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“No habrá otro zar de las esmeraldas”

El director de Minería Texas Colombia, Charles C. Burgess, la mina de Víctor Carranza donde se produce el mineral más codiciado en el mercado internacional, asegura que va a poner ese producto al mismo nivel del café.

Óscar Güesguán Serpa
07 de octubre de 2015 - 04:47 a. m.

Mientras en Boyacá los enfrentamientos por el dominio de la producción de esmeraldas en los años 90 dejaban muertes y vendettas entre mafias y clanes locales que se peleaban por las millonarias ganancias derivadas de la explotación de las piedras más preciosas del mundo, Charles Burgess, un diplomático estadounidense, llegaba a Colombia como agregado en la embajada en Bogotá.

Su amor, no precisamente a las esmeraldas, sino a una colombiana, creó un lazo fuerte con el país. Se casó y, por cosas del destino, conoció la industria esmeraldífera y a Víctor Carranza, el mandamás de ese negocio, por ese entonces admirado por su tenacidad para abrirse camino en un mundo tan competido. Un hombre que con los años también fue muy cotrovertido debido a los señalamientos que lo vinculaban como aliado de los actores ilegales que bañaron de sangre la región.

Años después de terminar su misión diplomática en Colombia, el zar de las esmeraldas lo contactó. Carranza buscaba tecnificar los procesos mineros, que en ese momento no distaban mucho de los que se utilizaban 500 años atrás.

Otro de sus planes, aunque extremo, era vender la mina de Muzo, la zona del mundo donde se extraen las esmeraldas más costosas del mundo. Un quilate, dependiendo del tipo de esmeralda, puede costar entre US$25 y US$100.000.

“Carranza sabía que la única forma de cambiar la situación (de conflicto) era trayendo extranjeros o colombianos que no estuvieran ligados a la industria de las esmeraldas”, dice Burgess, que hoy es director de Minería Texas Colombia (MTC), la empresa de inversión mayoritariamente estadounidense que compró la mina.

La informalidad de la industria, generada por la violencia y las anacrónicas prácticas de explotación, sin embargo, sembró dudas en el grupo de inversionistas al que Burgess le habló sobre la posibilidad de hacerse a la propiedad de Carranza.

“Por el estado de informalidad que hay en la zona fue imposible determinar qué había en la mina. Por eso les propusimos a los dueños de la concesión (entregada por Carranza) un contrato de operación de la mina para revisar cuál era la verdad. No existía información creíble sobre la industria de la esmeralda en Colombia. Fue un gremio muy secreto para extraños y sobre todo extranjeros”, recuerda.

Tras la comprobación de la prospectiva se pactó la venta por una cifra que, como quedó acordado en el contrato, no ha sido revelada hasta hoy.

“El 90% de los problemas están en la mina. Tuvimos que formalizar los procesos para cumplir con las leyes, cambiar las condiciones laborales y hacerlo rápido. Allí básicamente había un sistema de rebusque, los trabajadores no tenían beneficios, trabajaban al gusto del ‘patrón’. Como Carranza y sus socios no estaban operando la mina, eran como 16 ‘patrones’ los encargados de la mina. Te puedes imaginar el desastre”, explica.

Con una inversión que supera los US$100 millones, MTC adelanta un proyecto para construir rampas subterráneas de cerca de 4 kilómetros de longitud con una profundidad de 400 metros. El objetivo es que en el largo plazo el viejo sistema de túneles no sea necesario. Sin embargo, en tanto las nueva mina no está terminada, la antigua ha sido ajustada para aumentar la producción, que, según cifras de la empresa, superó los US$10 millones el año pasado.

“Uno de los problemas de la esmeralda es que no es posible calcular el depósito. Aunque haya una buena idea de dónde pueden estar las esmeraldas, al momento de perforar no hay nada. En mayo vimos un túnel de 20 o 30 años que habíamos ignorado. Un día un ‘guaquero’ le dijo al líder de la mina que ahí había algo, revisamos y empezaron a salir esmeraldas como no te puedes imaginar. Las esmeraldas se podían sacar con las manos”, cuenta Burgess, mientras cataloga la fiebre de las esmeraldas como algo extraordinario.

Aunque en Colombia todavía existe escepticismo en torno a las condiciones laborales y la inseguridad en las zonas de producción esmeraldífera —situación que, según Burgess, restringe el consumo de esmeralda en el mercado local—, los chinos, los israelíes, los indios, los japoneses y los ingleses siguen comprando la piedra colombiana. En conclusión, MTC no ha logrado cubrir la demanda internacional y, a diferencia del precio de otros minerales, el de la esmeralda sigue subiendo.

“Queremos posicionar la esmeralda de Muzo como la mejor del mundo, que los demás productores tengan que compararse con nosotros. Las esmeraldas que se utilizaron en las coronas de Europa, que fueron a los imperios de la India y a los emperadores chinos, en su mayoría salieron de la mina de Muzo”, puntualiza.

Por Óscar Güesguán Serpa

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