La vida después de la avalancha en Mocoa

Hace dos años, la capital de Putumayo vivió la peor tragedia en su historia reciente. El 31 de marzo de 2017, inmensas olas de lodo, piedras, árboles y carros arrasaron con todo a su paso y terminaron con la vida de por lo menos 333 personas. Varios de los sobrevivientes le contaron a El Espectador cómo han transcurrido sus días durante estos dos años después de la tragedia.

Pilar Cuartas Rodríguez
30 de marzo de 2019 - 05:56 a. m.
La vida después de la avalancha en Mocoa

El 31 de marzo de 2017, la lluvia se apoderó de Mocoa (Putumayo). Esa noche, las gotas de agua comenzaron a caer tímidamente y los habitantes se fueron a dormir pensando que sería una lluvia más, como las que con frecuencia caen en la zona. Pero en la madrugada del 1 de abril, los ríos Mocoa, Mulato y Sancoyaco se desbordaron y, desde lo más alto de la montaña, comenzaron a descender olas inmensas de agua y lodo, que se fueron engrandeciendo a medida que se tragaban a su paso personas, casas, camionetas, piedras, árboles y postes. Por lo menos 17 barrios, de los 83 que hay en el municipio, resultaron gravemente afectados. (Vea aquí el documental "Avalancha en Mocoa: sin tiempo para el duelo")

Mocoa quedó sin energía eléctrica durante un par de semanas; rescatistas de diferentes regiones del país arribaron a la ciudad para sumarse a las labores de búsqueda; decenas de soldados se armaron con palas para sacar, junto a personas civiles, los cuerpos sepultados; y el aeropuerto de Villagarzón no daba abasto con la cantidad de aeronaves oficiales que aterrizaban cargados de ayudas humanitarias, funcionarios públicos y periodistas. La estación de policía se convirtió en el punto de encuentro para los foráneos en Mocoa, ya que era uno de los pocos lugares que tenía energía eléctrica, gracias a una planta. Los hoteles estaban desbordados y hubo quienes incluso durmieron en pasillos y sofás, ante la falta de camas. (Lea aquí: Diever Ramírez, héroe en la avalancha de Mocoa)

Los damnificados, por su parte, acudieron a casas de conocidos o a los albergues que improvisadamente se armaron, pero hubo decenas de personas que no encontraron cupo en las carpas y las colchonetas dispuestas en estos lugares y tuvieron que organizar sus propios cambuches debajo de árboles. En medio de esa penumbra, la llegada de la noche atizaba la angustia. Pocos se atrevían a dormir temiendo que regresara con furia la lluvia, que no cesó los días siguientes a la avalancha. La lluvia se convirtió entonces en un detonador de la paranoia, del trauma. La gente corría despavorida y buscaba refugio apenas tronaba.

La ciudad olía a muerte y, desde el parque central, se observaban los goleros sobrevolando las zonas del desastre. Aunque la cifra oficial dice que 333 personas fallecieron, los habitantes estiman que la cifra real llegaría a 3.000, pues los cálculos paralelos a los de las autoridades, que ellos mismos hicieron en hojas de cuadernos y a la lápiz, muestran que faltaron miles de cuerpos por recuperar. La mayoría coincide en que gran parte de los cadáveres quedaron sepultados en el barrio San Miguel, desdibujado totalmente por la avalancha y declarado campo santo. Hasta allí marcharon la noche del sábado los sobrevivientes para recordar a sus muertos.

El Espectador habló con varios sobrevivientes de la avalancha para conocer cómo han transcurridos sus vidas durante estos dos años. Estos son sus testimonios:

Laura Montoya, periodista

Mientras el resto del país dormía la noche del 31 de marzo de 2017, la periodista Laura Montoya intentaba a gritos pelear por su vida y la de sus vecinos, y por eso grabó cuatro audios que difundió por Whatsapp a más de mil contactos, que se volvieron virales en redes sociales y que permitieron a los colombianos dimensionar la verdadera magnitud de la tragedia en Mocoa. “¡Ayúdennos, por favor!l El agua se entró a mi casa, se llevó todo. Por favor, ayúdennos. Necesitamos un helicóptero, a la Policía, al Ejército. Estamos en peligro de muerte, estamos en los techos, hay niños, ancianos, estamos muchas personas aquí”, gritó Montoya en la grabación. (Lea aquí: El audio de Laura Montoya que alertó a Colombia sobre tragedia en Mocoa)

Al verse rodeada de agua, la mujer rompió el techo de su casa y logró saltar hasta una vivienda de tres pisos donde se refugiaban sus vecinos. “Habíamos muchas personas viendo cómo se derribaba todo. Después se fue la luz y quedamos a oscuras. La casa empezó a temblar y ahí grabé el último audio antes de quedar sepultada. Recuerdo que dije: ‘oren por nuestras almas porque se me cayó la casa’, y así fue. Caí encima de una niña. Logré gritar y sacar una mano y alguien me jaló del cabello. Pero no pudimos salvarla a ella, quien murió, y ese un dolor insuperable. Sentí su respiración al dormir durante los cuatro meses siguientes a la avalancha”, relató Montoya, quien tuvo que acudir a terapias psicológicas.

En este aniversario de la tragedia, la periodista recuerda la relevancia de sus audios, pues muchas personas se salvaron de morir porque alcanzaron a escucharlos y creyeron en la veracidad de ellos. Durante estos dos últimos años, Montoya se ha dedicado a documentar siete casos de niños que, según ella, sobrevivieron al desastre pero nunca volvieron con sus familias. “Se los robaron y ya instauramos las denuncias en la Fiscalía. Queremos saber dónde están y quiénes se los llevaron, porque se perdieron misteriosamente de los albergues”, concluyó Montoya a este diario.

Ruby Jajoy, subdirectora científica del hospital

La médica Ruby Jajoy fue una de las personas que lideró la logística en el Hospital José María Hernández, a donde fueron llevados centenas de heridos y cadáveres. Pasó noches en vela coordinando los turnos de las enfermeras y médicos que doblaron sus horarios para alcanzar a atender a los heridos de la avalancha. Mientras ella le pedía al gobierno el envío urgente de medicamentos, los dolientes se agolpaban en las rejas de la entrada principal del centro médico gritando a los forenses de la morgue para que identificaran rápido los cuerpos. (Lea aquí: Los días en el hospital y el cementerio de Mocoa)

En medio del caos, Ruby Jajoy mantuvo la calma. Hoy sigue siendo la subdirectora científica del hospital de Mocoa. “Después de la atención hospitalaria, apoyamos acciones comunitarias para atender el tema de salud mental. Creo que ese sigue siendo un asunto importante, atender el dolor por la pérdida humana y material. En Mocoa seguimos recordando la tragedia, sobre todo en los días de lluvia. No hemos superado la pérdida de amigos, colegas, compañeros de trabajo y familiares. Nosotros en el hospital también perdimos compañeros. Estos dos años los he vivido con nostalgia, pero nunca he pensando en abandonar la ciudad”, afirmó Jajoy a este diario.

Ruby Jajoy, subdirectora científica del hospital de Mocoa. / Pilar Cuartas - El Espectador

Angy Hoyos perdió a cuatro familiares

A los 25 años, Angy Hoyos perdió el mismo día a su papá, a su tía, a su abuela y a su abuelo. La avalancha los sorprendió cuando dormían en una casa del barrio Los Pinos y los arrastró varios kilómetros. Angy sobrevivió junto a su hija, su hermana y su mamá. “Yo recuerdo todo lo que hice ese día. Almorzamos y cenamos en familia, vimos televisión y luego nos fuimos a dormir hasta que quedamos atrapados en esa avalancha. A las 10am del 1 de abril reconocieron a mi papá entre los cadáveres, a los ocho días encontramos a mi tía, a los quince días a mi abuela, y hasta el año pasado fue que identificaron a mi abuelo en una fosa y logramos enterrarlo”, afirmó Angy Hoyos a El Espectador. (Lea aquí: El día en que la muerte se apoderó de Mocoa)

Ahora, afirma que lo único que le ha servido para apaciguar el sentimiento de dolor es resignarse a aceptar lo que pasó. Este sábado, ella y sus familiares volvieron por primera vez a la zona del desastre, a donde acudieron vestidas con una camiseta estampada con la foto de su padre. “Queremos conmemorar, aunque se me parte el corazón. Poco a poco el tiempo ayuda a sanar. Ya logro controlar mis nervios cuando llueve, y no es como antes que vomitaba del susto”, reiteró la joven.

La familia Hoyos enterró el cuerpo de Israel Hoyos el año pasado. / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador

Ana Mercedes Pinzón, la “abuelita”

Aunque el barrio San Miguel quedó inhabitable y la administración local ordenó la demolición de las pocas casas que quedaron en pie, unos cuantos habitantes retornaron a las viviendas en riesgo de derrumbe porque no tenían dónde más vivir. Una de esas personas fue Ana Mercedez Pinzón, apodada cariñosamente la “abuelita”. Su risa se escuchaba desde la esquina de su calle, donde vivía con dos nietos, su esposo, nueve pollitos, tres patos, un loro, seis perros, tres gatos y cinco palomas. Sus animales fueron la razón por la que no abandonó durante un tiempo el barrio. (Lea aquí: Una noche en San Miguel, un barrio desdibujado por la avalancha en Mocoa)

Sin embargo, pese a su negativa, Ana Mercedes tuvo que aceptar la ayuda del gobierno y ahora reside en una vivienda en el barrio los Sauces. “Me dieron la casa que me prometieron, pero los recibos llegan carísimos y no tenemos cómo pagarlos. Además, actualmente no tenemos agua y el recibo llega como si contáramos con ese servicio. Mi animalitos se perdieron, acá no nos dejan tenerlos y ellos también me generaban ingresos. Extraño la casa anterior porque ahí podía vivir con ellos y tenía más de tranquilidad”, dijo Pinzón en diálogo con este diario.

Ana Mercedes Pinzón tenía más de 10 animales en su antigua vivienda. / Gustavo Torrijos - El Espectador

Orlando Jiménez, el rescatista

El socorrista Orlando Jiménez llegó a Mocoa dos días después de la avalancha, para apoyar las labores de búsqueda y rescate. En uno de los sectores atendidos por el vallecaucano, en el barrio san Agustín, uno de los perros de búsqueda que lo acompañaban dio señales sobre un olor inusual y prendió la alerta. Los rescatistas empezaron a buscar a 500 metros a la redonda, y sin escarbar mucho en las profundidades del barro y los escombros, Jiménez halló a una bebé sin vida de apenas un mes de nacida. (Lea aquí: La historia detrás de la foto del rescate del cuerpo de una recién nacida en Mocoa)

La comunidad se conmovió y donó una manta y ropa para cubrirla, y Orlando la cargó en sus brazos. Un compañero le tomó una foto, que rápidamente se viralizó en redes sociales y muchos creyeron que se trataba del rescate de una bebé con vida. El grupo de socorritas hombres, entre ellos Jiménez, consintió a la pequeña como si estuviera viva. “Vas a ir al cielo”, “Eres un angelito”, “Dios te pidió para que lo acompañaras” y “Acá abajo te cuidamos todos”, pronunciaron varios de ellos.

Desde su casa en Cali, Jiménez recuerda hoy que permaneció seis días en Mocoa. “Regresé a mi casa y quedé afectado porque yo acababa de tener una bebé que tenía el mismo tiempo de nacida de la bebé que hallé muerta. Acudí a sesiones de terapida porque me entró la agonía de ver en mi hija a la bebé que había encontrado”, narró Jiménez.

Orlando Jiménez, de 39 años, lleva 28 en la Defensa Civil. / Gustavo Torrijos- El Espectador

Cristian Cortés, el pilo que sueña con ser abogado

El 17 de abril de 2017, Cristian Cortés, entonces personero del colegio Ciudad Mocoa, pidió ayuda para que los estudiantes de su colegio no quedaran en desventaja frente al resto del país en las pruebas Saber y pudieran acceder a oportunidades de estudio. Habían transcurrido pocos días desde la avalancha y los colegios apenas abrían sus puertas para que los sobrevivientes regresaran a clases.

Un año después, el sueño de Cristian se hizo realidad. Ganó una de las 51 becas de “Ser pilo paga” que el Gobierno otorgó especialmente a Mocoa. Ahora cursa tercer semestre de derecho en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. “Esto estudiando, pero mi familia sigue haciendo esfuerzos. El subisidio de arriendo que nos dio el Gobierno ($250.000) no es girado puntualmente ni alcanza para pagar el canon que tenemos por $450.000. Mi mamá vende catalogos y mi hermana trabaja en un almacén para alcanzar a reunir el dinero cada mes”, afirmó Cortés.

Cristian Cortés, estudiante de derecho de la U. Javeriana de Cali./ Gustavo Torrijos - El Espectador

Luis Albeiro Maldonado, el obispo

Monseñor Luis Albeiro Maldonado, obispo de Mocoa, y dos ayudantes más tuvieron una ardúa labor en los meses posteriores a la avalancha. Además de recolectar donaciones y emprender proyectos de pastoral social para escuchar los testimonios de las personas que necesitaban expresar su dolor, los religiosos ayudaron con sus oraciones a apaciguar la tensión que se vivió durante días en el cementerio de la ciudad. Los dolientes que perdieron a sus seres queridos alegaban a gritos por la demora en la entrega de cadáveres que tardó en varios casos hasta seis días, mientras uniformados de la Policía se preparaban para intervenir ante una posible ruptura del orden público.

Pero la tensión no pasó a mayores gracias a la actuación de Maldonado, quien en una ocasión pronunció el sermón católico de San Lucas 7:15 y logró bajar los ánimos. “Dos años después, se sigue sintiendo dolor, pero de una manera distinta. No quiere decir que no sea interesante lo que estén viviendo para seguir ayudando, pero el tiempo ayuda a asumir. Seguimos recordando a las víctimas y por este este sábado caminamos hasta el monumento de la cruz en el barrio San Miguel y oramos”, puntualizó Maldonado, que sigue siendo el obispo de Mocoa.

Monseñor Maldonado, obispo de Mocoa, tranquilizó a quienes estaban desesperados por enterrar a sus muertos. / Gustavo Torrijos - El Espectador

Pilar Cuartas Rodríguez

Por Pilar Cuartas Rodríguez

Periodista y abogada. Coordina la primera sección de “género y diversidad” de El Espectador, que produce Las Igualadas y La Disidencia. También ha sido redactora de Investigación. @pilar4aspcuartas@elespectador.com

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