Publicidad

Niños indígenas rescatados en la selva: Lesly, historia de una heroína colombiana

Más de 60 pueblos originarios los exaltarán en octubre. Semblanza de Lesly, la niña de 13 años de edad que sobrevivió 40 días en la Amazonia junto a tres hermanos. Sus abuelos y el jefe de la guardia indígena reconstruyen y valoran su hazaña. Será leyenda amazónica, como “La Mapiripana” de la novela “La vorágine”.

Nelson Fredy  Padilla
23 de julio de 2023 - 01:00 p. m.
La ceremonia será el 12 de octubre, Día de la Raza. Aquí, Lesly (de 13 años), Soleiny (de 9), Tien Noriel (de 4) y Cristin Neriman (la bebé de un año).  / Ilustración de Éder Rodríguez con base en foto familiar y de su casa
La ceremonia será el 12 de octubre, Día de la Raza. Aquí, Lesly (de 13 años), Soleiny (de 9), Tien Noriel (de 4) y Cristin Neriman (la bebé de un año). / Ilustración de Éder Rodríguez con base en foto familiar y de su casa

Lesly Jacobombaire Mucutuy, la niña que se salvó del accidente de la avioneta en la selva amazónica colombiana el pasado 1.° de mayo y sobrevivió 40 días junto a sus tres hermanos, incluida una bebé que siempre cargó en sus brazos, será condecorada y declarada “guerrera y guardia milenaria” por los pueblos indígenas colombianos el próximo 12 de octubre, Día de la Raza.

Así lo anunció a El Espectador Luis Alfredo Acosta, líder nasa del departamento del Cauca que dirige la Guardia Indígena en todo el país y participó un mes en la búsqueda de los niños, que viajaban en la avioneta HK-2803, en vuelo entre Araracuara y San José del Guaviare, y fueron rescatados el pasado 9 de junio en la llamada Operación Esperanza con participación de al menos 200 militares, rastreadores y vaquianos de la región. (Le puede interesar: ¿Por qué los pueblos amazónicos rechazan posible documental del gobierno sobre niños rescatados?).

Un mes y medio después, los menores de edad permanecen al cuidado del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar luego de cuatro semanas de tratamiento físico y psicológico en el Hospital Militar de Bogotá. Así será hasta que el ICBF decida quién asumirá su custodia, pues su mamá, Magdalena, murió en el accidente y su papá, Miller Manuel Ranoque, padre de los niños pequeños y padrastro de Lesly y Soleiny, es investigado por presunta violencia intrafamiliar y sexual. Ranoque demandó a algunos de quienes lo acusan y a la aerolínea dueña de la aeronave en busca de una indemnización de $1.450 millones por los posibles perjuicios morales y materiales causados a él y a sus hijos.

Pero, más allá de los pleitos jurídicos, el comandante Acosta me insiste en que lo importante es exaltar y guardar para la memoria histórica nacional, en especial la indígena, “el espíritu representado en la sabiduría, el coraje y la valentía de los hermanos”. Por eso, Lesly (de 13 años de edad), Soleiny (9), Tien Noriel (de 4) y Cristin Neriman (de un año) serán declarados, en ceremonias en Bogotá y en la selva, “nuestros héroes”, “guardias milenarios” y “símbolo de los pueblos indígenas”.

Acosta explica que las más de 60 culturas indígenas de Colombia han valorado la verdadera dimensión de la hazaña de Lesly de mantenerse con vida junto a sus hermanos durante cinco semanas, en los inhóspitos límites de los departamentos de Caquetá, Guaviare y Amazonas. “La semana del 20 de julio es ideal para reconocer nuestra patria a través del simbolismo que nos transmitieron. Gracias a ellos, podemos decir que independencia nacional significa, ahora más que nunca, respetar nuestras diferencias, reconocer a las culturas originarias, entender al ser indígena y sus saberes ancestrales. Ahí está la explicación profunda de cómo una niña logró defenderse y salvar la vida de sus hermanitos, mientras la selva nos mandaba un mensaje para que la protejamos y respetemos como fuerza superior de la naturaleza”.

Acosta destacó, además, el significado social porque el exitoso operativo de búsqueda será recordado como ejemplo de unidad de los colombianos. “Buscar incesantemente a Lesly y sus hermanos permitió que a través de nosotros se juntaran por primera vez dos fuerzas nacionales: la espiritual de los pueblos indígenas y la del Estado, representada por las Fuerzas Militares. Dejamos de mirarnos como enemigos y convivimos un mes en la selva, en armonía, pensando en el bien común que era encontrar a los niños vivos. Eso nos demostró que somos capaces de trabajar en conjunto, no para generar violencia, sino para defender la vida”.

Con sus conocimientos de indígena nasa, Acosta apoyó a los miembros del Ejército y la Fuerza Aérea en la Operación Esperanza, al igual que lo hizo Miller Manuel Ranoque, el padre. Pero a cada paso eran los expertos en búsqueda los que aprendían del rastro de Lesly: “Quienes seguimos las huellas de sus pies descalzos recibimos día a día una lección de resistencia: esta niña fue líder desde el primer momento, supo qué hacer en cada situación, cuánto tiempo quedarse al lado de la avioneta —al parecer hasta que su mamá, Magdalena, falleció por las heridas del accidente en el que también murieron Hernando Murcia, el piloto, y Herman Mendoza, líder que trabajaba en defensa de los derechos indígenas desde la Organización Nacional de los Pueblos de la Amazonia Colombiana (OPIAC) y asesoraba a víctimas de la violencia—, qué llevar entre alimentos (harina de yuca, por ejemplo) y vestuario pensando en sus hermanos”.

“Su capacidad de decisión nos sorprendía al ver cómo escogía zonas de desagüe, ríos para que no les faltara agua, cómo construía cambuches bajo los árboles que le podían dar frutos al tiempo que evitaba zonas frecuentadas por animales peligrosos y para protegerse de las lluvias torrenciales. Se notaba que se movía por tiempos y jornadas y eso no lo sabe cualquier niña, menos una con la responsabilidad que ella asumió, guiando a sus hermanos y cargando a la bebé en los brazos. Yo antes estuve varias veces en la selva, rescatando indígenas secuestrados que tenía la guerrilla, y le puedo decir que la forma como Lesly decidió cuidarse y salvar a los otros tres es para aprender de sus valores”.

Lo destaca el comandante de 60.000 indígenas que, con bastones de madera consagrados en aguas perpetuas, han defendido sus resguardos en toda Colombia frente a guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes y explotadores de madera y minería, resistencia cada vez más arriesgada que va desde las montañas de los nasas, en el Cauca, hasta los ríos de los uitotos en el Amazonas.

Dice Acosta: “Cuando ya perdíamos la esperanza de encontrarlos vivos, apareció Lesly haciendo señas para que ayudáramos primero a su manada. Eso comunica la enseñanza de los indígenas como seres colectivos y por eso la declararemos una gran guerrera, luchadora, cacica; una colombiana que demostró lo que aprendió de su familia y de su entorno natural y cómo lo transmitió a sus hermanos. Ella redime nuestra lucha en todas las formas y llama a las nuevas generaciones, como hacía mi abuela, a volver a la tierra, al vientre, a pisar nuestro territorio sagrado para defenderlo. Allá sentí muchas cosas especiales como indígena y reflexioné como ser humano. A pesar del agotamiento físico en que estábamos, todo eso me permitió salir muy fortalecido a nivel espiritual”.

Tales valores Lesly los heredó de familiares como su tío abuelo Fidencio Valencia, quien me la describe como una niña “muy calladita, juiciosa, inteligente”. En la familia se identifican como indígenas uitoto muinane, la etnia que casi desaparece a mediados del siglo pasado por la codicia de las mafias que buscaban árboles de caucho. Descienden de los pocos centenares de sobrevivientes de esa persecución y esclavitud. ¿Cómo se salvaron? Escondiéndose en la profundidad de la selva.

“Parece un misterio, porque mucha gente no entiende que desde chiquitos les enseñamos a vivir con los cinco sentidos abiertos a la naturaleza para que la misma selva los proteja, no para que le tengan miedo. Claro que deben distinguir los animales y saber defenderse. Lesly contó que tuvo que matar con un garrote a una culebra brava que iba a morder a Tien (el niño de cuatro años), una a la que le decimos Ivana o la 24, es negra con gris y tiene el pecho amarillo. Son más peligrosas que un jaguar, el jaguar le tiene miedo al humano. Igual, saber qué es lo que se puede comer y qué no, qué hojas sirven, con cuáles se puede construir una casita y a la sombra de qué árboles hacerse. Todo eso lo aprendió con nosotros en La Chorrera (Amazonas), donde nació, a orillas del río Caquetá en Chukike, donde creció, y en Puerto Sábalo, donde vivía. Tiene el conocimiento y la confianza, como nosotros. Lo que no hizo fue cazar porque a las mujeres indígenas no se les enseña, pero son unas berracas porque saben encontrar el alimento en la selva, como la yuca, para madurarla en agua y hacer fariña. Comió frutos de palmas como el puy y la milpesos, que da una pepa negra de la que se come la cascarita, que es más dulce que amarga”.

Mientras sus nietos enfrentaban el hambre, él ayudaba a protegerlos conectándose con los espíritus de la selva a través del poder trascendente del mambeo de coca y el ambil de tabaco. “Esa es nuestra mayor relación con la naturaleza y ese fue mi trabajo como abuelo; meterme en los pensamientos de la selva para que Dios me los cuidara”. La abuela María Fátima añade que el poder y la sabiduría de varios chamanes les permitió guiar a los niños en la selva, evadiendo incluso duendes que no querían soltarlos.

Fidencio reconoce que Lesly estaba más acostumbrada a la selva porque se le había vuelto costumbre ocultarse días completos de su padre, que la perseguía y la agredía, según me ratifica el periodista Federico Benítez, de Los informantes, del Canal Caracol, quien viajó hasta el lugar donde vivía la familia y recogió testimonios de miembros de la comunidad que denunciaron el carácter violento de Miller Manuel Ranoque. Por eso tenía miedo de que la encontraran y, hasta cuando pudo, evadió el intenso operativo de rescate.

Precisamente el vuelo de ella y sus hermanos con su mamá, que días antes había sido agredida una vez más por su esposo Miller Manuel, era un intento desesperado por huir de esa violencia. Benítez encontró la última vivienda de Magdalena, Lesly y los demás: una habitación palafítica de dos metros cuadrados. Fidencio me cuenta que fue construida con tablas de árboles de amarillo y achapo, y techada con hojas de palma de puy. “Son de los más pobres de una comunidad que espera mejorar sus condiciones de vida con el dinero de la venta de bonos de carbono”, dice el periodista. Vender la protección de hectáreas de selva a empresas interesadas en mitigar sus emisiones de C02 parece ahora la mejor opción económica para comunidades a las que las fiebres del caucho, la coca y la minería solo les ha dejado pérdidas invaluables.

Desde allí Lesly viajaba hasta el colegio Fortunato Really (misionero italiano, pionero en la educación católica de la región), un internado para indígenas en el que iba a estudiar su bachillerato, pero en el que solo estuvo ocho días hasta que su padrastro la sacó. Benítez publicó testimonios de gobernadores indígenas que insisten en que Ranoque ejerció violencia física, psicológica y sexual contra su familia y convivía con otra mujer.

Por estas razones fue destituido en abril pasado como gobernador del resguardo, cargo que ejercía desde hacía cuatro meses, luego de que las autoridades concluyeron que no representa los valores uitotos. Es la misma versión que un comandante guerrillero de la zona, donde opera el frente Carolina Ramírez de las disidencias de las antiguas FARC, le dio al periodista, asegurando que respetan el derecho indígena y no intervinieron en la búsqueda de los niños. Ranoque se declara inocente y sigue anunciando demandas.

Según Fidencio, aparte de su padrastro, Lesly también sabía que tenía que huir de la guerrilla, que secuestra niños y niñas indígenas. En mayo pasado asesinaron a tres niños muruis que habían sido reclutados en la vecina comunidad de El Estrecho, otra parte del llamado Predio Putumayo, que con unas 300.000 hectáreas es la zona de conservación selvática más importante de Colombia.

Esas disidencias expidieron un comunicado desmintiendo amenazas al padrastro, como él dijo a los medios de comunicación en Bogotá, y dejaron en evidencia una violencia eternizada: “Somos una guerrilla móvil, nómada, y en nuestro trasegar llegamos a todas las comunidades indígenas del sur oriente colombiano (...) Buena parte de nuestros guerrilleros provienen de allí”.

Es uno de los ejércitos ilegales junto a mafias narcotraficantes y mineras. A pesar de los patrullajes del Ejército y la Armada Nacional, imponen su ley en el alto Amazonas, a lo largo del río Caquetá hasta el Cahuinarí, el mismo que se cita dominado por tropas obsesionadas con la explotación del caucho en La vorágine, la emblemática novela colombiana escrita hace ya un siglo por José Eustasio Rivera sobre la esclavización indígena a manos de invasores como los de la famosa Casa Arana.

Por los múltiples excesos que en el Amazonas se han cometido, el miedo de Lesly se vuelve metafórico al releer La vorágine y recordar que allí también una escurridiza niña indígena es un personaje central: “Una tarde, casi al oscurecer, en las playas del río Guaviare advertí una huella humana. Alguien había estampado sobre la greda el contorno de un pie, enérgico y diminuto, sin que su vestigio reapareciera por ninguna parte. El Pipa, que cazaba peces con las flechas, acudió a mi llamamiento, y en breve todos mis camaradas le hicieron círculo a la señal, procurando indagar el rumbo que hubiera seguido. Pero Helí Mesa interrumpió la cavilación con esta noticia: —¡He aquí el rastro de la indiecita Mapiripana!”.

En esa ficción donde el aventurero Arturo Cova se juega el corazón al azar y se lo gana la violencia, “los genios del bosque” simbolizan una guerra entre la vida y la muerte, y la niña indígena, silenciosa como Lesly, representa la primera: “La indiecita Mapiripana es la sacerdotisa de los silencios, la celadora de manantiales y lagunas”.

Es casi imposible encontrarla: “… basta fijarse en la arcilla húmeda para comprender que pasó asustando los animales y marcando la huella de un solo pie, con el talón hacia adelante, como si caminara retrocediendo. Siempre lleva en las manos una parásita y fue quien usó primero los abanicos de palmera. De noche se la siente gritar en las espesuras, y en los plenilunios costea las playas, navegando sobre una concha de tortuga, tirada por bufeos (delfines), que mueven las aletas mientras ella canta”.

Y a la Mapiripana la persiguen como a Lesly: “Un misionero que se emborrachaba con jugo de palmas y dormía en el arenal con indias impúberes… Con lujurioso afán empezó a seguirla, mas se le escapaba en las tinieblas; llamábala con premura, y el eco engañoso respondía”.

El violador termina preso en “la cueva de las soledades” con la ayuda del vampiro y la lechuza mientras “la indiecita” sonríe “en su columpio de enredaderas florecidas”. El violento muere delirante, sin poder librarse de “sus propios remordimientos”, mientras “revuela entre la caverna una mariposa de alas azules, inmensa y luminosa como un arcángel, que es la visión final de los que mueren de fiebres en estas zonas”.

En la ficción, la niña “vive en el riñón de las selvas, exprimiendo las nubecillas, encauzando las filtraciones, buscando perlas de agua en la felpa de los barrancos, para formar nuevas vertientes que den su tesoro claro a los grandes ríos. Gracias a ella, tienen tributarios el Orinoco y el Amazonas”.

Un siglo después, en la vida real, Fidencio espera que a él y su esposa, la abuela María Fátima, les den la custodia de Lesly y sus hermanos. Si, después de las investigaciones del caso, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar les concede la petición, anuncia que los niños no volverán a la choza donde vivían, sino a una casa familiar río abajo, en el caserío de Chukike, ojalá lejos de la violencia de un mal padre y de los periodistas.

Mientras tanto, reconoce a su nieta por reivindicar la identidad indígena: “Gracias a ella, lo que pedimos ahora es que los colombianos respeten las culturas indígenas de la Amazonia, que seamos reconocidos, en especial por la parte espiritual, y que nunca seamos perseguidos ni discriminados”.

La abuela María Fátima me insiste: “Yo me quedaré como mamá de ellos y el abuelo como su papá. Lesly es muy guerrera verdaderamente, se merece todos los premios que le den, pero lo importante es que la dejen con nosotros y podamos vivir en familia y en paz”. Una familia colombiana que seguirá viviendo su propia vorágine.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

Temas recomendados:

 

Norma(12580)23 de julio de 2023 - 04:27 p. m.
Hermoso reconocimiento al valor de una niña indígena y de sus hermanitas/o, para sobrevivir, tomando las decisiones mas sabias. Un reconocimiento a la sabiduría y espiritualidad ancestral, a los pueblos originarios en general, y a la necesidad de respetar las diferencias y en ello, los miembros del ejército hicieron bien su parte. Realmente es un canto a la vida, la solidaridad y el valor. Muchas gracias.
MARIO(jjdxw)23 de julio de 2023 - 03:06 p. m.
Ese Ranoke no es un mal padre sino un malpa…ido. Ahora ya lo encontró un abogaducho, de los que tanto abundan, para buscar enriquecerse, a costillas de lo ocurrido. Vaya uno a saber si ya había abusado de Lesly. No se puede permitir que los menores regresen al lado de ese bárbaro.
luis(89686)23 de julio de 2023 - 02:50 p. m.
Las misiones católicas y protestantes envenenan la cultura de los pueblos de la selva.
Aquiles(99275)23 de julio de 2023 - 02:38 p. m.
La visión y cosmovisión de los abuelos, me dice, que son las personas adecuadas para tener la custodia de los niños. Además, Lesly esta marcada por las fuerzas puras, del universo, los dioses, la madre selva o como quieran llanarla, para ser una lider. Cuando el universo conspira para ello, esto último se da se quiera o no se quiera.
David(73769)23 de julio de 2023 - 02:12 p. m.
Bonita nota periodística. Ojalá no se mercantilice ni se banalice este conocimiento ancestral y esa cosmovisión propia de comunidades indígenas a las cuales se han violentado en su cultura y en su idiosincrasia. Debemos aprender a ver con respeto y orgullo esos otros hermanos y esa otra colombia.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar