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La noche en que Lleras Restrepo reconoció el triunfo de Rojas Pinilla (Parte II)

El periodista Jorge Téllez revela detalles de una charla inédita que sostuvo el presidente de ese momento con su jefe de prensa, en la que admitía que las presidenciales de 1970 las ganó el anapismo.

Jorge téllez / especial para El Espectador
19 de abril de 2013 - 11:08 p. m.
Aspecto de una calle bogotana durante la polémica jornada electoral del 19 de abril de 1970.  / Archivo
Aspecto de una calle bogotana durante la polémica jornada electoral del 19 de abril de 1970. / Archivo

Sin embargo, en medio del jolgorio de ese partido político, la Registraduría anunció que el ganador era Misael Pastrana. Cambió la historia.

A las nueve y media de la noche sonó el timbre del teléfono interno. Era Próspero Morales, que me pedía que subiera de inmediato al despacho del presidente. Nervioso, ascendí a zancadas por las escaleras hasta el tercer piso. Al ver la puerta semiabierta, no esperé la orden de ingreso, entré de inmediato. Para mi sorpresa, vi que el presidente caminaba inquieto de un costado a otro del despacho, sin darse cuenta de mi presencia. Había un vaso de whisky sobre su escritorio, comprobé que había roto la promesa de abstinencia hecha desde antes de comenzar su gobierno. No era para menos, la situación que atravesaba el país era en extremo delicada. De manera intempestiva se detuvo, giró el cuerpo hacia donde estaba sentado su jefe de prensa, le miró fijamente y con la cabeza ligeramente inclinada hacia el lado derecho, levantó el tono de su voz para decir:

—Próspero, esto se ha perdido. No hay nada que hacer, el general ha ganado. Si, de acuerdo con lo que me han informado, Rojas decide salir uniformado para iniciar una marcha por las principales avenidas con destino al palacio de San Carlos, temo que haya un levantamiento, una sublevación, con todas las atrocidades y derramamiento de sangre que de ella se pueda derivar. No puedo permitir por ningún motivo la toma del poder por la fuerza.

Atónito, al escuchar estas palabras, Próspero se puso de pie, me miró y con un movimiento de sus labios, sin desprender ningún sonido, me dio a entender con su gesto que debía salir del despacho, cosa que hice de inmediato. Una vez en el vestíbulo, me alcanzó, me tomó por un brazo y me comentó entre susurros, visiblemente preocupado.

—Júrame que por ningún motivo vas a contarle a nadie, ni a tu mujer, lo que acabas de oír. El mismo presidente me acaba de decir que no sería extraño que tuviéramos que salir huyendo a la madrugada del país. Más bien, te recomiendo que vayas buscando trabajo, vete a tu casa, pero antes hazme el favor de pasar cerca de la casa del general, para saber qué está ocurriendo. Si notas algo inusual, no dudes en llamarme…

Al bajar las escaleras lo hice lentamente, sentí un escalofrío, el pulso estaba alterado y me temblaban las piernas. Parecía imposible recuperarme del asombro que me había producido escuchar de boca del propio presidente Lleras, que Rojas había ganado las elecciones. Jamás imaginé ser testigo casual de un acontecimiento histórico tan trascendental, el cual habría de mantener en secreto por tanto tiempo.

Media hora después, pasadas las diez de la noche, hice detener el vehículo oficial a tres cuadras de distancia de la residencia de la familia Rojas y caminé hasta las inmediaciones de ésta, alcanzando a llegar hasta una distancia aproximada de 50 metros de su entrada principal, ya que efectivos del Ejército mantenían acordonada el área más próxima a la casa. Tras identificarme como funcionario de Palacio, un oficial me informó que en el interior aún permanecían oficiales en retiro, familiares y algunos amigos que habían ingresado desde las horas de la tarde, para saludar y felicitar al general por su victoria. Dijo que por ningún motivo dejarían salir al candidato, a María Eugenia, a su esposa, Samuel Moreno Díaz o a sus hijos, en acatamiento a una orden impartida por la Presidencia de la República.

En el trayecto comprendido entre las inmediaciones de la casa del general y el sitio donde se hallaba esperándome el conductor, me topé con gentes exaltadas, algunas con signos de haber ingerido licor, que gritaban “abajo las botas, a la presidencia con Rojas”. Otros, aun más osados, reclamaban airados el triunfo del general e incitaban a los que acudían a la zona, a marchar hacia el Palacio de San Carlos, para defender la victoria.

Al llegar a casa, cerca de las once de la noche, no creí necesario llamar a Próspero, lo que había visto en los alrededores de la residencia del general ya se sabía. Prendí la radio y comprobé que las emisoras transmitían música: la orden de Noriega se cumplía de manera estricta. A las dos y cincuenta de la madrugada, en medio del insomnio, producido por el espectacular acontecimiento del que me había enterado por azar, escuché el boletín número 4 de la Registraduría, transmitido por Radio Nacional: Misael Pastrana, 1’368.981 votos; Gustavo Rojas Pinilla, 1’366.364 votos. Datos correspondientes a 785 municipios. Una ventaja mínima de 2.617 votos. Se había producido el milagro, la mayoría de los diarios del país circularon con esta cifra.

El propio exministro de Gobierno Carlos Augusto Noriega, al cabo de varios años, en 1998, publicó el libro Fraude en las elecciones de Pastrana Borrero, donde confiesa que un empleado de la Registraduría de manera involuntaria accionó en la madrugada del 20 de abril de manera defectuosa una sumadora y le computó 30.000 votos más al doctor Pastrana. El error se rectificó días después, pero los primeros ocho boletines salieron afectados por tan grave equivocación. Error que, según Noriega, fue salvador para el doctor Pastrana. Sin embargo, Noriega sostuvo en su publicación que en ese hecho no tuvo nada que ver, como tampoco tuvo que ver con el fraude cometido en el departamento de Nariño, donde se violó el arca triclave y se cambiaron votos favorables a Rojas por votos a favor de Pastrana.

La votación definitiva suministrada por la Registraduría fue de 1’625.025 votos por Misael Pastrana y 1’561.468 votos por Rojas Pinilla. Una ventaja de 63.557 sufragios. El 19 de julio de 1970, la Corte Electoral entregó la credencial de presidente al candidato del Frente Nacional. A raíz de esta credencial, que fue impugnada por la Anapo, concluyó la vida política del general Rojas Pinilla y surgió como protesta el Movimiento 19 de Abril (M-19).

ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

*Periodista, exeditor económico de El Espectador, exjefe de redacción de Portafolio y exdirector de la agencia nacional de noticias de El País.

Por Jorge téllez / especial para El Espectador

 

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