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Los impresionantes encuentros de la guerrilla con la fauna

El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, junto con el Instituto Caro y Cuervo, publicaron el libro “Naturaleza Común”, once relatos de no ficción escritos por exguerrilleros de las Farc que hicieron parte del proceso de paz y cuentan su relación con la naturaleza en medio de la guerra. Fragmento.

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Isabela Sanroque * / Especial para El Espectador
17 de marzo de 2021 - 04:51 p. m.
Ilustración del libro "Naturaleza común" inspirada en uno de los encuentros de los alzados en armas con pumas en selvas del oriente colombiano. Obra de Sergio Román.
Ilustración del libro "Naturaleza común" inspirada en uno de los encuentros de los alzados en armas con pumas en selvas del oriente colombiano. Obra de Sergio Román.
Foto: Cortesía de los autores
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Encuentros con la fauna

En el pie de monte de la serranía de la Macarena estaba la trocha conocida como ‘Estratégica’, línea trazada con machete que bordeaba el límite entre el monte y los potreros de las pequeñas fincas colindantes, lo que demarcaba, sin saberlo, la frontera agrícola. Allí, después de varios combates intensos, se movía una escuadra guerrillera de doce personas con la tarea de indagar el posible retorno de una patrulla del Ejército comandada por ‘el Sonso’, un destacado militar que mucho golpeó a la guerrillerada. (Recomendamos: el escritor Juan Álvarez explica el objetivo y alcance del libro “Naturaleza común”).

Caminando sigilosos, con el fusil en guardia, los guerrilleros atravesaron atentos treinta kilómetros hasta que llegaron al punto que les habían ordenado. Era una zona conocida como ‘Termales’ porque entre las cuevas formadas por las piedras fluían torrentes de agua caliente. Exhaustos, y con las botas empantanadas de sudor, se organizaron para bañarse por turnos con la guardia necesaria. Entre risas, fueron saliendo de las piscinas naturales y se dispusieron a construir sus caletas sencillas ––camas hechas con materiales del monte––. En ese momento, el compañero Omar se percató de la presencia de una puma que los observaba desde la tranquilad de las piedras.

Los guerrilleros corrieron a esconderse detrás de los árboles igual que en la guerra se busca una trinchera. Sin embargo, la hembra, de casi un metro y medio de largo, color marrón claro, se detuvo frente a ellos con total confianza, los observó altiva y despampanante y siguió su camino. La tropa se juntó con los corazones acelerados para hablar de lo impactante del animal. Todos habían temido un ataque predador y salvaje. La tranquilidad férrea de aquella puma hembra los sorprendió y les quedó en la memoria para siempre. (Le puede interesar: Los nombres de los excombatientes de las Farc asesinados luego de haber dejado las armas tras el proceso de paz).

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En la arremetida inicial del Plan Patriota (2003), las compañías guerrilleras que operaban en torno al camarada Jorge ––'el mono’–– se desplazaron por las selvas del Caguán en medio de un operativo de emboscada que, gracias a la destreza táctica del comandante, lograron sortear. Recorrieron entre trillos ––rastros–– del Ejército y marcaron la ruta apoyándose en conocimientos empíricos de cartografía ––poco a poco perfeccionados–– con una coordinación y disciplina que fueron sus cartas de supervivencia.

En la ruta se encontraron con una laguna no profunda pero sí inmensa. La guerrillerada se dispuso a avanzar con los equipos de más de dos arrobas sobre la cabeza para no mojarlos. A los compañeros de baja estatura otra persona les ayudaba en el paso, que duró aproximadamente una hora y media. Al terminar el cruce, avanzaron quinientos metros y el camarada Jorge ordenó ubicarse para almorzar. Todos traían su ración de cancharina con carne ––comida hecha de harina de trigo–– entre una bolsa transparente.

Fueron descargando los equipos. El personal venía con la ropa empapada y embarrada. Maritza, cansada pero con la energía inagotable que desprende la moral revolucionaria, se sentó sobre unas hojas de palma que le cortó un compañero. Mientras almorzaba y conversaba sintió que algo debajo de sus nalgas se movía lentamente. Se paró y examinó con un palo entre las hojas cortadas. Allí estaba la peligrosa rieca, una culebra de un metro de color café con manchas oscuras cuyo veneno puede ser mortal. Afortunadamente, Maritza solo se llevó un susto. ‘El Mono’ solía contar esta historia con mucha gracia, lo que hizo que a ese lugar lo bautizaran ‘Filo Maritza’.

De las doscientas setenta especies de serpientes que existen en Colombia, la guerrillerada se encontró en múltiples circunstancias con gran variedad de ellas: la colorida coral, altamente venenosa y que se encuentra falsa y verdadera; la equis, absolutamente temida por su capacidad de camuflarse y a la cual se le conoce con los alias de ‘la pudridora’, ‘pelo de gato’ o ‘cuatro narices’; la bejuquita, que aparece enredada en los arbustos y no representa peligro; la boa constrictora o güio, que aparece en el bello texto de El Principito y era común topársela. De tanto que ocurría ya no generaba pánico.

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La gran bestia recorre los arbustos lentamente. Su nombre suscita mitos e historias y es raro encontrarla. Se trata de un tipo de oso hormiguero, pequeño, que al verlo produce ternura porque se parece a un oso de peluche.

Estando en un campamento en el Caquetá, el compañero Anderson salió con otras dos personas a una exploración. Pasaron por una hectárea recién tumbada, procedimiento que los campesinos realizan con frecuencia para ampliar sus terrenos y sembrar sus productos y que no es nada recomendable en términos ambientales. Cerca de un tronco inmenso, caído por la acción de la motosierra, estaba una gran bestia, indefensa, asustada y estática.

Anderson la recogió para curarla. El animalito solo movía sus dos uñas afiladas. Según las historias, estas sirven para abrir cualquier cerradura. Le armaron una camita en un guacal sellado con el ánimo de atenderla y luego liberarla. Esa noche llovió de manera impresionante, y mientras tronaba, la guerrillerada en sus caletas recordó el mito que dice que al momento de los truenos la gran bestia desaparece misteriosamente. Al amanecer, curiosos, fueron a verificar si la criatura estaba mejor, pero había desaparecido. Anderson, como buen llanero, cree que algo especial sucede con esta especie.

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Después de marchar toda la madrugada en medio de un operativo entre Peñas y Muriba, un grupo de guerrilleros construyó una rancha de paso para preparar el desayuno. Somnolienta, Isabela amasaba promasa para seis arepas, el negro Raúl atizaba el fogón y Gabriela preparaba el tinto. De repente, entre el rastrojo, se aproximó un jaguar y atacó a toda velocidad a una lapa que velozmente huyó a una cueva en la que se sumergió. Los guerrilleros quedaron perplejos ante la majestuosidad del felino, que también emprendió la huida sin su presa. El jaguar es una especie afectada por la tala de bosques y la cacería. A raíz de este recuerdo imborrable, Isabela lleva tatuado en su piel un jaguar, que representa para la cultura ancestral latinoamericana un símbolo importante de poder y fuerza.

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En el año 2009 la serranía de la Macarena se vio invadida por roedores que se ensañaron con los equipos y los objetos de los guerrilleros. Camadas enteras de ratoncitos se resguardaban en los economatos y se paseaban tranquilos por encima de los toldillos instalados cada noche en las caletas. Rompían los equipos de campaña elaborados en carpulón —material textil–– y dejaban orificios redondos y profundos porque iban por las libras de la remesa. Después se rumoró que el Ejército los introdujo para que dañaran las MAP ––minas antipersona––, convirtiéndolos en aliados a costa del impacto ambiental. Nunca se confirmó esta teoría, pero ciertamente entre el fastidio y la incomodidad de estos dañinos huéspedes la solución fue adoptar un gato por cada compañía guerrillera.

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Al instalar un campamento era importante verificar no tener cerca un arrieral, lugar entre el monte cubierto de una especie de arena y con múltiples orificios en los cuales habitaban las hormigas arrieras. Distanciarse de ellas tenía una razón: se desplazan en fila india haciendo largos recorridos cargando pedacitos diminutos de hojarasca, y si en medio de su recorrido se topan con un campamento, sus tenazas afiladas son capaces de reducir a trocitos lo que encuentren.

Una magnífica obra colectiva que repercutía contra la ropa, plásticos, toldillos y casas impermeables de la guerrillerada. También era frecuente encontrarse con las hormigas congas o yanabes, las más temida de todas. Aunque su picadura implica un dolor fuerte que hacía aflorar lágrimas y palabrotas, su veneno no resulta perjudicial para el organismo y más bien mejora el sistema inmunitario. Otro tipo de hormiga era la magiña, que acompañaba la marcha guerrillera y que al entrar en contacto con la piel producía una piquiña con ardor muy intensa, por eso cuando alguien se refería a una persona con comportamientos molestos, solía decirse que parecía una magiña.

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La selva como hogar, refugio y teatro de operaciones nos permitió encontrarnos con un sin número de especies, apreciarlas, adoptarlas o sencillamente compartir instantes cotidianos que ni la hostilidad de la guerra pudo opacar: las luciérnagas sirvieron como linterna en las pernoctadas donde cualquier luz artificial podía causar la ubicación y posterior bombardeo; la mantis religiosa se posaba sobre las hojas, muchas veces acompañando al centinela en los turnos de guardia. Los micos llegaban por grupos entre las ramas de los árboles a los campamentos a tomar comida; algunas veces los monos aulladores eran la alarma de que se aproximaba gente, mientras los titís parecían burlarse de quienes los observaban. La danta podía ser causa de un gran susto cuando se escuchaba el sonido de su desplazamiento. Tropezar con las manadas de cafuches era ver el espectáculo cómico de estos ‘cerditos de monte’.

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Con voz ronca y fuerte, el compañero Cristóbal saludó desde el patio de casa a la familia campesina, que no tardó en salir del corral donde estaban ordeñando.

––¿Cómo vamos, compañero? ––dijo el campesino––. ¿Se va a tomar un tinto o leche fresquecita? Qué alegría verlo, hace rato no venían. Por aquí por fortuna el Ejército no ha vuelto a arrimar desde esa comandiada que les metieron ustedes. Viera cómo me dejaron el alambrado esos plagos, hasta se me tragaron tres gallinas. Al fin chulos.

––¿Cómo va todo por acá? Le recibo un tintico pa’ acompañar este Pielroja ––respondió Cristóbal––. ¿Cómo están esas reses? Me contaron que tuvo una racha de brucelosis ––infección bacteriana que se trasmite de los animales a las personas––. Qué vaina mi hermano. Yo le he dicho, apuésteles a las ovejas africanas. Lo asesoro y con los muchachos le ayudamos a construir los corrales. Esa es una fábrica de carne muy berraca, en la vereda Santa Cecilia la compañera Lucero tiene como veinte y le ha ido bien, nomás con los encargos de nosotros para los comandos pequeños ya hizo la venta. Bueno, venga le ayudo a ordeñar y garlamos de política.

De ese estilo era la entrada de Cristóbal a cualquier casita campesina. Ingresó siendo un zootecnista y en su paso por el movimiento sindical se aproximó también a las luchas agrarias. Ante los riesgos de ser capturado o desaparecido, como varios de sus compañeros, se fue para las FARC-EP.

En cierta ocasión encontró que la única vaca de una familia tenía un problema de huequera en un cuerno. Este mal, que ataca los bovinos, es una especia de anemia y puede llegar a ser mortal. Le enseñó a la campesina cómo cortar el pedazo afectado con una guaya de bicicleta, sin recurrir a un serrucho, porque así disminuía el riesgo de que el animal sufriera una infección. Se hizo famoso por sus asesorías y por sus conocimientos ofrecidos con humildad a la gente. Recomendaba técnicas agropecuarias y de producción alternativas, siempre hablando desde el Programa Agrario de los Guerrilleros.

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No sé a dónde vayan a parar estas viñetas que me fueron llegando al oído con el tiempo y las marchas. Por ahora que reposen aquí, prendidas de estas nuevas superficies que una vez fueron la materia o la energía de árboles, y árboles quizás volverán a ser.

* Se publica con autorización del escritor Juan Álvarez, @_JuanAlvarez_, director creativo del proyecto. Isabela Sanroque fue guerrillera del Bloque Suárez Briceño y luego del proceso de paz hace parte del movimiento político Comunes.

Por Isabela Sanroque * / Especial para El Espectador

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Carmela(39411)18 de marzo de 2021 - 11:49 a. m.
GRACIAS...👏👏👏👏👏👏👏👏👏
James(98616)17 de marzo de 2021 - 08:05 p. m.
SIN EL ACUERDO DE PAZ, SIN LA LEY DE VICTIMAS, SIN EL PROGRAMA DE RESTITUCIÓN DE TIERRAS Y SIN LA JEP NO SE CONOCERÍAN ESTAS HISTORIAS A LAS QUE EL NARCO FASCISTA CARNICERO PARACO TRAQUETO ASESINO ÁLVARO URIBE VÉLEZ SE OPONE PORQUE NO LE CONVIENE QUE LA VERDAD AFLORE PORQUE TODOS LOS CAMINOS APUNTAN AL MISERABLE CRIMINAL DE CUELLO BLANCO.
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