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“La guerra es un lugar en el que jóvenes que no se conocen, se matan por decisiones de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Kelly Ibáñez, lideresa de la colectiva Las Moiras, escuchó esta frase en noticias e inmediatamente la asoció con los problemas de seguridad que desde hace años se viven Cúcuta y la subregión del Catatumbo (Norte de Santander).
Según ella, la guerra que vivió su región por décadas y los residuos de violencia que perviven luego de la firma del Acuerdo de Paz trastocaron la cotidianidad de los jóvenes y la garantía del acceso a servicios básicos que debe proveer el Estado. “Trabajo en barrios vulnerables en los que se ven de primera mano las consecuencias del conflicto y el olvido. Nos dejaron sin acceso a la educación y a la espera de políticas públicas y estrategias sociales para que sigamos una vida en el camino de la formación”, agregó.
Kelly fue una de las panelistas en el encuentro “Ciudad de frontera: Los jóvenes sueñan una Cúcuta diferente”, espacio organizado por Colombia +20 de El Espectador y la Embajada de Alemania en Colombia, en alianza con el diario regional La Opinión. En el encuentro, voceros juveniles de distintos sectores sociales, industriales, políticos y culturales analizaron el panorama de migración y orden público en su ciudad, junto con una serie de propuestas para no estancarse en los intereses de los violentos.
Un común denominador entre todos en la mesa de diálogo fue advertir que entre las grandes vulnerabilidades de los jóvenes en medio de la violencia está la falta de oportunidades laborales y el poco desarrollo industrial en el departamento. Así lo aseguró Francisco Unda Lara, gerente de la ANDI en Norte de Santander, quien agregó que “este tema no es nuevo, sino que muestra la carga de varios años. Hay una disminución en la producción y en las empresas que es un sector no tan grande como quisiéramos”, explicó.
Esta situación al interior de Cúcuta se expresa, de acuerdo con cifras oficiales de la ANDI, en una tasa de desempleo que ronda el 18% y una informalidad que en los últimos años oscila entre el 60 y el 70%. Ese panorama, según Laura Camila Rangel, subdirectora del colectivo Quinta con Quinta, se refleja en otros rezagos sociales, y principalmente afecta a las mujeres.
“Las oportunidades para nosotras son pocas y a eso le sumamos que el conflicto fue diferenciado con nosotras. Se debe avanzar en lo económico, pero sin olvidar el derecho a conocer la verdad, a dialogar para resolver diferencias ya impulsar la seguridad. Aún con el Acuerdo de Paz no nos podemos desplazar tranquilamente por diferentes sitios de nuestro departamento”, indicó Rangel.
A estas preocupaciones se sumaron las de Junior Maldonado, líder de la Asociación de Campesinos del Catatumbo (Ascamcat), quien ve en la zona rural de Cúcuta la misma violencia que apenas hace unos años solo se veía en el Catatumbo. “Se ha sabido expandir la violencia, pero no las soluciones para problemas históricos. Por ejemplo, la política del glifosato lleva años funcionando, pero es fallida. El otro tema son cultivos ilícitos. La solución para eso es el diálogo social, que la capacidad institucional aborde toda la situación de la región y que le den tierra a los campesinos, pero no se ha dado”.
Parte de esa compleja problemática del Catatumbo también se escuchó en las canciones que el grupo Motilonas Rap, presentó en el evento. El dúo conformado por dos primas nacidas en Tibú, le cantó a la tierra y homenajeo con su estilo rap a los líderes y lideresas sociales asesinados, una crisis que la juventud también se ha encargado de visibilizar.
Más y mejores oportunidades para los migrantes
Yvan Bustos, migrante venezolano y quien ha participado en procesos sociales en Villa del Rosario, ha sido testigo de dos tipos de violencia: la armada, ejercida por distintos grupos al margen de la ley y que se impone en municipios nortesantandereanos y en zonas fronterizas; y la derivada de estigmatizaciones que muchos de sus compatriotas reciben en Colombia por su procedencia.
Los tres años y medio que lleva establecido en Colombia, sumado a la larga interacción que -como casi todos los cucuteños- ha tenido con el vecino país, le han permitido acumular experiencias exitosas de integración que compartió con el panel.
“El arte siempre va a estar presente y es una herramienta fundamental para la integración de nosotros los migrantes. Ese tipo de manifestación nos hizo más visibles durante el paro nacional, donde sentíamos las necesidades de los colombianos como propias. Esta es nuestra tierra, la queremos, pero hay desafíos por delante para que vivamos en tranquilidad”, narró Bustos.
Sobre uno de esos desafíos se refirió Maldonado, quien aseguró que la falta de acceso al empleo hacia los migrantes ha generado efectos colaterales asociados con la violencia armada. “El cierre de la frontera y de los puentes generó más ilegalidad. Muchos migrantes terminan en los cultivos ilícitos o integrándose a los actores armados”, dijo.
Las oportunidades educativas y laborales para los y las jóvenes que viven en Cúcuta también apremian. En esta zona del país abunda el capital humano, como dijo la presidenta del Consejo Municipal de Juventud, Emely Meneses. Los panelistas coincidieron en que se debe dejar de ver a Norte de Santander como el problema de Colombia,y convertirlo en un territorio de esperanza y ganas de resurgir, como concluyeron Emely Meneses y Junior Maldonado.