La pirata blanca: un libro sobre la lucha por la paz de Nina Pizarro Leongómez

Nina, la menor de los hermanos Pizarro Leongómez, se dedicó en los últimos años a aportar a la construcción de paz a través del cultivo de café, las asociaciones campesinas y el feminismo. Este libro, que llega en el ocaso de su memoria, la retrata como “una pirata blanca adicta al café y con alma de lienzo”.

Valentina Parada Lugo
24 de agosto de 2021 - 09:15 p. m.
El libro 'Nina Pizarro: la pirata blanca' de la editorial Planeta llegará a librerías nacionales a partir de este 24 de agosto.
El libro 'Nina Pizarro: la pirata blanca' de la editorial Planeta llegará a librerías nacionales a partir de este 24 de agosto.
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Esta semana llegará a las principales librerías del país “Nina Pizarro: la pirata blanca”, la más reciente obra del periodista caleño Pablo Navarrete y uno de los más valiosos escritos sobre la memoria histórica del conflicto armado vivido entre 1970 y 1990, cuando el Movimiento 19 de abril (M-19) se consolidó en una insurgencia en Colombia, en tiempos en los que el narcotráfico a través de los carteles de Medellín y Cali buscaban sembrar terror en el país. Allí, en la capital del Valle del Cauca, crecieron los hermanos Pizarro Leóngomez, hijos del almirante Juan Antonio Pizarro y Margoth Leongómez: Carlos, Eduardo, Hernando, Juan Antonio y Margoth o Nina, la menor de los cinco.

La vida de la familia Pizarro Leongómez ha sido tan contradictoria como inesperada. De ascendencia y formación militar, los hijos fueron, como lo describe Navarrete en el libro, “un estirpe de revolucionarios”. Desde sus 21 años, Nina acompañó a sus hermanos mayores Hernando y Carlos en la exguerrilla del M-19 y desistió de la insurgencia nueve años después, cuando ya era madre de Alejandra y luego de perder un gran amor por la guerra. “Esta no es una historia de la romantización del conflicto y de las guerrillas. Esta es una historia de la transformación de una mujer que nunca tuvo los ideales para estar donde estuvo y que terminó transformando un pueblo entero para la paz”, resume el autor.

En la historia de los Pizarro poco ha sonado su nombre. Más bien casi nunca. Sus hermanos y familiares la describen en el libro como la sombra y la mística de la familia, aún en sus años como guerrillera. En el libro, el escritor cuenta que “Nina fue la única de los hermanos Pizarro que logró tomarse un pueblo sin echar un solo tiro al aire y por eso su historia debe ser contada desde el café, y no desde las balas”.

Cuando se refiere a tomarse un pueblo no lo hace desde el sentido bélico, sino desde la conquista de un territorio en el que echó raíces y llegó para quedarse tras su desmovilización a sus 30 años. En Guayatá, al suroccidente del departamento de Boyacá, Nina fue una de las promotoras de cultivos de café tipo exportación que incluso fueron catalogados como uno de los mejores del mundo por Pedro de Narváez, empresario del gremio cafetero en Colombia y dueño de Café Don Pedro en Bogotá.

A ese pueblo llegó a conformar una Asociación de Mujeres Campesinas y aprendió empíricamente sobre las cosechas cafeteras. Luego montó Café Pizarro, una marca de café gourmet en la que participaban, sobre todo, mujeres víctimas de la violencia, madres cabeza de hogar, indígenas, campesinas y lideresas. En sus últimos años esa ha sido su revolución y su forma de borrar los malos recuerdos sobre las armas y la guerra.

En entrevista con Colombia+20, el periodista Pablo Navarrete habla sobre el libro de Margot Pizarro Leongómez, ahora de 67 años. Su obra es una reconstrucción de la vida de la única de los hermanos Pizarro que fue crítica con la revolución misma y reconstruyó pueblos completos en el Cauca a través del café, sobre todo en el corregimiento de Tacueyó (Toribío, Cauca), donde su hermano Hernando participó en la masacre de 1985.

Gran parte de las páginas están dedicadas a su amor con Rafael Rojas, un oficial de artillería del Ejército que ha compartido con ella su pasión por el trabajo comunitario. Su participación en la guerra marcó un antes y un después en su vida. Hoy, Nina sufre demencia frontotemporal, una enfermedad degenerativa que le ha opacado muchos recuerdos y este libro llega, según Pablo, “como un documento para la memoria: la de Nina y la del país”.

¿Por qué decidió hacer un libro sobre la vida de Nina Pizarro?

A Nina yo la conozco en los tiempos de la paz, desde hace muchísimos años, incluso antes de mi nacimiento porque mis padres eran muy amigos de Rafael y de Nina y desde pequeño el plan era ir a la casa de ellos. Recuerdo que el parche con ellos era lo que Rafael llamaba el “patrullaje”, que era salir monte arriba por Guayatá a recorrer ríos, riachuelos, montañas. Cuando fui creciendo comencé a escuchar sus historias, de cuando ella estaba en la cárcel y del Eme (M-19) y me encuentro con una mujer que en su juventud fue una revolucionaria convulsa, pero la conocí cuando ella estaba convencida de que se puede construir paz a través del café, a través de las comunidades y sobre todo con el trabajo de las mujeres.

¿En qué fue revolucionaria Nina Pizarro?

Nina es una revolucionaria de las cosas pequeñas porque ella cree que el café puede transformar a Colombia y esas son pequeñas revoluciones fieles a lo que ella cree hoy en día, que sí, en su juventud se tradujo en armas pero luego se dio cuenta que ahí no estaba el cambio. Y es cuando comienza a trabajar con mujeres campesinas de Guayatá, las capacitó, las volvió catadoras de café profesionales, las convirtió en grandes mujeres del café colombiano para el mundo. Y por otro lado, fue la única de los Pizarro consecuente con el proyecto revolucionario que empezó en su juventud. La única porque a Hernando y a Carlos los mataron y Juan Antonio y Eduardo tienen un proyecto de vida que nunca tuvo nada que ver con eso.

En el libro menciona que Nina nunca quiso figurar y que siempre estuvo a la sombra de sus hermanos, ¿cómo convencerla de hablar para un libro de su propia vida?

Sí, a ella no le gustaba hablar con nadie sobre su vida en la guerra, pero creo que por tantos años de conocernos ella aceptó. Fue en 2016. Viajé hasta su casa y recuerdo que llegué y comenzamos a caminar por Guayatá. Hablamos, la primera vez, durante tres horas. Luego pasaron dos días seguidos en los que ella me contaba muchísimo de su vida. Luego regresé a Cali a seguir estudiando, porque en ese entonces estaba en primer semestre de la Universidad, y recuerdo que seguíamos en contacto con ella conversando sobre su vida hasta que ya Nina se olvidó de mí, por su enfermedad, en 2018.

(Lea también: Esmeraldas, coca y cacao: una serie documental sobre historias de paz en Boyacá)

¿Cómo fue para usted ser testigo de su pérdida de memoria cuando ya habían comenzado el libro?

Fue muy duro ver cómo una mujer tan vital, alegre, llena de energía, llena de sueños, dulce...de repente dejó de existir y se convirtió en un ser humano totalmente distinto, un ser humano que ella nunca esperó habitar. Y fue muy duro porque hubiera sido una maravilla terminar este libro con Nina en su lucidez. Además difícil de asimilar porque fue absolutamente inesperado.

¿Y cómo sigue adelante con el proyecto del libro en el que inicialmente ella iba ser la voz principal?

El proyecto se detuvo un tiempo y yo la verdad pensé que eso iba ser pasajero, que seguro iba poder recobrar su memoria y esa enfermedad se iba detener pero fue todo lo contrario, cada vez fue peor y más rápido. En ese momento Nina comenzó a distanciarse de todo y de todos. Se aisló en su casa y comenzó a sufrir como una suerte de depresión que nadie entendía, como en 2017. Ya luego yo retomo la idea de seguir trabajando con ella el libro pero ahí fue que me di cuena que ya Nina no sabía quién era yo y se había olvidado prácticamente de todo el mundo. En ese momento el libro se convierte en una compilación de las voces de las personas que más la quisieron y cambió todo...por eso es tan polifónico. (...) ¿Y sabes? En parte siento que el olvido para Nina fue un bálsamo, por muchas situaciones y dolores que quedaron abiertos y que ella quería cerrar.

¿Cómo decide que la relación con el café que tuvo Nina en toda su vida, en la guerrilla y cuando se desmoviliza, va ser el hilo conductor de la historia?

Porque la vida de Nina no comenzó en la guerra. Nina tuvo dos vidas más bien, su vida en el Eme y la vida en la paz, pero la vida que ella quiso más y con la que sintió que realmente estaba haciendo algo por su vida y por el país, fue la que tuvo en los tiempos de la paz, después de su desmovilización. Y esa vida estuvo directamente relacionada con el café porque ella sentía de verdad que eso podía transformar vidas. Entonces, creo que era importante de la vida de ella en la guerrilla y mencionar anécdotas, pero no centrarme en eso porque Nina era más que eso, ella trascendió la guerra y fue la única mujer de los Pizarro que logró tomarse un pueblo sin echar un solo tiro al aire. Y por eso su historia merece ser contada desde el café y no desde las balas.

Hablando de tomarse un pueblo, en el libro se menciona que la toma de Yumbo (Valle del Cauca) de 1984 fue determinante en su vida, ¿por qué?

En el momento en el que a ella le matan a su compañero allí, cuando estaba tan enamorada de un muchacho que era en ese momento de la columna Ricardo Franco, ella ahí se dio cuenta de que la guerra no solamente tenía la capacidad de tomarse pueblos y que ya no era la guerra del estatus de distintos actores, sino que la guerra era tan poderosa que podía descuadernar una historia de amor. Y allí cuando se da cuenta de que la guerra taladra, perfora, fulmina y acribilla el amor, ella piensa, ¿qué hago acá? En ese sentido hubo en ella un cambio y fue cuando decidió salirse del Eme y volver a la vida civil.

A pesar de que su gran amor era su hermano Carlos Pizarro...

Él fue el hombre de la vida de Nina. Y ella fue la mujer de la vida de Carlos. Ellos se amaron mucho y creo que ella nunca se pudo recuperar de su asesinato, pero era también esa dicotomía de estar con su hermano en la guerrilla y tener una vida afuera, una hija, etcétera. Cuando ella se empieza a dar cuenta de que la cosa era en serio y de que podían matarla en cualquier momento, es cuando dice ‘me tengo que ir de aquí y salvarme’. Al final creo que ella decide eso, salvarse a sí misma.

¿Qué significó para Nina Pizarro la guerra?

Nina nunca idealizó la guerra. Para ella entrar a la guerra no fue una decisión chévere ni poco realista, para Nina entrar al Eme (M-19) fue una decisión muy dolorosa. Y en el libro desde ningún punto de vista se idealizó a ningún grupo armado, a ningún actor, a ninguna ideología porque ella nunca lo hizo, sino que por el contrario siempre pensó que las armas nunca eran la salida. De hecho, lo que más admiró ella del M-19 era que hubieran entregado las armas. Y lo más difícil de escribir el libro fue sacar el personaje de ese contexto y entenderla desde su vida en los tiempos de la paz.

La sensación que le queda a uno es que ella fue demasiado crítica y revolucionaria pero con la forma de hacer la revolución...

Exactamente. Porque para ella con la vida se libran las luchas que le dan sentido a las revoluciones. Ella, a diferencia de sus hermanos, no estaba dispuesta a morir por una causa, sino más bien tener la vida para morir con su causa. Es muy distinto. Ella sabía que tenía que salir viva de la guerra. Y lo logró, pero con muchas muertes en su mente, en su alma y en su corazón que le han pasado factura años después con las pesadillas, las depresiones, con el miedo de no saber si la causa que en los últimos años libró, que fue el café y las mujeres de Guayatá, estaban valiendo la pena y eran suficiente. Y seguramente su enfermedad, la demencia frontotemporal, también fueron producto de tantos dolores.

¿Cuál fue el papel de la protagonista al interior del M-19?

Lo primero es que para ella nunca fue motivo de rabia que dijeran que ella era Nina Pizarro, la hermana menor de Carlos Pizarro Leogómez. Por el contrario, así se presentaba. Y creo que eso en principio hacía que la gente pudiera encontrar en ella un personaje profundo y sincero. Si hubo algo que ella pudo aprender en el M-19 fue el trabajo y trato con las comunidades, es de las cosas que ella rescata y que dice que pudo luego poner en función de su trabajo con campesinos en Guayatá por la paz.

¿Cuál es su lectura del hecho de que, producto de una ascendencia militar tan estricta de los Pizarro, hayan surgido revoluciones tan profundas?

Yo creo que el vicealmirante Juan Antonio Pizarro tiene que ver, pero no por haber sido vicealmirante sino porque fue un hombre que le dio la libertad a sus hijos para que tomaran las decisiones que ellos quisieran. Porque les dio siempre la garantía de que él los iba a amar y a respetar, así no estuviera de acuerdo con sus decisiones. Entonces se criaron en un ambiente de libertad. Pero sí hubo una fractura en la familia cuando el vicealmirante se va para Santa Marta varios años y los hijos mayores, Juan Antonio y Eduardo son quienes comienzan a acercarse a movimientos de izquierda. Creo yo que la ausencia del padre se pudo haber traducido en una suerte de búsqueda, de puertos seguros debido a la ausencia del vicealmirante.

(Vea: Del 5 al 12 de septiembre se hará la Semana por la Paz)

En el libro también queda la sensación de que Nina intentó reparar muchos daños que sus hermanos hicieron en nombre de la revolución, como el caso de la masacre de Tacueyó, por el que ella dio la cara después. ¿Cómo es que ese episodio se termina convirtiendo en el desenlace de la guerra para ella?

Más que partirle la vida en dos a Nina, eso termina siendo un desenlace para ella. Cuando la entrevisté, ella ni siquiera lograba referirse a eso como una masacre sino que decía “eso” o “lo que pasó en Tacueyó”, porque le causaba pavor todo lo que pasó con su hermano Hernando. El agravante de eso fue que Nina amaba el departamento del Cauca, le traía recuerdos muy duros pero también bellos y una vez un indígena se le acercó, años después, cuando ya había consolidado un proyecto cafetero muy fuerte y le dijo “usted y su familia están perdonados por nosotros”. Eso para ella fue un bálsamo. Fue como cerrar esa herida abierta que la avergonzaba. Y fue para ella darse cuenta que lo que estaba haciendo con el café era lo correcto, porque a ellos los terminaron perdonaron por ella, por su voluntad de trabajo con la gente.

Lo más difícil de entender de la vida de Nina es cómo logró amar y admirar tanto a sus hermanos mayores, pero al mismo tiempo aborrecer lo que hicieron en medio de la guerra, ¿cómo interpretar eso?

Claro. De hecho Nina nunca se recuperó del asesinato de Carlos. Ella me dijo en varias ocasiones que estaba en su proyecto de café con las mujeres para poner en alto las banderas de su hermano. Ella sentía que eso era un acto de reivindicación con su proyecto de vida, pero también con las banderas de Carlos. No del Carlos “comandante papito”, sino del hermano que ella conoció profundamente y que soñaba con la revolución de las cosas imposibles. Y para ella el café es eso. Ella cuenta que el día más feliz de su vida fue cuando llegaron a Guayatá y le dijeron que su cultivo era de los mejores del mundo, que exportaba café gourmet. Eso le llenaba el alma porque sabía que era una forma de corregir y seguir luchando en su vida.

Y si Nina no hubiese jamás entrado a la guerrilla, ¿a qué cree se habría dedicado?

Ella hubiera sido socióloga, filósofa. Cuando le hice esa pregunta ella dijo que le habría gustado ser artista también, pero ella misma sentía que estaba destinada a vivir la vida que tuvo. Decir “habría sido” es una utopía porque ella quiso hacer eso y reconocía que haber pasado por el M-19 fue crucial en su vida y en las decisiones que tomó después.

¿Por qué Nina Pizarro es una “pirata blanca”?

En honor a su papá, Nina aprendió a hacer barcos a escala, era una de sus grandes pasiones y amaba hacerlo. Sentía que hacerlo era un homenaje al almirante Pizarro. Por eso mismo, Rafael, su compañero, le decía que era una pirata blanca, porque había atravesado aguas turbulentas para llegar a donde estaba, para hacer lo que hacía, que era dar luz y afecto a la gente. A ella le enorgullecía que le dijeran así: ‘Pirata blanca’.

****

“Nina fue, y seguirá siendo, aún después de haber embolatado su memoria en el océano de la nada, una pirata blanca adicta al café y con alma de lienzo. Por esa razón, poco antes de que sus recuerdos se empezaran a marchitar, comenzó a hablar acerca de las últimas conversaciones que tuvo con su mamá.

Y uno de los recuerdos que ella mantendría en su memoria, mientras aguardaba a ser acechada por el golpe certero de una extraña enfermedad llamada demencia frontotemporal que sorprendió su existencia, fue este, que repitió una y otra vez hasta que le fue llegando el ocaso de su memoria.

La descripción de aquella escena era la de Nina y Margot, de unos ochenta años, caminando alguna tarde por el guayabal de El Recuerdo. Solo había serenidad entre ambas. Porque ya había muerto la guerra. Y Nina le preguntó algo que le haría entender el horizonte que había tomado su vida, tal vez desde que nació:

— Mamá, ¿tú amas la vida a pesar de todo el dolor que te ha tocado vivir?

— Claro —le dijo Margot—. De eso se trata la vida. De abrir los brazos y esperar a que llegue lo que te tenga que llegar. Y Nina lo hizo, esperando a que la lucha de su vida valiera la pena en honor a su hija, a sus sueños, y a las banderas de su hermano”.

Sobre el autor:

Periodista y escritor, egresado de la Universidad Santiago de Cali. Autor de Nina Pizarro: la pirata blanca y coautor de: Manual de periodismo universitario en camino a la paz y la reconciliación (2017); La paz no se rinde. Crónicas y memorias de los acuerdos de La Habana (2018); Lo que la guerra se llevó. Veinte voces que retratan medio siglo de conflicto en Colombia (2018), Periodismo Universitario en el Siglo XXI (2018) y Operación Palomera. El comienzo del fin de las FARC (2019).

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Valentina Parada Lugo

Por Valentina Parada Lugo

Comunicadora Social - Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, con experiencia en cubrimiento de conflicto armado y crisis humanitaria. @valentinaplugo vparada@elespectador.com

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