El embajador haitiano que volvió a Colombia por su pasado

El 10 de enero de 1989, Charles Voley León llegó a Colombia con su ropa en una tula que decía Contingente Naval 98. Se hizo marino y ahora es el embajador de Haiti en la Organización de Estados Americanos.

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Pedro Mendoza / Cartagena
09 de julio de 2019 - 03:03 a. m.
Charles Alexis Voley León llegó a Colombia el 10 de enero de 1989. / Pedro Mendoza
Charles Alexis Voley León llegó a Colombia el 10 de enero de 1989. / Pedro Mendoza
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La Cumbre de Ministros de Relaciones exteriores de Colombia y países del Caribe, CARICOM, estaba por empezar. Era sábado. El personal de protocolo de Presidencia arregla los detalles, el Embajador de Haití ante la OEA, Charles  Alexis Voley León, se acercó a un oficial de la Armada colombiana. Primero el saludo protocolario y luego el abrazo de marinos. habían pasado más de 28 años de haberse conocido.  Le encomendó una tarea de amigos: llevarlo a la Escuela Naval de Cadetes. Era evadirse, en términos navales, pero para el embajador significaba volver a su vida. “Estoy muerto de recuerdos”, le dijo a El Espectador el diplomático.

La Escuela Naval de Cadetes es el centro de formación de oficiales de la Armada de Colombia. El pasado 3 de julio cumplió 84 años. Durante su tiempo ha graduado en sus programas académicos a varios oficiales de diferentes países.

La mañana transcurría. Los cancilleres debatían los temas en común, un momento para un café y hablar en los pasillos del claustro de Santo Domingo donde se realizaba la cumbre en el centro histórico.  Una camioneta recoge al embajador León y como si se tratará de la magia del caribe, una lancha lo lleva al pasado por  la bahía de Cartagena, al sitio donde estuvo por cuatro años. Vestido de chaqueta gris tipo bléiser, una camisa blanca y pantalón negro, navegó en el mismo mar que lo recibió en 1988.

Desembarcó con el sol del mediodía. Muy corto era el recorrido para las emociones que le esperaban. Ya en la Escuela caminaba lentamente por los sitios en donde aprendió a hablar español y conoció los amigos. Extrañaba en especial al Teniente Tony Pastrana. Fue el primer puesto de su promoción y murió asesinado por un francotirador en El Salado, departamento de Bolívar.

Su Escuela ha cambiado como la vida de sus compañeros, muchos hoy capitanes de Navío, otros ya retirados. “Cuando llegué hace años muy poco entendía. Lo que me sirvió para decir muchas veces, ‘no entender, no entender’”. Aprendió español al poco tiempo.

Me detengo en sus recuerdos a preguntarle por su país y su trabajo en la Organización de Estados Americanos, OEA, que realizó su Asamblea  49 en Medellín. “Me gradué en la Escuela Naval y regresé a Haití. Fui comandante de Guardacostas y también de la Policía a nivel nacional, pase un tiempo como Ministro Consejero en la Embajada de Haití en Washington y hace tres años soy el embajador ante la OEA”. Sé que el tiempo es corto para que hablemos de su país.

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Previa a la reunión de cancilleres, algunos expertos hablaban no oficialmente sobre la incapacidad del gobierno Haitiano  para recolectar los impuestos, la inestabilidad política, un presidente que, dicen, cada tres meses  negocia con la oposición y una pobreza absoluta.  

No se quita una gorra de mar de color azul con la que llegó cuando fue la lectura de la declaratoria de Colombia-CARICOM. Se siente uniformado como aquella noche del 4 de diciembre de 1992 cuando recibió el anillo y la espada. La ceremonia militar la presidia Humberto de la Calle Lombana quien era el ministro delegatario. Junto con Charles estaban tres nuevos oficiales, también extranjeros: Panamá, Guatemala y Bolívar; y 55 compañeros colombianos.

Para el Contralmirante Francisco Cubides, director de la Escuela Naval de Cadetes, la visita del hoy embajador forma parte del compromiso que siempre se ha tenido en estos 84 años continuos de formación naval militar. “Los hombres y mujeres de la Armada de Colombia y de las Armadas de países amigos son líderes responsables de garantizar no solamente la seguridad y defensa de la nación, sino también el desarrollo del  poder naval y la protección de los intereses marítimos de su país”.   

Charles de León, me muestra su mano derecha, tiene el anillo de su graduación, es un símbolo y una tradición naval. Le pregunto de lo aprendido en Colombia qué pone en práctica en su vida diplomática.  “Los valores, el servicio a la patria y el respeto a los demás”, me dice mientras mira unos documentos que le entregan.

Sus días en Washington pasan en los procesos propios de un embajador: visitas reuniones y las actividades protocolarias que le exige su país frente a los otros 34 miembros de la organización.  Seguramente en la esquina de la 17Th Street con la Constitution Avenue de Washington, en ese edifico de la OEA donde pasa el embajador León, sus homólogos no saben lo que sí conocen sus compañeros de vida militar.

Para el capitán (r) de Navío, Juan Bernardo Vanegas “fue al inicio muy introvertido. Académico y buen estudiante. En una época fue cantante con un grupo de cadetes. Formamos parte de la tripulación del ARC Gloria que participó en la regata de los 500 años del descubrimiento de América, siempre fue muy bueno oírlo hablar en costeño con ese acento francés. Es un ejemplo de amistad, me alegra que haya vuelto como marino a su puerto, siempre recuerdo su nobleza, sencillez y buen sentido del humor”.

El tiempo en el mar parece extenso, pero aquí no. Apremiaba volver a la reunión. Dejó en la Escuela Naval por un corto tiempo sus problemas de funcionario, sus requerimientos, las democracias de sus vecinos y los problemas de Venezuela.

Caminó lentamente por los monumentos escuchando a la cadete Mariana Patricia Martínez, como si no quisiera irse. Está muy complacido con las mujeres en la Armada porque en su época, según dice, eso ni se soñaba. “El progreso más interesante que noté fue el ingreso de mujeres”. Luego fue a comer la tradicional arepa con huevo y pudo de nuevo ver el mar que lo conecta con su país y que hizo su vida.

Volvió al claustro en el centro amurallado. Escuchó la declaración conjunta de los países participantes en CARICOM y no se quitó la gorra. Se le notaba feliz. Un auxiliar en francés le indica que se deben ir. Le pregunto si es verdad que en cada puerto hay un amor… sonríe y me dice que es un caballero del mar, recuerda mucho a su madrina de grado “una niña de Medellín” con quien se volvió a ver en la reunión de la Asamblea de la OEA hace unos días.

Con las velas al viento a su realidad, sin dejar de pensar en ese ingreso un 10 de enero de 1989, cuando llegaba a Colombia, con su ropa y su tula que decía Contingente Naval 98.  Ahora es el embajador que una mañana en un corto tiempo se evadió para volver a su pasado. Dice que Colombia es su segunda patria.

No sabe cuándo volverá al país, lo único que tiene cercano es el mar que lo conecta.   Se despide y me dice, periodista, buen viento y buena mar.

Por Pedro Mendoza / Cartagena

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