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“¡Alegría, cocada, caballitoooo!”, gritaban las palenqueras para anunciarse a cinco cuadras de distancia en los barrios populares de Cartagena. Al mediodía, con el sol encima y los comensales terminando de almorzar, con grandes palanganas sobre la cabeza, paraban de puerta en puerta. Una escena caribe para el recuerdo porque las palenqueras decidieron irse a las zonas turísticas. Por supervivencia, el oficio tuvo que transformarse.
Las raíces hay que buscarlas en San Basilio de Palenque, primer pueblo libre de América, además declarado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Durante muchos años fue también un centro de abastecimiento para la capital de Bolívar. Pero en un año de sequía (1960), decenas de palenqueros se vieron forzados a migrar a Cartagena en busca de trabajo, porque perdieron su ganado y sus cultivos. Para sobrevivir, se volvieron vendedoras de cocadas.
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