En una montaña del Resguardo Kokonuco, del municipio Puracé (Cauca), señala John Miller el lugar donde fueron truncados los sueños de María Efigenia Vásquez Astudillo, asesinada el 8 de octubre de 2017 cuando regresaba a casa tras cubrir un proceso de recuperación de tierras de su comunidad.
Un día después, el Instituto de Medicina Legal informó en un escueto comunicado de prensa la causa de su muerte: “Herida por proyectil de arma de fuego de carga múltiple, que produce herida cardiaca, lesión suficiente para explicar la muerte”, disparado a una distancia superior a un metro y medio.
A raíz de la muerte de María Efigenia la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) solicitó a la Procuraduría General de la Nación que, teniendo en cuenta las agresiones del Esmad contra periodistas --documentadas por esa organización-- estableciera “criterios de monitoreo y verificación”, para que el uso de la fuerza siguiera los lineamientos del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y los estándares internacionales sobre el tratamiento de manifestaciones públicas”.
En respuesta a un derecho de petición sobre el caso de la muerte de esta comunicadora indígena, D2017-1027662, la Procuraduría General de la Nación informó que --según la Procuraduría Delegada para la Defensa de los Derechos Humanos-- hay un proceso disciplinario activo, que se encontraba en etapa probatoria indagación preliminar en mayo de 2021, contra un agente del Departamento de Policía Cauca por las siguientes conductas: “extralimitación de derechos y funciones innominado”.
John Miller, compañero de trabajo y de vida de María Efigenia, no imaginó al salir de casa ese domingo que sería el último día que compartirían juntos tras un poco más de cuatro años de relación. Esa mañana recibieron mensajes de la comunidad informándoles que el proceso de recuperación del predio Aguas Tibias N.2 se había complicado debido a la presencia de la fuerza pública, siendo comunicadores indígenas decidieron ir al lugar de los hechos para documentar lo que ocurría.
Una lucha de años
Desde hace varias décadas los Kokonuco --al igual que otros pueblos indígenas del Cauca-- luchan por liberar a la madre tierra y aunque han recuperado varias zonas, el conflicto por el predio Agua Tibia N.2 continúa.
En las afueras de este lugar, Centro de Turismo y Salud Termales Agua Tibia, del empresario Diego Angulo Rojas, que intenta recobrar el pueblo Kokonuco, la comunicadora indígena perdió la vida mientras reportaba sobre los comuneros que luchan por sus derechos.
El derecho a la propiedad colectiva, la autodeterminación y el libre desplazamiento dentro del territorio fueron reconocidos en el Plan de Salvaguardia del Pueblo Kokonuco de 2013, producto de la orden de la Corte Constitucional --Auto 004/09-- para redactar estos planes y programas de garantías para los pueblos indígenas en peligro de extermino.
De igual forma, el pueblo Kokonuco alegó, sin éxito, la vulneración de su derecho fundamental a la consulta previa, como consecuencia de la operación de ese centro turístico en Agua Tibia 2, ante el Tribunal Administrativo del Cauca (2017) y el Consejo de Estado (2018).
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Un año después, la Corte Constitucional (2019), que revisó el fallo del Consejo de Estado, revocó parcialmente la sentencia y dispuso que la Corporación Autónoma del Cauca, en el trámite para otorgar permiso para los vertimientos del centro turístico, tenga en cuenta aspectos ambientales y socioculturales; por ejemplo que el pueblo Kokonuco haga sus rituales en el sitio sagrado “Salado Colorado” y corregir los vertimientos de agua que caen directamente al río Calera.
Ese predio, ubicado entre varios terrenos recuperados y considerado el corazón del resguardo, es todavía objeto de disputa por el pueblo Kokonuco que defiende su ancestralidad mientras el propietario privado continúa con su negocio turístico.
Jhoe Sauca, consejero y representante legal del pueblo Kokonuco zona centro del Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), explicó a El Espectador las connotaciones de la recuperación de este predio: “la primera tiene que ver con el saneamiento del resguardo; la segunda, la parte cultural que por muchos años se ha trabajado en este escenario -así haya un sitio turístico-; ahí se hacen armonizaciones y trabajo cultural, posicionamiento de cabildos escolares, de las guardias, y procesos de refrescamiento; y la tercera, porque es una manera de reivindicar el derecho al territorio para la vida en nombre de la compañera María Efigenia Vásquez”.
Aunque mediáticamente son tildados como invasores, ellos luchan por aquello que les pertenece. Para Sulma Yace, gobernadora suplente del Cabildo del Resguardo de Kokonuco: “la madre tierra, la Pachamama, es fundamental porque un indígena sin tierra no es indígena, es nuestro arraigo, nuestra sangre y es todo”.
Asesinada en medio de su labor informativa
Fueron las montañas aledañas del predio Agua Tibia N. 2 las que acogieron el cuerpo sin vida de María Efigenia, quien trabajó voluntariamente para la Emisora Renacer Kokonuco, se desempeñó como guardia indígena, pues tenía un compromiso enorme con su comunidad, cultivaba fresas y cuidaba de sus tres hijos menores de edad.
Aquel domingo 8 de octubre parecía un día cualquiera. Salió con John, su pareja, llevando la cámara de video y le encargó grabar el proceso de recuperación de tierras mientras le daba indicaciones, le insistía en la necesidad de no distraerse y capturar en video los enfrentamientos entre la fuerza pública y la comunidad porque tal vez podrían servir como evidencia.
María Efigenia y John estuvieron en el sitio durante varias horas. Hicieron fotografías y videos de la jornada. En las horas de la tarde decidieron regresar al hogar, donde quedaron sus tres hijos, y descendieron.
En un momento del recorrido, María Efigenia le dijo a John: “yo me voy por aquí”, atravesó el alambrado y se ubicó al otro lado de la montaña mientras él, siguiendo sus instrucciones, se quedó un poco más arriba tomando un plano general, pues desde allí veía el Esmad.
De repente, dirigió la lente hacia un miembro del Escuadrón que disparó su arma. “Enfoqué al policía, como ella me dijo, cuando estaba disparando” comenta entre sollozos Miller. Luego escuchó a la comunidad gritar: “le dieron, le dieron”. Entonces bajó la cámara y al hacerlo, observó el lugar donde pedían auxilio y reconoció el cuerpo de su compañera.
Rápidamente apagó la cámara y caminó hacia ella y junto a otros comuneros la llevaron hasta la carretera aunque el Esmad seguía lanzando gases lacrimógenos e impedía el paso de la ambulancia que llamaron, explicó John a El Espectador.
Desesperados pidieron ayuda a un hombre, que manejaba una camioneta, para llevarla al hospital más cercano; sin embargo, las heridas eran tan graves que fue trasladada a Popayán. Unas horas después de entrar a cirugía en el Hospital San José de Popayán, una enfermera le informó a John que no pudieron salvarla.
En este punto de la entrevista, las imágenes son tan vívidas para John que es imposible contener las lágrimas. Ofrece disculpas, se acomoda en la silla y recuerda cómo ella pedía que sus padres no se enteraran de lo ocurrido y no dejarla morir.
Aún ahora, cuatro años después, llora al rememorar sus últimos momentos y cuando algún oyente de la emisora, que ha perdido un ser querido, pide la canción luz de mi vida una de las favoritas de María Efigenia del grupo ecuatoriano Jayac.
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Esta comunera Kokonuco no solo dejó un vacío en la vida de Miller, sino en el resto de su familia que destaca su dedicación a la comunicación y su amor por la comunidad. Su madre, Ilda María Astudillo estaba feliz de ver que su hija logró ser lo que ella no pudo: locutora, ya que en su época las mujeres debían estar en casa y su padre no la apoyaba.
Recuerda la pasión de María Efigenia por la comunicación propia y la emisora, que informa a la comunidad sobre sus problemáticas más relevantes, labor que desarrollaba con mucha seriedad gracias a las capacitaciones recibidas y a sus años de experiencia lo cual le permitió convertirse en una voz destacada del pueblo Kokonuco y compartir sus conocimientos con otros comunicadores indígenas.
Don Luis Vásquez, su padre, recalca la energía que la caracterizaba y expresa su alegría por el camino que ella eligió. Le ilusionaba verla cumplir sus metas, estudiar periodismo y derecho, porque le interesaba la justicia. Lamentablemente, haciendo algo que amaba -y pese a que había cubierto otros procesos de recuperación de tierras sin que le pasara nada- esta vez no volvió casa.
Cuando María Efigenia fue asesinada sus hijos estaban muy pequeños. Dayana Catherine, recuerda que a su mamá le encantaba la comunicación sobre los resguardos y les inculcaba la necesidad de conocer su cultura; Byron, el menor de sus tres hijos quien tenía ocho años cuando murió, no olvida sus cuidados mientras Geraldine, su hija mayor, recalca su carácter fuerte, haberla sacado adelante a ella sola -pues su padre estuvo ausente y apareció cuando ella murió- y también que se enojaba si no mostraban interés por el proceso y las asambleas, pues insistía que debían importarles porque eran indígenas.
Yace, gobernadora suplente del Cabildo, la recuerda como una gran mujer, madre y luchadora de la madre tierra, que dejó una huella en su pueblo y aunque su partida causa aún tristeza sabe que deben seguir adelante con el proceso de Agua Tibia N. 2 porque hubo un caído allí.
Para María Efigenia ser parte de la comunidad implicaba servirle, su convicción y vocación le costó la vida. Ahora otros miembros de la emisora continúan informando y al preguntarle a John si tras ese asesinato preferiría no reportar sobre procesos de recuperación de tierra responde que siente más rabia y compromiso que miedo. Guarda silencio unos segundos y comparte las palabras de Efigenia en su memoria: “Cómo va a salir uno corriendo, uno debe ser fuerte, tener carácter y no dejarse doblegar”. Como uno piensa debe actuar, agrega John.
· Este es el tercero de cinco reportajes sobre el asesinato de periodistas, especialmente comunicadores indígenas en el departamento de Cauca (Colombia) donde María Efigenia Vásquez, Eyder Arley Campo, y José Abelardo Liz, fueron asesinados entre los años 2017 y 2020. Esta investigación periodística es posible gracias a la beca otorgada por Justice for Journalists Foundation (JFJ), Fundación para la investigación internacional de crímenes contra la prensa, ONG con sede en Londres (Reino Unido).