Sombría y muy silenciosa; vulnerable, hueco y escondite de algunos criminales. Así recordaban a la calle 10 los habitantes de Puerto Colombia. Hoy, el arte y el Carnaval reconstruyen hogares y dan esperanza a los habitantes.
En la casa de la esquina, al lado de la gran colina por la que descienden escaleras que conectan con la calle 10, está Cristina, asombrada por la disciplina que en los infantes ve, tanta unidad le resulta familiar y decide visitar la clase de danza.
Es una joven trigueña, estudiante de la facultad de bellas artes, emprendedora, solidaria y descomplicada. Cada mañana realiza una corta caminata para reflexionar. Es conocida en las calles de Puerto por sus iniciativas para generar cambios sociales a favor de su gente.
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La vida de cada porteño se basa en cumplir con sus responsabilidades. Su rutina inicia a las 5 am, cuando el sol acaricia suavemente lo que hasta el momento queda del muelle. durante todo el día se sienten las refrescantes brisas. Una gran parte de la comunidad atiende a los turistas, otros se dedican a la pesca y, por último, están quienes frecuentan los sitios públicos, pues, no faltan hombres en las bancas leyendo titulares como “hoy se realiza el festival de comedias en Puerto”.
‘A son candela’ es un grupo cultural que contagia de locura y fantasía. Dalfred y Cristina, ambos bailarines, aprovechan el arte, la danza y el teatro como herramienta para sanar los estigmas y discriminación que persiguen a esta concurrida calle.
Dalfred, viste una camisa de lino blanca, bastante holgada y a medio abotonar, un pantalón de drill y sandalias; con esa vestimenta casual se dirige sonriente a una clase magistral. Muchos niños lo esperan ansioso para iniciar con el aprendizaje. Él dice ser maestro y no hay por qué dudar, muchas veces la mejor enseñanza proviene de la calle. El único requisito es tener talento y ganas de avanzar.
Con simples pasos y al ritmo del tambor, el joven transmite cultura de generación en generación. Hace algunos años no todo era felicidad por la zona, esta calle que, hoy funciona como escenario de baile, anteriormente se conoció como “la calle del crack”.
Fue una época difícil, el utópico silencio espantaba; no había niños alistándose para ir a la escuela; madres atentas ni familias funcionales; parques ni espacios de recreación; horarios para ir a dormir. Por el contrario, predominaban los negocios ilegales y el futuro era incierto.
La calle 10 era la cuna de las guacas y chazas de drogas en Puerto Colombia, razón por la que sus moradores eran señalados y estigmatizados. En aquel entonces, era común ver a adultos sentados en troncos de madera, mientras jugaban una partida de dominó o, en el mayor de los casos, bingo; todo esto, mientras los “hijos de nadie” se criaban con rebeldía.
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El viernes primero de marzo, un día antes del carnaval, los niños en compañía de Dalfred y Cristina se gozaron su propio festival. Los moradores disfrutaron como si estuviesen en los desfiles oficiales e iniciaron el recorrido en la plaza principal, vestidos con prendas improvisadas.
En aquella comunidad las casas están pintadas con colores que representan la paz, el amor y la lealtad. Niños tocan tambores y otros instrumentos. Los más grandes arman su coreografía con acrobacias y más. Invierten su tiempo libre en esta actividad que se expone al público de forma creativa.
Sin duda, de aquellos días de tristeza y criminalidad solo quedan recuerdos. Con mucho amor y unidad los habitantes de Puerto Colombia han logrado curar lo que en un pasado les causó tanto daño. Así es como el arte convierte una vida difícil en una danza interminable.