqueline ha insistido en que su lucha también es por la memoria. Ha participado en actos simbólicos, en procesos de reparación y en iniciativas de pedagogía para que nuevas generaciones comprendan lo que significan los falsos positivos. “Nuestra mayor victoria será cuando en Colombia se enseñe que esto ocurrió, para que nadie vuelva a decir que no sabía”, subraya.
Su trabajo ha cruzado fronteras. En escenarios de Naciones Unidas y en encuentros internacionales de derechos humanos, Jacqueline ha recordado que la tragedia de los falsos positivos no es solo una estadística, sino un dolor humano que atraviesa familias enteras. “Cada joven asesinado tenía un nombre, un sueño, una familia. Eso es lo que queremos que el mundo entienda”, enfatiza.
En medio de la dureza de su recorrido, Jacqueline confiesa que su motor es una promesa hecha a su madre. “Le dije que no iba a descansar hasta que el país supiera la verdad de lo que nos hicieron. Esa promesa me acompaña todos los días”, dice con voz quebrada.
Ese juramento es lo que explica su fuerza. Más allá del escenario del premio y de las cámaras, Jacqueline sigue siendo una hermana que busca justicia para Jaime, pero también una lideresa que ha logrado poner en la agenda nacional e internacional una de las verdades más incómodas del conflicto colombiano.
El reconocimiento como Defensora del Año 2025 la emociona, pero lo entiende como un compromiso renovado: “Este premio no significa que nuestra lucha terminó. Al contrario, nos obliga a seguir adelante, a no cansarnos. Es un recordatorio de que todavía hay miles de familias esperando verdad y justicia”.
Con este galardón, tanto Jacqueline como las Madres de Soacha se consolidan como un símbolo de resistencia ética en Colombia. Una voz que, como ella misma dice, no habla solo en nombre propio, sino en nombre de todos aquellos a quienes un Estado quiso silenciar.
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