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Los hijos de Mapiripán

El Espectador dialogó con Viviana Barrera, cuyo padre fue asesinado en la masacre de 1997, y con José Jaime Uscátegui, hijo del general Jaime Humberto Uscátegui, condenado a 40 años por omisión en la masacre.

Diana Calderón/Especial para El Espectador
28 de noviembre de 2011 - 11:41 p. m.

Viviana Barrera

¿Qué edad tenía usted cuando asesinaron a su padre?

29 años

¿Dónde estaba el día de la masacre?

¿Cuando eso yo vivía en Acacías, Meta. Era ama de casa y madre de mis hijos. Para las vacaciones de junio, mi papá quería que llevara a los niños para verlos. Me mandó los pasajes para que me fuera con mis hijos para allá y estuve 15 días con él. Después de 15 días nosotros nos regresamos porque los niños entraban a clase, y no pasaron ocho días cuando ocurrió la masacre.

¿Y usted cómo se enteró de la masacre?

Yo estaba lavando una ropa como a las 8 de la mañana cuando escuché por la radio que había habido una masacre en Mapiripán y que hasta ahora sólo se sabía del señor Catumare, un señor Sinaí y un señor Ronald. Entonces cuando mencionaron al señor Catumare, me di cuenta de que era mi papá, porque era al único que le decían Catumare allá.

¿A qué se dedicaba su padre?

Mi papá era comerciante, vendía mercancía y cambiaba mercancía por pieles, por cosas así, río abajo.

¿Por qué le decían Catumare?

Siempre le tuvieron ese apodo allá, a él nunca lo conocieron por su nombre completo. Se llamaba Antonio María Barrera.

En esos 15 días que estuvo con él alcanzó a ver que en el pueblo había una situación de miedo, se hablaba en ese momento de la llegada de los paramilitares, ¿recuerda algo de eso?

Mi papá me preguntó qué si yo había notado algo a mi llegada y me explicó que había personas que estaban inquietas porque decían que se iba a entrar el ejército. Y me comentó de una amenaza que le hizo un señor de la policía, no sé si un capitán, porque hacía dos años habían sacado a la policía del pueblo y le echaron la culpa de eso a mi papá y el señor de la policía le había dicho: ‘Viejo hijuetantas, usted está en la lista negra que hay en Villavicencio’… pero mi papá nunca le paró bolas a eso.

¿Entonces sí había recibido amenazas?

Sí, mi papá ya estaba advertido, pero no les paró bolas. Un amigo de él después me contó que le habían dicho que él era de los primeros en la lista.

¿Su papá tenía alguna relación con la guerrilla?

No que yo sepa. Mi papá, por ejemplo, cuando veía que llegaban ayudas de interés social, hacía una lista de toda la gente que realmente necesitaba y mandaba esa lista para que fuera a esa gente a la que realmente ayudaran y no a los más ricos del pueblo.

Esa mañana, cuando usted escuchó la radio y oyó el nombre de su papá asesinado, ¿qué fue lo primero que sintió, qué hizo en ese momento?

A mí me parecía increíble, yo no podía creer eso. Llamé y me contestó una muchacha, me dijo que no me podía decir nada. Después en otra llamada me dijeron: ‘Señora, ¿usted es la hija?, parece que a su papá lo mataron’, y me colgaron. Entonces yo desesperada me fui para el aeropuerto de Villavicencio y no había cómo irme, y el único que en ese momento salía era el noticiero 24 Horas y ellos me llevaron y con ellos mismos me regresé.

¿Qué encontró usted cuando llegó a Mapiripán? ¿Cómo era el pueblo en ese momento?

Eso había un caos, la gente era bregando a ver cómo salía y recuerdo tanto que el único que se me arrimó en ese entonces fue el inspector de policía en ese momento, don Luis Prieto creo que se llama, y otro señor de una droguería. Ellos me acompañaron a la residencia y me mostraron y yo entré a la pieza de mi papá y estaba todo revolcado y lo único que había era unos papeles en la cama. Todo estaba vuelto nada y le pregunté a un señor Marcos Gordillo, que es concejal incluso todavía allá en Mapiripán, porque él era inquilino de mi papá, y él me contó: ‘Doña Viviana, yo lo único que le sé decir es que aquí entraron y que le tocaron la puerta a él, le abrieron la puerta, lo sacaron para el quiosco’.

¿Dónde y cómo lo mataron?

A él lo tuvieron tres días. Lo llevaron para un sitio que se llama El Matadero y me cuentan que el señor alcalde en ese entonces le llevó unos cigarrillos y le llevaron tinto y lo tenían amarradito, esposado y que el alcalde dijo que iban a ver qué podían hacer y trató de hablar por él y el señor juez de esa época también habló por mi papá, pero lo amenazaron y al juez le tocó quedarse callado. Todo el mundo se quedó callado. A mi papá le escucharon gritos. Una señora escuchó que él les decía que por favor no lo martirizaran así, que si lo iban a matar que lo mataran, pero que no fueran tan canallas de martirizarlo de esa manera… él pedía auxilio pero ¿quién lo iba a auxiliar en ese momento?, en eso nadie se metía.

¿Qué pasó con el cuerpo de su papá?

El día sábado o domingo supuestamente se habían ido los paramilitares, entonces gente curiosa se asomó por los lados de El Matadero y vieron unos cadáveres, entre esos cadáveres estaba el de mi papá. Un señor con otras personas empezó a ayudar a correr los cadáveres para que no se fueran por el río, los sacaron un poquito para hacerles cristiana sepultura, qué sé yo… Cuando se escuchó el grito de unas personas que corrieran, que corrieran que se habían devuelto los paramilitares. Dicen ciertas personas que vieron que los rajaron y los rellenaron de piedras y que decían que había que tirar a mi papá más lejos, porque ese era el que no querían que reconocieran.

¿Cómo llega usted a presentar el caso del asesinato de su padre ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos?

Lo primero que hice fue poner la demanda a la Fiscalía 42, pero me dijeron que no podían aceptarme la demanda por muerte sino por desaparición. Después me dijo la señora Noris Giraldo que había unos abogados que ya habían instalado la demanda al Estado, yo le di mi número y ella fue el contacto con los abogados de José Alvear. Me fui para San José del Guaviare en esos tiempos y resulta que allá llegó la doctora Pilar, con el doctor Eduardo Carreño, creo que fue él, y otro señor, y me preguntaron que si yo aceptaba esa demanda, entonces ahí fue cuando empezó todo.

¿Cuánto le cobraban ellos a usted?

Me dijeron que cuando saliera la plata ellos cobraban un porcentaje sobre eso.

¿Qué porcentaje era?

El 30 por ciento.

¿Qué pruebas le pidió a usted el Colectivo José Alvear sobre el asesinato de su padre?

Me pidieron que les presentara mi cédula, mi registro, los de mis hijos y fotos de mi papá y mi declaración, o sea, me pidieron que dijera dónde había sido todo y ellos fueron por allá y averiguaron.

¿Cuánto dinero recibió usted como indemnización por parte del Estado?

Recibí setecientos millones y algo.

¿Usted siente que con esos setecientos millones se hizo justicia?

La vida de un ser humano no tiene valor.

¿Usted conoció en ese proceso a Mariela Contreras?

La distinguí con el Colectivo, pero yo en el pueblo nunca la había visto. La verdad es que esa señora siempre fue muy recatada con todo, a nosotros casi nunca nos hablaba del tema. Cuando fuimos a Costa Rica, tratamos de tocarle el tema porque nos causaba mucha curiosidad que a nosotros nos mandaban con psicólogos, con los periodistas, y nosotras salíamos en un mar de lágrimas, salíamos muy deprimidas, y la señora no, la señora salía muy relajada, antes nos consolaba a nosotros y nos decía que tranquilos, que tranquilos, que por lo menos se iba a hacer justicia.

¿Qué opina de que el Estado colombiano haya solicitado la revisión de la sentencia en el caso por haberse confirmado que 12 de las 20 víctimas eran falsas?

Yo sí estoy de acuerdo en que se revise y que se cercioren bien, porque de todas maneras debe haber justicia por lado y lado. Pero no comparto que por una persona o dos personas que hayan hecho eso, nos pongan a todas en peligro, a las verdaderas víctimas. Si algo nos llega a suceder, el único responsable es el Estado, ahora que ya cada una tenemos una vida más o menos organizada. Ahora de nuevo tenemos temores por cualquier cosa y se les olvida que tenemos todavía niños pequeños, que no podemos nosotros evadir esa responsabilidad. Se durmieron en los laureles.

¿Quién cree que se durmió en los laureles?

El mismo Estado colombiano, porque ellos fueron los que hicieron las pruebas, llevaron videos, porque cuando yo fui a Costa Rica al menos de mí sabían hasta la hora a la que iba a ir al baño, de mí sabían todo. Entonces, si supieron todo de mí, ¿por qué no sabían de esa señora que se supone que lo único que supimos era que vivía en el Rincón del Indio? La pregunta es: así como fueron a Mapiripán, ¿no irían al Rincón del indio también a averiguar?
¿Qué opina de la solicitud que hizo en Costa Rica el hijo del general Uscátegui? Pidió que dejen en libertad a su padre, que revisen esa sentencia.
Me parece un gran error, un error muy grande porque por el hecho de que una o dos o tres personas hayan cometido el error de, a ver, no quiere decir que las cosas queden impunes, no me parece justo, con las verdaderas víctimas, que sí nos causó daño ese señor, por ejemplo como el caso mío. Yo estoy dispuesta a ir a frentear a ese joven y que me explique él por qué dice que solamente mataron a un tipo allá guerrillero. Mi papá no era guerrillero, mi papá era un comerciante y una persona que generaba empleo, no solamente comía yo como hija, sino que comían cuatro o cinco familias más, él no era ningún guerrillero. Para mí es una falta de respeto y así como él exigió y peleó por estar allá, yo también exijo y pido estar allá en ese momento que él esté allá, él como hijo y yo como hija.

José Jaime Uscátegui

¿Cuántos años tenía cuando ocurrió la masacre?

Tenía 16 años, mi papá era comandante de la VII Brigada en Villavicencio, yo estaba estudiando aquí en Bogotá en el colegio San Jorge de Inglaterra. Vivíamos con mi abuela. Seguramente en julio del 97 sí estaba en Villavicencio, porque era época de vacaciones, pero no se habló del tema Mapiripán en la casa. En realidad el tema empieza a surgir es en el 99.

¿Cuándo escuchó por primera vez noticias sobre la masacre de Mapiripán?

En el 99, ya mi papá no estaba como comandante de la VII Brigada en Villavicencio. Era comandante de la Segunda División en Bucaramanga y nos enteramos de que lo citan a indagatoria aquí en Bogotá porque un subalterno lo acusa y dice que él tenía conocimiento de la actividad de los paramilitares y que si alguien no había evitado la masacre había sido el general Uscátegui y no él, y desde ese primer momento empieza todo este drama.

¿Alguna vez le preguntó a su papá qué fue lo que pasó en Mapiripán, por qué lo estaban acusando?

No recuerdo el momento exacto en el que empecé a empaparme del tema, pero desde el 99 empecé a conocer los documentos, la historia detrás del caso, a conocer qué era lo que había sucedido con el coronel Orozco, con el mayor en esa época, cuál era la circunstancia, cuál era la situación geográfica, dónde estaba el general Uscátegui, dónde estaba Orozco, cómo suceden los hechos. Porque mientras mis compañeros estaban asistiendo al prom, yo estaba preocupado porque al general Uscátegui lo iban a meter a la cárcel.

¿Cómo cambió la vida familiar?

La vida familiar dio un giro de 180 grados, porque mi papá pasó de ser un militar condecorado, exitoso, primer puesto, reconocido en el medio militar y en el país por sus resultados y su buena gestión al frente del ejército, a convertirse en el mayor criminal de Colombia, porque para ese momento ningún general estaba vinculado y mucho menos por paramilitarismo y mucho menos uniformado, entonces era un caso emblemático porque fue el primer general en la cárcel por un delito relacionado con los paramilitares.

¿Qué les decía su papá?

Que estuviéramos muy tranquilos, que el caso estaba muy claro, que él tenía sus pruebas, que él estaba en condiciones de demostrar que él no había tenido nada que ver con los hechos de Mapiripán, que él estando en Villavicencio, a 300 kilómetros de distancia de los hechos, era muy poco lo que podía hacer, sobre todo porque había una brigada móvil en San José del Guaviare, y esa brigada móvil era la que respondía directamente por Mapiripán.

¿Pero reconocía que había sido informado de todo lo que pasaba ahí y no actuó?

Es que el 15 de julio el general Uscátegui llama al coronel Orozco, al mayor Orozco que estaba como comandante encargado del Batallón Joaquín París, y lo llama porque la Presidencia de la República había solicitado que se investigara un juicio popular que hizo la guerrilla, meses antes de la masacre en Mapiripán. El coronel Orozco le da un par de informaciones relacionadas con el juicio popular y le dice ‘Mi general, resulta que me están hablando de paramilitares en Mapiripán’, entonces el general Uscátegui le dice ‘eso es muy grave, infórmemelo por escrito’. Si el general Uscátegui hubiera estado comprometido, no se echaba la soga al cuello diciéndole a un subalterno infórmeme por escrito unos hechos tan delicados como esos.

¿Quién les dijo su padre que era el responsable de lo sucedido?

Mira, era claro que los comandantes de la zona eran los de la Brigada Móvil II, que para ese momento estaba comandada por el general Ospina Ovalle, que llegó a ser comandante de las Fuerzas Militares. Tuvimos la desgracia que meses antes el general Manosalva en Medellín muere, y mandan al general Ospina Ovalle para Medellín a reemplazarlo y cuando suceden los hechos de Mapiripán ya no está un general al mando de esa brigada sino que estaba un coronel como comandante encargado, que era un coronel Lino Sánchez.

Usted ha venido acusando al Colectivo de Abogados José Alvear, ¿no cree que también la justicia colombiana tiene responsabilidad en los hechos que nos llevan nuevamente a Costa Rica?

Absolutamente, es que aquí la responsabilidad es compartida. Yo en primer lugar le achaco buena parte del escándalo y de las falsas víctimas al Colectivo de Abogados, porque ellos eran un primer filtro y ellos no son ningunos abogados ingenuos que se dejan meter cuento de una campesina que va a ir detrás de 1.700 millones de pesos y que un día se levanta diciendo yo quiero ir a Costa Rica a declararme víctima de Mapiripán. Entonces, eso es inaceptable, los abogados estaban conscientes de lo que estaba sucediendo, yo estuve en Mapiripán en diciembre de 2010 y uno entra al municipio de Mapiripán y el monumento en homenaje a las víctimas es un puño izquierdo, que es símbolo de odio, de resistencia, y ustedes miran la placa y es una placa completamente en blanco porque ni siquiera están los nombres de las víctimas.

¿Qué fue a hacer usted en Mapiripán en 2010?

Quería conocer el municipio, porque finalmente Mapiripán divide la historia de mi vida en dos, yo soy uno antes y otro después de la masacre de Mapiripán y era increíble que ese municipio que ha tenido tanta incidencia en mi vida yo ni siquiera lo conociera. Entonces fui afanado porque tengo a mi papá preso a 40 años, a una cadena perpetua por un delito que no cometió, y quería conocer el municipio, quería hablar con la gente, quería presentarles el documental ¿Por qué lloró el general?, que fue un esfuerzo que yo hice para contarle al país y al mundo mi versión de los hechos.

¿En este entonces cuántas veces se ve usted con su papá?

Por lo menos cada ocho días, los domingos cuando hay visitas. Afortunadamente él está en una condición un poco más favorable a la que estaría estando en La Picota, pero como yo digo muchas veces, así la jaula sea de oro sigue siendo jaula y es una jaula injusta.

Durante esta conversación, se refiere usted a su padre como el general Uscátegui y poco a ‘mi padre’, ¿por qué?

Sí, sí, yo a veces trato, no sé si eso me da un poco más de objetividad, yo no quiero que piensen que porque soy el hijo vengo a hablar bellezas sobre mi papá, cuando yo lo conozco a él como hombre, como ser humano, como militar que fue y estoy convencido de que es un buen hombre… y es que me voy a asegurar de que el general Uscátegui o mi papá no pase a la historia de Colombia como un criminal.

¿Y a eso está dedicado ciento por ciento?

A eso estoy dedicado. Obviamente tengo mi trabajo, mis ocupaciones, mi familia.

¿En qué trabaja?

Estoy trabajando con el Partido Conservador Colombiano, soy el secretario de relaciones internacionales del partido.

¿Cuántos hermanos son ustedes?

Nosotros somos cuatro hermanos, yo soy el mayor, y están María Angélica de 25 años, comunicadora social y periodista, y hay dos niños más pequeños que son Julián y Mariana de 11 y 13 años. Mariana aprendió a caminar cuando mi papá estaba en la cárcel y Julián nació estando mi papá preso y hoy tiene 11 años y seguimos en la misma condición y situación.

¿Qué explicación les dan en su familia a los dos chiquitos, qué les dicen? ¿Cómo les dicen que en su opinión la justicia es injusta?

Antes de 2007 ellos nacieron y crecieron en medio de la Escuela de Infantería, porque había una casa fiscal cercana y ellos creían que esa era la vida cotidiana, que el hecho de que llegara el domingo y no pudiéramos salir a comernos una hamburguesa en familia era porque así eran las cosas y en realidad yo creo que ellos en ningún momento se cuestionaron eso.

En todo este tiempo, nunca ha querido decirle a su papá ¿por qué no actuaste de otra manera, que hubiera sido distinta de pronto nuestra vida?

Pero es que mire que hasta el juez de Mapiripán no creyó oportuno el desarrollo de operaciones militares por las represalias que se derivan y había una Brigada Móvil II y había que hablar con el comandante de la División… y eso no lo dice el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, y por eso estoy seguro de que el 20 de julio el primer sorprendido con los hechos fue el general Uscátegui, porque se supone que no estaba sucediendo nada allá y de un momento a otro se presenta este gran escándalo con todas las implicaciones que tiene.

¿Qué le diría usted a una de las víctimas si hoy la tuviera enfrente?

Yo le diría que lamento profundamente lo que sucedió en Mapiripán, que desafortunadamente en las manos de mi papá jamás estuvo la posibilidad de evitar la masacre. Que las autoridades militares que sí podían actuar no lo hicieron porque estaban completamente comprometidas con los paramilitares, que si el coronel Orozco hubiera informado oportunamente de lo que estaba sucediendo, él a pesar de que no tenía la posibilidad de actuar hubiera buscado algún mecanismo para colaborarle a esa población, pero desafortunadamente el coronel Orozco no informó y es algo que no ha entendido ni la justicia nacional ni la justicia internacional, porque le han dado toda la credibilidad al coronel Orozco. Tanta credibilidad le han dado, que estando hoy condenado a 40 años por la masacre de Mapiripán no está en la cárcel como sí lo está el general Uscátegui, sino está refugiado en el exterior con carro, casa y beca por medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Todavía, después de todos estos años, se le quiebra la voz y no sabe uno si es por rabia o por dolor, ¿llora mucho por esta situación?

Obviamente después de todo ese ajetreo en Costa Rica me dio mucho sentimiento saber que es difícil, es difícil porque mi familia está a la expectativa de qué logré hacer, qué logré decir, si es que ya nos quedan pocas navidades en la cárcel o nos quedan muchas, cuál es exactamente la situación, entonces eso sí me genera mucho sentimiento, pero al mismo tiempo me lleno de fuerzas. Soy supremamente creyente y creo infinitamente que si Dios ha permitido 12 años de tortura judicial, lo ha hecho porque en el fondo hay una bendición muy grande para nosotros y está muy cercana. Sí le pido mucho a Dios que no me llene de resentimiento y de odio, porque no le profeso ningún odio al coronel Orozco a pesar de que la situación en la que yo estoy en buena medida se la atribuyo a él; no le profeso odio al Colectivo de Abogados, que sí debería hacerlo porque han hecho de los derechos humanos un arma política para perjudicar al Estado y de paso llevarse personas inocente como el general Uscátegui, y eso es lo que yo a ellos no les perdono, porque si verdaderamente representaran a las víctimas, no tendrían a Orozco en el exterior; si verdaderamente representaran a las víctimas, no hubieran presentado falsos testimonios para que hoy las verdaderas víctimas queden invisibles.

Por Diana Calderón/Especial para El Espectador

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