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Se trata de una batalla sin vencedores ni víctimas. Unos combaten por el sonido más potente, por el que te haga temblar desde los pies hasta el corazón. Pero no el que empeñan los enamorados, sino el órgano que bombea sangre. Otros, por turnos o en parejas, se enfrentan por los mejores pasos de baile. Y los espectadores no solo son testigos, ellos también pelean por dominar el instinto que el beat de la música despierta en la piel.
Así es escuchar un picó en medio del barrio obrero en Apartadó (Antioquia). Allí se llevó a cabo el primer encuentro de cultura picotera Urabá Sound-System, del 2 al 4 de julio, que reunió a cientos de personas de todas las edades y cerca de diez picós en la región de Urabá.
Para quienes no lo tienen claro, los picós son los vehículos del ritmo, son enormes y potentes equipos de sonido que, en su versión más minimalista, están compuestos de bajos (de diferentes pulgadas: 10”, 15” o 18”), amplificadores y una consola. Los primeros picós fueron de fabricación casera con tecnologías de válvulas al vacío (o tubos) y llegaron a Colombia por el Caribe colombiano. A medida que se ha ido transformando la tecnología del sonido, también lo han hecho algunos picós. Al principio las canciones que prendían la rumba se conseguían en vinilos o casetes, ahora la mayoría de los DJ utiliza formatos digitales.
“En esa época se ponía puro LP, puro acetato. No se utilizaba memoria ni CD. Se montaba un disco y la placa sonaba en casete. Y ahí automáticamente estaba otro DJ que nos colaboraba con los LP para limpiarlos y sonarlos”, recuerda Adriano Torres, DJ Muni.
Los picós hacen parte de la herencia del sound-system proveniente de Jamaica, donde las fiestas musicales se armaban en las calles, en los jardines o en los guetos. Deborah Pacini Hernández fue la primera etnomusicóloga que publicó un texto sobre el fenómeno del picó en Cartagena. Pacini reconstruyó la llegada de esta cultura desde mediados de los años 50 a 60, y su uso se extendió en los sectores más populares de la ciudad amurallada.
En el caso de Urabá, los picós también hacen parte de las herencias culturales más arraigadas de la región. A principio de los años 80, cuando se organizaban las verbenas, el epicentro de esta cultura era el municipio de Turbo, que colinda con la frontera con Panamá. Por allí llegó la herencia del reggae, el roots, la soca y el dancehall, que se mezclaron con la cultura musical de Córdoba, Sucre y Chocó. Por eso en un picó en Urabá puede sonar desde Bob Marley hasta Diomedes Díaz.
Pero volvamos al encuentro picotero, que se hizo realidad luego de cuatro meses de organización por parte del Instituto Municipal de Cultura y Ciudadanía de Apartadó (IMCCA), el Gran Latido Sound System, Fundasevida, Entornos Protectores, la Alcaldía de Apartadó y la Comisión de la Verdad.
El 1° de julio, el Día Internacional del Reggae, en la Ciudadela Educativa y Cultural Puerta del Sol, los picoteros, organizadores y artistas locales de Apartadó ajustaron los detalles finales para los días siguientes, mientras recordaban la época dorada de los picós. Con estos equipos se prendían las Rumbas Caribes, como eran conocidas las verbenas a finales de los años 90. Los más reconocidos eran El Gran Juancho, El Tiburón y El Nando Turbo Láser.
Pero tras revivir los mejores años, llegó una bruma que se apoderó de la conversación. Quienes vivieron esta época narraron cómo las verbenas no volvieron a ser las mismas con la llegada del conflicto armado a la región urabaense.
En la madrugada del 23 de enero de 1994, en la casa de Rufina Perea, ubicada en La Chinita, la primera invasión que fue el génesis del barrio obrero de Apartadó, había cientos de personas reunidas alrededor del picó El Gran Juancho, uno de los más populares, que había llegado la noche anterior desde el municipio de Turbo. Allí, con la música de El Gran Juancho programada por John Jairo Lobo, el DJ, se armó la rumba.
Alrededor de la 1:30 a.m., comenzaron las ráfagas de fusiles: eran los guerrilleros de las Farc, que llegaron donde Rufina y mataron indiscriminadamente a 35 personas, entre ellos el DJ de El Gran Juancho, una mujer y al menos dos menores de edad. Como si esto no fuera suficiente sevicia, las Farc quemaron el picó y donde Rufina quedaron solamente cadáveres, cenizas y silencio. A este suceso se le conoce como la masacre de La Chinita, una de las al menos 240 masacres cometidas por las Farc, de acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Pese a la violencia que arrasó con esta zona, los picós siguieron sonando. La masacre no los silenció ni tampoco lo hizo la violencia. Quienes han hecho todo lo posible por cercar esta cultura han sido los mismos mandatarios de esta región. Por ejemplo, en Turbo, desde 2018, por decreto, los picós están prohibidos en el área urbana del municipio y ahora pueden sonar solo en las veredas aledañas.
Reconstruir los pasos y la historia de esta cultura es fundamental para Urabá, que respira, trabaja y vive por la música. En cada esquina, barrio y tienda en Apartadó hay parlantes y suena vallenato, rancheras y reggae a todo volumen. Está en la sangre, porque el picó es comunión y alabanza.
“Con un picó encendido uno siente que quiere salir a bailar, porque lo lleva en la sangre. Los picós no son solo para los morenos, para los afros. Toda la gente lo siente: indígenas, mestizos, blancos, negros. Esta cultura del picó la llevamos todos en la sangre”, asegura Adriano Torres, conocido como DJ Muni, quien es el DJ de El Gran Tsunami.
Los dos primeros días del encuentro picotero se realizaron en la plazoleta del Centro Cultural Rosalba Zapata, en el barrio obrero de Apartadó. Los picós Morro The Animal y Danger Music fueron los encargados de ambientar con música y transmisiones en vivo cada una de las actividades.
En estas jornadas se realizaron conversatorios sobre la cultura picotera, el sound-system en América Latina, talleres de fanzines y un concurso de fotografías alusivas a los picós de antaño. La pedagogía fue el motor de estos días, pues el objetivo era que los picós sonaran por la paz. Y es que la problemática social y de violencia ha ido transformándose en Apartadó. “Es la juventud, principalmente vulnerable, la que está involucrada en espirales de conflicto por territorialidades” dice Willinton Albornoz, director del IMCCA.
Según los habitantes del barrio Policarpa, también en el obrero, las pandillas se han ido popularizando entre los jóvenes de este sector de Apartadó, incluso niños de doce o trece años. “Ellos se citan por WhatsApp y en cualquier lado arman bochinche”, cuentan. Por eso, es un sentimiento generalizado el temor de un picó sonando, porque aunque muy rara vez o casi nunca las peleas son dentro de las verbenas, en los alrededores sí se vive la tensión o la misma violencia entre pandillas.
Previo al picotódromo, el encuentro de al menos diez picós con el que culminó el primer encuentro de cultura picotera en el Urabá, había prevención por parte de algunos habitantes. Sin embargo, llegó el día y la cita comenzó antes de las 7:00 a.m. en el Parque Estadio Caterine Ibargüen. Y las gradas se fueron llenando hasta que no hubo dónde sentarse. Llegaron jóvenes y los adultos con sus hijos a escuchar a los picós participantes.
Erly Mena, de 52 años, terminó sus labores como ama de casa y le dijo a su marido: “Yo ya me voy a bailar”. Apagó la estufa, dejó la comida lista y llegó al picotódromo. “Toda la vida desde niña escuché los picós. Eran sanos en esa época no había peleas con los jóvenes, me alegra que comiencen con esto para que los pela’os cambien. Los de aquí de Apartadó y los de Turbo también. Que si los pela’os ven estos eventos es para que cambien, no para que estén peleando con machetes. ¡Que bailen y se alejen de la droga! Estas iniciativas son importantes porque conservar los picós libres de violencia es conservar la alegría de nuestro pueblo”, agrega Erly, quien tras unos minutos de su llegada, bailó bajo el sol y la llovizna gozándose la música del picó Danger Music.
El papá de El Danger, al mando de este picó, fue en su momento el dueño del popular picó El Tiburón; de ahí fue que él heredó la pasión por el sonido. “Hemos estado por todo lado, por el Urabá siempre sonamos. Lo primero que me motiva de estar en este evento es que busca rescatar la cultura picotera y también para darle ejemplo a los pela’os de frenar esa cultura de violencia, que se viene creando y dice la gente que es por los picós. Y todos sabemos que no es por los picós. Esto es un ejemplo que queremos darle a la gente, que quiere ver un picó sonando y no hay ningún tipo de evento de peleas ni nada de eso”, explica.
Cada picó tenía cuarenta minutos para sonar y darle paso al siguiente. Todos programaban su música y entre canciones sonaban las placas, que son la marca personal de cada picó. Una voz que decía “único, exclusivo” anuncia las mezclas de los DJ.
Jairo Mesa es el dueño del picó Play Music, que también sonó en el picotódromo y nació hace siete años. Los picós que más recuerda Jairo es el Súper Yankee y El Gran Juancho. Según él, “lo que más ha cambiado son los diseños de los picós, antes les ponían logos, diseños extravagantes, ahora son más sencillos”.
Uno de los picós más esperados por el público fue La Nueva Ley, con seis bajos de 15 pulgadas, parlantes enormes de al menos tres metros y medio de altura. Dayner Becerra, conocido como Way More, nació en el municipio de Carepa, a unos treinta minutos de Apartadó. “El tema de los picós me comenzó a gustar. Yo escuchaba la emisora, un programa de reggae y ahí yo guardaba mis descansos y compré una grabadora y ahí escuchaba mi reggae con casete. Y a medida que fui creciendo, fui haciendo realidad ese sueño de tener un equipo, comencé con un equipo Sony y le adapté dos bajos como de 10 pulgadas”, recuerda.
Way More tiene una barbería y en principio ponía su picó a sonar dentro del local. “Yo soy barbero y con ese equipo vendía cerveza en la barbería; ahí ponía los discos de reggae y la gente se motilaba y mientras esperaban se tomaban una cervecita”. Esos fueron los primeros pasos de La Nueva Ley, que lleva sonando cerca de nueve años. Ellos anuncian cuando van a sonar por medio de Facebook, donde tienen más de 4.000 seguidores.
Con el More, como le dicen sus amigos, hablamos mientras un grupo de danza conformada por jóvenes del barrio obrero bailaban al son de su picó. “A mí se me salen las lágrimas hoy, porque nosotros con tanto potencial y ¿por qué no lo habíamos explotado? Tú te paras allá y miras esa cultura y tú dices eso es otro mundo. Hay que preservarlo, viene gente de todo el país, porque esta es una cultura de sana convivencia en el que se le abre el espacio a la juventud para que se divierta; no es espacio de discordia ni de peleas es para pasarla chévere, bacano”, asegura.
El picotódromo fue el cierre de oro de este encuentro, sonaron éxitos del reggae de la década de los 70 como “Ina Jah Children”, de Dhaima, y también canciones actuales de funk como “Candy”, de Madero. Niños, adultos y jóvenes bailaron, hicieron piques (son competencias de baile) y disfrutaron el espectáculo como nunca y como siempre. Y así, hasta las cinco de la tarde, a más de 32 grados, los picós demostraron que la fiesta en el Urabá es por la paz.
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