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Agua de Dios: 150 años de un pueblo marcado por la lepra

Este municipio de Cundinamarca cumple siglo y medio en plena emergencia por el coronavirus. Sus habitantes reconocen en las circunstancias de estos tiempos lo que a ellos les tocó vivir durante 90 años: miedo al contagio, confinamiento y estigmatización.

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David Leonardo Carranza Muñoz - dcarranza@elespectador.com
10 de agosto de 2020 - 02:00 a. m.
El reconocimiento de Agua de Dios como municipio se dio en 1963. / Hernán Moya
El reconocimiento de Agua de Dios como municipio se dio en 1963. / Hernán Moya
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A principios de la década del 80 Patricia Devia llegó a Bogotá en busca de oportunidades de trabajo. Cada vez que conocía a alguien en la ciudad y le contaba de dónde era, recibía una respuesta más o menos parecida: “Ay, pero cómo así, allá no es donde la gente va caminando y se le caen las orejas, los dedos, los pies. ¿Usted por qué vive allá si eso es contagioso?”. Patricia nació en Agua de Dios, Cundinamarca, un pueblo que hoy conmemora sus 150 años de creación y que es conocido por haber sido uno de los tres lugares de reclusión para las personas con lepra que existieron en el país.

Este aniversario tomó al municipio en medio de la pandemia que, según Hernán Moya, funcionario del Museo Médico de la Lepra, le hace recordar a lo que los habitantes del pueblo sufrieron durante décadas: el aislamiento. “Que no se puede entrar ni salir del pueblo: así nos ocurrió a nosotros, a nuestros padres, a todos los enfermos que llegaron”.

Las personas que vivieron en Agua de Dios fueron confinadas por padecer lepra en circunstancias mucho más extremas que las que se viven ahora por el coronavirus. El pueblo fue rodeado por cercas de alambres, se establecieron puntos de control en los ingresos y salidas, y había Policía en la parte exterior e, incluso, policía de enfermos en el interior para restringir los accesos. Era, de acuerdo con sus habitantes, un campo de concentración que comenzó en 1870, unos 63 años antes de que los nazis crearan el primer lugar de sufrimiento que construyeron, y terminó en 1961, cuando habían pasado 16 años del fin de la Segunda Guerra Mundial.

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Hay una versión sobre el origen del nombre del municipio que, aunque le da cierto romanticismo, no está comprobada. Se dice que los enfermos que eran excluidos de los otros pueblos de Cundinamarca llegaron a Tocaima en busca de aguas termales que eran sanadoras. Los habitantes de ese pueblo “insultaron y amenazaron a los enfermos que estaban ahí”, según cuenta Moya, para forzarlos a abandonar ese territorio. Así habría sido como un grupo de leprosos, después de una larga caminata bajo el sol y el calor que distinguen a esas tierras, llegaron a un lugar conocido como Los Chorros y exclamaron “¡esto es Agua de Dios!”.

De haber sido así, quienes bautizaron ese lugar no tuvieron en cuenta que gran parte del estigma que cargaban era precisamente por la Biblia, donde los enfermos con lepra son rechazados en varios fragmentos, especialmente del Levítico, texto que forma parte del Antiguo Testamento: “Si reconociéndolo el sacerdote ve que la erupción se ha extendido en la piel, lo declarará inmundo: es lepra”. Este es apenas uno de los varios versículos que hacen referencia a la también conocida enfermedad de Hansen. Las primeras señales de la existencia de este padecimiento se remontan 4 mil años atrás. En 2009, un grupo de investigadores encontraron al noreste de India los restos óseos de un hombre de 30 años con signos de haber sufrido lepra. El cuerpo estaba enterrado en ceniza de estiércol de vaca.

Esta enfermedad tuvo históricamente el rechazo de la sociedad. Sin embargo, con los avances científicos se demostró que no es muy contagiosa, que se reproduce muy lentamente y que tiene un promedio de incubación de cinco años. Además, es un padecimiento curable con un tratamiento adecuado. La Organización Mundial de la Salud asegura que poner fin a la discriminación, el estigma y los prejuicios es fundamental para acabar con la lepra.

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Lo que se sabe sobre el terreno donde se fundó Agua de Dios es que era de Manuel Murillo Toro, quien fue dos veces presidente de lo que en ese entonces se llamaron los Estados Unidos de Colombia. El Estado compró esas tierras para crear ahí uno de los tres lazaretos que hubo en el país. Los otros dos quedaban en Contratación, Santander -que reemplazó al de El Curo- y Caño de Loro, en Cartagena.

Moya cuenta que Agua de Dios fue una república independiente. No exagera. En el pueblo hubo documentos de identificación, moneda exclusiva para los enfermos y prohibición de licor. Estas medidas se tomaron con la creencia de que así se disminuiría el contagio. “Al quedar aquí el enfermo perdía todos los derechos constitucionales. Cuando la persona llegaba le volvían mil pedazos la cédula y le daban una libretica como documento de identificación”, explica Moya, quien además es funcionario del Sanatorio de Agua de Dios y tiene lepra. “Por mucho tiempo los gobiernos no atacaron la enfermedad, sino al paciente”, agrega.

Hasta 1961 se expidió una ley en la que se les devolvieron todos los derechos civiles y políticos a los leprosos. Esto derivó en el reconocimiento de Agua de Dios como municipio en 1963. Los habitantes de esa tierra aún sienten el peso de la carga histórica y el estigma. No obstante, alardean de los personajes que pasaron por su pueblo, como Luis A. Calvo, uno de los músicos y compositores más importantes en la historia del país, y Adolfo León Gómez, político, periodista y escritor, cuyo ingreso al municipio es un misterio. Aunque algunos testimonios de los habitantes del pueblo, que pasaron de generación en generación, dicen que tenía signos de la enfermedad, otros aseguran que no tenía lepra y que el confinamiento fue producto de una persecución política por sus críticas a la pérdida de Panamá y a la relación de los gobiernos colombianos con Estados Unidos.

Patricia Devia trató de explicarle a la gente que conoció en Bogotá que Agua de Dios era un sitio común y corriente, pero la incomodaba que su lugar de nacimiento despertara tanta atención. Sus padres, conscientes de los prejuicios, la registraron a ella y a sus cuatro hermanos en Girardot. Por eso ella pudo evadir las inquietudes de sus nuevos conocidos. Casi 40 años después, cuando le preguntan por el lugar donde nació, responde: “Es mi pueblo y lo quiero. También quiero que lo vean de una forma digna, bonita. No me siento orgullosa porque quién puede sentirse orgulloso de haber tenido toda esta historia, pero ya me liberé y me identifico con Agua de Dios”.

Por David Leonardo Carranza Muñoz - dcarranza@elespectador.com

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