La mancha amarilla de Santa María

Especial sobre la guerra que libran guerrillas, 'Los Urabeños' y delincuentes comunes por las minas en el departamento. En el primer capìtulo: De cómo se está explotando el oro en el Pacífico caucano, por una comunidad palenque que ha vivido de la minería artesanal, pero que hoy es esclava en su propia tierra de los amos de las retroexcavadoras y los fusiles.

Edinson Arley Bolaños / Especial para El Espectador
06 de marzo de 2012 - 08:37 p. m.
De cada entable salen 4 kilos de oro al día, cada uno de los cuales se avalúan en el mercado legal en $90 millones./Archivo El Espectador.
De cada entable salen 4 kilos de oro al día, cada uno de los cuales se avalúan en el mercado legal en $90 millones./Archivo El Espectador.

Cuando les abrieron la boca a los dos afrodescendientes, vino lo inesperado: una pepa de oro llevaba cada uno debajo de su lengua. De castigo, dos disparos; luego los cuerpos fueron arrastrados por las aguas turbulentas y contaminadas del río Timbiquí. En ese momento, el comprador* esperaba a que el administrador del entable le vendiera unos gramos de oro. Sintió miedo porque era un foráneo, un desconocido entre la multitud de negros de la zona, de guerrilleros y paramilitares que custodiaban las vetas de oro, extraídas por las retroexcavadoras desde las entrañas de Santa María.

El comprador siguió sentado, pero casi arrepentido de haber avanzado hasta el tercer entable (mina de oro a cielo abierto). Iba junto a su guía, que desde el principio le prometió garantizar su seguridad. Era un líder comunitario del corregimiento a quien tuvo que pagarle $500.000 para que lo llevara.

Sucedió en 2010. Una semana comiendo y bebiendo al lado de las minas de oro. Contemplando el esplendor selvático que esconden las montañas en el occidente del Pacífico caucano, donde el Estado no ha podido llegar con proyectos sociales y mucho menos con la Fuerza Pública para contrarrestar la devastadora minería ilegal que está sepultando a una Santa María sin Dios y sin ley.

Su primer destino fue la cabecera municipal de Timbiquí, Cauca. Tres horas en lancha rápida se demoró desde que partió del puerto de Buenaventura. Ahí se encontró con el profesor Demetrio Mosquera, un líder comunitario que hace las veces de Estado, exigiéndoles a los que explotan el oro en estas tierras que inviertan un porcentaje del dinero en obras para la comunidad. Por eso hoy hay carreteras pavimentadas, un médico de planta y, de vez en cuando, remesas para muchas familias. Sin embargo, la población vive a oscuras, sin energía eléctrica, sin acueducto ni saneamiento básico.

—Vamos a conocer Santa María —dijo Demetrio Mosquera.

—Quiero conocer y además comprar de ese oro puro del que usted habla —le respondió el comprador.

Ese día cogieron una lancha de motor rumbo a Santa María. Cuatro horas. A la llegada, la vista panorámica de las casas alzadas en madera que se extrae de la misma zona, y unos habitantes que por los caminos de herradura caminan con los pies descalzos, como si quisieran demostrar que no son nada, y que mucho menos poseen algo, aunque sus tierras estén repletas del mineral dorado.

Llegar hasta este corregimiento es un poco tenebroso, dice el comprador, pues hasta la fecha no hay registro de operativo alguno realizado por la Fuerza Pública para incautar las 40 retroexcavadoras que hay en la zona y cuyo ingreso está registrado en la capitanía del puerto de Buenaventura. La Corporación Autónoma Regional del Cauca (CRC) reporta este territorio como una zona crítica de minería ilegal desde hace cinco años.

Cuando se adentran en la intimidad del caserío, el comprador, que para este caso le cuenta a Demetrio que es un investigador de la Universidad del Cauca, sabe por qué Santa María es la tierra de la mancha amarilla. A la vista, varias máquinas —“sofisticadas”, dice Demetrio— que los rusos abandonaron en 1993, dejando en estas tierras enormes daños ambientales y pobreza total en las familias nativas. Sin embargo, entre la maleza también están las de la compañía inglesa The New Timbiquí Gold Mines Ltda., a la que el Gobierno tituló en el año 1900 toda la margen derecha del río Timbiquí.

El comprador conoció y regresó en 2011. Visitó casi todos los entables. El más cercano estaba a media hora a pie desde Santa María, mientras que el último quedaba casi a siete horas. Sabía que eran once y que los del bajo Santa María estaban custodiados por ‘Los Rastrojos’, al mando de alias El Zarco, y que los de arriba, donde el municipio de Timbiquí se besa con Argelia y el Tambo, Cauca, eran los vigilados por el frente 29 de las Farc, al mando de alias Silvestre.

Se dio cuenta cuando estuvo en las minas y se encontró gente desconocida y mal encarada, eso sí, con pistola al cinto o fusil en la mano, que le preguntaban quién era y para dónde iba. Que si era “polocho” y que “qué opinaba del presidente de la República”. Pero también se topó con palenques mazamorreando la batea, en busca de las sobras que la retroexcavadora dejaba al remover la tierra del río Timbiquí desviado de su cauce.

Amos y esclavos de El Dorado

Son aproximadamente tres mil los afrodescendientes que aguas arriba del río Timbiquí, en los corregimientos de Santa María y Cheté, acompañan a las clasificadoras separando el oro de la tierra movida. En cada entable, que según el comprador puede medir uno o dos estadios de fútbol, hay trescientos de ellos escarbando en una cocha que a simple vista parece aguabarro.

Arriba, dos uniformados que dicen pertenecer a ‘Los Rastrojos’, con lista en mano van turnando a la gente para lavar el oro puro de 24 quilates. Trabajan de seis de la mañana hasta el mediodía. Allá no hay distingo de raza o edad para “trabajar“. Los niños también acompañan a sus matronas. Algunos de ellos lo hacen, y luego a las dos de la tarde suben a recibir la capacitación del frente 29 de las Farc en la Escuela de Pensamiento Comunista. Cuando el comprador visitó la escuela de Santa María había 15 niños en un aula. En ese mismo salón estudiaban los de preescolar, primaria y secundaria.

A los palenques, lavadores del codiciado metal, no les pagan por gramo, sino por día: $10.000. El mínimo son diez gramos, si sacan más el dinero les aumenta en $1.000 por gramo. Ellos les entregan el oro a los administradores de cada entable y quien viole la norma no vuelve a ver el amanecer, sentencia el comprador.

Antes de que llegaran las Daewoo, Komatsu o Coldeco, de $300 millones cada una, los palenques barequeaban con sus bateas a la orilla del río Timbiquí o excavaban en los socavones, como lo hace la Asociación de Mineros de Santa María: Renacer Negro. Ellos se han querido organizar, porque rechazan el estado en el que están quedando sus tierras de vivir y sus aguas de beber: contaminadas de cianuro y mercurio. Sin árboles y sin playas. Porque ellos saben que puede suceder como le pasó a un colonizador antioqueño que llegó a Guapí, Cauca, hace varios años y descubrió que el oro es un metal maldito, porque así como se recibe dinero se gasta sin beneficio; en ese entonces, abriendo nuevos socavones que duraban años sin mostrar una pinta brillante, pero ahora en prostitutas, trago y placeres que los mismos dueños de las minas llevan a la zona.

El comercio del oro adentro y afuera

El negocio es tan firme que las retroexcavadoras trabajan de seis de la mañana a diez de la noche y de once de la noche a seis de la mañana del otro día. En promedio, según los cálculos del comprador, salen de cada entable 4 kilos al día, cada uno de los cuales se avalúan en el mercado legal en $90 millones. Si lo venden en el Banco de la República de Cali —donde no preguntan de dónde es, ni de dónde viene y sólo piden la cédula— serían 360 millones de pesos diarios por entable. “Por siete días, estamos hablando de 2.500 millones de pesos, y hay once entables; son en promedio más de 27 mil millones de pesos semanales”, hace cuentas el comprador.

Según el comandante Silvestre del frente 29 de las Farc, a quien el comprador se encontró aguas arriba del río Timbiquí, la guerrilla los distribuye por gramitos. Mandan a cinco o diez personas de la comunidad, a cada una le dan 100 gramos y ellos regresan con la plata. De ese dinero, el 40% les corresponde a los dueños, a los grupos ilegales otro 40%, para el pago de otras vacunas el 10%, los administradores se llevan el 6% y a la comunidad le corresponde el 4% restante que se ve reflejado en obras.

Allá nunca hay retenes, y la única vez que aparece la Armada Nacional es los sábados en la tarde, cuando un helicóptero aterriza en la zona, baja el billete verde y sube los kilos de oro. De resto, no hay Estado, afirma el comprador. Él presenció una de esas escenas, tuvo que quedarse quieto y voltear la cara “para no dar papaya”.

Los tesoros del Cauca

La Costa Pacífica caucana está integrada por los municipios de Guapi, Timbiquí y López de Micay, en los que, según el mapa de catastro minero que reposa en la Corporación Autónoma Regional del Cauca, hay más de 18 títulos mineros y 90 solicitudes pendientes para la explotación de minerales como el oro. Sólo en Timbiquí hay 30 solicitudes y 13 títulos. “Ingeominas entregó concesiones en el Cauca sin ninguna consideración de orden ambiental. Primero crea el problema y después nos lo informa”, dijo Jesús Hernán Guevara, director general de la Corporación Autónoma.

Por su parte, quienes explotan oro ilegalmente en esos territorios tienen desde 2011 un ingeniero que pretende legalizar los predios donde se asienta el mineral dorado.

De cualquier manera, en este Cauca de páramos, ríos y abolengos, la minería artesanal se evapora como el cianuro y el mercurio cuando se derraman sobre la tierra después de haber separado el oro de las piedras pulverizadas.

El negocio no es para los lugareños

Las 40 retroexcavadoras registradas han entrado por Buenaventura. Sin embargo, según fuentes de la zona, son más de 80 las que se encuentran allí. La Policía solicitó recientemente a los alcaldes un listado de la maquinaria pesada que ha ingresado y hasta la fecha no hay respuesta alguna.

Quienes operan estas máquinas son gente de Antioquia, Córdoba, Chocó y Valle. Dicen que como no hay trabajo y les pagan bien prefieren venir a estas tierras marginadas por el Estado, pero ricas en minerales como el oro.

Los compradores son autorizados para llegar hasta el octavo entable y logran negociar con los administradores para que les den el gramo de oro a sólo $30 mil. En el mercado normal cuesta $90 mil, y para los que ingresan hasta la zona o buscan intermediarios cuesta $60 mil, por las vacunas que se deben pagar.

Ver infografía sobre las minas de oro del norte del Cauca.

* Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las fuentes.

También lea otros reportajes de la serie:

El brillo opaco de Suárez y Buenos Aires (parte 2)

Los dueños del Macizo Colombiano (Parte 3)

Los dueños del Macizo (Parte 4)

Por Edinson Arley Bolaños / Especial para El Espectador

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