A los 22 años, Aida Quilcué salió del resguardo de Vitoncó, en el Cauca, desplazada por la histórica avalancha del río Páez que en 1994 se llevó el caserío donde vivía. En su travesía con rumbo a Itango, de paso por Santa Leticia —en el mismo departamento—, como si se tratara de una cita que le tenía preparada el destino, conoció a Edwin Legarda, también indígena nasa, de quien se enamoró profundamente.
Para entonces Aida se había perfilado ante los ojos de su familia como una joven entregada a la política y a las obras sociales. Por eso, conformar un hogar no estaba entre sus planes, que cambiaron radicalmente cuando decidió aceptar a Edwin como su pareja, con quien pronto tuvo una hija, Mayerly Alejandra Legarda Quilcué, hoy de 12 años.
Edwin, un par de años menor que Aida, tenía un modesto negocio de harina de plátano para la nutrición de niños en las escuelas, que atendió hasta el día en que su mujer se convirtió en la consejera mayor del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en marzo de 2007. Entonces decidió ser el chofer del grupo que lideraba su esposa a cambio de nada, o más bien, a cambio ser el guardián de su compañera.
Y lo hacían de manera muy discreta, porque los indígenas adultos no son muy abiertos a reflejar sus sentimientos. Según Feliciano Valencia, uno de los nueve consejeros del CRIC, Edwin y Aida no se besaban, ni se abrazaban como lo hacen los jóvenes en público, pero se reían mucho y a veces se escapaban a bailar. Se habían convertido en uno solo y se separaban únicamente en los viajes internacionales de la mujer.
Hasta tenían un rito para seguir protegidos en la distancia. Antes de la salida de la líder al exterior se hacían baños naturales, de medicina tradicional, para alejar las malas energías. El día del regreso, su esposo siempre estaba puntual en el aeropuerto para recogerla.
Aida no es sólo la que está al cuidado de los niños, lava, cose, cocina o abre la puerta al marido para que salga a trabajar en la madrugada. Es sinónimo de la fertilidad, de la tierra, y es líder de su pueblo nasa. Ha estado en más de 10 países, llegando a permanecer hasta 15 días lejos de su casa. El alejarse de su hija Mayerly es lo más doloroso para ella. Su compañero en el Consejo regional Indígena del Cauca, Vicente Otero, dice que llama a su niña constantemente para decirle: “Hola, mi amor, estoy ocupada, pero siempre pensándote”.
Líder a pulso
Aida es la primera mujer indígena que ocupa el cargo de representante legal del CRIC. Fue seleccionada por consenso en un congreso al que asistieron más de 30 mil indígenas. Sus compañeros la postularon y la Asamblea la ratificó, “porque los indígenas no votan sino que actúan como un colectivo”, dicen. El puesto se lo ganó a pulso. Basta con verla para saber que inspira autoridad, respeto, tranquilidad y confianza. En las asambleas indígenas, se sienta con el bastón de mando a la derecha y escucha atentamente, mientras que sus manos tejen mochilas, en un acto simbólico para su comunidad.
En los espacios públicos, sus colegas admiran la facilidad con que maneja el discurso. No fue a la universidad, sólo estudió hasta décimo grado de bachillerato, pero juntarse con los ancianos de su resguardo la ha nutrido de los conocimientos suficientes para enfrentarse a los políticos más curtidos del país, como muchas veces lo ha hecho.
El fuerte temperamento que la caracteriza la ha ayudado a defender las propuestas de su comunidad. Marly Poscus, otra líder nasa que trabaja con Aida, dice que la admira “por ser una mujer consagrada, defensora de la cosmovisión de su pueblo, sin egoísmo a la hora de compartir sus conocimientos, fanática de internet, con el que se mantiene informada de todo lo que ocurre en el país, y con el sueño de que su hija nunca pierda la identidad de ser una indígena nasa”.
En su casa
Las cicatrices le recuerdan a Aida que fue inquieta desde su niñez. Según su hermana mayor, Omaira Quilcué, la actual consejera del CRIC tenía muy buenas calificaciones en la escuela, participaba en todas las actividades del colegio, era solidaria, jugaba mucho y siempre decía las cosas que no le gustaban.
La líder vivió con sus padres, en un hogar de nueve hermanos, hasta los 16 años de edad, cuando empezó a trabajar como promotora de salud, con lo que comprobó que su pasión era el trabajo comunal. Al principio, sus papás, a los que tan apegada estaba, eran renuentes a todo sistema de organización de los cabildos, porque defendían los partidos tradicionales, pero luego cambiaron de pensar y decidieron apoyar el movimiento indígena.
El líder Daniel Piñacué también conoció a Aida desde su niñez y asegura que desde siempre le vio “el talante para dirigir cualquier organización, porque escucha a la gente y no se cree dueña de la verdad única”. Con ella compartió campañas políticas en 1994. Era ella la que tenía el valor que les faltaba a los hombres para lanzarse primero a las aguas turbulentas que dejó la avalancha del Páez. Piñacué recuerda que decía: “Hay que hacer el esfuerzo no sólo en donde está el camino, sino que hay que encontrarlo”.
Esta semana, Aida Quilcué volvió al calor del hogar donde creció, acompañada de “Maye”, su hija, para hacer el duelo por la muerte de su esposo en un confuso ataque militar, que según dijo iba dirigido a ella. Omaira, una de sus hermanas, dice que pasa las horas moviéndose de un lado a otro, arreglando la casa, conversando o preparando el sancocho que tanto le gusta.
La muerte del indígena Edwin Legarda
El martes 16 de diciembre, Edwin Legarda Vásquez murió víctima de un retén militar, cuando se movilizaba en el municipio de Totoró, Cauca, a las cuatro de la mañana en una camioneta 4x4, propiedad del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC).
El presidente Álvaro Uribe en una declaración defendió su política de seguridad democrática, manifestó sus condolencias y retomó la explicación del general Justo Eliseo Peña, comandante de la III División del Ejército, quien dijo que Legarda no se detuvo ante las peticiones del Ejército. Sin embargo, los indígenas desmintieron dicha versión y Aida Quilcué, la consejera mayor del CRIC y esposa del fallecido, denunció que el ataque iba dirigido en su contra.
La ONU condenó el ataque, y aunque sostuvo que no había claridad acerca de los hechos, advirtió su preocupación por el asesinato que se produce en medio de numerosos ataques contra la vida de indígenas.