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Atado a un tronco, el soldado Alfredo Duarte Amado espera ser fusilado. Días atrás, en San Gil, había abandonado el grupo de rebeldes al que pertenecía, luego de recibir un mensaje en el que se le informaba el embarazo de su cuñada. Iba en busca de su hermano, también combatiente, para contarle que sería padre, cuando fue detenido.
El coronel Suárez que está al mando lo acusa de cobarde y de traidor a la causa. Duarte lo increpa, le dice que sigue el llamado de paz del general Rafael Uribe Uribe, que de rebeldes han pasado a bandoleros y que no quiere seguir en esa vida.
Atrás quedó el olor a pólvora. Sí, la Guerra de los Mil Días se desdibujaba, pero el pueblo seguía fragmentado por la violencia. Como en el presente, existían tratados de paz en los que se les reconocía a las tropas revolucionarias ciertas garantías y el gobierno se comprometía a liberar presos políticos, por mencionar algunas. El llamado era a la concordia, el país estaba empobrecido.
Duarte Amado lo sabía, era un campesino testigo del horror, como muchos de los que lucharon a su lado, y conocía que hasta los soldados reales buscaban un nuevo rumbo.
La brisa corre y levanta polvaredas a orillas del río Umpalá, en medio de las montañas del Cañón del Chicamocha, y enmarcan los rostros de los hombres que quieren ajusticiarlo. Antes de enfilar las armas, una corneta y un redoblante marcan la sentencia. Los justicieros con sombrero de paja, vestimenta sucia, botas gastadas y armas oxidadas, se miran y esperan la orden del coronel. El sol es inclemente.
El acusado pide el último deseo, dice que a eso tienen derecho hasta los traidores: Implora que lo dejen llegar hasta la casa de Benito Pardo, un fotógrafo. Quiere fotografiarse y enviar la imagen a su familia para que sus sobrinos sepan que existió.
El coronel cuestiona la existencia de Pardo sin despegar la mirada del soldado. ¿Logra Duarte convencer a sus captores, salvar su vida y encontrarse con su familia?
Estimado lector: El desenlace de esta historia lo conocerá en el segundo semestre de 2019. Si le da un chance a la televisión pública, a Señal Colombia y los canales regionales, en seis capítulos sabrá el rumbo que toma esta historia llamada “Adiós al amigo”, la nueva serie del director santandereano, Iván David Gaona, y la productora La Contrabanda.
“El país parece estar condenado a esa ley del eterno retorno. Las posiciones de los conservadores y nacionalistas contra los liberales o los que piensan distinto, el gobierno defendiendo a la Iglesia. Un personaje como Alejandro Ordóñez Maldonado parece sacado del pasado y puesto en el presente. Revisar nuestra historia es ver que no ha pasado casi nada que ya no sepamos”.
Tomando un café y fumando un cigarrillo, Iván David Gaona reflexiona sobre “Adiós al amigo”, grabada en distintos parajes del Cañón del Chicamocha y que tuvo como punto base el municipio de Cepitá.
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Está basada en la relación que se da entre un campesino rebelde -Alfredo Duarte Amado- y un fotógrafo, Benito Pardo (quien heredó el arte de la fotografía de su padre, asesinado por los conservadores al considerar que su arte era brujería), luego de terminar la Guerra de los Mil Días. La idea surge como propuesta para una convocatoria abierta a mitad de año por la Autoridad Nacional de Televisión (Antv), la cual proponía a los realizadores nacionales contar historias de carácter político y social, de antes de 1950.
Él y La Contrabanda -su nueva productora-, encontraron en este fragmento de la historia de Colombia un escenario interesante de explorar, incluso, desde las relaciones interpersonales de los excombatientes, sus familias, los amigos, los hijos, el dejar las armas, la esclavitud y presencia indígena, y en especial, la de los reporteros gráficos del conflicto.
Las elecciones presidenciales de 2018 también fueron fuente de inspiración para el equipo. “Explorando y leyendo es como si no hubiera pasado un siglo, la guerra motivada por el empoderamiento del gobierno conservador, con poca participación política de los liberales, con impuestos al pueblo. Son las mismas razones del gobierno de hoy día. En otra época esto hubiera generado una guerra, pero ahora se amortigua en la “comodidad electrodoméstica” que yo llamo. Me imagino, antes no había televisor o celulares, y pues la gente salía a las armas”, comenta el director oriundo de Güepsa.
“Aquí cultivamos tabaco, melón, tomate, limones, tenemos cabros… Algo bonito debemos tener porque vinieron a grabar una serie. En Bucaramanga no es que hagan eso todo el tiempo, ¿cierto?”.
El relato de Andrés Julián Jaimes continúa mientras acelera su motocicleta y se desplaza por la carretera empedrada y empinada que conduce a esta población ubicada a hora y media de Bucaramanga, que no supera los 1900 habitantes. Hace calor, la temperatura alcanza los 25ºC.
Es mototaxista, así se gana la vida desde hace algunos años. Al estacionar su motocicleta y cobrar por el servicio, repite algunos datos que memorizó durante el recorrido: Las tropas reales y rebeldes de la época de la conquista pudieron haber pasado por lo que hoy es Cepitá, su “pueblo bonito”.
Es domingo en tarde. El equipo de rodaje que alcanza las 70 personas descansa en distintas casonas del pueblo. Algunos esperan a que abran una piscina natural para refrescarse, otros prefieren jugar Fifa en el Xbox. En los alrededores del parque las rancheras rompen con la monotonía. No corre brisa ni en las calles y menos en los balcones. Una llovizna distrae y baja la temperatura. Un grupo de trinitarios de colores vivos deja ver su belleza en los balcones y sus flores parecen alegrarse con el rocío.
A las 6 de la mañana del lunes todos deben estar en el rodaje a cielo abierto. Es la tercera semana de trabajo, a diario trabajan hasta las 5 de la tarde, pues en el Cañón se oscurece más temprano y la salida de los caminos destapados puede averiar los vehículos y los equipos.
Dichos tramos, también conocidos desde la colonia como caminos reales o de herradura, son zigzagueantes, tortuosos para los conductores, los habitantes de las parcelaciones ubicadas a orilla del río y el equipo de producción.
Pese a esto, la geografía agreste santandereana era lo que buscaban para grabar este western. “En “Pariente” fuimos tímidos en la apuesta por el cine de género. En “Adiós al amigo” lo hicimos con toda. Esto está acompañado de zooms, armas, una zona desértica. El diseño de los personajes, que tienen valores teatrales definidos, que tienen cierta inocencia, que usan armas, y que solucionan a su manera”, comenta el director.
A las 3:30 de la mañana Marina Olarte Malaver se levanta de la cama, recoge la toalla y los útiles de aseo. La luz naranja que entra de la calle marca su silueta mientras peina su cabellera negra. La noche anterior se durmió estudiando el guion; en “Adiós al amigo” interpreta a una mujer que lee tabacos y acompaña a los protagonistas en su travesía.
Como Olarte Malaver también se preparan Willington Gordillo Duarte y Cristian Alberto Hernández Castillo; los tres son actores naturales, oriundos de Güepsa, compañeros de en de “Pariente”, una de las primeras producciones de Iván Gaona, grabada en ese municipio.
Luego de acomodar su vestuario entran a maquillaje los actores Salvador Bridges (protagonista en la película “Roa”) y Julio Valencia (de la producción “Somos calentura”). Durante todo el día de rodaje los cinco estarán frente a la cámara con vestidos de época, botas y armas. Se subirán en caballos, harán apuestas, pelearán, se retratarán y beberán.
Son las 5:50 de la mañana, el sol delinea las montañas que guardan a Cepitá dentro del paisaje. El sudor corre el rostro de los actores. “¿Tienen calor?”, pregunta Hernández Castillo a los que suben a un vehículo y toman rumbo al sitio de grabación. Todos se ríen de sus ocurrencias. Canta, se burla del olor de su ropa, espanta los moscos que lo persiguen e insiste en si saldrá o no en la prensa. Es Benito Pardo, el retratista.
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Mientras el equipo graba, Llano Penakjuanen se entretiene mirando una siembra de tabacos y melones. Es indígena yamalero, de la comunidad de Topochales, del departamento de Casanare. Es otro de los actores que participa en el rodaje como parte de la escolta del general Rafael Uribe Uribe, a quien conoció camino a Venezuela, por los Llanos Orientales, cuando fue a buscar dinero para la causa.
Tiene 19 años, y hace tres se casó. Su hijo tiene los mismos años que lleva su matrimonio. En su comunidad es tesorero, actividad que comparte con la siembra de yuca, plátano, maíz, patilla, batata y piña. “Conocí a Iván cuando grabó un documental en mi comunidad. Para mí no es solo una serie, es una oportunidad de acercarme a otros mundos”, comenta.
Un total de 528 millones de pesos entregó la Antv para este proyecto. Como anécdota, Gaona explica que no fue seleccionado y solo otorgaban el estímulo a un único ganador. Sin embargo, otras de las categorías de la convocatoria fueron declaradas desiertas por no cumplir con los requisitos, lo que le permitió a la Autoridad Nacional premiar a un segundo lugar.
“El ganador del segundo puesto no aceptó el dinero argumentando que era poco presupuesto, nosotros quedamos de terceros, finalmente me llamaron y acepté. Tocó hacer rendir la plata”, recuerda en medio de risas el director.
La inversión en el proyecto supera los 600 millones de pesos y el dinero adicional ha sido gestionado por el equipo de producción. La fórmula parece funcionar para Gaona, y en “Adiós al amigo” no es la excepción: es la apuesta por los actores naturales e historias de su tierra. Para él es indispensable no perder la sensación de realismo en las interpretaciones que crea, y es lo que finalmente busca a la hora de dar vida a sus personajes.
“Prepararse, actuar y luego verse, y ver la reacción de la gente, y luego seguir viéndose en otro personaje, eso genera conciencia de la representación. En Güepsa lo hemos logrado,”, concluye el cineasta.