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Vamos a completar un mes lavándonos las manos más veces al día como nunca antes. Pero, aparte de hacerlo bien cada vez para evitar el contagio del nuevo coronavirus, los invito a ser conscientes de que el presente y futuro del planeta está en nuestras manos y de lo que hagamos con ellas desde nuestro pensamiento dependerá qué tan fuertes salgamos de esta pandemia. (Más de esta serie: Maestros y alumnos unidos contra una pandemia).
Desde la antigüedad la imposición de manos está asociada a la bendición y a la sanación. Detengámonos un momento a pensar en ese poder positivo y a qué lo transferimos cada día. Entre las manos más poderosas que recuerdo están las de una partera, Tránsito, firmes y a la vez delicadas para recibir y bendecir la vida; las manazas de mi abuelo materno Marcos, campesinas y capaces de sembrar una semilla o mover un molino; finas como las de mi abuelo paterno Samuel, sastre y músico; pequeñas y expertas como las de mi madre y mis abuelas Matilde y Carmen; frágiles y hábiles como las de mis hijas.
No me había detenido en la trascendencia del tema hasta 2013. Con mi amigo fotógrafo Luis Ángel habíamos recorrido el norte del Valle del Cauca, departamento del Pacífico en Colombia. Entramos por Cartago y salimos por Roldanillo y Zarzal en una travesía por diez municipios para explicar por qué esa región, en apariencia próspera y pacífica, era la más violenta de Colombia. Publicamos una serie de crónicas sobre el miedo y el silencio impuesto por mafias que la convirtieron en un corredor de tráfico de narcóticos y armas.
Sin embargo, el último reportaje lo titulamos “Manos de resistencia”. Le dimos crédito de esa mirada al escritor sudafricano J. M. Coetzee -Nobel de Literatura 2003- quien nos había inspirado con su reciente viaje a la India. Lo que más le había impresionado no solo era la dimensión de ese país, el gentío y la cultura, sino la capacidad de supervivencia de miles y miles de personas a partir de las manos: “Cuanto más vi de aquella existencia precaria, más impresionado me quedé con la reserva de habilidades prácticas que la gente ponía en juego, así como con su pura laboriosidad. Daba igual que uno mirara a los hombres que tallaban bloques de piedra caliza para la construcción o a los vendedores que preparaban la comida en los tenderetes de la calle, se trataba de gente diestra y provista de lo que solo puedo llamar unas manos inteligentes, que, en otra clase de marco económico, podrían ser prósperos artesanos”.
Para confrontar el enfoque violento del norte del Valle, mostramos a partir de fotografías todas las manos que luchaban por una economía legal y se negaban a someterse a los violentos. Un homenaje a las manos de hombres y mujeres que tejen los famosos bordados de Cartago; las de niños que aprenden a tocar el piano en el conservatorio de esa ciudad; las del fiel mayor, el campesino al que los cafeteros le confían sus cosechas para que las venda al mejor precio; las manos curtidas de los pensionados de los Ferrocarriles de Colombia; las manos gigantes y sabias de los pequeños indígenas embera chamí, hasta las diminutas manos humildes de unas niñas que venden aguadepanela y queso a la vera del camino.
Para qué hablar de las manos que hacen el mal. No lo amerita. No creo que sean la mayoría. No deben ser la mayoría. ¿Cuántos millones de manos venerables, desde médicas hasta científicas, están ayudando a evitar más muertes y contagios por el COVID19? Pensemos en eso y demos gracias por tener dos manos para ayudar. Estoy seguro de que tenemos más posibilidades y medios para hacer con nuestra mente y nuestras manos tanto como hacen en la India en medio de carencias extremas. Por eso, ejercitémoslas en esta cuarentena. Les pregunto: ¿En qué son buenos con las manos? ¿Pintar, cocinar, limpiar, sembrar, moldear, escribir, leer, jugar, hacer música, rezar? Sumemos el poder de nuestras manos y de nuestros pensamientos para que salgamos fortalecidos de esta prueba, más creativos y dispuestos a seguir trabajando por un mejor porvenir.
Le dejo el consejo de la estricta Tía Lydia en El cuento de la criada (sello Salamandra), de la escritora canadiense Margaret Atwood, que estuvo a comienzos de año en al Hay Festival de Cartagena: “El futuro está en sus manos, resumía. Extendía sus manos hacia nosotras, en ese antiguo gesto que significaba tanto un ofrecimiento como una invitación a un abrazo, una aceptación. En sus manos, decía mirándose las suyas como si éstas le hubieran dado la idea. Pero no veía nada en ellas, estaban vacías. Eran las nuestras las que supuestamente estaban llenas de futuro, un futuro que sosteníamos pero no podíamos ver”.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.