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Eider Arley Campo: retrato de un comunicador indígena Nasa

En vida formó parte de la guardia indígena, colaboró en la Emisora Pioyá, ejerciendo la comunicación propia, y en su corta vida también incursionó en la música y fue peluquero.

J. Fernanda Sánchez Jaramillo, Especial para el Espectador*.
14 de diciembre de 2021 - 12:21 a. m.
El padre de Eider Arley Campo en la tumba de su hijo. /Foto: Willian Mavisoy Muchavisoy
El padre de Eider Arley Campo en la tumba de su hijo. /Foto: Willian Mavisoy Muchavisoy
Foto: Willian Mavisoy Muchavisoy

Un cerco grande protege los restos de Eider Arley Campo Hurtado en un área aledaña a la casa familiar donde antes sus risas lo llenaban todo. Una foto suya, flores multicolores y un mensaje en su memoria señalan el lugar donde descansa.

Era un joven muy activo, quien en vida formó parte de la guardia indígena, colaboró en la Emisora Pioyá, ejerciendo la comunicación propia, y en su corta vida también incursionó en la música y fue peluquero.

Rodrigo Pito, director y compositor de orquesta de tecno-cumbia Los Vibrantes de Colombia, recuerda a Eider que empezó en la logística, fue percusionista y corista en un concierto en Puerto Asís y quien deseaba ser músico y cantante profesional; además de gustarle la ingeniera eléctrica.

Eider le pidió enseñarle y él lo hizo con gusto porque era un joven sociable que los acompañó en giras por los departamentos de Nariño, Putumayo, Caquetá y el Valle y compartió su alegría con la agrupación musical durante un año y medio; para no olvidarlo. Como homenaje, Rodrigo escribió la canción Un día más sin ti donde lo nombran para recordarlo.

Eider fue asesinado y su padre, Floresmiro Campo, prefirió sembrarlo junto al hogar para tenerlo cerca. Escogió la tierra que lo vio nacer rodeado por montañas imponentes y un paisaje verde del Resguardo Pioyá a una hora y media, por carretera sin pavimentar, del casco urbano del municipio de Caldono (Cauca).

Amor por la radio

Eider, cuenta su padre, empezó a visitar ocasionalmente la emisora del resguardo y le gustó. Después de terminar el bachillerato, prestó servicio militar en el Cabildo, colaboraba en las mingas y le quedaban tiempo y energía para ser estar en la radio.

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Rubén Caso, miembro del colectivo de comunicación intercultural indígena del Resguardo Pioyá, cuenta que el colectivo surgió por iniciativa de los mayores como instrumento para hacer control territorial, puesto que en la zona no es fácil la comunicación vía telefónica y antes avisaban con juegos pirotécnicos, o pitos, sobre la presencia de grupos armados.

La necesidad de una herramienta rápida de comunicación para alertar a la comunidad llevó a crear la que hoy es la emisora, que con equipos básicos, ocupa un lugar importante en la vida comunitaria.

El colectivo está compuesto por 10 personas, pero dos trabajan activamente con transmisiones desde la mañana hasta la noche. La comunicación es un espacio de diálogo y de movilización en situaciones de riesgo.

“La radio ha permitido difundir el proceso de resistencia del resguardo, movilizar gente para, por ejemplo, ayudar a liberar secuestrados, difundir informaciones sobre eventos, mingas, movilizaciones departamentales, información sobre reuniones urgentes y educación ambiental, entre otros asuntos”, explica Rubén.

Por su parte, Iván Campo, quien colabora hace cuatro años con la emisora que ahora coordina, recuerda con cariño a Eider con quien se capacitó y trabajó, para fortalecer la cultura Nasa en su propia lengua, y cuyas grabaciones son conservadas en la emisora.

Y es que la comunicación propia es un eje fundamental de la resistencia, explica el gobernador actual del resguardo Jorge Campo Bomba, pues visibiliza el control territorial que se realiza en respuesta al avance de grupos armados, siete en Caldono entre ellos disidencias Farc, que han utilizado estas tierras ancestrales como escudo para esconder carros y personas secuestradas.

Campo destaca la labor de quienes trabajan en la emisora y resalta el rol que Cric le dio a la comunicación propia como herramienta importante para el fortalecimiento del movimiento indígena, comunicación que está enfocada en los planes de vida de los pueblos originarios.

El asesinato

Eider era polifacético y dedicó su vida a diversas actividades en las que podía servir a su pueblo. Como guardia indígena, acudió al llamado cuando se informó que un comunero retenido en la casa del Cabildo había escapado con ayuda de otras personas.

Su padre recuerda que recibieron un llamado para ayudar a rodear y recapturar al comunero fugado. No lo pensaron dos veces, Eider y su padre salieron en su moto, pero luego tomaron caminos distintos.

Eider siguió con unos compañeros y luego se juntaron con otros miembros de la guardia indígena. Después de un rato, Floresmiro se enteró de que un comunero había sido herido por la ráfaga que alcanzó a escuchar.

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Así recuerda aquel 5 de marzo de 2018 en que su hijo perdió la vida:

“Yo andaba con otro compañero y pues escuché en la radio, que los compañeros que iban con Eider preguntaron ¿qué pasó? Luego dijeron: ¡Lo mataron! Yo pregunté: ¿a quién mataron? Ellos dijeron a Chico ¿cuál chico? insistí: el peluquero, ahí supe que era mi hijo”, narra Floresmiro.

Chico era el apodo de Eider quien también es recordado por su trabajo como peluquero. De inmediato, tomó la linterna y caminó hasta donde se encontraba su hijo ya muerto. No había nada qué hacer.

La comunidad capturó a quien lo asesinó, cuenta a El Espectador don Floresmiro. Lo atraparon y hoy se encuentra –en calidad de patio prestado según la justicia propia indígena- en la Cárcel de San Isidro de Popayán junto a quienes lo ayudaron a fugarse. Los hombres fueron condenados por su comunidad apenas de 20, 30 y 40 años, los cuales han querido disminuir pidiendo perdón al padre de Eider quien no aceptó su petición.

La Fiscalía General de la Nación lo reportó en un escueto comunicado:

“Estas personas, señaladas de pertenecer a un grupo disidente de las desmovilizadas Farc fueron sentenciadas por delitos como: homicidio agravado; concierto para delinquir, fabricación, tráfico o porte de armas de fuego; fuga de presos y desarmonización comunitaria. En ese sentido, recibieron penas entre los 40 y 20 años de prisión, los cuales deberán cumplir en la cárcel San Isidro, en Popayán (Cauca)”.

Al preguntarle a Floresmiro si la condena alivia su pérdida, responde que no, pero cree que deben pagar por su delito. Su hijo era un muchacho juicioso, deseoso de estudiar y juguetón con su madre, Celmira Hurtado, y con él, quien falta en casa y no merecía ese destino.

Protegiendo Sath Tama Kiwe

Fue ayudando a recapturar a una persona que desarmonizaba el resguardo que Eider fue asesinado. El Resguardo de Pioyá está ubicado en territorio ancestral, Sath Tama Kiwe. Liberar la tierra es, para el pueblo Nasa, necesario para liberarlo todo y, por ello, en su defensa arriesgan su vida.

Este año fue asesinada la gobernadora Sandra Peña y las autoridades ancestrales han sido amenazadas por su labor conjunta en defensa del territorio. Aproximadamente siete grupos armados, entre ellos las disidencias Farc, paramilitarismo y el narcotráfico, disputan la zona entorpeciendo el control territorial, de la guardia indígena, y la gobernabilidad de los resguardos.

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“El tema social ha decaído. Hay extorsiones a comerciantes y eso va desmejorando nuestro territorio; sin embargo, hemos estado ahí y seguiremos defendiendo nuestro territorio con toda la comunidad para que no nos den duro como pueblo Nasa”, asegura Campo.

El riesgo es grande para estos comuneros del resguardo que se oponen al narcotráfico -cultivos de coca y marihuana- y son amenazados por defender la tierra y exigir respeto por su plan de vida, pero a pesar de ello seguirán cuidando la tierra, sus espíritus, la soberanía alimentaria con sus huertas caseras, tules, la familia y su cultura para pervivir como pueblo originario.

* Este es el cuarto, de cinco reportajes, sobre el asesinato de periodistas, especialmente comunicadores indígenas en el departamento de Cauca (Colombia) donde María Efigenia Vásquez, Eyder Arley Campo, y José Abelardo Liz, fueron asesinados entre los años 2017 y 2020. Esta investigación periodística es posible gracias a la beca otorgada por Justice for Journalists Foundation (JFJ), Fundación para la investigación internacional de crímenes contra la prensa, ONG con sede en Londres (Reino Unido).

Por J. Fernanda Sánchez Jaramillo, Especial para el Espectador*.

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