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Las ventanas de San Joaquín, un municipio olvidado de Santander

Unas ventanas tradicionales de madera albergan las 20 pinturas de los mitos y leyendas del municipio, que además se pueden escuchar con un código QR. Detrás de esta iniciativa hay un proyecto de transformación económica y cultural.

Karen Vanessa Quintero Martínez
06 de enero de 2021 - 09:05 p. m.

Las nuevas ventanas de San Joaquín tienen varias historias: por un lado, los mitos y las leyendas de un solitario municipio de 2.100 habitantes y por otro, el trabajo detrás del proyecto que les dio vida: recorrer los pasos de un tatarabuelo, el arte que se consolida en una sala de velación y el renacer cultural y productivo del territorio. Hay dos carreteras para llegar a San Joaquín y en ambas hay tramos sin pavimentar, desde Bogotá, por ejemplo, por la vía San Rosita son seis horas y por San Gil pueden ser incluso diez.

Los sanjoaquinences aprecian las 20 piezas colgadas por todo el pueblo. En una tienda esquinera una mujer le explica a sus clientes de qué se trata la ventana que está ubicada justo afuera de su casa, mientras les muestra en el celular como pueden escuchar las historias. Las ventanas están hechas en madera, con una arquitectura vernácula de varios pueblos de Santander, probablemente heredada de la colonia, pintadas de verde envejecido; al abrirlas el público se encuentra con las pinturas de los mitos y las leyendas del municipio, el audio de la narración se reproduce al escanear un código QR.

Desde el carro fantasma, del que dan fe muchos habitantes del pueblo que dicen haber visto las luces y escuchado los ruidos de un auto que nunca pasa; hasta la toma guerrillera, una historia real que quedó grabada en la memoria colectiva. Frente a este último cuadro, dos mujeres de más de 40 años discuten cuál es la fecha exacta del suceso, si fue de día o de noche, cuánto tiempo duró; aunque no se ponen de acuerdo, las dos afirman que hubo disparos, que familias tenían miedo, que un avión fantasma impidió que le prendieran fuego a San Joaquín.

Este municipio santandereano fue fundado en 1790 por don Feliciano Ramírez, más de dos siglos después, su tataranieto, Javier Ramírez, descubrió casualmente que tenía una conexión con el pueblo, justo cuando buscaba impulsar proyectos culturales y económicos - sin ánimo de lucro - en la zona. Florina Lemaitre, reconocida actriz, esposa de Ramírez y parte fundamental del proyecto, reconoce que inicialmente el lugar le recordó al Comala de Juan Rulfo: suspendido, inerte, solitario. Pero para ella, los futuros visitantes de San Joaquín no tendrán la misma sensación.

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Uno de los principales objetivos de Ramírez, desde que llegó en 2018, fue preservar la cultura, reconociendo que esta es “un bien no renovable”, palabras que él mismo cita del líder indígena y constituyente Lorenzo Muelas con quien trabajó en un proyecto en Silvia, Cauca. La decisión de recurrir a los mitos y leyendas estuvo atada a esta premisa, considerando que están arraigados a la cultura. Seleccionaron las historias y grabaron a quienes las contaban, después se entregó la transcripción a los estudiantes de secundaria del pueblo para hacer un concurso: hubo premios y los dibujos ganadores se publicaron en un libro. Esta grabación después se incorporó a las ventanas.

Para pintarlas, ocho estudiantes cartageneros de la Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar, se trasladaron hasta San Joaquín en noviembre de 2019, tenían 15 días para hacer las 20 pinturas en óleo sobre madera bajo la dirección del curador Eduardo Hernández, director del programa de artes plásticas, y del profesor César Gutiérrez. Inicialmente, iban a pintar murales, pero Gutiérrez propuso involucrar a la comunidad en el proceso creativo, aplicando el concepto de arte relacional. Para el profesor esta fue una gran aventura: recorrieron con los estudiantes del municipio los lugares donde las historias “ocurren”, el escenario de creación fue la sala de velaciones de la iglesia, allí los artistas contaron con la visita y asesoría de los sanjoaquinences, algunos usaban los pinceles y otros precisaban cómo debían verse las montañas, cómo se ve el cielo cuando amanece en San Joaquín.

La premura los obligó a intervenir en las obras de sus compañeros, generando un espacio de trabajo colectivo. Gutiérrez recuerda que en esos días una persona falleció, entonces sacaron los caballetes, pintaron afuera de la iglesia y después se fueron a la casa cural. Pensando en la preservación de los cuadros, el equipo decidió almacenar las obras en estas ventanas tradicionales que ven como una metáfora: verse a través de, lo privado y lo público, y dos universos que conectan por medio de un objeto. Las obras originales viajarán por los museos del país contando las historias de San Joaquín, las réplicas se colgaron en el municipio el sábado 5 de diciembre.

Por otro lado, además de los cultivos - que no son fáciles de transportar por la carretera destapada - San Joaquín no tiene muchas entradas económicas y sus pobladores dependen prácticamente de los contratos que les otorga la administración local. Por eso dentro del proyecto de Ramírez, que financia con los recursos de su empresa Famoc Depanel, de muebles y renting inmobiliario, están impulsando el desarrollo económico y productivo. El municipio produce una gran variedad de proyectos, William Díaz le ha dedicado su vida a la miel, dice que tras varias picaduras, aprendió a trabajar con ellas. Después de muchos años descubrió que sus abejas producen mielato, que se obtiene de los árboles de roble y no de las flores, aunque este es un producto apetecido, los apicultores del municipio lo vendían revuelto con la miel, al no encontrar quién les pagara el precio real. Actualmente, la asociación que los agrupa, se está posicionando con una nueva presentación.

Otros productos artesanales como las arepas santandereanas, bocadillos y chorizos se están consolidando. Mano en Tierra es el nombre de la cooperativa que busca agruparlos, darles un valor agregado y llevarlos a otros lugares del país. Así mismo, están apoyando el cultivo de sacha inchi y su transformación en aceites y productos de belleza. Incluso el fique, que fue la principal actividad económica de la zona hasta los ochenta, quiere darse su lugar, las artesanas crearon una organización y se están capacitando en nuevas técnicas.

Las calles de San Joaquín siguen vacías, pero ya no se ve inerte como el Comala de Juan Rulfo. Los habitantes no solo se reconocen en las historias de sus ventanas, ahora tienen la esperanza de comercializar de otra forma los productos que siempre tuvieron a la mano.

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