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La niña indígena que sobrevivió a un accidente aéreo y a 40 días en la selva

A los 13 años de edad enfrentó en silencio la violencia, la tragedia de la muerte de su madre y salvó a tres hermanos menores. Homenaje a la heroína, uno de los Personajes del Año de El Espectador en 2023.

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Piedad Bonnett
10 de diciembre de 2023 - 12:00 a. m.
Lesly Jacobombaire Mucutuy
Lesly Jacobombaire Mucutuy
Foto: Ilustración: Éder Rodríguez
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Algunas circunstancias explican la supervivencia de los cuatro hermanitos que iban en la avioneta que se accidentó el 1° de mayo de 2023, y que duraron perdidos 40 días en la selva: el sitio que ocupaban en la nave, que los salvó a pesar de la contundencia del golpe; que no hubieran sido atacados por serpientes venenosas y tigres, frecuentes en ese ámbito, y que los rescatistas hubieran perseverado en una búsqueda que ya se creía infructuosa. Pero que hayan permanecido con vida en circunstancias tan adversas se debe, ante todo, a la fortaleza de Lesly Jacobombaire Mucutuy, quien con solo 13 años cuidó de sí misma y de sus hermanos con una sabiduría y entrega admirables, sin rendirse en ningún momento a la desmoralización y a las dificultades cotidianas. (Recomendamos: Lea el perfil que hizo Nelson Fredy Padilla de Leslie, la heroína indígena de Colombia).

En este país, donde la palabra heroísmo se usa a menudo de manera tan ligera, banalizándola, esta vez podemos decir, sin dudarlo, que Lesly es una heroína. En primer lugar, porque el golpe inicial, y el más grande que tuvo que asimilar, fue la muerte de su madre, cuyo cadáver -y el de otros dos adultos- acompañó durante cuatro días, con la esperanza de que alguien diera con los restos de la avioneta. Cuentan que las primeras palabras que Tien Noriel, el niño de cuatro años, les dijo a los rescatistas, antes de decir “tengo hambre”, fueron “mi mamá se murió”.

Así que Lesly no solo tuvo que cargar con el dolor de su propio duelo, sino con el de los otros niños, que también debían sentir la magnitud de la pérdida. En vez de quedar paralizada por la tragedia, Lesly se creció y se convirtió en la madre que ya no tenían. Cuenta la abuela que la niña le dijo: “Aquí en mi pecho, yo la hacía dormir a la bebé, pero del hambre yo no podía dormir, abuela”. Esa bebé, Cristin, tiene hoy tan solo un año largo, así que podemos imaginar lo que tuvieron que ser los desplazamientos con ella cargada, sus llantos -y el de los otros niños- por hambre, por frío, por los innumerables rasguños y picaduras que sufrieron.

En entrevista con Vicky Dávila, don Narciso, el abuelo, explicó que en su comunidad, la de los uitotos -que consideran La Chorrera como su lugar de origen- a los niños les enseñan desde los tres años, “poquito a poquito”, lo que encierra la selva. Qué frutas se comen y cuáles no, cómo se hace un rancho con palos y hojas, “cómo se tiende para sentarse, acostarse, todo eso”, cómo se pesca. De ese saber tradicional se valió Lesly, que hacía cambuches con hojas de bijao que los protegían de la lluvia, que trepaba por los troncos para coger frutos, que armaba copitas con hojas para recoger el agua que le daba a Cristin después de que se le perdió el tetero, que cortaba la palma con los dientes y por eso se le volvieron negros, que maduraba las semillas de milpesillo en su boca para que los niños pudieran comerlas. Antes de empezar su deambular, con la serenidad que se necesita para sobrevivir, Lesly cortó tiras de la ropa de su madre para vendar a sus hermanos y protegerlos del frío, y cargó con los restos de las marinitas y de fariña que encontraron en el avión, y que consumieron hasta agotarlos.

Cuando los encontraron, cuenta Daniel Coronell en su libro (Los niños del Amazonas, 40 días perdidos en la selva. Aguilar, 2023), Lesly sostenía a Cristin con su brazo derecho y llevaba de la mano a Soleiny, de nueve años. Tien Noriel, el niño de cuatro años, que ya no podía tenerse en pie, estaba recostado en un toldillo hecho por su hermana. Para ese entonces todos tenían alucinaciones, tan débiles estaban. La consigna “Milagro, milagro, milagro”, que sirvió a los soldados rescatistas para dar parte a sus superiores del hallazgo, fue en este caso la expresión de algo enteramente real: un día o dos más de extravío y los niños habrían empezado a morir.

Todo esto lo sabemos por distintos testimonios, los de los pocos que han podido hablar con los niños, protegidos desde su rescate por el ICBF. Lesly parece ser una niña silenciosa, tímida. Así la describió el rector del colegio indígena Fortunato Carvajal al que asistía, y también el presidente Petro, que declaró después de su visita a los niños, en el Hospital Militar: “La más grandecita, Lesly, estaba en un silencio que pude sentir y saber a qué se debía. No podía hablarlo porque no era el momento. Pero tenía más o menos la idea por lo que me había dicho por teléfono el tío abuelo, intuía lo que había pasado antes. Era una historia de violencia intrafamiliar como tantas en Colombia”.

En efecto, antes de la tragedia aérea, Lesly vivía en circunstancias agobiantes. Según su padrastro, era la que madrugaba a lavar y a hacer la comida, mientras él y Magdalena, la madre, buscaban el sustento de yuca y pescado. La violencia denunciada por Petro tenía su origen principalmente en ese hombre, Miller Manuel Ranoque, apodado Carramán, padre de los dos más pequeños y padrastro de Lesly y de Soleiny, al que su comunidad acusa de dar serias palizas a su mujer, Magdalena Mucutuy, hasta casi matarla. En una de esas ocasiones fueron tantos los “planazos” -golpes con machete- que le dio, que la espalda le quedó llena de hematomas y ella tuvo que huir, primero a un resguardo vecino y luego a casa de sus padres.

Para ese entonces Ranoque era gobernador del resguardo. “Evidenciamos un maltrato muy exagerado”, dice el gobernador de Puerto Sábalo. “Él se tomaba sus traguitos y reaccionaba violento, muy violento”. Antes de huir -relata Coronell- Magdalena acudió a los ancianos de su comunidad, les mostró de qué magnitud habían sido los golpes y denunció algo también muy grave: los intentos de abuso sexual a Lesly. Algunas versiones dicen que la asediaba desde 2020. Cuando estas escenas violentas se presentaban, los niños huían de su casa, una habitación de dos metros por dos, en la que todos convivían, y se iban a dormir a la selva. Lesly, pues, cargaba ya con esos miedos y seguramente con mucha rabia e impotencia. La madre, agobiada tal vez por la pobreza y las golpizas a la que era sometida, parece que también la trataba mal. “La niña dice que la mamá fue muy dura con ella”, cuenta la abuela. “Magdalena le enseñaba muy bien los quehaceres -declaró Ranoque-, pero cuando no se entendían era a los juetazos”.

Tal vez ese maltrato generalizado explique lo que algunos han dicho, y que en principio resultaba difícil de creer: que Lesly no quería que los encontraran. “Porque pensaba que si los encontraban les iban a dar juete por esconderse, dice el abuelo, por eso ellos no contestaban. Porque así, tal vez, vivían con el papá y la mamá”. Lesly, esa niña valiente, que luchó hora a hora durante 40 días para sobrevivir y salvar a sus hermanos, es también una niña herida, a la que su circunstancia convirtió en adulta antes de llegar a la adolescencia. Los colombianos, testigos angustiados de esa búsqueda, que por fortuna resultó exitosa, les debemos garantizar, a ella y a sus hermanitos, una vida digna y alegre. La que tantos otros niños colombianos no tienen, infortunadamente.

* Escritora y columnista de El Espectador.

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ximena(fylv0)10 de diciembre de 2023 - 01:12 p. m.
Donde estará Miller Manuel Ranoque? Gozando de plena libertad? Tendrá otra mujer y otros hijos para maltratar? Seguirá siendo el Gobernador del resguardo?
Leonel(5u51g)10 de diciembre de 2023 - 10:45 a. m.
Impresionante esa niña ganadora, lucho contra la adversidad ,nunca se rindio, èl triunfo es de ella.
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