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Si algún día se filma en Colombia una de las historias Tintin, el célebre reportero creado por el caricaturista belga Herge, Ricardo Calderón tendría que desempeñar el papel protagónico. Ese chiste se desgastó hace diez años en los pasillos de Semana, de tanto repetirse, pero tenía sentido porque servía para revelar aspectos del talante de Calderón, el jefe de investigaciones de la revista. En particular, por su pasión por meterse en aventuras intrépidas en la tarea de buscar noticias. La mayoría de los mitos que circularon sobre el reportero tenían que ver con su obsesión para hacerse invisible, mimetizarse en el mundo de los malos –vestido como un Lord, por incongruente que parezca– y disfrazarse para obtener información sin que se percataran los afectados. Una vez, dicen, regresó a Colombia sin pasar migración para despistar con un pasaporte que demostraba que estaba en el exterior. Ricardo Calderón es un personaje todos los años, pero en 2013 recibió los dos galardones más importantes que se les conceden en el país a los periodistas: el CPB y el Simón Bolívar. Este último lo recibió en el grado más alto, Vida y Obra, que casi siempre lo entregan a personas con características opuestas a las de Ricardo: mayores, para empezar y, sobre todo, con vocación y recorrido de vacas sagradas. El cambio de doctrina del jurado fue muy bien recibido, porque en el mundillo de los medios el que conoce a Calderón lo admira y lo aprecia. Igual que Tintin, Ricardo es un tipo fácil de querer.
Eso sí, muy pocos lo conocen. Es un exponente raro de su profesión, porque en lugar de vedetismo, esa epidemia que inunda el círculo de los medios, tiene una obsesión por el bajo perfil. En mayo de este año fue víctima de un atentado grave y cobarde –le dispararon cinco tiros a su carro cuando viajaba, incógnito, investigando datos escalofriantes sobre prácticas corruptas en los estamentos militares– y más que el peligro del aleve acto, le preocupó el baño de publicidad que casi se produce en el momento en el que el reportero se volvió noticia. Pero incluso en esa ocasión se las arregló para pasar de agache. Los medios buscaron con empeño fotografías o imágenes de la víctima, y solo pudieron llegar a la conclusión de que el periodista no existía, o que alguna mano invisible lo había borrado de todos los archivos. Hubo, incluso, una curiosa excepción que confirmó la regla: en Canal Capital publicaron una foto, borrosa y tipo cédula, con tan mala fortuna que resultó no ser de él sino de Ricardo Silva, otro periodista calvo especializado en cine y columnista de El Tiempo. La confusión fue más que explicable, no tanto por el indiscutible parecido físico ni por las gafas gruesas, sino porque los dos Ricardos tienen la misma pasión por Millonarios y un idéntico talento para burlarse de los demás.
Calderón es un reportero de 24 horas al día y siete días a la semana. No se le pasa una noticia ni le falta un dato. Es riguroso por naturaleza y ejerce la neutralidad con la misma facilidad con la que respira. Siempre está peleando, sin descanso ni concesiones, por un dato o una pista, pero jamás se le ve acalorado en una discusión, y menos de política. Comenzó su carrera con un breve paso por el periodismo deportivo, que ya casi no recuerda ni él mismo, y se dedicó después a la investigación de grandes temas. No se ha movido de ahí durante casi dos décadas y sus amigos no se lo imaginan de jefe de nadie, ni obsesionado por escalar una posición, ni interesado en que le den un título rimbombante. Eso sí, ha estado detrás de los grandes éxitos informativos de Semana: las revelaciones sobre la parapolítica, los dineros calientes en el fútbol, los tentáculos de la mafia, los excesos de la cárcel militar de Tolemaida y las chuzadas del DAS. Ha sido columna vertebral de las denuncias contra la corrupción que ha hecho la revista y le han concedido varios galardones: menos de los que merece y más de los que él hubiera querido. Acude a excusas de gran imaginación para eludir las ceremonias de premiación. Ricardo Calderón es, en fin, un gran periodista que no aspira sino a ser reportero: un tipo único. Diferente, incluso, al intrépido Tintin.
* Director de Noticias de RCN Televisión