La agonía de Palenque

Una joven afro descubre en un viaje a San Basilio de Palenque, los contrastes de la cultura que se debate entre la autenticidad y el turismo.

Kelvin Luna Herrera / @KevinLuna3
08 de enero de 2019 - 04:29 p. m.
Wilber Lareus
Wilber Lareus

Llena de emoción y expectativas, Catalina Luango, una mujer de 24 años, palenquera, viajó desde Barranquilla a Palenque con ganas de redescubrir y reencontrarse con sus raíces: el lugar que vio nacer a uno de sus abuelos.

Aquel pueblo que, según le decían, ahora venden como una vitrina de cosas “asombrosas”, estaba lleno de costumbres fantásticas.

Aunque para los visitantes se trata de espectáculos, el pueblo conserva rituales como Lumbalú, que acompasa la transición de la vida hacia la muerte. Eso, al menos, es lo que le habían dicho.

El trayecto desde Barranquilla tardó tres horas. En el camino pudo disfrutar de la herencia musical palenquera, con los sonidos de sexteto, bullerengue, champeta, chalupa y lo que se conoce como soukuos.  

Y cómo no, sí iba en un bus que duerme en el barrio La Manga, lugar donde viven muchas familias descendientes de palenqueros, ubicado en el Suroccidente de la ciudad. Era un ambiente perfecto, entre chistes, conversaciones y recuerdos que narraban los hombres y mujeres afrodescendientes que iban con ella.

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Catalina no veía la hora de llegar, pero se sumergió en esa atmósfera fiestera, para la que, de hecho, se había preparado. Con un turbante puesto en la cabeza, sacó a bailar al hombre que iba sentado a su lado.

“Así, así, así, ahora, ahora, los hombres se están muriendo por la cosita de la señora”, era la canción de las Alegres Ambulancias que sonaba mientras intentaba dar unos pasos en el poco espacio que había en un bus donde, además de pasajeros, viajaban sacos, cajas, bolsas y hasta una reja que le servía de contención cuando el conductor frenaba en seco.

“Estamos llegando, ponga Esta Tierra no es Mia del Sexteto Tabalá, donde canta mi tío Rafael Cassiani, mi amigo”, gritó una mujer.

Ante el anuncio, la alegría fue mucho mayor. Lo que vio aceleró los latidos: niños y jóvenes caminando entre las calles y los más adultos a lomo de burros que se abrían paso entre el barro del último aguacero.

Ahí estaba Palenque, con su lengua nativa, sus casas de barro y bahareque, el olor a humo de la leña, el sabor lejano de una alegría con coco y anís, la risa de los palenqueros “nongando” (burlándose) de sus congéneres, y los dichos que salían de sus bocas: “la puerca pollera no piejde su vicio”.

Ahí estaba la voz de “Panamá”, un cantador de noticias en verso que, a pie pelado, iba anunciando por las calles embarradas los fritos, el queso o las sopas que las casas vecinas tienen para la venta.

Ahí estaban Oriki Tabalá (grupos de baile), que se tomaban con sus sonidos y vestidos multicolores la plaza principal del pueblo.

Ahí estaban, en fin, los descendientes directos de los africanos en Colombia. Y sin poder evitar la emoción, lagrimeó.

Todo ese cuadro era como una fotografía fijada en el tiempo, que conservaba matices de tierra y dejaba una nostálgica sensación del pasado.

“Esto es como volver a nacer”, dijo.

Después de tres días de fiesta, la “monasita” (mujer en palenquero) logró analizar muchas cosas de las que quizá pocos se percataron por estar inmersos en el goce del Festival de Tambores y Expresiones Culturales de San Basilio de Palenque.

A su regreso a Barranquilla contó que lo que llevó a la Unesco a declarar a Palenque como Patrimonio Cultural Inmaterial de la nación, está muriendo.

El más auténtico "rincón de África en Colombia" se ha convertido en un objeto más de consumo, que ha llevado a una mercantilización de su patrimonio. En juego hay una serie de símbolos de los cuales no se sabe qué es real y qué no. De Lumbalú, dijo -por ejemplo- se han tejido muchas versiones que uno no sabe si son verdad.  Y que no todos supieron explicar bien.

Solo recordaron un tambor grande de la época, llamado “el pechiche”, del que salía un sonido de miedo y escalofrío que se escuchaba en toda la comarca.

Era la manera de comunicar que había un muerto. “Si el culo del Pechiche apuntaba a San Cayetano, los sancayetaneros se enteraban de la noticia, antes, inclusive, de que llegara el “chakero” (mensajero); si apuntaba a Malagana, la noticia era para algún deudo del muerto en ese corregimiento”.

Pero a Catalina le causó molestia que los turistas vieran aquel ritual como una distracción. Y mucho más, que enterados todos de la tragedia, asumieran el velorio como un derroche de fiesta y folclor y no como lo que es: un “baile e´ muejto” que, acompañado de cantos, juegos de velorio y ñeque (el licor artesanal) va abriendo la puerta para que el difunto se encuentre con sus antepasados africanos.

“Es que los ven como objeto de consumo”, se lamentó.

“Hay quienes solo se van a tomarse fotos con los niños o adultos, sin ninguna autorización, como si fueran un producto más”, dijo.

La segunda parte de esta intervención es la exhibición del trofeo en las redes sociales.

Fue ahí cuando trajo a colación el concepto de racionalidad instrumental que había aprendido en sus clases de antropología, sobre lo útil y lo que pueda representar esas fotos ante las redes sociales. Eso, afirmó, separó a los palenqueros de su naturaleza, en este caso de seres humanos, y se centra en el símbolo que se han convertido.

Lo último es la anulación de la capacidad reflexiva de los habitantes de ese sitio de libres.

Por un lado, algunos palenqueros se reducen a una sola dimensión: la tradición, que los ha llevado a limitarse en este campo, quitándose la posibilidad de asumir y construir nuevas cosas, porque de lo contrario, si no lo hacen se estaría negando.

Y, por otro lado, quienes visitan la población los reducen solo a las prácticas culturales, y dejan a un lado sus necesidades que, de otra manera, podría ser inspiradoras para más desarrollo y menos asombro.

Catalina siente que ya no es la misma. La percepción sobre su pueblo y sus costumbres ha cambiado, y ahora quiere generar una reflexión social para que los colombianos reconozcan a Palenque solo como una cultura que algún día ciertos extranjeros arrancaron de África.

(También puede leer: Palenque: celebrar y resistir)

Por Kelvin Luna Herrera / @KevinLuna3

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