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Fue durante la época de la Violencia, después de que su padre huyera de Fresno (Tolima) amenazado de muerte, que Rosita Ospina Luna conoció al padre Pedro María Ramírez. A la de Dios quedaron ella, de 10 años de edad, su madre y diez hermanos, sin saber qué les iba a acontecer. Cada día acudían a la iglesia. Su única esperanza era rezar.
Seguramente el cura vio su desespero y empezó a ayudarles. Les llevaba comida, les consiguió trabajo en el seminario de Ibagué a los hermanos mayores, que además pudieron terminar el bachillerato, y se hizo cargo del niño menor, al que se llevaba a la casa cural para enseñarle el oficio de acólito, recuerda Rosita.
El padre era de mal genio por un golpe que le había dado en la cabeza una vaca, pero los feligreses lo amaban porque era muy buena persona con ellos, asegura esta mujer, que, mientras habla, acaricia y mira con ternura una vieja imagen del sacerdote.
Aunque tiempo después el párroco fue trasladado a Armero, continuó siendo cercano a la familia. Rosa dice que se acuerda que le gustaba escribir con lápiz y que de vez en cuando le hacía llegar notas a su mamá contándole cómo se encontraba.
El día fatídico
El 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. Ese mismo día, una turba enfurecida ingresó a la iglesia de San Lorenzo, en Armero, y destruyó las imágenes de los santos y lo que en ella se guardaba.
“Dicen que estaban buscando vengar la muerte de Gaitán y que se fueron contra el padre Pedro, que era de convicciones conservadoras y que tenía continuas discrepancias con los liberales”, cuenta. Aunque Rosita tenía 11 años, estaba consciente, como otros niños, de todo lo que pasaba. La gente hablaba en voz baja, no había libertad, todo el mundo tenía miedo de que lo mataran.
¿Cómo ocurrió el hecho en el que murió el padre Marianito? —no hay que confundirlo con Mariano de Jesús Euse Hoyos, el padre Marianito, de Yarumal (Antioquia), también en camino a la santidad católica—. Después de la toma a la parroquia ese 9 de abril y otros desórdenes que hubo en Armero, el religioso cerró las puertas de la iglesia porque consideró que era peligroso oficiar misa.
Al otro día, un poco calmada la situación, el padre sacó las hostias y les ofreció la comunión a los feligreses en el convento de las monjas.
Quienes estuvieron presentes contaron que, antes de salir de nuevo hacia la parroquia, se comió las hostias restantes, como si supiera que algo le iba a pasar. Dicen que las monjas le aconsejaron que no se fuera por el centro del pueblo, pero hizo caso omiso.
Cuando iba por el parque central, un tumulto de personas lo interceptó y empezó a agredirlo con palos y machetes. Uno de estos golpes hizo que cayera, lo que fue aprovechado para rematarlo, recuerda la mujer.
La gente corrió a avisarle al alcalde, quien ordenó que lo recogieran en una volqueta y lo trasladaran al cementerio. Allá, a las 2:00 p.m., lo dejaron tirado.
A las 8:00 p.m., varias prostitutas, que vieron unos perros en corrillo, se percataron de que éstos habían descubierto el cuerpo del padre, que aún vestía la sotana. Fueron ellas, con las que siempre fue muy bueno y a las que seguramente confesaba, las que lo recogieron y lo taparon con una sábana. Las mujeres se encargaron de que la noticia corriera hasta Fresno, desde donde el padre Germán Guzmán viajó para rescatar el cadáver.
Rosita Ospina niega que, como se ha dicho muchas veces, al padre lo hubieran decapitado. “Mucha gente lo vio, y estaba entero”, señala.
Según ella, muchas personas se han encargado de hacerle mala fama al decir que el sacerdote maldijo al pueblo. “Creo que él presentía que lo iban a matar, porque redactó a lápiz una nota que guardó en un baúl de madera grande y que hoy se encuentra en el Instituto Eclesiástico Pedro María Ramírez, de La Plata, de donde era oriundo”.
La nota decía: “Voluntad del Pbro. Pedro Ma. Ramírez Ramos, a la Curia de Ibagué y a mis familiares de La Plata. De mi parte, deseo morir por Cristo y su fe. Al excelentísimo señor obispo mi inmensa gratitud porque sin merecerlo me hizo ministro del Altísimo, sacerdote de Dios y párroco hoy del pueblo de Armero, por quien quiero derramar mi sangre. Especiales memorias para mi orientador espiritual, el santo padre Dávila. A mis familiares, que voy a la cabeza para que sigan el ejemplo de morir por Cristo. Con especial cariño los miraré desde el cielo. Profunda gratitud con las madres eucarísticas; desde el cielo velaré por ellas, sobre todo por la madre Miguelina (la superiora). En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Armero, 10 de abril de 1948”.
Aunque Marianito será beatificado como mártir, Rosita dice que también le deben reconocer sus milagros: “La gente cuenta que son muchos. A mí siempre me acompaña, él siempre viene conmigo, me ayuda y yo le hablo. Yo sé que nunca me va a dejar”.
Ella hizo un monumento en las ruinas de Armero, en el lugar donde cayó su cuerpo. Además le tiene altar en su casa de Mariquita (Tolima) y dice que lo que más anhela es estar presente en el posible acto de beatificación que el papa Francisco realizaría en Villavicencio durante su visita a Colombia, el próximo 8 de septiembre.