Si con alguien está agradecida Lilia Travecedo, la viuda de Gustavo Adolfo García Márquez, fallecido el pasado 9 de marzo, es con el expresidente cubano Fidel Castro. Fue él quien ante la llamada de Gabriel García Márquez ordenó en 2003 que se le prestara la mejor asistencia a su hermano diagnosticado con alzhéimer.
El Nobel sabía de los avances científicos del Centro Internacional de Restauración Neurológica de La Habana (Ciren). Conoció la institución dentro de sus investigaciones sobre la enfermedad que mató a su abuela y a su madre y lo amenazaba a él y a sus hermanos. La “herencia congénita” lo llevó incluso a consultar expertos como el escritor cubano Miguel Barnet, autor de la biografía de un antiguo esclavo al que entrevistó cuando tenía 104 años, “y su memoria parecía un archivo viviente”.
En algún momento contempló ser tratado allí, pero era más urgente su tratamiento de quimioterapia en Los Ángeles por un cáncer linfático. Mientras tanto su hermano se convirtió en paciente del Ciren durante casi un mes, tiempo en el cual construyeron una historia médica que confirmó lo que el novelista le había ratificado a la familia en pleno, en Cartagena en los años 80, cuando empezó a escribir las memorias: que el ADN de los García Márquez trae en sus moléculas la “peste” del olvido, como el lastre de los personajes de Cien años de soledad. Lo heredaron de la abuela Tranquilina Iguarán y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, fallecida en 2002 el mismo día que su hijo publicó Vivir para contarla.
La viuda de Gustavo Adolfo García Márquez, Lilia, recuerda que trasladar a su esposo a Cuba fue una odisea porque sufre de otro mal que aqueja a la familia: miedo a los aviones. “Era terrible. Por esa razón no fuimos a México a ver a Gabito y a Venezuela íbamos y veníamos por tierra (fue cónsul en Barquisimeto hasta 2001). Años antes, él nos invitó a su casa en Cuba y mi esposo no quiso subirse. Fui con doña Luisa y conocimos al presidente Fidel Castro”.
Gustavo aceptó viajar a La Habana, ya desesperado. Los médicos le dijeron que podrían ayudarlo si se radicaba en la isla porque el tratamiento debía ser largo y persistente. “Pero como yo no iba a estar con él, prefirió devolverse y aceptamos su voluntad”. Luego, en Bogotá, los especialistas intentaron lo imposible en la Clínica Colombia de la Organización Sanitas.
Jaime García Márquez dice desde Cartagena, antes de viajar a Bogotá para el sepelio de su hermano, que es difícil aceptar el designio genético familiar. “Tengo el corazón en la mano. Esto me golpea tanto y este dolor no se me va a quitar”. Él, directivo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, ha sido abierto a hablar del tema, tanto que en 2012 se armó un escándalo mundial cuando admitió que su hermano, el Nobel, también está enfermo. Entonces le dijo a este diario: “Te digo la verdad aunque duela. Estamos marcados por la demencia senil; mi abuela, diez años antes de morir; a mi mamá le empezó a los 85 años; a mi hermano Luis Enrique, a los 84, ya le comenzó; a mi hermana Margot; Eligio se nos fue a los 53 por un tumor cerebral; Gabito comenzó con antelación por efecto de su quimioterapia; yo tengo 72 y empiezo a tener, y eso que soy menor 13 años”. Hoy, a los 74 quisiera escapar, volver a los tiempos de “los alegres compadres”, como acostumbraba su madre a llamar a sus hijos.
Lilia añade que Hernando, otro de los García Márquez sobre los 70 años de edad, no podrá venir al entierro de hoy porque sufre de párkinson y vive en Cartagena. Confirma que Luis Enrique, el que sigue en edad al Nobel, está enfermo en Barranquilla. Aparte de Margot, cuenta que “las mujeres están muy bien”. Todas empeñadas en que no se les borre “el disco duro”. Aída, por ejemplo, publicó en 2013 con Ediciones B el libro Gabito, el niño que soñó Macondo, ejercicio de memoria con sus hermanos para que los recuerdos permanezcan “casi nítidos, inmunes al olvido”.
Ahora que le llegó el turno a Gustavo, sin facultades mentales y sin pensión, a pesar de reclamarla durante 11 años al Gobierno, quisieran rescatar lo que Gabo llamó la “memoria del corazón”, que “elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado”.
Sin embargo, parece esfumado “el idealismo optimista”, calificativo del Nobel Mario Vargas Llosa para el significado de El coronel no tiene quien le escriba. Entre los García Márquez también se percibe la ansiedad del que pide para sus adentros, como el coronel Aureliano Buendía y Aureliano Segundo, no las 14.000 fichas contra el olvido de José Arcadio, no una segunda oportunidad sobre la tierra, sino “la lucidez del momento final”.
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